Arthur

Arthur


CAPÍTULO 6

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CAPÍTULO 6

 

El avión aterriza en Ibiza a las doce de la mañana, ni un minuto más, ni uno menos. Desciendo, cruzo el túnel de embarque y voy directo a por mi maleta. Una vez que la tengo en mis manos, salgo del aeropuerto y busco un taxi que me lleve al Libertine. Desde esta mañana tengo el estómago encogido y me cuesta un poco hacer que el aire entre en mis pulmones. Sí, son nervios. Nervios por volver a ver a Theodore y enfrentarme de nuevo a él y a su inquisidora mirada. Nervios por el miedo a escucharlo decir las palabras que me llevarán de vuelta a Londres: «estás despedido, Preston».

«Igual tengo suerte y valora tanto mi trabajo que no me despide…»

«Sí, claro, sigue soñando, chaval. Has dejado preñada a su hermana, joder».

Inspiro con fuerza cuando el taxi llega a mi destino y me apeo de él con la maleta en la mano.

Miro la portilla de entrada con aprensión y cuento hasta diez.

Me sudan las palmas de las manos una barbaridad.

«Hay que joderse».

Recorro el camino hasta la puerta y saco las llaves del bolsillo de mi chaqueta. Abro, entro y presto atención. Nada. Ni un ruido. Puede que Theodore no haya llegado todavía y sólo me encuentre con María y su marido Gonzalo. Suspiro algo más aliviado al pensar en esa posibilidad.

No, no soy un cobarde que teme enfrentarse a su amigo. En cualquier otra circunstancia me pasaría el tema por el forro de los cojones, pero en este caso no puedo hacerlo.

Theodore James es muy importante para mí y me jode hacernos pasar a ambos por esta situación. Por eso nunca podría enfrentarme a él tratando de defender una causa que ya está perdida desde el mismo momento en que perdí la cabeza y cedí a la tentación acostándome con su hermana.

Tengo asumido mi error, mi parte de culpa y acepto las consecuencias. Y si esas son quedarme sin amigos, sin empleo y sin vivienda, pues… ¿Qué puedo decir, aparte de que me lo merezco?

Exacto, nada de nada.

Subo las escaleras y voy a mi habitación. Dejo la maleta sobre la cama y abro la ventana de par en par. Me asomo para contemplar el hermoso paisaje que pronto sólo será un bonito recuerdo. La brisa del mar impacta en mi cara e inhalo el olor a salitre. La angustia que siento me afloja las piernas. «Tú solito te lo has buscado…», chasqueo la lengua y vuelvo dentro. Necesito unas cajas para recoger mis cosas. Y también buscar una empresa de mudanzas que se encargue de hacer el traslado de mis pertenencias a Londres.

«Menuda mierda…»

Bajo al sótano, directamente al almacén, donde sé que encontraré lo que necesito. Cojo unas cuantas cajas de cartón plegadas que hay apoyadas en la pared, cinta de embalaje de una de las estanterías y vuelvo arriba. A mi despacho. Todavía no me he encontrado con un alma por la casa. ¿Dónde estarán todos?

Me encojo de hombros.

«¿Qué más te da?»

Una vez en mi despacho, armo un par de cajas y las dejo en el suelo, dispuestas para ir llenándolas con mis cosas. Empiezo por la estantería de la derecha, donde tengo algunas fotos, libros y algún trofeo ganado en la universidad.

Nunca me imaginé haciendo esto, y mucho menos en estas circunstancias. Lleno una de las cajas, la cierro y la coloco cerca de la puerta, junto a la pared. La segunda la dejo sobre el escritorio, lo rodeo y abro los cajones.

Un carraspeo desde la puerta me sobresalta.

Levanto la cabeza y miro hacia allí.

—Arthur.

—Theodore… —medio balbuceo.

—¿Qué estás haciendo? —indaga con las manos en los bolsillos y cara de pocos amigos.

—¿Recoger mis cosas?

Asiente.

Su mirada implacable hace que sienta las pelotas en el esternón.

—Bien, porque tenía pensado decirte que lo hicieras.

—Ya me lo imaginaba.

