Arthur

Arthur


CAPÍTULO 7

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CAPÍTULO 7

 

El vuelo de regreso a Londres se me hace eterno, como si en lugar de dos horas y media, durara dieciocho. Cierro los ojos.

Me siento cansado. «Deberían de hacerte pasajero vip…». En un solo día he ido y vuelto de un país a otro, se me ha cerrado un capítulo de mi vida y me han abierto uno nuevo. Uno con el que no contaba y que no buscaría por voluntad propia.

Cuando anoche le dije a Luis lo que pasaba, se quedó patidifuso.

—¿Cómo que te vas? Joder, no me asustes.

—No lo hago porque quiera, me obligan a hacerlo, Luis—respondí con voz cansada.

—Tío, pero ¿cómo se te ocurrió acostarte con la hermana de tu mejor amigo? Fue una locura.

«Será hipócrita, si quería que se la presentara en la celebración del pícnic anual… ¿Qué iba a hacer con ella, tomar el té y jugar al bridge? ¡Vamos, hombre!»

—No estaba planeado, al menos no por mí.

—¿Qué quieres decir, que sí lo estaba por parte de ella?

Le relaté cómo fueron exactamente las cosas con Alison aquel día. Lo desesperado que llegué a estar, escabulléndome cuando podía y tratando de ser un perfecto caballero.

—Joder—exclamó—. ¿Te habías insinuado alguna vez? No sé, digo yo que de alguna manera la alentarías para que hiciera eso, ¿no?

—Que yo sepa, no. Nunca la había mirado con ojos de «quiero follarte» hasta que ella me tenía contra las cuerdas, más caliente que la caldera de una máquina a vapor.

—Entiendo… ¿Y piensas aceptar la decisión de Theodore así sin más? Porque que yo sepa ella tiene tanta culpa como tú, o más, visto lo visto.

—Supuestamente, Alison también ha firmado, con los ojos cerrados, el mismo contrato que firmaré yo en cuanto me presente en la oficina de Londres.

—O sea que acepta las condiciones y no quiere saber nada de ti.

—Así es.

—¿Y eso no te molesta?

—No. Los dos tenemos claro lo que queremos, y no es estar juntos ni nada que se le parezca.

—Si tan claro lo tenéis, ¿por qué sus hermanos insisten en haceros la puñeta? Es vuestra decisión, ¿no?

—Theodore dijo que este era su ojo por ojo, mi castigo…

—Yo soy tú y le planto la renuncia en su mesa a la de ya.

Suspiré, resignado.

—No puedo hacer eso y él lo sabe, me tiene cogido por los huevos.

—¿Y cómo es eso?

Lo miré dudando si contarle el problema de mi padre. Finalmente lo hice, Luis es mi amigo.

«También lo eran Theodore y Adrien y mira ahora…»

—Joder, lo siento—dijo, apesadumbrado—. Ojalá pudiera ayudarte.

—Ya lo estás haciendo al dejarme dormir aquí en tu casa esta noche.

—Después de lo que has hecho tú por mí con todo el lío de Mila, es lo mínimo que puedo hacer. Eres mi amigo, Preston, y puedes quedarte todo el tiempo que quieras. Me jode que te estén haciendo pasar por todo esto cuando siempre has estado al lado de ellos cada vez que te necesitaron. No me parece justo, qué quieres que te diga.

Me encogí de hombros.

—Bueno, tengo la esperanza de que se den cuenta de que todo este embrollo de enviarme a Londres es una gilipollez.

—Sí, pero mientras tanto eres tú el que está jodido, y eso es lo que no me parece justo.

Me despedí de él esta mañana cuando volvía de su trabajo en Libertine y yo ya estaba preparado para ir al aeropuerto.

—Cualquier cosa que necesites, no dudes en llamarme—dijo, acompañándome a la puerta.

—Gracias, lo haré.

Nos dimos un abrazo y, en ese momento, me di cuenta de que era el único amigo que me quedaba. Los otros dos ahora sólo eran mis jefes. Y el resto, meros conocidos.

«Qué triste, joder».

Los movimientos de la azafata y su voz robotizada me devuelven al presente. Me abrocho el cinturón de seguridad y miro por la ventana. Las nubes grises que cubren Londres me dan la bienvenida.

