Ariana

Ariana


VEINTE

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Pero ni Ariana con su ataque de ira, ni Rafael con el suyo, pudieron impedir tener que pasar aquella noche bajo techo. Acaso lo mejor hubiera sido que el destino les jugara la mala pasada de no encontrar habitación en ninguna posada, haberse visto obligados a pernoctar en el carruaje, o a la intemperie.

Sin embargo había habitaciones y para desgracia de ambos, tenían el mismo problema que cuando se encontraban en casa de los Wangau: tanto Nelly como Juan deberían ocupar habitaciones compartidas con otros viajeros de paso. - ¿Podría tener una habitación sola?

La pregunta quería herir a Rafael, la había hecho adrede y porque realmente deseaba un cuarto en el que evadirse del resto del mundo. Sin embargo, su chasco fue mayúsculo cuando él informó:

- Pedí dos. Las últimas que quedaban.

Ariana asintió, muy tiesa, muy flemática, muy inglesa. Dejó que Nelly la ayudara, puso una excusa para no bajar a cenar y solicitó una bandeja con algo de comida en su cuarto. Luego, se encerró y aunque trató de superar aquella sima que la Providencia había puesto en su camino, acabó llorando desconsoladamente sobre la cama, preguntándose cómo era posible que hubiera estado a punto de confesar a Rafael que deseaba que su marido permanente fuera él.

Rafael no pudo tragar bocado, aunque el ganso que sirvieron se veía apetitoso. Nelly, Juan y el cochero dieron buena cuenta de la viandas bajo su distraía mirada.

Pero le era imposible comer. ¿Como iba a hacerlo si aún tenía la daga de la rabia clavada en el estómago? ¡Jesucristo! sabía que ella no deseó desde el principio aquel pacto matrimonial, pero volver a la carga sobre su futuro esposo cuando apenas hacía unas horas se había convertido en miel entre sus brazos. Resultaba demencial.

Le había dejado muy claro que no podía haber nada entre ellos. Su ego masculino había sido pisoteado. Porque en realidad, ¿no era verdad que le utilizó? ¡Por descontado que lo hizo! Una mujer puede ser un demonio si se lo propone. Y Ariana, sin lugar a dudas, se había propuesto probar qué era estar casada. Nadie podía reprocharla acostarse con su esposo y cuando su matrimonio finalizara, se convertiría en una de tantas mujeres libres con experiencia en los juegos de cama.

La idea no era mala, ¡salvo por el hecho de que le había usado!

La odió con todas sus fuerzas. Por haberle tentado con su cuerpo, con su rostro, sus ojos, su boca. La odió por ser tan fría como el hielo, por no retener un sentimiento cálido hacia su noche de amor. La odió como jamás había odiado a una mujer… Pero seguía deseándola.

El vino le calmó un poco los nervios y enturbió sus locas ideas de subir al cuarto de su esposa y demostrarle, una vez más, que le pertenecía. Pero no estaba dispuesto a volver a caer en la trampa, de modo que desempeñaría su cometido tal y como Henry deseaba.

Dejó el comedor cuando acumuló el valor necesario, cuando su ardor por ella se ocultaba tras el alcohol y en lo más profundo de su corazón. Lo hizo después de decirse mil veces que había otras mujeres y cuando ya hasta su integridad le importaba un pimiento.

No supo si fue el rencor o el vino, lo que le dejó varado frente a la puerta de Ariana.

Ella escuchó la llamada y se secó las lágrimas. Se lavó la cara en el aguamanil y corrió hacia la cama, sin preocuparse demasiado de taparse por completo, segura de que, como todas las noches, era Nelly para saber si deseaba algo antes de irse a dormir.

- Adelante- su voz sonó hasta jovial al decirla-.

Rafael empujó la puerta.

Abrió la boca, pero de su garganta sólo salió una especie de gemido de animal herido al descubrirla.

