Ariana

Ariana


VEINTICINCO

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Tomó una decisión y no pensaba volverse atrás. No podía retractarse ¡por el amor de Dios! o acabaría loco de atar. La noche pasada, cuando escapó de Queene Hill y de Ariana, sólo era una muestra de lo que podía suceder si no se alejaba de aquella casa y de Inglaterra cuanto antes.

Llamó a Juan a sus habitaciones y le confió la misión de investigar vida y milagros de Julien Weiss. Quería saberlo todo sobre su pasado y su presente, sobre la relación que mantuvo con Seton y con Ariana. También quería datos de su familia, de sus amigos, de sus preferencias y de sus finanzas.

Juan estuvo ausente una semana y él se la pasó encerrado la mayoría del tiempo en la biblioteca. Allí comió y cenó. Se excusó ante Weiss el cuarto día, cuando fue a visitarles. En realidad, a visitar a Ariana. Pero estuvo vigilándolos mientras paseaban por el jardín, se sentaban a la sombra de los árboles y reían como dos adolescentes.

Rafael trataba de controlar los celos, pero le era imposible, por eso prefirió no salir siquiera a saludar al que ya catalogaba de oponente. Por eso debía librarse de Ariana Seton lo antes posible y regresar a España. Se convencía, hora a hora, que era lo más acertado.

Apenas dormía y a punto estuvo un par de veces de entrar en las habitaciones de su esposa, afianzando su decisión de abandonar Inglaterra y su ficticio matrimonio.

Cuando Juan regresó, le hizo sentarse, se acomodó en el borde de la cama y llevó a cabo un interrogatorio exhaustivo.

- Veinticuatro años -dijo Vélez-. Soltero. Su familia es una de las más importantes de la comarca, aunque el padre de Weiss no se hablaba con lord Seton desde hacía más de diez años, tal vez por eso no asistieron a su boda, señor.

- Sigue.

- Buenos negocios familiares. Tierras en el sur del país. Alguna mina en Carlisle. - ¿Algún asunto turbio?

- Ninguno que se sepa. Es un joven respetado y todo el mundo parece feliz con su regreso. Con su esposa siempre se llevó a las mil maravillas y Weiss la visitaba con frecuencia. Me han dicho que eso provocaba continuas disputas entre Seton y el padre del muchacho, pero el jovencito insistía y su padre acabó por tirar la toalla. Antes de salir de viaje y sufrir el accidente que le mantuvo alejado de Inglaterra cuatro años, las visitas a Queene Hill eran continuas. - ¿Qué has averiguado entre los sirvientes?

- Que no les disgustaría tener a Weiss como señor de la mansión -se encogió de hombros-. - ¿Amigos?

- Muchos y variados. Desde hombres de alta alcurnia hasta humildes sirvientes. Parece que es un joven por el que más de uno daría una mano.

Rafael asintió y se dejó caer sobre la cama, la vista clavada en el techo. Estaba hecho, se dijo. Weiss era el candidato perfecto. Tenía resuelto el problema, pero no se sentía como si le hubieran quitado un peso de encima sino más bien, como si le hubiera caído una losa sobre el pecho. Por un lado había rezado para que Julien fuese el hombre adecuado y poder divorciarse de Ariana. Por el otro, deseó fervientemente que Juan llegara con noticias pésimas sobre Julián y así descartarlo.

Se incorporó, malhumorado, pensando que era un masoquista empedernido. ¿Acaso la convivencia con Ariana no fue un infierno desde que la conoció? ¿No le odiaba ella? ¿No estaba deseando encontrar a un marido satisfactorio y definitivo? Entonces, ¿por qué demonios buscaba excusas que le impidiesen alejarse de aquella maldita diosa de hielo?

- Déjame ahora, Juan -pidió-. Y ve a buscar a Felton, el abogado de los Seton.

Juan dudó antes de salir y se le quedó mirando desde la puerta.

- Va a hacerlo, ¿verdad? Emparejarla con Weiss.

Rafael le miró y asintió.

- Creo que se confunde, jefe -dijo el jovenzuelo antes de abandonar el cuarto-.

Thomas Felton era un hombre vulgar. Ni alto ni bajo, de complexión media, cabello oscuro y ojos pequeños y marrones. Su nariz, demasiado aguileña. A Henry nunca le agradaron las mediocridades. Rafael comprobó el buen hacer de Felton cuando se entrevistó con él.

El abogado le entregó el documento. Lo leyó paso a paso, sin omitir una sola coma. Tres folios. Tampoco hacía falta más para indicar que todas y cada una de las posesiones del difunto lord Seton quedaban en poder de Ariana. Rafael no se llevaría nada a excepción -y había hecho hincapié en ello-, de una pequeña acuarela con el rostro de su amigo. Un recuerdo, dijo, y Felton estuvo de acuerdo.

