Ariana

Ariana


TREINTA Y CUATRO

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Hacía casi dos horas que todos se retirasen a descansar y Ariana seguía sin poder dormir. Julien había permanecido con ella casi una hora desde que finalizara la velada; debían no dar que hablar, ya que a pesar de tener habitaciones separadas se estaban haciendo pasar por matrimonio y era lógico que el marido visitara a la esposa en su cuarto. No habían hablado sino de cosas intrascendentes. Las minas, el negocio, vuelta al arte del toreo, la novillada del día siguiente… Julien no había sacado a colación el tema de Rafael y ella mucho menos. Quería olvidarse de que estaba en su casa y, gracias a Dios, Weiss parecía desear lo mismo.

Para las fechas en que estaban el aire de Toledo resultaba aún agradable. Se arropó en la bata y abrió los ventanales para dejar que la brisa nocturna penetrara en el cuarto. Recostada en la balaustrada de la terraza miró al cielo. Un cielo límpido, sin nubes, terriblemente oscuro, en el que miríadas de estrellas titilaban sin descanso. El brillo de una de ellas le llamó la atención y se quedó absorta mirándola, hasta que una voz profunda, varonil y aterradora, la hizo dar un respingo y volverse. - ¿Recordando?

La terraza a la que daba su cuarto era amplia, acaso tendría doce metros de anchura, por lo que era imposible ver al hombre que estaba escondido entre las sobras del rincón más alejado. Pero tampoco hacía falta verle el rostro para saber de quien se trataba, su voz era inconfundible, y sobre todo, la ironía que encerraba aquella única palabra.

Ariana tragó bilis y cerró más aún la bata. Retrocedió un paso sin quererlo, de forma instintiva, y achicó la mirada para verlo mejor. No hizo falta, porque Rafael surgió de las sombras como una aparición. Él llevaba sólo un pantalón. Ni camisa ni calzado, pero no parecía sentir frío. Tenía el cabello ligeramente despeinado, y la brisa mecía algunas guedejas que le caían sobre los ojos. Era un animal magnífico, se dijo Ariana. Reaccionó con esfuerzo y procuró que su voz tuviera un tinte de hastío: - ¿Costumbre española entrar en el cuarto de las esposas de los invitados?

Rafael sonrió como un felino y sus dientes, blancos y parejos, resaltaron en el moreno de su rostro. Se encogió de hombros.

- Costumbre de un libertino -respondió-. No debes juzgar a todos los españoles por el mismo rasero, milady.

- No lo hago.

- Ya veo. Sólo me juzgas a mí, ¿no es eso?

Ariana le dio la espalda, incapaz de seguir soportando aquella mirada ardiente y desafiante que la hacía temblar, recordando el deseo que existió entre ambos. - ¿Qué quieres, Rafael?

- Saber la causa por la que estás en mis propiedades.

- Hemos sido invitados -se volvió a enfrentarle-, pero te aseguro que de haber sabido el lugar al que nos traían, hubiera desestimado la proposición. - ¿Qué te une a Domingo Ortiz?

Ariana no entendió la pregunta. - ¿De qué le conoces? -especificó él-.

- Negocios. Wei… Julien -rectificó- va a vender parte de la producción de carbón a tu país y Ortiz es quien se hará cargo de…

- Ya veo -cortó Rafael-. Simples negocios -se acercó un poco más, hasta que la distancia entre ellos se hizo mínima, pero Ariana desistió de alejarse, queriendo demostrar que no le temía-. ¿Te ha dicho Julien que le trabajes para sacar mejor precio a la venta? - ¿Qué?

- Ya sabes -alargó la mano y tomó una hebra de cabello platino entre sus dedos-. Un sonrisa aquí, un coqueteo allá… Tal vez un beso en un momento determinado… Eso puede subir el valor de…

La bofetada sonó como un trallazo.

Ariana se mordió los labios al sentir un calambrazo en todo el brazo. Rafael no movió un músculo, pero sus dedos se engarfiaron en su cabello y sus ojos relampaguearon.

- Ya hiciste esto otra vez, Ariana -dijo él en un susurro amenazante. Y ella tembló al recordar las consecuencias-.

- Y te sacaré los ojos si no te marchas ahora mismo. Juro que despertaré a toda la hacienda si es preciso, Rafael -dijo con los dientes apretados y notando las lágrimas a punto de escapar-. ¡Juro por Dios que lo haré!

Rafael la soltó y ella buscó apoyo en la barandilla para no caer al suelo. Pero no se movió ni un centímetro de donde estaba. - ¿A Weiss no le importa? - ¿Qué cosa?

- Que te vendas a Domingo Ortiz.

