Arthur

Arthur


CAPÍTULO 8

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CAPÍTULO 8

 

Cuando suena el despertador el lunes a las seis de la mañana, lo único que me apetece es azotarlo por la ventana. Después, como si no hubiese sido suficiente tortura no poder olvidar mi huida del sábado por la noche, las imágenes acercándome a la morena con intenciones nada honestas, me golpean con fuerza. «Joder, qué cerca has estado…». En mi defensa alegaré que sentirse atraído por una mujer, aunque esta sea Alison James, no es ningún pecado. Aunque si soy sincero conmigo mismo, ayer domingo estuve a punto de ir a la iglesia a confesarme y que me pusieran una penitencia o lo que sea. Sin ninguna duda los hermanos James me la hubieran puesto. O puede que me sacaran los ojos y luego se los dieran de comer a los cuervos. Sí, estoy dramatizando un poco, o puede que no, quién sabe. La verdad es que los creo capaz de todo.

Ahora mismo los veo como los capos más peligrosos de una mafia que sólo existe en mi cabeza. «Menos mal que no te dejaste en evidencia, imbécil».

Me levanto de la cama, salgo al pasillo y me dirijo al baño.

Mientras me doy una ducha y me acicalo, pienso en la manera de atormentarme todo el día de ayer con la historia. Tratando de convencerme de que no pasaba nada. Que, si le hubiera visto la cara antes de tener pensamientos impuros con ella, me hubiera ahorrado la vergüenza y la humillación de esconderme entre el gentío hasta verme a salvo de sus miradas. 

«A partir de ahora, nada de fijarse en morenas, sólo rubias y pelirrojas, por si la moscas». Así me ahorraré llevarme estos disgustos, joder. Además, desde hoy voy a trabajar con ella. Pasaremos muchas horas juntos y no me conviene verla como algo apetecible, de lo contrario estoy seguro de que me caparán sin dudarlo.

Cojo aire por la boca y me meto debajo del chorro de agua. Me aclaro el pelo y el cuerpo. Salgo de la ducha y me enrosco una toalla alrededor de la cintura. Me afeito, me lavo los dientes y me echo desodorante. Vuelvo a mi habitación y saco un traje de tres piezas, junto a una camisa y una corbata, del armario. Me visto con parsimonia. Mentiría si dijera que no estoy nervioso. No sé lo que me voy a encontrar cuando llegue a mi nuevo puesto. En temas de secretariado estoy un poco perdido y no tengo muy claro cuáles serán mis funciones. Y, saber que voy a ser mirado con lupa por Adrien, lo complica todo un poco más.

Suspiro hondo y desenchufo el teléfono del cargador.

Tengo un nuevo mensaje de texto de hace un par de horas.

Luis: suerte en tu primer día de trabajo. Llámame para contarme qué tal te fue.

Sonrío y tecleo.

Yo: gracias, amigo. Te llamaré.

Me pongo la chaqueta del traje, cojo las llaves y la cartera y salgo de casa.

Son las siete menos veinte y empieza a amanecer.

«Vamos allá…»

Una hora y diez minutos después, estaciono el coche en el aparcamiento de Green Clover. Por la ausencia de vehículos, debo de ser el más madrugador. Me miro en el espejo retrovisor durante unos minutos, mentalizándome para lo que sea que vaya a encontrarme una vez que cruce las puertas. «Sé tú mismo, tío, no dejes que toda esta locura te cambie…» Decido que, a partir de ahora, ese será mi mantra: ser yo mismo y no cambiar en ninguna circunstancia.

Las oficinas aquí están en la parte de atrás de la finca, en lo que antiguamente eran las caballerizas. Recorro el sendero de grava que lleva hasta ellas y me encuentro con un guardia de seguridad que está haciendo su ronda.

—Buenos días —saludo acercándome a él—. Soy Arthur Preston y hoy es mi primer día en las oficinas.

—Bienvenido, señor Preston, es usted muy madrugador.

—Vengo de lejos y no quería llegar tarde.

—Ya veo… Sígame. Para entrar necesita una tarjeta como esta—me la enseña—, al escanearla aquí—señala un cajetín junto a la puerta—, aparecerán sus datos personales y automáticamente se abrirá la puerta. ¿Lo ve?

Asiento.

—No parece complicado…

—No lo es—dice mirándome como si yo fuera tonto o algo así.

Le doy las gracias y entro con la sensación de que, en realidad, sí lo soy.