«Menuda mierda…»

Una vez que recojo mi equipaje, salgo del aeropuerto y cojo un taxi para ir a casa de mi padre, en el distrito de Greenwich. Resoplo. Ir al trabajo cada día, desde Greenwich a Canterbury, donde está Green Clover, el club y museo de los James, va a ser un puto coñazo.

Suponiendo que pueda utilizar el coche de mi padre, que es una tartana y hace tiempo que no se usa, ya que él se mueve en metro, tardaré una hora en ir y otra en volver.

En el caso de que tenga que coger el tren, me pueden dar las uvas… «Tienes que hacer números y buscar la manera de solucionar eso…» No sé cómo voy a hacerlo, la verdad. Lo que cobraré como secretario, ni de coña se asemeja a mi sueldo actual. Sí, es una putada. Una muy grande, de hecho.

«De cosas peores has salido…»

También es verdad.

El apartamento de mi padre está situado en el centro del barrio, en una antigua villa ahora convertida en tres viviendas individuales. No es muy grande. Cocina, salón, dos habitaciones y un cuarto de baño. Funcional, cómodo y un precio asequible, para la zona en la que está.

Son pasadas las cuatro de la tarde cuando el taxi me deja en mi destino. Rezo para que mi padre esté en casa, si no, no tendré más remedio que esperarlo en la misma acera con todos mis bártulos. En plan mendigo. Contemplo la fachada, la puerta con cristal plomado, en diferentes colores, y suspiro con fuerza. Subo los cinco escalones que llevan a ésta y presiono el botón que reza: Preston. Mi padre no responde. Vuelvo a presionar, esta vez insistiendo más. Nada. «Hay que joderse…» Pongo los ojos en blanco y retrocedo para sentarme en las escaleras y esperar. Mi padre aparece antes de que me dé tiempo a posar el culo en la piedra del escalón.

Se queda parado al verme. Sus ojos van de mí, a las dos enormes maletas que me acompañan. Menea la cabeza y esboza una sonrisa.

—No se han solucionado las cosas con los James, ¿eh?

—Es algo más complicado de lo que parecía en un principio.

—Ya.

Saca las llaves del bolsillo de su pantalón y me las entrega.

—Parece que has venido para quedarte…

Asiento.

—Sí.

—Bienvenido a casa, hijo, me alegra tenerte de vuelta.

«Ojalá pudiera decir lo mismo…»

Me abraza con fuerza y le doy un beso en la mejilla.

Luego, con paso lento, abro la puerta del que será mi nuevo hogar en esta nueva etapa de mi vida.

«Vamos, Arthur, no será tan malo. Ya lo verás».

Mi nueva habitación tiene lo básico: una cama, una mesita, un armario, una cómoda antigua y un butacón junto a la estrecha y pequeña ventana. El baño, al fondo del pasillo, no tengo más remedio que compartirlo con mi padre. Es lo que tiene que sólo haya uno. Cuando vienes de una casa enorme en la que puedes pasarte todo un día sin tropezarte con el resto de los ocupantes, no puedes dejar de pensar que ahora vives en una caja de cerillas.

«Resignación…»

Dejo las dos maletas a los pies de la cama y vuelvo al salón.

Mi padre me mira preocupado.

—¿Quieres que hablemos de ello? —pregunta, cauteloso.

—Todo está bien, papá, no te preocupes, ¿vale? —le paso una mano por el hombro y trato de sonreír.

—¿Cómo quieres que no me preocupe si estás aquí dispuesto a quedarte?

—Será temporal.

—Si tú lo dices… ¿Has comido algo?

—No tengo hambre. Puede que el vuelo me haya revuelto un poco el estómago. ¿Y tú?

—Para mí ya casi es la hora de la cena, hijo, recuerda que aquí los horarios de las comidas no tienen nada que ver con los de allí.

Paseo la vista por el salón y sonrío al ver un dibujo pintado por mí y que le regalé un día del padre.

Mi padre carraspea a mis espaldas.

—¿Te han despedido, Arthur?

Niego con la cabeza.

—No, papá, sólo me han trasladado al Green Clover.

—¿Seguro? Porque yo puedo…

—Será una lata ir cada día a Canterbury, pero me acostumbraré. Por cierto, ¿tu coche sigue funcionando?

Porque me temo que voy a necesitarlo.

—Podemos echarle un vistazo, si quieres.

