Arthur

Arthur


CAPÍTULO 9

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CAPÍTULO 9

 

Me siento a mi mesa y observo a mi alrededor. Dos mujeres están junto a la fotocopiadora y me miran de soslayo. Seguro que no tendrán nada bueno que decir de mí. Tampoco es que me importe mucho, la verdad sea dicha, pero teniendo que ver sus rostros cada día…, bueno, sería mejor que tratáramos de llevarnos bien. Eso aliviaría muchas tensiones y aligeraría el enrarecido ambiente que se respira desde hace rato por aquí. Justo desde que se sabe que yo trabajaré con todas ellas.

Me froto la cara con las manos y suspiro resignado. Estoy tan descentrado que no recuerdo si Alison me pidió que hiciera algo después de firmar mi contrato. Ah, sí, dijo algo de presentarme a mis nuevas compañeras de trabajo, me parece.

«Pues casi es mejor que no lo haga, visto lo visto…»

—Vaya, vaya, vaya, ¿tenemos chica nueva en la oficina?

Aprieto los ojos con fuerza al escuchar la guasa en la voz del inconfundible mamón de Adrien.

Tardo diez largos segundos en abrirlos y clavar mis ojos en él.

—Como si no supieras que ibas a encontrarme aquí—rezongo entre dientes.

—Pues para ser sincero, no. De hecho, pensé que ya no trabajabas con nosotros.

—¿Ahora te incluyes como propietario de la empresa?

—Soy un James.

Silbo.

—Hay que ver lo que cambian las cosas de la noche a la mañana, ¿eh?

Sus ojos me taladran.

—Me lo dices o me lo cuentas… Fíjate en ti, hace cuatro días eras la mano derecha del jefe, y mira dónde estás ahora. ¿Se puede caer más bajo?

«Gilipollas».

—Siempre se puede caer más bajo, James, tú mejor que nadie deberías de saberlo. ¿Necesitaba algo el señor?

Tamborileo con los dedos en la mesa esperando su respuesta.

—De momento tráeme un café al despacho de Alison. Ya sabes, solo y sin azúcar.

Sonrío de medio lado.

—¿Seguro que quieres que te lleve un café?

Percibo la duda en sus ojos.

—Por supuesto.

Me encojo de hombros.

—Sus deseos son órdenes para mí, señor James.

—Ve cambiando ese tono cuando te dirijas a mí, Preston, de lo contrario…

—¿Qué? ¿Vas a despedirme?

—Qué más quisieras.

Me deja con la palabra en la boca y entra en el despacho de su hermana.

Me dirijo a la cocina y, con toda la parsimonia del mundo, preparo su café. «Ojalá me atreviera a echarle un escupitajo, por imbécil». No lo hago, claro. Aparte de que es una asquerosidad, aún sigo considerándolo mi amigo. Y yo no hago esas cosas, aunque se lo merezca.

Llamo a la puerta y, sin esperar a que me den permiso, porque sé que eso le joderá, entro. Ambos están sentados a la mesa de Alison, uno frente a otro. Parecen tensos, enfadados.

—Su café, señor James—pongo la taza a su derecha y sonrío ladino.

Mira la taza con escepticismo y la acerca a su nariz.

—Confío en que no hayas hecho nada de lo que puedas arrepentirte.

Mi sonrisa se ensancha mostrando todos los dientes.

Lleva la taza a los labios bajo mi atenta mirada y le da un pequeño sorbo.

—¿Está a su gusto, señor James? —pregunto con retintín.

Alison ahoga una carcajada y le guiño un ojo.

Entonces me fijo en su aspecto, que ya no luce como hace un rato. Ahora está pálida, incluso algo demacrada y cansada.

Me olvido del mamón que tengo a mi lado y me centro en ella.

—¿Te encuentras bien?

—Sólo estoy un poco mareada.

—¿Necesitas algo?

Sonríe.

—No es nada, Arthur. 

—¿Ahora eres su puta enfermera?

Fulmino a Adrien con la mirada.

—No, sólo su secretario, y como tal me aseguro de que tenga todo lo que necesita.

—Déjanos solos.

—A la orden, señor.

«Si me pongo a darte collejas me quedo tonto…»

—Arthur—miro a Alison con la mano en el pomo de la puerta—, gracias.

Asiento.

—La próxima vez que vuelvas a entrar sin que te den permiso recibirás una amonestación, Preston, ¿lo tienes claro?—amenaza Adrien, sin mirarme.

Le pongo los ojos en blanco y vuelvo a guiñarle el ojo a ella.

—Como el agua, señor.

Cierro la puerta tras de mí.

—Te comportas como un idiota, Adrien.

—Vamos…, es divertido.

—Lo será para ti, a mí no me parece que tenga ni pizca de gracia. La próxima vez que vuelvas a hablarle así, tú y yo tendremos problemas, ¿lo entiendes? Respetarás a Preston, ¿me oyes?

