Arthur

Arthur


CAPÍTULO 36

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Me aproximo al grupo y, entre conversación y conversación, no puedo evitar quedarme embobado con ella y con esa tripita que acoge en su interior a nuestro pequeño.

Daría lo que fuera por sentirlo moverse sobre la palma de mi mano; por poder rodearla con mis brazos y marcarlos a ambos como míos.

Se nos unen el señor August y la señora Victoria, las dos únicas personas que no había tenido de frente desde que supe que era el padre del bebé. Las pelotas se me encogen con su sola presencia y no sé por qué, cuando tengo entendido y sé de buena tinta, que ellos tienen claro que, si no estoy con su hija, es porque ésta no quiere. Aun así, ¿qué puedo decir? ¡Maldita sea, son sus padres y yo el tipo que la dejó embarazada!

—Dichosos los ojos, muchacho, ya pensábamos que no volveríamos a verte nunca más.

—Nada de eso, señor August, he estado muy ocupado.

—Lo sé, las malas lenguas dicen que has tenido unos meses un poco peliagudos.

Me encojo de hombros.

—Algo así.

—Tranquilo, no hay tormenta que no amaine. Tengo unos hijos muy testarudos, pero siempre acaban cediendo a lo que de verdad sienten, como Adrien, por ejemplo.

«Me lo dice o me lo cuenta…»

Se acerca una de las chicas del cáterin y se dirige a Alison, a la que no dejo de observar por el rabillo del ojo.

Hablan unos poco minutos y ambas asienten. Alison le dice algo a su hermano Theodore y parece despedirse del grupo. Me llevo la copa a los labios cuando la veo alejarse.

De repente se gira, busca mi mirada y suelta:

—Preston, resérvame un baile, a ser posible un rock and roll.

Las burbujas del cava me salen por la nariz y me atraganto, tosiendo como un poseso. 

¿Se ha vuelto loca?

«Qué va, ella es así de nacimiento. Nació loca, amigo mío…»

Me da la espalda y sigue caminando, sin darme tiempo a responder.

Y aunque hubiera podido hacerlo, no sabría ni qué decir.

«¿A qué estás jugando, Alison James?»

A destrozar la poca cordura que te queda, eso seguro…

Son las manos del señor August las que me golpean la espalda.

—¿Te encuentras bien, muchacho?

—Sí, sí, gracias.

«Joder…»

—¿Así que ahora te va lo de A-UAN-BA BULUBA BALAM BAMBU a lo John Travolta?

Pongo los ojos en blanco.

—Que te den, James.

—¿A cuál de los dos, a éste o a mí?

Miro a los dos hermanos, que parecen estar conteniendo la risa.

—A los dos.

—Hermano, algo me dice que esta noche será movidita.

—Por una vez estoy de acuerdo contigo, Adrien.

Y no se equivocan, a partir de este mismo instante, vivo un completo calvario a manos y pies de mi pequeña acosadora, exactamente igual que en la boda de su hermano. Con la diferencia de que esta vez, todos están pendientes de nosotros.

Su pie se vuelve un arma de destrucción masiva bajo la mesa, llevándome a casi implosionar, en varias ocasiones. Sus gestos e insinuaciones, con la comida, hacen que me hierva la sangre y descienda toda a la punta de mi polla, dejándome sin riego en el resto del cuerpo.

Contengo jadeos, exclamaciones y ganas. Ganas de sacarla de allí y hacer que alivie todo lo que está provocando en mí, y luego darle unos buenos azotes por ser una niña mala y descarada. Cierro los puños y los abro, la piel me arde debajo de la ropa y ella es consciente de ello.

La muy arpía me lleva al límite sin importarle que ambos estemos quedando en evidencia. Debería hacer lo mismo y darle a probar de su propia medicina; pero no lo hago, al contrario, me pongo en pie como alma que lleva al diablo y salgo del salón bufando y rezongando por lo bajo.

Me encierro en el baño, tengo la respiración agitada y calor, mucho calor. Abro el grifo y me echo agua fría a la cara, tengo que bajar la temperatura de mi cuerpo de alguna manera. La puerta se abre a mi espalda y entra ella, meneando sus redondeadas caderas. Nuestras miradas se encuentran en el reflejo del espejo. Intensas.

Ávidas. Cargadas de deseo, lujuria y algo más que no me atrevo a nombrar por miedo a equivocarme. Me seco con toallitas de papel y la encaro, poniéndome frente a ella, tan pegado que respiro el aliento que exhala.

—¿Por qué estás haciendo esto, acosadora?

Se pasa la lengua por el labio inferior y sonríe.

—No me has dejado otra opción.

—¿Ah no? ¿En serio?

—No quisiste escucharme la otra tarde y tampoco contestaste a mi último mensaje.

—No lo leí—confieso sobre sus labios.

—Mal hecho—frota su nariz con la mía, a la vez que acaricia mi mentón, con delicadeza—. Pregúntame si tengo algo que decirte.

Trago saliva y asiento.

—¿Tienes algo que decirme? —susurro.

—Sí, quiero bailar cualquier tipo de música contigo el resto de mi vida, si me dejas—sonríe—. Vuelve a preguntar…

Sonrío también, con el pulso latiéndome en la garganta.

—¿Tienes algo que decirme?

—Sí, dijiste: «todo o nada». Elijo todo. Todo contigo, para siempre—roza mis labios con los suyos—. Pregunta una vez más…

Tengo la garganta atenazada de emoción y apenas me sale la voz.

Carraspeo.

—¿Tienes algo que decirme?

Asiente.

—Te quiero.

Cierro los ojos y pego su frente a la mía, expulsando el aire contenido en los pulmones.

«No es un sueño, Arthur, es la puta realidad y te quiere…»

Me quiere.

¡Me quiere!

 

 

 

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