Arthur

Arthur


CAPÍTULO 33

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CAPÍTULO 33

 

 

 

Cuando llego a casa es demasiado tarde y mi padre ya está acostado, lo que significa que me quedo con las ganas de darle las buenas y las malas noticias. Las buenas, que su nieto está en perfectas condiciones y llevará su nombre.

Las malas, que he renunciado a mi puesto de trabajo en la empresa de los James y que las cosas cambiarán mucho a partir de ahora. Como he renunciado voluntariamente, no me corresponde indemnización, por lo tanto, buscar un nuevo empleo es el siguiente paso.

No puedo quedarme de brazos cruzados viéndolas venir, demasiadas cosas que pagar; principalmente, la clínica de rehabilitación y el alquiler de nuestro pequeño apartamento.

«Mañana. Mañana te pondrás con todas esas cosas…»

Entro en la cocina y, como siempre que llego tarde a casa, mi cena está sobre la mesa, tapada con papel de aluminio. Como no tengo hambre, la meto en el frigorífico y me hago un té, que me tomo en el salón, sentado en el sofá a oscuras y con el sonido de la lluvia de fondo.

Mi mente es un hervidero de pensamientos e imágenes, que no me dan tregua. Y mi corazón permanece encogido, con sentimientos encontrados. Por un lado, me siento inmensamente feliz porque mi hijo está bien; por el otro, ¿qué puedo decir? He prendido la mecha de mi último cartucho y me ha estallado en la cara, dejándome hecho polvo.

También me siento avergonzado por haber pensado en que la solución era pillarme un pedo descomunal que me hiciera olvidarlo todo. ¿Cómo puede habérseme pasado por la cabeza emborracharme, después de lo que viví con mi padre? Soy un gilipollas de manual, débil y patético.

Menos mal que mis cabales regresaron a tiempo y no me dejé llevar, de lo contrario ahora estaría pagando las consecuencias de mi insensatez.

Cierro los ojos y apoyo la cabeza en el respaldo del sofá, mentalmente agotado. ¿Por qué tiene que ser todo tan complicado? ¿Qué ganamos con ello, aparte de sufrimiento? ¿Merece la pena pasar por eso? Ojalá fuera uno de esos tipos de los que hablan, que no tiene sentimientos y todo se la trae al pairo.  Ojalá me la sudara y no me preocupara por lo que pasará de aquí en adelante.

Joder, pero me preocupa. Me preocupa no saber qué va a ser de mi vida. Me preocupa no ser capaz de enfrentarme a una situación sin empleo y dejar a mi padre sin sus días en la clínica.

Me preocupa tener que poner en manos de abogados el tema de mi paternidad. Legalizar ese hecho es fundamental, no quiero malos rollos ni malentendidos. Pero, sobre todo, me preocupa no poder olvidarme de ella y pasar página, sabiendo que rehará su vida y yo sólo estaré en ella de paso, porque tendremos un hijo en común.

«Y todo esto sin querer enamorarte… Anda que si llegas a querer…»

—Hijo, ¿qué haces aquí a oscuras?

Abro los ojos sobresaltado y me yergo en el sofá.

—No me digas que te habías quedado dormido.

Niego con la cabeza y me froto la cara con las manos.

—Ojalá fuera eso.

Me dejo caer de nuevo sobre el respaldo y miro al techo.

Mi padre enciende una de las luces y me tapo con el antebrazo.

—¿Qué pasa? ¿No te encuentras bien?

Suspiro, apesadumbrado.

—Mi vida es un caos, papá. Un puto caos.

—Prepararé más té.

Diez minutos más tarde, ambos estamos frente a una humeante taza de té, en silencio.

—¿Y bien? —inquiere preocupado—. Cuéntame qué es lo que te tiene tan abatido, hijo.

—Han llegado los resultados de la amniocentesis y…

—No eran los resultados que esperabais.

—No, no es eso, gracias a Dios el bebé está bien. Es un niño—sonrío—, y se llamará como tú.

—Pero eso son buenas noticias, hijo, me alegro muchísimo. Y que se llame como yo es todo un orgullo para mí.

Noto la emoción en su voz y aprieto una de sus manos.

—También lo es para mí, papá.

—¿Entonces por qué estás así, Arthur?