Ariana parpadeó, aturdida. Pero ¿qué le pasaba? ¿Acaso no temía que ella empezara a gritar? ¿No le importaba que toda la hacienda supiera que el conde de Torrijos había entrado en su cuarto? La cólera corroía a Rivera. - ¿Por qué me insultas, Rafael?

- No le tengo aprecio a Weiss, muñeca, pero me duele ver que alguien como tú se burla de él, lo mismo que hiciste conmigo.

Ella se atragantó ante la acusación.

- No me burlo de nadie. - ¿Eso crees? -sonrió él torcidamente- ¿Como llamas entonces a coquetear con Ortiz mientras está tu marido presente?

Aquello fue la gota que colmó la paciencia de la joven. Perdiendo el temor se adelantó un paso y volvieron a quedar a un palmo de distancia.

- Me acusas de frívola, cuando te has estado poniendo en evidencia con esa tal señorita Cuevas durante toda la noche -le acusó a su vez-.

- Es distinto. - ¿Porque eres un hombre? -ironizó-.

- No. Porque es distinto. - ¡Vete al infierno!

La mano derecha de Rafael la asió por la nuca y antes de poder evitarlo la pegó a él. Ariana alzó los ojos para encontrarse con dos pozos profundos que la devoraban y le flaquearon las piernas. ¡Por Dios que alguien llamara a su puerta! ¡Que se incendiase Torah si era preciso, pero que se quebrara aquel instante!

- Ya estoy en el infierno, mujer -susurró Rafael-. ¿Acaso no lo has notado?

- No sé lo que…

- Estoy en el infierno desde que probé un manjar que no fue para mí -siguió él mientras que la otra mano exploraba ya su cuerpo tembloroso-. Desde que salí de Inglaterra me ha perseguido tu cara, tu cuerpo -le besó en el cabello y Ariana se perdió en sus palabras-. Te he deseado desde la primera vez. Y sigo deseándote.

Aquella declaración le dolió. Apoyó las manos en el pecho desnudo de Rafael y le empujó con fuerza, logrando separarse sólo unos centímetros. ¡Mulo andrajoso! Cuando estaba a punto de caer de nuevo en sus redes, esperando que él dijese algo referente al amor, sólo hablaba de deseo. ¡Hombres!

- Vete de aquí.

Rafael movió la cabeza.

- Ni aunque derribasen esa puerta, Ariana.

- Estoy casada. - ¿Importa? -su sonrisa resultó casi ladina-.

- Me importa a mí- le tembló la voz. Y Rafael supo que era mentira-.

Con un movimiento brusco volvió a pegarla a su cuerpo y Ariana se ahogó al notar lo ciertas que eran sus ansias. La masculinidad de Rafael se pegaba a su vientre. Y cuando alzó la cabeza para aguijonearle con un insulto, él bajó la suya y la besó.

La resistencia de Ariana Seton duró apenas segundos, hasta que la lengua masculina penetró en su boca enalteciendo placeres nunca olvidados. Sus brazos se enroscaron en el cuello de Rafael. Al instante, se sintió levantada entre sus fuertes brazos y le dejó hacer.

Se desnudaron deprisa, enfebrecidos por el cuerpo del otro, arrancando las prendas en su premura.

Rafael no fue un amante delicado. Llevaba demasiado tiempo ansiando el cuerpo de Ariana como para perderlo ahora en caricias y palabras susurrantes. La hizo abrirse y se fundió en ella. Ariana no protestó, sino que salió a su encuentro. Le deseaba de igual modo, con rabia. Pugnó contra el vientre de Rafael cuando él embistió y se unió a su danza febril y enloquecida hasta que ambos alcanzaron el clímax.

Sin embargo cuando acabó todo, Ariana sintió un vació en el estómago. ¿Qué había conseguido entregándosele de nuevo? ¿Tener a Rafael un momento más, cuando lo que deseaba era retenerlo para toda una vida? Observó las facciones masculinas cuando él se recostó sobre su vientre y cerró los ojos. Sintió unas ganas incontenibles de contarle la verdad, de decirle que lo amaba, que jamás quiso casarse con otro… Que de hecho no se había vuelto a casar. ¡Por todos los santos, ni siquiera había firmado los malditos papeles del divorcio que él no tuvo escrúpulos en tirarle a la cara! ¡Por Dios, seguían casados y aquel asno ni siquiera lo sabía! Pero no podía decírselo. No mientras que ella sólo despertara su deseo. No quería sufrir más de lo que había sufrido. Si Rafael se enteraba de que aún eran un matrimonio, pensaría que se había burlado de él, que le había tenido como un pelele para conseguir sus fines. En Inglaterra ella seguía siendo la señora de Rivera, es decir, condesa de Torrijos. El título le resultaba extraño y a la vez atrayente. Era menos austero que lady Seton.

Cerró los ojos con la sensación de haber vuelto a perder un trozo de alma y las lágrimas le ardieron en las mejillas.

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