—Aguafiestas.

Se me escapa la risa al escuchar la reprimenda que le está dando a su hermano y suspiro complacido al ver que tengo una aliada.

«Gracias, pequeña acosadora».

Frunzo el ceño al ver a una rubia menuda sentada a mi mesa. Una rubia que no conozco de nada, o eso creo. Me aproximo con cautela, no vaya a ser que sea otra integrante de mi club de no fans, y carraspeo con los huevos de corbata.

—Disculpa—digo.

Alza la mirada de la pantalla del ordenador y me mira.

—¿Puedo ayudarle en algo, señor?

«No parece que te conozca…»

Vuelvo a carraspear.

—Esta es mi mesa.

—No, no lo es—dice—, es la mía.

—Me parece que no.

—Aquí lo dice, ¿ve? —me interrumpe y señala la placa de metal que hay sobre su mesa—. Kimberly Stewart—deletrea como si yo fuera bobo y no supiera leer—. Esa soy yo. ¿Y usted es…?

Extiendo la mano.

—Preston. Arthur Preston. Acabo de incorporarme a la empresa y pensé que esta era mi mesa, lo siento.

Sus ojos se agrandan.

—¿Ha dicho Arthur Preston? ¿El del buen movimiento de caderas? ¿Ese Arthur Preston?

—¿Cómo dice?

Se ruboriza hasta las cejas.

—Oh Dios mío, no puedo creer que haya dicho eso en voz alta, discúlpeme.

—¿Te puedes explicar, por favor?

Suelta una risita de niña pequeña y me hace un gesto con el dedo para que me acerque.

—Algunas de las chicas hablan de usted y de su movimiento de cadera—susurra moviendo las cejas sugestivamente.

—Me estás tomando el pelo, ¿verdad?

—Me temo que no. Juro que su nombre sale a relucir en todas nuestras salidas de chicas.

Ahora el que se ruboriza hasta la raíz del pelo, soy yo.

De repente, recuerdo una conversación mantenida hace un par de meses:

—Cualquiera diría que te escondes de mí…

—¿Qué quieres, Alison?

—Reclamar mi baile.

—No sé bailar.

—Los rumores dicen que tienes un buen movimiento de caderas…

«Mierda, pensé que me estaba vacilando».

Sacudo la cabeza.

Puede parecer halagador que hablen de uno y de su movimiento de cadera, pero en mi caso no es así. No me gusta saber que estoy en boca de estas mujeres, me hace sentir muy incómodo e incluso violento. Yo no voy por ahí contando mis intimidades ni haciendo comparaciones. Lo considero de muy mal gusto y una falta de respeto hacia ellas, joder. Si en lugar de ellas fuera yo el que corriera la voz sobre sus movimientos de caderas, pelvis o lo que sea, me acusarían de a saber Dios qué.

«Esto es una puta pesadilla que va de mal a peor…»

Me aflojo un poco la corbata.

—¿Cuál es mi mesa, entonces? —indago.

—La única que está libre es la de ahí dentro—señala el despacho de Alison—, supongo que será esa. ¿La señorita James no le dijo nada al respecto?

Niego con la cabeza.

—¿Quiere que entre y le pregunte?

—No, no es necesario. Ahora está reunida con el señor Adrien, yo me ocuparé en cuanto quede libre, gracias.

«Lo dicho, vamos de mal a peor sin ninguna duda…»

—¿Y va a quedarse mucho tiempo con nosotras, Preston?

«No si puedo evitarlo».

—Puedes tutearme, Kimberly—suspiro—. El tiempo que estaré aquí es indeterminado así que…

—Bueno, si puedo ayudarte en algo, no dudes en decírmelo.

Sonríe.

—Gracias.

Mientras espero a que Adrien salga del despacho de Alison, sigo lamentando mi mala suerte, y la mala baba de Theodore James que, no sólo me envía aquí a trabajar con su hermana como castigo, sino que encima tengo que compartir espacio con ella. «Tócate los cojones». ¿Se puede ser más manipulador y entrometido? Tratándose de los James, no tengo ninguna duda de que sí.

«Miedo me da de lo que aún me pueda deparar el día…»

Me siento en una silla a esperar. Cuando me canso de estar sentado, deambulo por la estancia contemplando el ir y venir de gente. Entro en la cocina y me bebo un vaso de agua. Al final, después de cuarenta y cinco minutos de aburrida espera, la puerta del despacho de Alison se abre y Adrien sale tan campante con las manos metidas en los bolsillos.

—¿No tienes nada mejor que hacer que vigilar mi salida? —pregunta.

—Estaba pensando en pintarme las uñas, pero me he dejado el esmalte en el coche.

—Ponte a trabajar, para eso se te paga, las uñas déjalas para cuando estés en casa viendo algún culebrón.