Lo primero que hago, y ya que estoy solo, es echar un vistazo a mis anchas. Un recibidor con un mostrador más bien pequeño, estanterías y archivadores; ocho puertas cerradas a cal y canto, con llave. Sí, lo he comprobado. En cada puerta una placa de metal con el nombre de la persona que lo ocupa y el cargo: Cinthia Watson, relaciones públicas. Leslie Hoover, actividades lúdicas… Las leo una por una hasta llegar a la última, al final del pasillo, y deduzco que la más grande:

Alison James, gerente. Junto a éste, un cubículo de unos tres metros: Kimberly Stewart, secretaria. «Vamos, hombre, no me jodas…» Me da un escalofrío sólo de pensar el tiempo que voy a pasar ahí dentro. No veo la de Adrien por ninguna parte. Puede que tenga suerte y sólo venga de vez en cuando, lo justo para tocar los cojones y largarse. «Sí, sobre todo a tocar los cojones…» Los aseos, una sala de descanso y una cocina, muy bien equipada, completan las oficinas. Doy una vuelta sobre mí mismo y suspiro.

«Resignación, Arthur, resignación…»

Entro en la cocina y enciendo la cafetera. Supongo que ese será uno de mis tantos quehaceres a partir de hoy. Miro el reloj, las ocho en punto y no tiene pinta de que esté a punto de llagar nadie. ¿No se supone que tendría que estar todo el mundo aquí a esta hora? Me encojo de hombros y busco una taza en uno de los armarios. Saco leche de la nevera y me sirvo un café. Me pongo cómodo y espero. Pasados quince minutos, escucho la puerta, el sonido de unas llaves y taconeo. Aparto la mirada de la puerta en cuanto veo que es Alison dispuesta a entrar en su despacho.

No me ha visto.

Y yo paso de seguir mirando.

«Más vale prevenir…»

Pego un brinco cuando la escucho decir:

—Kimberly, ¿puedes venir un momento, por favor?

«Esa debes de ser tú, ahora te llamas Kimberly…», pongo los ojos en blanco, salgo de la cocina y camino hacia su despacho. Desde la puerta veo que éste está dividido, por una especie de paneles de madera, en dos. Muebles clásicos, de madera maciza, y una bonita decoración. Me gusta.

—¿Kimberly?

Inspiro y espiro varias veces antes de entrar y, cuando me decido a hacerlo, creo que aún estoy más nervioso que antes. Alison está detrás de su mesa, de pie y enfrascada en un documento que tiene en las manos. En cuanto noto que mis ojos van más allá de sus manos, desvío la mirada a una de las ventanas. 

Carraspeo para llamar su atención.

—¡Joder! —exclama—. Tú no eres Kimberly.

La miro.

—No me digas… ¿En qué lo has notado? ¿En que no llevo falda? —sus ojos recorren mis piernas—. ¿La falta de maquillaje, tal vez? —ahora se clavan en mis pupilas—. ¿La gravedad de mi voz sensual? —enarco una ceja.

—Muy gracioso. Me había olvidado de ti.

Me llevo la mano al pecho y exagero mi consternación.

—¡Auuu! Acabas de herir mis sentimientos. Y yo que pensaba que era inolvidable…

—Ya sabes a qué me refiero, a que no recordaba que hoy te incorporabas. Ni siquiera me paré a leer el nuevo contrato, tenía mejores cosas que hacer.

Meneo la cabeza.

—Eso, eso, tú arréglalo… —camino hacia ella y me paro a menos de un metro—. ¿Cómo estás? 

Deja el documento sobre la mesa y sonríe.

—Muy bien, ¿y tú?

Me encojo de hombros.

—Aquí…

Cruza los brazos sobre el pecho.

—Siento muchísimo que mi hermano Theodore te haya hecho esta putada. Si te soy sincera, creí que renunciarías.

—Renunciar no es una opción.

«Al menos de momento…»

—¿Por qué? —indaga.

—Porque no.

Asiente.

—¿Has tenido algún problema para entrar?

—Ninguno.

Nos observamos durante unos segundos en silencio.

Carraspeo.

—¿Y bien? ¿Qué necesitabas de mí?

—Qué voy a necesitar de ti, nada.

—Me has llamado hace unos minutos. No pongas esa cara de horror, mujer, has gritado: Kimberly, puedes venir un momento, ¿por favor? y luego has dicho: —aflauto la voz y la imito— ¿Kimberly? Y aquí estoy, así que dime.

La comisura de sus labios se eleva en una media sonrisa.

—Yo no hablo así.

—Bueno, tampoco yo soy Kimberly. Es lo que hay.

—Tienes razón… Antes que nada, ve a Recursos humanos y busca a mi hermana Amber para firmar tu nuevo contrato laboral, ella te explicará algunas de tus nuevas funciones aquí. Luego, cuando vuelvas, te presentaré a tus nuevas compañeras de trabajo.