Existía un apartado en el que se especificaba que Ariana tampoco pediría ni un céntimo a su actual marido como concepto de pensión. Es decir, cada uno iría por su lado como si aquel matrimonio no hubiera existido jamás.

Finalizada la lectura, Rafael asintió sin decir una palabra. Extendió la mano y Felton le entregó una pluma. Firmó por duplicado el puñetero acuerdo que le libraba de Ariana Seton, apoyándolo sobre el brazo del sillón. Luego se lo entregó al abogado. - ¿Está seguro de lo que está haciendo, señor Rivera? -preguntó el letrado-.

Los ojos oscuros de Rafael se alzaron. Se encogió de hombros.

- Si le parece extraño que habiendo pasado tan poco tiempo de nuestro casamiento…

- No es eso-cortó Felton. Acercó un sillón y se sentó en el borde, inclinándose hacia delante. Habló en tono quedo-. Me estoy refiriendo a lo que acaba de firmar. He puesto lo que usted me ha dicho, sin variar una palabra. Renuncia a todo, señor Rivera y yo me encuentro en la obligación de decirle que actúa en contra de sus propios intereses. El testamento de Henry especificaba con claridad que la propiedad al norte de…

- En caso de que el matrimonio durara.

- No. No es así y lo sabe. También yo lo sé, recuerde que soy el abogado de esta familia desde hace dieciocho años.

Rafael se removió en su butaca, incómodo. Le fastidiaba que adivinasen su jugada.

- De acuerdo, entonces lo diré de otro modo. No quiero esa propiedad. No quiero nada que perteneciera a Henry. Ahora es de su nieta y yo volveré a España. No soy un muerto de hambre, Felton.

El abogado sonrió torcidamente y se reclinó en el respaldo, cruzando los dedos sobre el regazo.

- Mire, señor Rivera -le dijo-. No sé si debo decirle esto, pero creo que con ello no traiciono la memoria de lord Seton. Conozco todas y cada una de sus propiedades -me encargué de ello cuando me mandó llamar para redactar un nuevo testamento, poco después de su casamiento con Ariana-. Sé que tiene propiedades en España y más fortuna de la que jamás podrá gastar. Sé que no le hace falta el dinero de los Seton y mucho menos esa pequeña propiedad que le dejó en herencia, pero… ¿Se ha parado a pensar que pudiera ser el deseo de lord Seton para retenerle en Inglaterra?

Rafael sonrió a medias y se incorporó. Anduvo hasta los ventanales y oteó el exterior.

- Amigo mío, usted no entiende -murmuró, sin volverse-. - ¿Se refiere a su pacto con milord? -Rafael sí se volvió ahora y le prestó atención- Además de su abogado, era su amigo, señor conde.

- Entonces comprenderá mi decisión a no llevarme nada, salvo esa pequeña acuarela. Ariana tiene otros óleos de su abuelo, no la echará de menos. - ¡Por amor de Dios! -se desesperó el abogado- Le dije a Henry que ese… pacto, como él lo llamaba, era un desatino. ¿Como se puede casar a dos personas en espera de que una de ellas encuentre el marido definitivo?

- Henry quería proteger a su nieta de indeseables.

- Y usted le creyó.

- Nunca me pidió un favor. Al contrario -dijo Rafael-, me los hizo a mí. Me contó lo de su enfermedad y…me sentí obligado.

Felton dio un vistazo al enorme cuadro que colgaba sobre la chimenea de la biblioteca. Seton les miraba desde la altura, de cuerpo entero, sobrio como fue en vida y fielmente reflejado en el lienzo.

- Viejo zorro -comentó-. Señor mío, creo que lord Seton le engañó. - ¿En qué aspecto?

- Creo que preparó todo este lío para dejarle casado y bien casado con su nieta. Me atrevería a decir que les tomó a los dos como conejillos de indias.

Rafael suspiró y movió el cuello para desentumecer los músculos.

- Es posible, Felton -admitió-. Pero no le salió bien. Ariana me odia. Y ya que está usted en el secreto de esta familia, creo que ha encontrado un sustituto. - ¿Lo dice en serio?

- Julien Weiss.

Felton no se alteró, simplemente alzó ligeramente las cejas y dijo:

- Un magnífico partido, ciertamente.

Rafael se adelantó y le tendió la mano, que el otro estrechó con fuerza.

- Confío en que los trámites legales del futuro matrimonio de Ariana queden en sus expertas manos.

- Puede estar seguro de ello, señor. Pero si me deja decirle una cosa, preferiría perder mi minuta y destruir ahora mismo el documento que usted acaba de firmar.

La sonrisa del español fue franca, pero no agradeció el comentario con palabras y regresó a los ventanales. Felton, dándose cuenta de que la reunión había finalizado dio un último vistazo al documento, dejó uno sobre la mesa de la biblioteca, guardó el otro y se despidió. Tampoco esa vez obtuvo respuesta de Rafael.

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