Ariana

Ariana


TREINTA Y CINCO

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La novillada resultó divertida. Tan distinta a la demostración del día anterior que Ariana pudo relejarse durante el espectáculo. Después de los novillos soltaron una vaquilla de enormes ojos y apenas un atisbo de cuernos en su testuz. Tres de los invitados se atrevieron a saltar al ruedo para divertimento del resto. A Ariana le pareció un animal encantador… hasta que hizo rodar por la arena a Enrique Rivera, aumentando el jolgorio general.

Buscó a Rafael y le vio reír, al otro lado de la plaza, mientras su hermano pequeño se sacudía la ropa. Por fortuna, sólo su orgullo había salido herido y aceptó la mano de Rafael para saltar a las gradas. Luego le llegó el turno a Miguel; era más bajo que Enrique, pero más robusto. Consiguió dar varios capotazos a la vaquilla y Ariana se encontró jaleando al muchacho, como el resto de los asistentes.

- Voy a saltar.

El corazón le volteó al escuchar la voz de su Julien, pero cuando se volvió a mirarle sonreía como un lerdo. - ¿Te has vuelto loco? -susurró ella-.

- Parece divertido. - ¿No has visto lo que hizo con Enrique? Y él está acostumbrado a esto, Julien.

- De todos modos, voy a saltar.

Y dicho y hecho. Aunque la vestimenta no era la más apropiada para la faena, los invitados de Torah vociferaron al ver al inglés en la arena. Julien saludó a la concurrencia y guiñó un ojo a Ariana, que se removió, preocupada por su seguridad. Desde el otro lado, Miguel le animó. Julien se quitó la chaqueta y la lanzó a un lado para que no le dificultara la faena. Catalogó a la vaquilla, que le observaba muy quieta. Weiss se envalentonó cuando, entre risas, le llamaron torero, pero cuando en animal agachó la cabeza y se arrancó se quedó pálido, pensando que tal vez no era tan buena idea hacerse el valiente. En bicho parecía más grande visto desde abajo. Corrió a guarecerse en el burladero. - ¡Hey, amigo!

Julien alzó la cabeza. Por encima de él, Rafael le tendía un capote. Lo tomó y se lo agradeció con un gesto, volviendo a centrar su atención en la vaquilla.

Se armó de valor y salió de la protección. El animal dio una corta carrera, se paró, lo miró desde el otro lado y embistió repentinamente. Julien, presa de un repentino pánico, no fue capaz de hacer otra cosa que poner el capote a un lado, tal y como viese hacer a Miguel. Afortunadamente la vaquilla pasó a su lado y se escuchó un estridente olé.

Rafael se acercó a Ariana, que permanecía con los ojos desorbitados, sin perder de vista la necedad de Julien. Repatingado en el grada dijo:

- Pensé que era más mojigato.

Ella le prestó atención un segundo.

- Celebro que reconozcas que estabas confundido.

- Puede que tenga suerte y salga ileso -dejó caer él, con una sonrisa demoníaca-.

Ariana no respondió; estaba muy ocupada en gritar cuando la vaquilla arremetió de nuevo contra Julien y este, torpemente, dejó el capote justo delante de su cuerpo. La embestida no fue demasiado fuerte, pero sí lo suficiente como para que Weiss saliera despedido por el aire y aterrizara, con el rostro demudado, tres metros más allá. El animal comenzó a cebarse con él y Rafael saltó a la arena, tomó el capote olvidado por Julien y citó al bicho. De inmediato, la vaquilla se olvidó del inglés y acudió al rojo de la tela. Rivera jugó con ella mientras sus hermanos retiraban al asustado Julien, gastándole bromas y felicitándolo.

Ariana estuvo a su lado de inmediato. - ¿Te encuentras bien?

- Tengo el estómago destrozado -bromeó el joven-. - ¡Eres un loco!

- Ha sido divertido a pesar del revolcón.

- Debe descansar un poco -don Jacinto le palmeó en el hombro-. Puede que regrese a Madrid con un par de buenos cardenales en el trasero.

El comentario levantó la carcajada general, incluso la de Julien, pero no le hizo gracia a Ariana, preocupada por si tenía alguna herida.

