Arthur

Arthur


CAPÍTULO 32

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CAPÍTULO 32

 

 

Respiro hondo varias veces y miro el teléfono, con intención de llamarla. Decido no hacerlo y plantarme ante su puerta sin más. Me bajo del coche, las piernas y las manos me tiemblan. El corazón me late a un ritmo desenfrenado e intento relajarme.

No puedo. Es imposible hacerlo sabiendo a lo que voy a enfrentarme. Sí, sé que si la carta ha llegado sólo pueden ser buenas noticias; aun así, después de todo lo acontecido hoy, siento angustia y miedo. Un miedo atroz que, por momentos, me deja paralizado y sin saber qué hacer ni cómo actuar.

Vuelvo a respirar hondo y presiono el botón de su piso en el portero automático.

Al momento escucho su voz temblorosa:

—¿Quién es?

—Soy yo—respondo—, Arthur.

El ruido metálico de la puerta al abrirse me sobresalta.

«Por el amor de Dios, tranquilízate…»

Subo las escaleras de dos en dos, hasta el último piso.

Mi respiración al llegar frente a su puerta está agitada.

Cierro los ojos y, de nuevo, vuelvo a coger aire por la boca y lo expulso por la nariz, como si estuviera haciendo ejercicios de respiración. Si ella me ve en este estado y percibe mi nerviosismo, será peor.

Antes de que me dé tiempo a llamar a la puerta, ésta se abre. Se me parte el alma al verla así, con la cara desencajada y los ojos enrojecidos de haber llorado.

Nos miramos, sin pronunciar palabra y, sin que me lo espere, se abalanza sobre mí y me abraza por la cintura, escondiendo su cara en mi pecho. Suspiro, la rodeo con los brazos y apoyo la barbilla en su cabeza, a la vez que con una mano acaricio su espalda, arriba y abajo, calmándola.

—Yo… Yo… —solloza sin control.

—Tranquila.

Con ella pegada a mí, entro en casa y cierro la puerta a mi espalda.

—¿La has abierto?

Niega con la cabeza.

—No he tenido el valor de hacerlo y, temiendo que tú no vinieras, creo que me dio un ataque de pánico o algo así. Me tiembla todo el cuerpo.

—Ya estoy aquí y lo haremos juntos, ¿vale?

—Gracias—alza la cabeza y me mira directamente a los ojos—. Te fuiste tan cabreado conmigo, que pensé que no volvería a verte.

—Pase lo que pase entre nosotros, el bebé sigue siendo mío y todo lo relacionado con él me interesa, Alison, no lo dudes nunca.

Asiente, sorbiendo por la nariz.

Acaricio su pelo e intento sonreír un poco.

—¿Mejor?

—Sí, ahora que estas aquí, sí.

—¿Dónde está?

Señala la cocina sin mirar.

—Sobre la encimera, al lado de una taza de té que no fui capaz de tomarme.

Enlazo mis dedos con los suyos y tiro de ella.

—Vamos, es hora de saber si nuestro bebé está completamente sano, que lo estará, ya lo verás.

Se tensa a mi lado.

—¿Y si no lo está?

—La doctora Matthews dijo…

—Sé lo que dijo, Arthur, pero el miedo me puede, ojalá pudiera estar tan tranquila como tú.

«¿Tranquilo? Los cojones. Si tú supieras…»

—Venga, no alarguemos más el momento y salgamos de dudas.

Entramos en la cocina en silencio y ambos nos quedamos contemplando el sobre que descansa sobre la encimera, conteniendo la respiración, sin atrevernos a tocarlo.

«Vamos Arthur, sé valiente y termina con esta agonía de una vez».

Finalmente, decidido, cojo el sobre y lo rasgo.

Alison se cubre la cara con las manos, soltando un gemido.

—No puedo hacerlo, ni siquiera me atrevo a mirar.

Desdoblo el papel y paso la vista por encima, buscando lo que ansiamos saber. Estoy tan nervioso, aunque Alison crea que no, que las letras bailan ante mis ojos sin que logre encontrarles significado.