«Mamón».

Espero a que salga del edificio para girarme y llamar a la puerta de su hermana, que no contesta. Vuelvo a golpear la puerta con los nudillos, varias veces. Nada. A no ser que haya salido por la ventana, está dentro, por eso me preocupa no obtener respuesta. Me debato entre esperar o entrar sin permiso. Antes no tenía buena cara y puede encontrarse mal, por eso no tardo en decidirme y abrir la puerta.

—¿Alison? —llamo al ver que no hay nadie dentro.

Unos ruidos, al fondo de la habitación, llaman mi atención. Me acerco sigiloso. Hay una puerta entreabierta en la que no me había fijado porque está panelada en la misma madera que la pared. Echo un vistazo por la rendija y la veo de rodillas en el suelo y con la cabeza prácticamente metida en el inodoro. El corazón me palpita con fuerza en el pecho y me asusto. Cuando me quiero dar cuenta, estoy junto a ella con una mano apoyada en su frente y la otra sujetándole el pelo.

—Tranquila —murmuro—, te pondrás bien.

Permanecemos así unos minutos y, cuando parece que ya no le queda nada más por echar, se sienta en el suelo y cierra los ojos con fuerza. Aprovecho ese instante para coger una toalla, humedecerla, y pasársela por la frente y el cuello.

—Seguro que has comido algo en el desayuno que te ha sentado mal—suspira—. Te puedo traer una manzanilla, dicen que es buena para asentar el estómago—vuelve a suspirar—. ¿Prefieres que llame al médico?

Abre los ojos y los centra en los míos. 

—Estoy embarazada, Arthur, vomitar es algo normal en mi estado.

Me echo hacia atrás, como si me hubiera dicho que tiene la peste, y ríe.

—Tranquilo, no es contagioso.

—Lo siento.

Vuelvo junto a ella y me acuclillo a su lado.

—No pasa nada.

La ayudo a ponerse en pie, parece tan débil…

El estómago se me contrae.

«Está así por tu culpa, capullo…»

—Te traeré esa manzanilla.

Asiente.

Regreso pocos minutos después con la bebida caliente, que dejo sobre su mesa, y espero a que salga del baño. Cuando lo hace, ha recuperado el color de sus mejillas, pero sigue pareciendo cansada.

—¿Te encuentras mejor?

—Sí, siento que hayas tenido que presenciar eso y…

—No lo sientas—la interrumpo—. ¿Te pasa muy a menudo?

—Cuando menos me lo espero. No acabo de acostumbrarme, vienen y van.

—¿Y será así todo el tiempo?

Se sienta a la mesa y vierte el azúcar en la manzanilla.

—El médico dijo que suele mejorar después del primer trimestre.

—¿Puedo hacer algo por…?

—Ya lo hemos hablado, Arthur, no estás obligado a nada, ¿de acuerdo?

—Sí, pero…

Mira el reloj.

—Nada de peros, es la hora del descanso, las chicas estarán reunidas en la cocina tomándose el café. Este es un buen momento para que te las presente.

«¡Yupi! No sé si reír o llorar».

—Necesito preguntarte algo.

—Tú dirás.

—¿Esa de ahí es mi mesa?

Señalo a mis espaldas y ella asiente.

—Sí, con todo el trajín de tu llegada y la visita de Adrien se me olvidó decírtelo. Por cierto, respecto a mi hermano, no le tengas en cuenta su forma de dirigirse a ti, quiere hacértelo pasar mal, cree que es divertido—coge la taza y se pone en pie—. Le pedí que dejara de hacerlo, o tendrá problemas conmigo.

—Gracias, pero no deberías de preocuparte por mí, sé cómo lidiar con tus hermanos. Y no quiero que tengas más problemas con ellos por mi culpa. Ya se cansarán.

—Eso mismo pienso yo…

Salgo del despacho tras ella y la sigo a la cocina. Hay siete mujeres reunidas alrededor de la mesa ovalada. «Mira, como en un aquelarre, pero en plan moderno», río para mis adentros por la ocurrencia y me coloco al lado de Alison, que no tarda en empezar a hablar, dándome la bienvenida a esta parte de la empresa. Excepto cuatro de ellas, que supongo que son con las que he mantenido relaciones sexuales, las demás me reciben de buen grado y entusiasmadas por tenerme allí. Sobre todo, Kimberly, con la que creo que puedo llegar a hacer buenas migas y no dudará en ponerme al corriente de todo lo que se cueza por aquí.

El resto del día pasa lento, pero sin sobresaltos.

En el trayecto de vuelta a casa, evalúo la situación y llego a una conclusión: tomármelo con filosofía a partir de hoy, así me ahorraré muchas comeduras de cabeza.

«Si no puedes con el enemigo, únete a él, dicen…»

 

 

 

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