Ariana

Ariana


CUARENTA

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Ariana despertó lentamente. Lo primero que vio fue unas botas sucias y las perneras de un pantalón oscuro bajo el ruedo de una capa desgastada. El olor agrio inundó sus fosas nasales y notó el cuerpo dolorido, hecha un ovillo como iba en el suelo. Tardó un poco en regresar del todo al mundo de los vivos y recordar el asalto.

Decidió permanecer quieta, con los ojos cerrados, controlando la respiración y los alocados latidos de su corazón, como si aún estuviera inconsciente, mientras captaba cada detalle.

La llevaban en un carruaje cerrado y eran dos hombres.

Uno de ellos habló, nervioso, obteniendo respuesta inmediata. Españoles. El vaivén del coche, lanzándola una y otra vez contra unas robustas piernas, le dejó más dolorida aún. Parecían tener prisa. Para ir ¿dónde? ¿Por qué la habían secuestrado? ¿Querían un rescate? ¿Sería una de las peregrinas ideas de Rafael? Si era cosa de él lo mataría en cuanto le echara la vista encima.

- Llegaremos pronto -escuchó decir a uno-.

- Espero que los otros hayan cumplido su cometido -repuso el otro, con voz cascada-. Estoy loco por acabar con esto y largarme de aquí. Este trabajo no me gusta nada.

- A mí tampoco, pero ella merece la pena.

Se le escapó una risa lasciva.

Ariana se mordió los labios para no gritar cuando una mano grande atrapó uno de sus pechos y lo sobó.

- No digo que no, Rosendo. No digo que no.

Hubo más risas, pero la dejaron tranquila y ella continuó sin moverse, aunque había comenzado a sudar y las ballenas del corsé se le estaban clavando en las costillas. El miedo se alojaba en su pecho, pero al menos sabía ahora que su secuestro no era cosa de su esposo.

Necesitaba saber los planes de aquellos dos desgraciados. Debía mantener la cabeza fría para poder aprovechar la menor oportunidad y escapar antes de que llegasen a su destino, fuera cual fuese.

Habían hablado de otros hombres, de una misión. Se preguntó qué misión sería y qué demonios tenía que ver ella en todo aquello. Lo que le quedó claro también es que no se trataba de un robo. Hubiera sido muy fácil dejar fuera de combate de Peter, entrar en su cuarto y llevarse todo lo que de valor había en sus maletas. Decididamente, pensó con celeridad, debía tratarse de pedir un rescate por ella. - ¿Crees que habrán sacado algo de ese jodido Rafael Rivera?

El nombre la obligó a soltar una apagada exclamación.

De inmediato, la agarraron por el cabello y la obligaron a erguirse. Aunque quiso oponer resistencia acabó sentada al lado de uno de sus secuestradores, aprisionada entre sus brazos y el asiento.

- De modo que la dama está despierta.

- Y es más bonita de lo que nos dijeron -aseguró el otro acercando la lamparilla del carruaje-. Muy bonita. Toda una dama.

Ariana se revolvió y el sujeto, divertido por su coraje, la dejó libre. Se colocó el enmarañado cabello y trató de simular un valor que no tenía. - ¿Qué quieren? -preguntó, altanera- ¿Dinero?

- Regalaría mi parte por pasar la noche contigo, dulzura -rió el tipo, tratando de atraparla otra vez. Ariana se escurrió hacia el lado opuesto y él se rió con ganas-.

- Puedo pagarles muy bien si me liberan -les dijo, procurando que no le temblara la voz-.

- Ya van a pagarnos, gatita. Y mucho.

- Yo les daré más si me dejan bajar del coche.

Obtuvo un movimiento negativo de cabeza y el que tenía más cerca se retrepó en el asiento, al parecer sin ánimo de tocarla por el momento. Pero el otro se inclinó hacia ella, la tomó de la cintura y quiso ponerla sobre sus piernas. Ariana alzó las manos y atacó. El sujeto gritó cuando sus uñas dibujaron surcos sanguinolentos en su sucia cara. Como respuesta a su osadía recibió una bofetada que la lanzó contra un lateral, dejándola aturdida. Paladeó el sabor de su propia sangre, pero no se quejó.

- Déjala ya, hombre -protestó el otro-. Se amansará cuando Rivera nos diga lo que queremos saber y todos la hayamos disfrutado. Ahora te arriesgas a que te saque un ojo -rió su propio chiste y su camarada le miró con cara de pocos amigos, pero le hizo caso, pasándose la mano por los arañazos y retirándola ensangrentada. No merecía la pena quedar más desfigurado por aquella pantera inglesa cuando, ciertamente, estaría mucho más dócil poco después. Ya le enseñaría a aquella puta.

Ariana aguantó las ganas de llorar, notando el escozor en la mejilla lastimada. Les miró con furia y aunque hubiera sido mejor guardar silencio, no pudo remediar hacer la pregunta que la quemaba en la garganta. - ¿Dónde está Rafael Rivera?

El que fuera lastimado por ella, alzó una ceja y luego prorrumpió en carcajadas. - ¡De modo que el jefe tenía razón! -soltó- La inglesa está liada con ese cabrón.

Ariana hizo oídos sordos a las palabrotas.

- Se equivocan, señores. Rafael Rivera no es mi amante.

- No es eso lo que nos han dicho, dulzura -repuso él. Estiró la mano para tocarle el cabello, fascinado por su color a la luz de la lamparilla. Recibió otro zarpazo, por lo que, sin abandonar la torcida sonrisa, volvió a su extremo-. Has venido con tu marido, ese petimetre vestido elegantemente. Pero te has estado viendo con Rivera. - ¡Les digo que están confundidos! -gritó Ariana-.

- Bueno, por nosotros puedes negarlo hasta que te mueras, princesa. No nos importa lo que hagas en la cama con ese señoritingo. Pero me temo que después de que acabemos con él, quedará poco para que te caliente.

Ariana enrojeció y recibió una mirada desdeñosa.

- La puta de Rivera -susurró el hombre, como si estuviera pensando en voz alta-. No me importaría que fueras también la mía. - ¡Rafael Rivera es mi esposo!

En el instante en que lo gritó, se arrepintió. Ellos la miraron, perplejos.

- Bien, muñeca -Fernando palmeó su rodilla casi afectuosamente-. Eso es mucho mejor. - ¿Mejor? -preguntó ella con un hilo de voz-. - ¡Por supuesto! Puede que ese terco de Rivera no quiera decir nada aunque vea violar delante de sus ojos a su amante, pero… no será lo mismo si esa mujer es su esposa, ¿no le parece, señora?

Ariana sintió que se mareaba.

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