Ariana estaba con el glorioso cabello esparcido sobre los almohadones, los ojos brillantes, los labios húmedos y una pequeña sonrisa que desapareció al verle. Se sintió el hombre más desgraciado de la tierra. No era posible que una mujer fuese tan hermosa y deseable. No era posible que él fuese tan idiota como para quedarse embobado por aquella aparición. Pero lo estaba haciendo, se dejaba arrastrar como la polilla que va hacia la luz, aún conociendo que es su final.

Ella le vio avanzar hacia la cama, los oscuros y brillantes ojos fijos en su cuerpo. Se quedó tan paralizada que no se atrevió ni a cubrirse, pero fue consciente de que la mirada masculina estaba clavada en el escote del camisón y la respiración se le aceleró. Se le agarrotaron los músculos, los dedos de los pies se encogieron. Sin poder remediarlo, sus pezones se endurecieron, pugnando contra la tela. Sintió un vació en la boca del estómago.

Reconoció con rapidez los síntomas de la noche anterior y se cubrió, tratando de disimular el temblor de sus manos. Rafael, ligeramente despeinado, estaba arrebatador, y terriblemente atractivo.

Su pequeña muestra de recato fue peor. Rafael aceptó las punzadas que le enviaban sus riñones y su miembro cobró vida propia bajo los calzones sin poder evitarlo.

Sin una palabra llegó hasta la cama, la miró un largo momento, devorándola con los ojos preñados de deseo. En los lagos violeta descubrió un apetito idéntico al suyo y eso le arrastró al abismo.

Mandó todo al infierno. Sus convicciones y sus promesas acerca de alejarse de aquella bruja para siempre. Le invadió una rabia sorda y ciega, enloquecedora. Ariana era suya en esos momentos, poco importaba que luego su matrimonio se fuera al garete y ella buscase algún imbécil con el que formar una familia. ¡Ahora le pertenecía por derecho y deseaba tenerla, aunque el infierno se le llevara luego!

Sin demasiadas contemplaciones agarró el borde de la ropa y la hizo a un lado, dejando el cuerpo de ella cubierto apenas por el liviano camisón. Se lanzó como un ave de presa, como un sediento. La tomó entre sus brazos y la besó con rudeza, exigiendo respuesta.

No se dio cuenta de que ella se le entregaba de buena gana. Tampoco se percató que temblaba entre sus brazos, ni de que sus manos, pequeñas y suaves trazaban círculos tiernos en su espalda. Abrió el camisón y luego se incorporó para desnudarse, retándola a oponérsele, a negársele. Estaba loco por volver a poseerla aunque para ello se tuviera que batir con Satanás.

Ariana no dijo nada, se ahogaba en emociones. Estaba arrobada y se sentía frágil como una criatura. Le necesitaba, aunque después desapareciera para siempre de su vida y hubiera de transitar el resto de sus días llorando su ausencia. Precisaba que volviera a amarla, saber que -aunque fuese sólo una noche más- Rafael Rivera la pertenecía. Se humedeció mientras, muda, le observaba desnudarse.

Rafael no se comportó como la noche anterior. Una vez supo que ella le aceptaba, que acataba el hecho de que le pertenecía por matrimonio, sus besos se tornaron más suaves y enloquecedores, sus manos proporcionaron a Ariana sensaciones inimaginables. Su boca vagó por el cuerpo de ella, desde la garganta hasta los dedos de los pies; paseó gloriosa por los pechos altivos, por el vientre, por las caderas. Llegó incluso hasta donde nadie jamás había llegado, haciéndola proferir una exclamación de asombro y vergüenza. Pero Rafael alzó la cabeza y sus ojos despidieron fuego al mirarla, de modo que ella le dejó hacer, convencida de que aquella tortura podría acabar con su juicio.

Ninguno fue consciente, enzarzados en conocer el cuerpo del otro, de que la puerta se abrió dejando asomar la cabeza de Nelly que un segundo después, con una sonrisa complacida, volvía a cerrarla, dejándoles encerrados en su mundo.

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