Sigo guardando cosas bajo su escrutinio.

Dios, me siento como una puta mierda, lo juro.

Entra en el despacho y se acerca al escritorio con paso lento.

Se para justo frente a mí.

—Me has decepcionado, Preston.

—Lo sé.

—De todas las personas que conozco, tú eras la única por la que pondría la mano en el fuego. Menos mal que no lo hice.

—Lo siento.

—Mi familia es sagrada para mí y lo sabes.

—Sí.

—¿Entonces por qué lo hiciste? ¿Por qué te acostaste con mi hermana, Preston, no había ninguna otra con la que apaciguar tu calentón?

Las imágenes del día de su boda siendo perseguido por su hermana, me taladran la mente: el roce de sus manos, el pellizco en el trasero, su pie ascendiendo por mi pierna hasta masajearme la polla con dedicación…

«Porque es una maldita acosadora».

—Surgió sin más—murmuro.

—¿Con ella precisamente?

«Tu hermana es muy insistente, amigo».

La calma en su voz no me tranquiliza. Lo conozco y sé que puede estallar en cualquier momento.

—Ya te dije que lo sentía.

—¡Eso no me basta, joder! —vocifera.

Trago saliva.

—No hay nada más que pueda decir, salvo que lo siento, Theodore. Terminaré de recoger mis cosas y me largaré, no tendrás que volver a verme la cara, te lo prometo. Supongo que no querrás darme una carta de recomendación…

—¿Una carta de recomendación?

Asiento.

—¿Para qué cojones quieres una carta de recomendación?

—¿Para buscar un trabajo?

—Ya tienes un trabajo, Preston.

—Pero… Pero yo creía que…

—No niego que se me pasó por la cabeza despedirte, pero le prometí a mi hermana que no lo haría. La puñetera cuando quiere es muy insistente.

«Dímelo a mí», evito poner los ojos en blanco.

—¿Significa eso que puedo quedarme aquí?

Sonríe con desdén y niega con la cabeza.

—No. Significa que seguirás recogiendo tus cosas y volverás a Londres.

—¿A Londres? —inquiero suspicaz.

—Sí. Desde el lunes serás el nuevo secretario de Alison, te convertirás en su sombra, atenderás todas sus necesidades y harás todo lo que te pida. Ese es tu nuevo trabajo.

—No puedes estar hablando en serio… ¿Su secretario?

—Veo que no te entusiasma mucho mi decisión.

—Venga, hombre, no me jodas.

—Precisamente por eso, por joder con la persona equivocada.

—No me lo puedo creer…

Tuerce el gesto.

—Para ti hubiera sido mejor que te despidiera, ¿verdad? De esa manera podrías seguir con tu vida sin más, ¿no es cierto? Sin preocupaciones, ni obligaciones, salvo enviar equis dinero al mes para la manutención de tu hijo, ¿me equivoco?

Rechino los dientes.

—Recojo mis cosas porque pensé que estaba despedido, no porque estuviera dispuesto a irme por voluntad propia, Theodore. ¿Eso no te dice nada?

—Sí, que eres un cobarde al que por lo visto le gusta ver los toros desde la barrera. Lo siento por ti, eso no podrá ser… Ir a Londres a trabajar con mi hermana será tu castigo, Preston. Día a día, semana a semana y mes a mes, serás testigo de cómo crece su vientre, sabiendo que lo que hay en su interior es tuyo. A ver qué tal se te da coger el toro por los cuernos, torero.

—¿Piensas que, obligarme a ir allí y trabajar con tu hermana, me va a hacer cambiar de opinión, y dentro de siete meses querré formar una familia con ella? Porque desde ya te digo que no te hagas ilusiones, eso no sucederá nunca. Jamás.

—Eso espero, que no te acerques a ella. De lo contrario, estarás incumpliendo una cláusula instaurada en tu nuevo contrato laboral y, aparte de ser despedido inmediatamente, tendrás que pagar una indemnización a la empresa.

Lo miro con rabia.

—¿También has obligado a tu hermana a firmar ese nuevo contrato?