—¿Compañeras?

—Sí, desde hoy estarás rodeado de mujeres, qué suplicio, ¿eh?

Su retintín me hace sonreír.

—Estar rodeado de mujeres no es ningún suplicio, se me da de perlas tratar con vosotras.

Chasquea la lengua.

—Me temo que esta vez no te resultará tan sencillo y puede que sí algo violento.

Achino los ojos.

—¿A qué te refieres con eso?

—Bueno, digamos que te has acostado con la mayoría de ellas y no has vuelto a llamarlas, puede que te guarden un poco de rencor.

«Mierda, esto no me lo esperaba…»

Se me encogen las pelotas.

—¿Crees que corre peligro mi integridad física?

Suelta una carcajada.

—Más tarde lo descubriremos, ahora ve a la segunda planta del museo y busca a Amber.

Me hace un gesto con la mano para que me vaya y obedezco sin rechistar. En realidad, la cabeza me da vueltas ahora mismo tratando de recordar si los nombres que leí en las puertas me suenan de algo. Y no, no tengo ni puta idea.

«Menudo marrón, joder».

—¿Arthur Preston?

Pego un brinco al escuchar mi nombre pronunciado con tanta sorpresa a mis espaldas.

«No te gires, sigue caminando…»

—¿Eres tú? —insiste la voz chirriante.

Me paro, contengo la respiración y me giro.

Una mujer, de unos cuarenta años, está justo detrás de mí con las manos apoyadas en las caderas y los ojos abiertos de par en par. No es una belleza, pero tampoco está mal. Nunca he sido un remilgado a la hora de follar, suelen servirme todas. Eso sí, nunca hago nada sin el consentimiento de ellas. No las engaño haciéndoles promesas de amor eterno.

Mis rollos son de una noche.

Punto.

—¿No te acuerdas de mí?

—Lo siento, yo…

—Soy Marion, nos conocimos hace tres años en la fiesta de navidad que da la empresa, ¿no lo recuerdas?

Trago saliva.

—Tú y yo… eh… ya sabes… ¿nos acostamos? —balbuceo.

—No puedo creer que hayas olvidado nuestro encuentro en el guardarropa, con razón no has vuelto a llamarme.

«Nunca llamo».

—Lo lamento, pero…

—¿Qué haces aquí? —me interrumpe.

—Trabajo aquí.

—Ya sé que trabajas en la empresa de los James.

—Me refería a que a partir de hoy trabajo aquí—señalo con la mano todo lo que me rodea.

—¿En serio? —suelta una carcajada—. Verás cuando se enteren las demás, van a alucinar.

«Genial, mi propio club de no fans… No sé si reír o llorar».

—Marion, discúlpame, pero tengo algo de prisa y…

—Uy sí, sí, perdona, no te entretengo más—me interrumpe de nuevo.

Odio que me hagan eso.

—Nos vemos—me despido y me giro.

—Cuenta con ello—masculla por lo bajo.

«Y sólo son las nueve y cuarto de la mañana, joder».

La cálida bienvenida de Amber, me sorprende. En estos momentos debe de ser la única de los James que no me odia. Bueno, Alison tampoco, o eso creo. Antes de firmar el contrato, lo leo punto por punto y sí, la cláusula que me obliga a mantener las distancias de mi acosadora está bastante clara.

«Como si tuvieras algún interés en acercarte a ella…» Resoplo y planto mi nombre en el documento. Después de eso, Amber me explica perfectamente cuales son mis funciones desde hoy: atender el teléfono, facilitar documentación, tomar apuntes en las reuniones… En fin, lo que hace una secretaria, vamos.

—¿Lo tienes claro? —me pregunta.

—Sí, bastante.

—Perfecto. Si en algún momento te surge alguna duda lo hablamos, ¿vale?

—Sí, gracias, Amber, eres muy amable.

Sonríe y me tiende la mano.

—Bienvenido a esta parte de la empresa, Arthur, es un placer tenerte aquí.

«Ojalá pudiera decir lo mismo…»

Estrecho su mano y salgo de su despacho.

Regreso a las oficinas, cabizbajo y pensativo. Mi vida ha dado un giro de ciento ochenta grados y no para bien, precisamente. Ahora mi vida es una ruina. Un caos. Una auténtica mierda. Trabajaré codo con codo con una mujer que lleva en su seno una criatura sangre de mi sangre. Rodeado de mujeres que me harán la vida imposible por haber follado con ellas y no llamarlas después. Tendré que vestirme cada día con una coraza y aguantar el chaparrón.

Como decía mi abuelo, nunca llueve eternamente.

«Y no lo hará».

 

 

 

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