Ariana

Ariana


DIECISIETE

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Lady Wangau insistió en que se quedasen un día más en Londres. incluso propuso que el resto de la semana. Fue durante la comida y Ariana negó de inmediato poniendo como excusa la salud de su abuelo. Sin embargo la dama perseveró con terquedad y, ayudada por su esposo, consiguieron sacar un sí a la muchacha y a Rafael. Después, les invitaron a dar un paseo a caballo por Hyde Park y tampoco pudieron negarse.

- Procura ir más derecho -refunfuñó Ariana mientras sonreía de oreja a oreja y sus ojos eran dos líneas de cólera violeta-, o acabarás por caerte del caballo.

Rafael parpadeó y sacudió la cabeza para despejarse. Se irguió y hasta contestó al saludo de la mano de lady Wangau que, junto a su esposo, llevaban a sus respectivas monturas al paso, a unos diez metros de ellos. Sin poder remediarlo dejó escapar un bostezo y se ganó una mirada ofendida por parte de la joven.

- Lo siento -se disculpó-, pero no dormí bien anoche.

Ella se tragó un insulto. De haber estado a solas, le habría sacado los ojos. Por fortuna para Rafael, llevaban carabinas. El malhumor de Ariana no se debía en exclusiva a que él se hubiera presentado en la habitación pasadas las nueve de la mañana. No la había despertado, sino que se había acomodado en una de las butacas y se había quedo dormido. Fue ella la que debió sacudirle varias veces cuando escuchó a Nelly llamar a la puerta, a eso de las once.

No. Lo peor de todo había venido después. A fin de cuentas dormir con él en el mismo cuarto, cuando ella no se había quitado el vestido y él llevaba aún puesta su ropa de noctámbulo, no significó ningún apuro. Pero sí lo fue cuando los criados trajeron una enorme tina de bronce y la llenaron con agua humeante, depositando sobre la cama un par de enormes toallas.

Ariana rabiaba aún al recordar la mirada sarcástica del que ahora era su marido. Rafael se la había quedado observando con los pulgares metidos en la cinturilla del pantalón. - ¿Utilizas primero la bañera, amor mío, o la utilizo yo?

- No pienso bañarme contigo en este cuarto.

- Pues tendremos que buscar un arreglo al problema, chiquita, porque no puedo solicitar un cuarto para mi solo y no pienso quedarme en el pasillo como un idiota. - ¡Úsala tú entonces! -le gritó-.

Rafael no se alteró en absoluto. Todo lo contrario, la idea le agradó. Y sin más, se quitó las botas, la camisa y los pantalones. Al llegar a ese punto, Ariana se volvió de espaldas notando que se ahogaba. Escuchó su divertimento y le maldijo mentalmente, escuchando el chapoteo en la tina y a Rafael anunciando:

- Deliciosa. ¿De veras no quieres compartirla? Te aseguro que hay sitio para los dos.

Le llamó lo más feo que conocía en su comedido vocabulario de palabrotas y salió al balcón, las manos sudorosas, mientras él silbaba una cancioncilla con tono burlón.

Mucho después, cuando ya comenzaba a pensar que tendría que estar todo el día afuera, Rafael anunció que podía entrar si lo deseaba. Por fortuna ya se había puesto unos pantalones, aunque tenía el torso desnudo y los cabellos aún húmedos. Sintió un golpe en el pecho al mirarlo y aquella vez maldijo en voz alta. Aquel majadero disfrutaba de su agobio.

Rafael terminó de adecentarse y Ariana tuvo que reconocer que, si verle medio desnudo le quitaba la respiración, cuando se presentaba ataviado como un perfecto caballero resultaba arrollador. Sin embargo no tuvo oportunidad de admirar demasiado el físico de su marido, porque él buscó una excusa para dejarla sola.

Nelly entró apenas él salió del cuarto, la miró de forma extraña y, sin una palabra, la ayudó a desvestirse y a bañarse. Ariana sabía que la mujer estaba ansiosa por preguntar, por saber qué demonios pasaba entre ella y su reciente y apuesto esposo, pero no iba a contarle a nadie lo que el salvaje de Rafael Rivera le estaba haciendo pasar. ¡Por Dios, ella era una Seton! El orgullo de su familia estaba por encima de todo. No podía quedar como una idiota, ni siquiera ante Nelly. De modo que guardó silencio, contestó con monosílabos a las preguntas y cuando bajó al comedor echaba chispas. La irritaba no haber dormido bien, haber soñado con Rafael y, sobre todas las cosas, encontrarlo cada vez más deseable.

Contrariamente a su semblante pálido y cansado y sus acentuadas ojeras, que provocaron el interés de lady Wangau, temerosa de que hubiera enfermado, Rafael se veía espléndido. Daba la impresión de haber dormido toda la noche como un bebé y la luminosidad de sus ojos y su descarada sonrisa tenían embobada a lady Wangau.

De todos modos nadie es de hierro y tras la comida, que fue ligera, Rafael había comenzado a sentir el exceso de las noches anteriores. Y ahora, se caía literalmente de su montura.

- Además -pinchó Ariana-, te está mirando. No querrás caer despatarrado en medio del parque ante tantos ojos, ¿verdad?

Rafael echó una rápida ojeada a la jovencita y torció el gesto al cruzarse con una pareja. ¡Por Dios que era fea la condenada mujer! De todos modos sonrió a la dama.

- Con un poco de suerte, hasta podrías añadir a esa cigüeña a la larga lista de tus conquistas -dijo Ariana en tono ácido-. - ¿Por qué me quieres tan mal, mujer? -gimió él-.

- Sólo te aviso por cortesía. Dijiste que no te comportarías como un célibe, ¿recuerdas?

- Señora -repuso él en tono áspero-, soy capaz de buscarme mis mujeres sin tu ayuda.

Ariana, que se estaba divirtiendo al ver las dificultades de él par mantenerse despierto y la facilidad con que podía conseguir estropearle el día. Le regaló una repentina sonrisa encantadora. - ¿Me dejáis decir, señor, que eso no es del todo justo? - ¿Justo? ¿Qué cosa no es justa? -preguntó Rafael, momentáneamente desconcertado-.

- Si vos tenéis que dar el visto bueno a mi futuro y definitivo esposo, ¿no habría yo de hacer lo mismo con vuestras conquistas? Sólo mientras estéis casado conmigo, claro está -se burló-. ¡Oh! Es únicamente por amor propio, ya imaginaréis. Simplemente, me disgustaría que la dama que os lleváis a la cama sea más guapa que yo.

Rafael apretó los dientes y aguantó el deseo de mandarla al infierno. ¡Bruja! Si tuviera un ligero conocimiento de lo que pasaba por su cabeza cada vez que la miraba, no jugaría con él de un modo tan peligroso.

Por suerte, los Wangau dieron por finalizado el paseo y todos regresaron a la mansión. Rafael se disculpó, diciendo que tenía que hacer algunos encargos para Henry y se ausentó durante el resto del día.

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