No es hasta la tercera o cuarta vez que la leo, que lo veo claro: no hay alteración en los cromosomas y todo está dentro de la normalidad. No obstante, no entiendo qué significa no sé qué del par veintitrés, que da XY, y así se lo hago saber a ella, que pega un grito, casi dejándome sordo.

—¿Qué pasa? ¿Eso es malo? —pregunto al ver aparecer de nuevo más lágrimas.

Que no me conteste me pone cardíaco.

—Mierda, es malo, ¿verdad? ¿Verdad? —se me encoge el corazón—. Alison, joder, dime algo…

—Es un niño, Arthur, ¡es un niño! —grita emocionada, arrancándome el papel de las manos.

El alivio llega cuando la veo sonreír de oreja a oreja, feliz. Esa sonrisa ilumina su cara y su mirada, entonces sé que no hay nada de qué preocuparse.

—Nuestro bebé será un niño, Arthur, ¿te lo puedes creer? ¡Un niño!

—¿Cómo diablos lo sabes?

—Aquí lo dice claro. El par veintitrés ha dado XY, sexo masculino, si fuese XX, sería femenino, lo demás todo está bien. Es un niño sano, Arthur, ¡sano! ¡Sano! ¡Sano!

Me planta un beso en la boca, supongo que, por la emoción del momento, y luego abraza la carta, como si fuera su tesoro más preciado, para, a continuación, lanzarse a mis brazos y volver a besarme.

Sonrío al verla tan feliz, tan emocionada, tan cercana…

Está claro que la buena noticia la hace ser espontánea y por eso no deja de darme besos y abrazarme con fuerza. Evidentemente dejo que lo haga. No me molesta para nada esta reacción suya, al contrario, la disfruto porque sé que en cuanto la euforia desaparezca, también lo harán sus atenciones hacia mí.

«Dios, te quiero… Te quiero… Te quiero…»

—Ahora ya podemos escoger el nombre para él—dice separándose un poco y mirándome a los ojos—. ¿Habías pensado en ello? ¿Tienes alguna preferencia?

Ni uno ni otro.

Nunca me atreví a pensar en algo que parecía a punto de malograrse y, bueno, ¿qué preferencias iba a tener? Me daba igual, la verdad. Lo importante era que estuviera sano y naciera bien, algo que sólo hace unos minutos que acabamos de confirmar, por eso jamás me paré en esos detalles.

—La verdad es que no—respondo—, ninguna de las dos cosas.

Sonríe.

—Yo sí, incluso me imagino cómo será físicamente.

—Si se parece a ti, seguro que precioso—susurro.

—En mi mente es una mezcla de ambos, de ti y de mí.

Pelo oscuro, como el mío, y ojos azules, como los tuyos. Su sonrisa será igual a esa que dejas ver tantas veces, limpia, franca… Y será tan cabezota como sus tíos.

—Y como su madre.

Se cruza de brazos, risueña.

—Yo no soy cabezota.

—Nooo qué va, que cosas tengo, no eras nada cabezota. Cero.

Ríe.

—Victoria, ese es el nombre que me hubiera gustado ponerle si fuera niña.

—Como tu madre.

—Así es. Y como mi abuela materna, ella también se llamaba así. Creo que la mayoría de las mujeres en el árbol genealógico de mi madre, llevaron ese nombre. Victoria, un nombre con solera en nuestra familia.

—¿Y ahora que sabes que es niño? Seguro que también habías pensado en un nombre para él.

Asiente.

«Por favor, no me digas que se llamará Colin porque por ahí sí que no paso».

—Me gustaría que fueras tú el que eligiera el nombre de nuestro hijo, Arthur.

Sonrío emocionado.

—Gracias. ¿En cuál habías pensado tú? —la curiosidad me pica demasiado.

Se muerde el labio inferior y juro que me echo a temblar pensando en su respuesta.

—Arthur Finn Preston James.

—¿Qué?

—¿No te gusta? 

¿Gustarme? Joder, me encanta. Llevaría mi nombre y el de mi padre.

Estoy a punto de echarme a llorar.

—Alison es…, quiero decir…, yo… —balbuceo—. Es perfecto, me encanta.