Mientras regresaban a la casa, Rafael se le acercó y caminó a su lado, las manos metidas en los bolsillos del pantalón.

- Parece que no te quedarás viuda -bromeó-.

Ella frenó en seco y agrió el gesto.

- Eres una bestia.

Rafael se echó a reír. - ¿No vas a darme las gracias por arriesgar el pellejo para salvar a tu encantador esposo? -continuó la chanza-. - ¡Desde luego! Muchas gracias por dejar a Julien como un estúpido delante de todos.

Hizo ademán de seguir caminando, pero la mano de Rafael la detuvo. Ya no parecía divertido.

- No he tratado de hacer tal cosa, mujer. - ¿De veras? ¿Por eso saltaste a la arena? -le increpó, las manos en la cintura- ¡Para que lo sepas, todopoderoso señor Rivera, Julien podría haberse levantado solo y seguir toreando a ese condenado bicho!

Rafael se envaró al escuchar la ardiente defensa. ¡Sin embargo había consentido que la noche anterior la hiciera el amor en su propia cama! ¿Como diablos podría entender a aquella bruja?

- No dudo que podía haberlo hecho, chiquita -repuso con calma-, pero también es cierto que esa vaquilla pudo romperle el cuello. Sólo traté de echar una mano, se te veía preocupada por la suerte de ese petimetre.

- No te atrevas a insultarlo, Rafael -le avisó-. No lo merece y tú no eres omnipotente. - ¿Verdad? -los dientes de Rivera asomaron como los de una fiera- Soy sólo el hombre que quieres en tu cama.

Ariana le miró con disgusto. Se dio cuenta de que era una tonta pensando que Rafael podía cambiar alguna vez. El amor le importaba un bledo y sólo se alimentaba de su auto-suficiencia, de su orgullo español y de su vanidad. Claro que era lógico que pensara de aquel modo. ¿No permitió que la tomara de nuevo, cuando todos daban por sentado que estaba casada con Julien? Suspiró, agotada de batallar.

- Lo que pasó anoche fue un error. Pero siempre se aprende de los errores y no volverá a suceder.

- Esta misma noche, Ariana.

Lo dijo con tanta seguridad que ella tembló de pies a cabeza. Abrió la boca para responderle, pero no supo qué decir y para cuando quiso reaccionar, Rafael ya se alejaba.

Julien pasó el resto del día dolorido pero de un humor excelente. Había probado que los ingleses podían ser tan arrogantes y atrevidos como los españoles y los demás le animaron con sus chanzas y felicitaciones. Enrique le aseguró que su osadía sería tema de conversación durante días y Julien rió, un poco azorado. No había hecho más que saltar al ruedo, dar un capotazo sin experiencia y dejar que la vaquilla le arrollara, dejándole molido el trasero. Pero era agradable sentirse el centro de atención por unos instantes.

Entre risas y comentarios divertidos bebió más de la cuenta y para cuando llegó el momento de acostarse, Domingo Ortiz hubo de ayudarle a subir a la habitación.

Ariana agradeció a Ortiz su ayuda y se quedó en el cuarto de Weiss lo suficiente como para desnudarlo y meterlo en la cama. Lo trató como lo que era, una criatura. Una vez lo hubo arropado, se inclinó, le besó en la frente y apagó la lamparilla. Cerró con cuidado y se dirigió a su propia habitación. Tenía que preparar el equipaje ya que partirían a Madrid al día siguiente y era un desastre para aquellos menesteres; sintió la falta de Nelly.

Ligeramente cansada por el ajetreado día -después de la novillada don Jacinto insistió en mostrarles la hacienda a caballo y excepto a Julien y quienes ya conocían Torah, cabalgaron durante parte de la tarde. Dejó escapar un bostezo y abrió la puerta. La oscuridad de su cuarto la arropó, cerró a sus espaldas y…

Una mano le tapó la boca y un brazo de acero la pegó a un cuerpo duro.

Su perplejidad duró segundos. Luego, se debatió entre los músculos que la aprisionaban. La mano que la impedía gritar no se movió y ella luchó con más encono. Taconeó hacia atrás, esperando alcanzar la espinilla del sujeto, sin conseguirlo.

