Arcadia

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Capítulo 58

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–Me temo que no hemos sido presentados como es debido, aunque nos conocimos de pasada delante de mi casa. Me llamo Henry Lytten —dijo éste cuando tuvo ante sí a la desaliñada figura, después de despedirse de la muchedumbre. Ninguno de los dos quería que nadie escuchara la conversación que iban a mantener.

—Alexander Chang.

—¿Y es usted…?

—Soy, o era, miembro del instituto de investigación para el que trabajaba Angela Meerson. Me enviaron a buscarla antes de que nos matase a todos.

—Empieza usted a ganarse mi simpatía, si sigue por ahí. ¿Qué es este sitio, señor Chang? ¿Lo sabe usted? Me temo que sólo tengo una levísima idea, y no tiene mucho sentido.

Chang rió con aspereza.

—Bueno —repuso—, es una larga historia.

—Lo sé. Esa historia la escribí yo, pero en este momento parece muy real. ¿Lo es?

—Tan real como usted y como yo. O sea, no mucho, pero es todo cuanto tenemos.

—Da la impresión de que en estos últimos días lo ha pasado mal.

—Llevo aquí más de cinco años.

—Yo lo vi a usted hace dos días.

—Cuando Angela está por en medio pasan cosas. ¿Por qué lo mandó a usted aquí?

—No lo hizo. En este momento ella está bajo arresto.

—Bien —afirmó Chang con vehemencia—. Espero que le apliquen los alicates.

—¿Los qué? —Lytten estaba perplejo, pero dejó pasar el comentario—. ¿Cómo acabó usted aquí?

—Angela necesitaba saber qué es este sitio, y yo necesitaba esconderme de usted.

—¿Lo averiguó?

—Sí, claro.

—¿Y…?

—Disculpe mi franqueza, pero, como puede ver, mi situación aquí no es muy buena. Me temo que la información tiene un precio.

—¿Cuál es el suyo?

—Necesito seguir vivo unas horas más. Angela dijo que abriría el dispositivo para mí en este sitio al atardecer.

—Comprendo.

—Al atardecer del quinto día de la Festividad del quinto año. No tienen un calendario universal, y ésa fue la mejor indicación que me pudo dar. Pero Thenald iba por su séptimo año, y era joven y estaba sano, como dijo Henary. Temí quedarme aquí para siempre. No tuve elección.

—De modo que de verdad mató usted a Thenald. Henary resolvió el misterio.

—Tuve que hacerlo. Fue la cosa más espantosa y repugnante que he hecho en toda mi vida. Soy científico, por el amor de Dios, no asesino. Eso le indicará lo desesperado que estaba. Tardé meses en recuperarme, aunque no estoy seguro de que lo haya conseguido del todo. Todavía tengo pesadillas.

—¿Cómo hizo que Catherine subiera al trono?

—Eso no fue cosa mía. A mí me daba lo mismo quién lo hiciera. Mientras el tiempo empezara a contar desde cero, por así decirlo, no me importaba quién gobernara.

—Entonces, dígame…

—No. No le diré nada más a menos que me prometa que me sacará de aquí. Este lugar no es estable. Además, aunque no me maten ellos, me mataré yo si me veo obligado a quedarme aquí mucho más.

—Miraré qué puedo hacer. Usted limítese a responder las preguntas que le plantee.

—La cuestión está resuelta —afirmó Lytten con voz atronadora—. Escucharéis la verdad de su propia boca. Jaqui, ermitaño de Hooke, ¿confiesas libremente y por propia voluntad que asesinaste a Thenald, señor de Willdon?

—Lo confieso —repuso en tono desafiante el ermitaño, haciendo que una oleada de alivio se extendiera entre la multitud, seguida de un murmullo airado.

—¿Cometiste este crimen en nombre de otra persona?

—No.

—¿Eran partícipes otros de cuáles eran tus intenciones antes de que perpetraras tan terrible acto?

—No.

—¿Conocías a Pamarchon, sobrino de Thenald, o a Catherine, viuda de Thenald? ¿Sabías de su existencia o te comunicaste con ellos?

—No.

—En ese caso yo les digo a las gentes de Willdon que deberían declararte culpable de tan terrible crimen. Y bien, ¿lo declaráis culpable?

El gentío manifestó su conformidad a gritos y sacudiendo los puños.

—¡Silencio! No os acerquéis. Su castigo es prerrogativa mía.

Se hizo una larga pausa hasta que el ruido cesó.

—El asesinato se castiga con la muerte, y entraña el castigo adicional de negarte el derecho a dejar constancia de tu historia. Resulta inadecuado en este caso. Ordeno que tu cuerpo sea borrado de la faz de la tierra. Cuando caiga la tarde, volveré de donde vine y te llevaré a la oscuridad. Te desvanecerás como si nunca hubieras existido y soportarás, durante toda la eternidad, el castigo que merece el que osa arrebatarle la vida a otro. Ésta es mi decisión. Si las gentes de esta tierra la aceptan, declaro que el Final de los Tiempos habrá llegado y habrá pasado, para no retornar jamás. —Hizo una pausa y añadió, la voz tan potente que no admitía discusión—: Si no la aceptáis, aniquilaré Anterwold de forma que no perviva ni siquiera su memoria.

Ni los más sanguinarios y vengativos habían oído nunca un dictamen tan terrible y cruel. Se alzó un gemido de dolor, casi de conmiseración, por el pobre hombre que iba a recibir dicho castigo.

—Los actos de este hombre me trajeron hasta aquí. ¿Alguien cuestiona mis derechos?

Nadie se atrevió a responder.

—En ese caso, idos. La cuestión está decidida y es firme. Restableced el señorío de Willdon y devolved la armonía a esta tierra.

Mientras la multitud empezaba a seguir sus instrucciones y a alejarse despacio, Lytten se dirigió a Catherine y a Pamarchon.

—Veo que Gontal ya se ha puesto en marcha —observó—. Yo en vuestro lugar me daría prisa.

—Dejaré a unos centinelas para asegurarme de que este hombre no intenta escapar —apuntó Pamarchon.

—No lo hará. Además, creo que es posible que vuestros hombres tengan mejores cosas que hacer. Presiento que no he sido tan convincente con Gontal como esperaba. Parece descontento, y sé lo que significa esa mirada. Quiere ser el señor de Willdon a cualquier precio, pobre hombre, y ésta es su última oportunidad. Y que no os tiente de pronto el poder, joven. No quiero que Willdon sea vuestro, y sólo podríais haceros con él a costa de perder a Rosalind.

—Soy un hombre de palabra.

—Bien. Eso no significa, dicho sea de paso, que debáis abandonar a vuestros compañeros. Decid a Catherine que es mi deseo que pague por su secreto.

—No entiendo lo que queréis decir, pero se lo diré.

—Estupendo.

El joven hizo una nueva reverencia y siguió al gentío hasta el lugar donde se resolvían los asuntos relativos al dominio. Catherine ya se había ido.

—¿Me permite que vaya un rato con él? —inquirió Rosalind.

—Desde luego, querida mía. Pero no mucho. Tenemos que hablar. Tú, Jay, ve con Henary. Intuyo que necesita compañía. Y también me figuro que tendrás algunas cosas de las que hablar con Aliena.

Rosalind sonrió y fue con Pamarchon. Cuando le dio alcance, le agarró la mano. Y así, cogidos de la mano, se adentraron en los árboles y desaparecieron.

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