—Por supuesto. Y lo ha hecho con los ojos cerrados. Eso me tranquiliza muchísimo.

—Esto es una locura que no tiene ningún sentido.

—Sí que lo tiene…, yo lo llamo el ojo por ojo. Tú jodes a mi hermana, y yo te jodo a ti. Es lo que hay, lo tomas o lo dejas. Puedes dejarme tu renuncia sobre la mesa antes del lunes si decides que esto es demasiado para ti.

Gira sobre sus talones y se dirige a la puerta, donde se para a mirarme por encima del hombro.

—Ah, se me olvidaba, Adrien será el que se encargue de supervisar que se cumplen las normas de la empresa.

«Lo que me faltaba…»

Cierro los ojos y, cuando los vuelvo a abrir, Theodore ya no está.

Me muerdo los nudillos por no ponerme a gritar. Golpeo con fuerza la caja que hay sobre la mesa, tirando todo lo que hay en su interior al suelo y le doy una patada a la silla, con tanta rabia, que el empeine se me resiente.

—¡Me cago en mi puta vida! —gruño encolerizado—. ¡Mierda, mierda y mierda, joder!

Me masajeo el pie y sigo mascullando exabruptos por lo bajo hasta que el dolor se mitiga un poco.

Cuando consigo calmarme lo suficiente, evalúo la situación.

Regresar a Londres y ser el secretario de Alison es una gran putada, pero lo es aún más que Adrien esté tocando los cojones por allí. De sobra sé lo mamón que puede llegar a ser cuando quiere. Renunciar a mi empleo, por mucho que me hayan degradado en él, no es una opción que pueda contemplar a corto plazo. Si lo hiciera, y contando que no encontrara otro trabajo inmediatamente, mi padre sólo podría estar en la clínica un par de meses más, tres a lo sumo. Tendría que dejar su apartamento en ese barrio tan bonito y tranquilo, para mudarse a saber Dios dónde.

Eso sería dar un gigantesco paso atrás en su recuperación y no puedo permitirlo. Él se merece todo lo mejor que yo pueda darle. Además, está el hecho de que con mi renuncia estaría haciéndole un favor a Theodore y, sinceramente, ahora mismo, y visto lo visto, no me da la gana de ponérselo tan fácil.

Digamos que a pesar de que reconozco mi culpa, mi orgullo me impide tomar esa decisión y salir por la puerta de atrás.

No, no pienso hacerlo. Ni de coña. Lo que sí haré, será empezar a buscar otra cosa en cuanto pise suelo inglés, y cuando tenga algo asegurado, me marcharé de la empresa de los James.

«Ojalá no tuviera que pasar por todo esto…»

Sí, ya sé que yo me lo busqué, aun así, no me parece justo que traten de monopolizar mi vida por el simple hecho de que no quiera formar una familia con su hermana, joder. Es nuestra puta decisión… ¿No pueden entenderlo y dejarlo estar?

¿Siempre tienen que salirse con la suya?

«Pues esta vez no lo conseguirán…»

En cuestión de unas pocas horas, consigo que en el despacho y la habitación que ocupaba en la casa, no quede ni rastro de mí. Como si nunca hubiera estado aquí. Como si no hubiera dado lo mejor de mí en el Libertine. Como si no existiera… Llamo a la empresa de mudanzas y lo dejo todo organizado para que el lunes recojan mis cosas y me las envíen a Londres. Por último, hablo con Luis y le pido el favor de que me deje pasar la noche en su casa, ya que no tengo a dónde ir y es tarde para encontrar un pasaje de avión para hoy mismo.

Cuando desciendo las escaleras para salir de la casa en la que tan feliz fui, lo hago con un nudo en la garganta y la sensación de que jamás volveré a tener lo que tenía; de que mi amistad con los James no habrá forma humana de recuperarla y de que, decididamente, este es un punto final y no hay marcha atrás. Antes de salir por la puerta, echo un último vistazo a la estancia donde tantas veces esperé a Adrien para entrar en el club y donde fui testigo de infinidad de cosas que jamás olvidaré.

Suspiro y abro la puerta de la calle.

«En fin… fue bonito mientras duró…»

 

 

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