Ariana

Ariana


DIECIOCHO

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Aquella noche la cena se alargó bastante. Lord Wangau sacó el tema de la India, que estaba últimamente de moda en todas las reuniones y no hubo medio de evadirse hasta que la propia dueña de la casa, viendo el gesto de agotamiento de su invitado, adujo un dolor de cabeza que cortó la conversación.

Subieron a la habitación del brazo, como dos recién casados deseosos de intimidad, pero apenas cerrar la puerta Rafael fue al armario y echó sobre la cama un traje oscuro. Ariana le miró con detenimiento. ¿Era de acero?, se preguntó. ¿Como era posible que fuera a salir de juerga otra vez, cuando apenas se tenía en pie? ¿No era mejor dormir allí mismo, aunque fuese sobre la mullida alfombra?

- Puedo dormir en la butaca -se ofreció, un poco pesarosa-.

Rafael la miró con irritación.

- No es necesario. Ya tengo una cama… fuera de estas paredes -dijo en tono seco-.

La afirmación picó el amor propio de la joven. - ¿Tan buena es, que no puedes dejarla una noche?

El conde de Torrijos se dejó caer en uno de los butacones y se pasó la mano por el rostro. ¡Iba a estrangularla! Aunque Henry le hubiera pedido cuidar de su pequeña, aunque la Iglesia les hubiera casado y él hubiera pronunciado los votos matrimoniales… ¡iba a estrangularla! La noche anterior no había hecho otra cosa que dar vueltas y vueltas en un camastro estrecho de una posada asquerosamente sucia -no tomó habitación en un hotel por miedo a que le reconocieran, y se fueron a los barrios bajos de Londres-, escuchando los ronquidos de Juan que dormía a su lado, porque no pudieron encontrar siquiera dos habitaciones para instalarse. No había pegado un ojo como Dios mandaba desde hacía ni sabía ya las noches. Estaba agotado. Ahora tenía que volver a salir a buscar cualquier alojamiento para no estar cerca de ella. ¿Y encima aquella maldita bruja se burlaba de él hablándole de amoríos?

Su mirada fue tan negra, que Ariana retrocedió un paso.

- Era sólo un comentario -balbuceó-. - ¡Guarda tus comentarios para Nelly, mujer! -bramó Rafael, sin poder contenerse-. ¡O vete a dormir con tu sirvienta, si es que quieres hacerme un favor! - ¡No pienso proclamar a los cuatro vientos nuestras desavenencias! -protestó ella- ¡El nombre de los Seton…! - ¡A la mierda el nombre de los Seton, Ariana! -Rafael se levantó hecho una furia y la agarró por los hombros, zarandeándola sin miramientos- ¡Estoy hasta las narices de que pongas tu ilustre apellido como escudo, princesa! ¡Sólo tú tienes la culpa de todo! - ¿Yo?- ella abrió los ojos como platos, sin entenderle-.

- Tú, sí -sus ojos oscuros se clavaron en ella, ahora asustada, y la voz de Rafael se convirtió en un susurro mientras la fuerza de sus manos se iba transformando en una caricia sobre los hombros femeninos, haciéndola sentir un escalofrío de placer-. No puedo quedarme a tu lado, Ariana, ni siquiera durmiendo en el duro suelo. No puedo mirarte sin desearte desde que probé tu boca -declaró con tono ronco, haciendo que ella temblara de pies a cabeza-. ¿No lo entiendes, chiquita?

Ni la dio tiempo a contestar. Supo que iba a arrepentirse, pero el deseo era más fuerte que él. Bajó la cabeza a la vez que se pegaba a sus formas y atrapó su boca de aquel modo tan suyo, tan fiero y arrebatador como lo hiciera en el palacete.

Por un instante, Ariana sintió todos los músculos agarrotados pero, poco a poco, la boca masculina fue insuflando calor a sus miembros y al momento siguiente le estaba abrazando con toda su alma y respondiendo al beso con una caricia plagada de inexperiencia.

Su respuesta acabó por convertir a Rafael en un pelele. Perdió la cordura totalmente. Llevaba demasiado tiempo luchando por no tocarla. Demasiado tiempo controlando el deseo que le pedía tomarla. Y ahora, ella le estaba besando como una esposa debe besar al marido.

Los labios de Rafael obligaron a Ariana a abrir los suyos y su lengua jugueteó con el nácar de sus dientes para saborearla como deseaba, entrando y saliendo de aquella boca que lo embrujaba, que le arrancaba la razón. Quería su total entrega, ¡Dios le protegiera!

Ariana no supo cómo ni cuándo los expertos dedos de él desabotonaron su vestido. Tampoco le importó demasiado notar la prenda resbalar por sus hombros. Y para cuando la enagua siguió el mismo camino, quedando dormida en el suelo, se encontraba ya en el séptimo cielo, sólo pensaba en que ansiaba las caricias y disfrutaba con el contacto del cuerpo de Rafael. El calor que emanaba de él la envolvía. Sus manos, agasajando cada centímetro de su cuerpo, la enardecían. Su boca la adulaba. Su masculinidad, pugnando contra su vientre, la hizo sentirse dichosa.

Se dejó llevar.

Era como ser arrastrada por un vendaval. Ascendió en el espacio, galopó en el caballo de la pasión y la necesidad, más allá de lo que nunca soñó.

Abrió los ojos cuando Rafael acarició sus muslos y se encontró sobre el lecho revuelto, los cuerpos desnudos y enlazados como una sola persona. El se detuvo un instante y sus ojos oscuros le hablaron de necesidad, de pasión y locura. Podía haberle detenido. Pero le atrajo hacia ella para sentirle más fundido a su cuerpo, necesitando notarle dentro. Se consumía por convertirse en su mujer, en su verdadera mujer.

- Será sólo un instante, mi amor -susurró él en su oído-. Luego, trataré de hacerte la mujer más feliz del mundo.

Le creyó ¿Como no hacerlo cuando su cuerpo ardía, cuando codiciaba tenerlo, devorarlo, cuando sus manos desgranaban ya caricias sobre los anchos hombros, la estrecha cintura, las magras caderas. Todo parecía insuficiente para saborear el cuerpo de Rafael. El volcán que él despertara en su interior debía apagarse y solamente él podía conseguirlo.

Un poco cohibida por su propia audacia, le tomó de las nalgas, notándolas duras y sedosas bajo sus dedos. Y se abrió para él.

Rafael no la defraudó en lo más mínimo.

El ligero pinchazo la obligó a tensar el cuerpo un momento y él permaneció muy quieto mientras la besaba en los párpados y le susurraba palabras tranquilizadoras. Luego comenzó a moverse lentamente y Ariana sintió que el dolor cedía y comenzaba el camino ascendente de la pasión. La explosión de placer la hizo combarse y gritar. Los labios de él la acallaron y pugnó dentro de ella hasta que Ariana le siguió en aquel baile demencial y enloquecido que les llevó a ambos a la cumbre.

Bajó de las nubes poco a poco, mientras su cuerpo agotado se convulsionaba aún con los últimos espasmos de placer. Se quedó con los ojos cerrados mientras notaba que él la liberaba de su peso y se tumbaba a su lado.

Abrió los ojos mucho después, cautivada, seducida, dispuesta a decirle que había sido maravilloso… Rafael, profundamente dormido, atrapaba su mano entre sus largos dedos.

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