Me muerdo los labios, temiendo contarle el resto. Lo último que quiero es preocuparlo, pero, joder, necesito hablar con alguien y sacar fuera todo esto que me ahoga y no me deja seguir adelante. Necesito que mi padre me comprenda, me diga que no pasa nada, que todo se solucionará y me abrace como sólo él sabe hacerlo.

—He renunciado voluntariamente a mi puesto de trabajo en la empresa de los James, papá.

—Pero hijo…

—Tenía que hacerlo, todo se estaba complicando con Alison y no podía seguir así.

Asiente.

—Entiendo, no obstante, tú no eres de los que se rinden con facilidad, Arthur, no lo hiciste conmigo y…

—Sé que te he decepcionado—lo interrumpo—, pero su indiferencia respecto a mis sentimientos duele demasiado y no puedo soportarlo.

Nunca quise esto, no lo busqué y, aun así, ¡zas! De golpe y porrazo estoy enamorado de una mujer testaruda y orgullosa que no está dispuesta a dar su brazo a torcer—suspiro, resignado—.

Me aconsejaste tener paciencia y lo he intentado, papá, juro que lo he hecho, pero discutir con ella por lo más nimio me destroza y no puedo más, ¿comprendes?

—Por supuesto que sí, hijo, lo comprendo perfectamente. No olvides que estás hablando con una persona que tiene mucha experiencia en eso de sufrir por amor.

—Puede que ese sea nuestro sino en la vida.

—No digas tonterías, hombre, qué sino ni qué sino. Lo que yo creo es que a veces es necesario pasar por ciertas cosas para saber lo que uno quiere—apoya una mano en mi hombro y busca mis ojos—.

Hijo, las experiencias son el aprendizaje de la vida. Con las mías he aprendido a valorar el día a día y a no desperdiciar ni un solo segundo de ésta.

Las tuyas te están enseñando que no eres tú el que elige, sino el destino, que es muy caprichoso. El punto final se pone cuando uno se muere, hasta entonces, todo es posible.

—Papá…

—Tranquilo, hijo, de cosas peores hemos salido, todo se solucionará, ya lo verás.

Sus palabras, y su anhelado abrazo, me dan la paz interior que necesito, al menos de momento.

Me duermo casi al amanecer, con la esperanza de que pronto dejaré de sentirme así; de que pronto, tal vez, tenga una nueva vida, diferente a la anterior. Otros amigos, otro trabajo, otras motivaciones y otros sueños. Y quién sabe, puede que hasta una nueva ilusión.

«Y una mierda, céntrate en ese bebé que nacerá en cuatro meses y déjate de gilipolleces».

Me muevo remolón al escuchar un par de golpes en la puerta. No quiero abrir los ojos y despertarme. No quiero enfrentarme a lo que sea que vaya a pasar hoy. Quiero dormir todo el puñetero día, dejar que pase el tiempo y que mi vida vuelva a su cauce.

«Como si eso fuera posible…»

Me cubro la cabeza con la almohada, haciendo oídos sordos a esos golpes.

Gruño al notar la mano de mi padre sobre mi hombro, zarandeándome. Me gustaría decirle que se largara y me dejara en paz, que me apetece estar solo. No puedo hacerlo. Él no es el culpable de que todo se haya ido al garete, no es merecedor de mi temprana mala hostia.

—Arthur, hijo—murmura cerca de mi oído—, tienes visita.

«¿Que tengo qué?»

Saco la cabeza un poco y me giro para mirarlo, extrañado.

—¿Visita?

—Sí.

—¿En serio?

—Ajá.

Me incorporo, ya despierto del todo.

—¿Pero qué hora es?

—Las nueve y media.

—¿Y alguien ha venido a verme a esta hora?

—Eso parece.

El corazón se me revoluciona pensando que pueda ser ella.

—¿Es Alison?

Niega con la cabeza.

«Tu gozo en un pozo, campeón».

—¿Entonces quién es?

Mi padre resopla.

—Levántate y compruébalo por ti mismo.

—Papá…

—Arthur, por el amor de Dios, te están esperando en el salón.

«¿Están? ¿Hay más de una persona?»