Rafael la volteó y ella quedó pegada a la puerta, sus pechos oprimidos contra la madera. Aunque la mano seguía tapando su boca, impidiendo que gritara, la otra mano comenzó a levantarle la falda.

Notó la excitación de Rafael contra sus nalgas, ya descubiertas. Le mordió con todas sus ganas y se felicitó al escuchar su gruñido de protesta. - ¡Arpía!

Ariana, repentinamente liberada, se volvió, elevó la rodilla y le golpeó con todas sus fuerzas en la entrepierna.

Rafael gimió lastimosamente y se encogió. Cuando pudo recuperar el aliento y la localizó, al otro lado del cuarto, ella había conseguido encender una lamparilla y estaba armada con una estatua de alabastro.

- Dios… -gimió de nuevo-.

- Debería haberte dado más fuerte -le dijo Ariana-.

Rafael trató de incorporarse, pero no pudo. Se quedó en el suelo, de rodillas, con las manos entre las piernas, la frente apoyada en el suelo. Al verlo así, Ariana estuvo a punto de echarse a reír. Bufó como un gato escaldado, dejó la estatua y puso orden a sus ropas.

Rafael y ella debían aclarar algunas cosas. No estaba dispuesta a que él se tomara libertades de nuevo.

Al cabo de un momento, Rafael alzó el rostro y sus ojos despidieron chispas de indignación. - ¡Eres una…!

- No lo digas, o todo Torah va a estar dentro de un segundo en este cuarto -cortó ella-.

- Mi padre me mandaría azotar -dijo Rafael mientras se incorporaba y buscaba la comodidad de un sillón, en el que se dejó caer, aún pálido-.

- Puede que se lo cuente sólo para ver como te despellejan la espalda.

La miró con desdén un momento. Y de pronto, se echó a reír. - ¿Donde aprendiste a defenderte de ese modo, chiquita? ¿Por qué infiernos no podía comportarse como cualquier hombre?, se preguntó Ariana, sin poder reprimir una sonrisa. ¿Tenía que ser siempre tan irresistible? ¿Tenía que seguir llamándola por aquel diminutivo que la hacía temblar y recordar? En el fondo, le encantaba que la llamara de ese modo.

- Mi abuelo me enseñó -le dijo-. - ¡El bueno de Henry! ¿Te enseñó más cosas, reina? Necesito saberlo antes de acercarme a tí de nuevo. - ¡Ni se te ocurra! -respingó ella, retrocediendo-.

La observó intensamente, con voracidad, con anhelo. Una lenta sonrisa afloró de nuevo a su cara.

- En cuanto recupere el resuello, muñeca.

Ariana retrocedió otro paso. El muy maldito no bromeaba, estaba simplemente advirtiéndole. Se asustó. Se asustó porque su cuerpo empezaba a traicionarla otra vez, sintiéndose atraída por Rafael. Sobre todo, sintió pánico al fantasear con tenerle de nuevo desnudo entre sus piernas.

Dio una corta carrera hacia la puerta.

Él la alcanzó antes de que pudiera abrirla. Volvió a quedar como al principio, prisionera entre la madera y el cuerpo masculino. Pero esta vez no peleó.

El suave beso en base del cuello la obligó a boquear. Y Rafael, notándola temblar supo que había ganado de nuevo la partida… ¿O la había perdido? Porque, ¿no era más cierto que estaba perdiendo aquel endiablado juego desde antes de iniciarse? ¿No era verdad que su obsesión por ella le prohibía pensar? Sólo deseaba tenerla una y otra vez entre sus brazos? ¿Quien ganaba, entonces? Y ¿quien perdía?

Le dio la vuelta y la besó con avidez, haciéndola pagar sus dudas. Ariana le respondió igual de voraz. La tomó en brazos y, sin dejar de besarla, caminó hacia el lecho. ¡Al demonio con todo! ¡Al demonio si no era más que un muñeco de trapo atrapado en sus garras! Por la mañana pensaría qué hacer respecto a ella, pero en ese momento…

Ariana pedía en silencio sus caricias, se le entregaba entera y él… Ni una estatua de piedra puede resistir la llamada de la pasión.

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