En el contrato de alquiler del apartamento, también viene una pequeña plaza de garaje. Es allí donde nos dirigimos para examinar a la vieja tartana. Compruebo el aceite, el motor y los pedales de embrague, freno y acelerador. Damos una vuelta en el coche por el vecindario. Salvo por algún pequeño detalle, todo parece estar en orden. Eso me deja algo más tranquilo. Tener que coger el tren para desplazarme, sería un puto suplicio.

—Oye, hijo… —murmura mi padre de vuelta en casa.

—Dime.

—Había quedado con unos compañeros del programa de rehabilitación para ir al cine y…

—No canceles tus planes por mí, papá—lo interrumpo.

—Pero me sabe mal dejarte solo en casa.

—Estaré bien, además, puede que coja el coche y vaya a Londres a dar una vuelta. Me vendrá bien distraerme un poco.

—¿Estás seguro de que no te importa? 

—Pues claro.

Media hora después, estoy despidiendo a mi padre en la puerta.

—Pórtate bien, papá, y si ligas ya sabes, usa protección.

«¿Como tú?»

¡Mierda!

—Qué cosas tienes, hijo… Anda, sal a divertirte, que la noche es joven—sonríe—. Ah, y ten en cuenta tus propias palabras—me guiña el ojo.

«Demasiado tarde…»

De mala gana, excepto una muda, coloco el resto de mis cosas en el armario y los cajones de la mesita y la cómoda.

Luego me doy una ducha y me visto. Antes de salir de casa, me como un sándwich de jamón y queso, me lavo los dientes y cojo las llaves. Cuando me doy cuenta, estoy conduciendo hacia Canterbury, al Green Clover club, no hacia Londres.

«¿Te has vuelto loco?»

Al parecer sí.

El club no ha cambiado mucho desde la última vez que estuve en él. Buena música y buen ambiente. Justo lo que necesito. Me acerco a la barra y pido una cerveza sin alcohol. La camarera me mira golosa y sonríe. Parece que la noche pinta bien… Paseo la mirada por la amplia estancia y me gusta lo que veo. Un montón de mujeres, elegantes y espectaculares, dispuestas a pasarlo bien. Como yo. También hay hombres, por supuesto.

En ellos no me fijo, no son lo que me va, evidentemente. Un grupo de seis llama mi atención. No el grupo, sino la morena que parece monopolizar la conversación. Tiene el pelo largo, cayendo en ondas por su espalda. La falda, recta y ajustada, de color negro, marca perfectamente un culo prieto y delicioso.

Las piernas, enfundadas en unas medias de seda negras, me hacen suspirar de deleite y noto vida propia por debajo de mi cintura. «¡Aleluya!» Ya me estoy poniendo cachondo y acabo de llegar.

No tenía una erección desde que supe que mis bichitos habían dado en el blanco de la diana equivocada. La noche mejora, sí señor… Me muevo entre la gente y me acerco un poco más.

No soy capaz de apartar los ojos de esa mujer. Joder, me atrae muchísimo.

Y necesito sexo para desestresarme y todas esas cosas. Con urgencia. El movimiento de sus manos es grácil y delicado. Las imagino sobre mi piel desnuda y se me corta la respiración.

«Tío, estás muy necesitado…» Y es verdad, hace la hostia de tiempo que no echo un buen polvo. Ni bueno ni malo, en realidad. Por eso la calentura… Le doy un trago a la cerveza y voy hacia la derecha, acortando la distancia. Cuando estoy a unos cuatro metros de ella, se gira lentamente. Muy lentamente. «Eso es, nena, date la vuelta, quiero verte la… ¡Hostias!» Agacho la cabeza y me parapeto detrás de unos tíos enormes. Sin atreverme a mirar de nuevo en su dirección, reculo hacia atrás, escondiéndome entre la gente para que ella no me vea. Tropiezo con brazos y piernas, de hecho, creo que tiro alguna copa en mi patética retirada. Me disculpo azorado y medio tartamudeando. Me tiemblan las piernas, joder.

Cuando consigo ponerme a salvo y lo más lejos posible de ella, respiro aliviado.

«Por los pelos…»

Suelto una risita histérica.

He estado a punto de meter la pata de nuevo.

Y esta vez sin que me acosara. 

¡Maldita Alison James y su culo prieto y delicioso, joder!

 

 

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