Intrigado, echo las mantas hacia atrás y salgo de la cama. Me pongo un pantalón de deporte y salgo detrás de mi padre. En lugar de seguirlo al salón, entro en el baño. Me enjuago la boca y me lavo la cara. No tengo ni la más remota idea de quiénes pueden ser las personas que tienen tanto interés en verme y que han madrugado para venir hasta mi casa.

«Venga, sal de dudas de una vez…»

Me quedo estupefacto en cuanto cruzo la puerta del salón.

«¿Pero qué cojones…?»

Me cabreo al instante.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —siseo.

Ambos desvían la vista de mi padre y la dirigen a mi persona.

—Buenos días a ti también, Preston.

—Vaya…, parece que alguien se ha levantado con el pie izquierdo.

—Prepararé café.

Freno a mi padre con una mano.

—No te molestes, papá, Theodore y Adrien no van a quedarse.

—No seas grosero, hijo.

Me cruzo de brazos, tenso.

—No son una visita deseada.

Sé que no estoy comportándome como debiera, pero me saca de mis casillas verlos aquí, tan campantes y tranquilos, cuando ellos han contribuido a todo esto.

—Claro que tomaremos ese café, Finn, gracias eres muy amable, no como tu hijo que…

—Adrien… —advierto.

Levanta las manos y asiente.

—Está bien, lo siento, ya cierro el pico.

Theodore no me quita el ojo de encima, parece preocupado.

—¿A qué habéis venido? —indago al fin.

—Hemos venido porque, al parecer, te has vuelto loco y has renunciado a tu puesto en la empresa, y como no respondes a mis llamadas, ni a las de Adrien, he tenido que coger un vuelo y presentarme aquí, buscando una explicación.

—Pues pierdes el tiempo.

—¿Por qué lo has hecho, Preston?

—Porque me dio la gana.

Adrien se acerca a la ventana y Theo da un par de pasos hacia mí.

—Nos conocemos desde hace años y ambos sabemos que no haces las cosas a la ligera, así que cuéntame qué ha pasado.

—No ha pasado nada.

—Arthur, somos amigos, hablemos y solucionémoslo.

—Te equivocas, nosotros ya no somos amigos, Theodore.

—Claro que lo somos.

—No, rompiste nuestra amistad cuando decidiste enviarme aquí como castigo, importándote una mierda cómo me sentía. Cuando me hiciste firmar un puto contrato con una cláusula absurda y me diste un ultimátum: o aceptaba tus condiciones o renunciaba. Bien, pues he renunciado, ¿contento?

—En absoluto.

—Pues no entiendo por qué, al fin y al cabo, era lo que querías, ¿no? —suelto una carcajada sardónica—. Pues felicidades, te has salido con la tuya, tú ganas.

—Si mi hermano se hubiese salido con la suya, a estas alturas estarías enamorado de Alison y pensando en formar una familia con ella, y no aquí, sin trabajo y hecho una piltrafa.

Miro a Adrien, ofendido.

—¿De qué estás hablando?

—Vamos, hombre, si lo sospechaste desde el principio. Le dijiste que, si pensaba que enviándote aquí te ibas a enamorar de mi hermana y cambiar de opinión respecto al bebé, iba de culo. ¿Acaso no lo recuerdas?

Creo que me voy a cagar en la madre de alguien, y la señora Victoria me cae muy bien.

—Si eso fuera así, ¿por qué hacernos firmar ese maldito contrato? ¿Para tocar los cojones?

Adrien se encoge de hombros.

—Que te responda él, la idea fue suya.

Theodore carraspea.

—Lo de firmar el contrato fue una estrategia.

Achino los ojos, desconfiado.

—Explícate.

—Verás—vuelve a aclararse la voz—, es muy sencillo de entender. Cuando le prohíbes a alguien que haga algo, por norma general, la tentación de hacer todo lo contrario es inmensa. Si te hubiera dicho simplemente que vinieras aquí y pasaras tiempo con mi hermana, me hubieras enviado a la mierda sin dudarlo, por eso recurrí a la cláusula. Te conozco y sabía que aceptarías y firmarías con los ojos cerrados. Como así sucedió.

¡No me lo puedo creer!

Me cago en su madre y en…

«Lo siento, Victoria, estoy furioso».

Demasiado furioso, de hecho.

Tanto que temo partirle los dientes al que fue mi mejor amigo si no me controlo.

«¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!»

 

 

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