—Lo imaginaba.

Nuestras miradas se enredan.

Me la comería a besos si pudiera.

Y si me dejara, la amaría el resto de mi vida.

Carraspeo.

—Tengo que irme.

—Ven.

Tira de mi mano, ignorando mis últimas palabras.

Me lleva tras ella por el pasillo y se para frente a la puerta de la habitación en la que me quedé los días que estuvo de reposo.

La abre y me empuja, obligándome a entrar con ella. 

—Esta será la habitación de Arthur—habla acelerada, evitando el contacto visual conmigo—. La pintaremos en tonos de azul, y puede que una franja amarilla a esta altura de la pared. También podemos poner una cenefa de dibujos infantiles. Y he pensado en algún cuadro de muñequitos, no sé, la verdad es que tengo muchas ideas.

«¿Pintaremos…? ¿Podemos…?»

—Alison…

—He visto unos muebles preciosos, de color blanco, en un catálogo. Iremos a verlos a la tienda, puede que encontremos otros que nos gusten más. La cuna iría perfecta aquí y en este otro lado el armario; en esta otra pared puede ir el cambiador, una lámpara azul sobre la cómoda, una alfombra mullida y un carrusel de esos con música, para que duerma tranquilo.

«¿Iremos…?

—Alison—intento hablar de nuevo.

—Haremos una lista con todas las cosas que necesitamos, que son muchas. Ni te lo imaginas. No me atreví a hacerlo antes por miedo a que los resultados de la amniocentesis fueran negativos, pero ahora que sabemos que todo está bien, no tenemos tiempo que perder—sonríe—. ¿Qué opinas?

Se retuerce los dedos con nerviosismo, esperando una respuesta.

—Opino que debes tomártelo con calma y…

—Pero sólo quedan cuatro meses para que nazca el bebé y no tenemos nada de nada, Arthur. Me han hablado de una tienda infantil aquí en Dover, si quieres, mañana después del almuerzo podemos pasarnos y echar un vistazo.

—Tienes tiempo de sobra para prepararlo todo, Alison.

Pintarás y decorarás la habitación a tu gusto, plasmando todas esas imágenes que tienes en la cabeza, seguro. Y lo harás muy bien, no tengo ninguna duda de ello. Incluso apuesto a que tus hermanos estarán encantados de ayudarte.

Capta el significado de mis palabras al minuto y, por primera vez desde que entramos en la habitación, busca mis ojos.

—Arthur… —su voz tiembla al pronunciar mi nombre.

—No voy a volver a la empresa, Alison, he tomado una decisión y no voy a cambiarla. Y tampoco voy a hacer ninguna de esas cosas contigo. Tú tendrás tu vida, yo la mía, y nuestro hijo estará con ambos. Nunca le faltará nada porque nos tendrá a los dos a su lado, pero así serán las cosas de ahora en adelante.

—No quiero perderte—musita.

—Pues no lo hagas, no me pierdas.

—¿Qué tengo que hacer para…?

— Ámame. Quiéreme. Deséame. Y seré tuyo para siempre.

—Arthur, yo…, yo…

—Ya te lo dije, Alison, lo quiero todo o nada, no me conformaré con menos. Ahora tengo que marchame, he de volver a Londres y se está haciendo tarde.

Salgo de la habitación con ella pisándome los talones.

—Por favor, no te vayas—suplica—. Quédate y hagamos planes para nuestro hijo, celebremos juntos la buena noticia.

—No, no es buena idea. Prefiero irme a casa y celebrarlo con mi padre. Al fin y al cabo, es la única persona que se mantiene a mi lado pase lo que pase.

—Arthur…

Antes de salir de su casa, la abrazo y le doy un beso tierno en los labios.

—Ya sabes dónde encontrarme—susurro como despedida. 

No me gustar hacer esto, marcharme dejándola así, sabiendo que me necesita; pero tampoco puedo quedarme y permitir que siga haciéndome daño con su rechazo.

Quiero a esta mujer como un loco.

Y quiero que ella sienta la mismo por mí.

Todo o nada.

Ella ha elegido nada. 

 

 

 

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