Anxious

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—Vaya —comentó—. Esos chupitos que te has tomado con Hunter sí que te han hecho efecto.

—Idiota.

Volvió a golpearlo en el hombro, para después mirarlo con una sonrisa que hacía tiempo que él no veía. Lo besó, llevando las manos a su camisa, y no bajaron de la azotea en un buen rato.

 

Dos días después, organizaron una reunión con todos los miembros de la comunidad para comunicarles la noticia. La mayoría se tomaron con horror que fueran a bombardearlos, de manera que aquel dato amortiguó el hecho de que un grupo de cierto peso abandonaba el lugar. Todos entendieron el motivo, pensando en silencio que ojalá lograran su objetivo, o quedarse sin la único médico sería el menor de sus problemas.

Erik los abrazó a todos, deseándoles suerte.

—Estoy seguro de que lo vais a lograr —dijo con voz animada y se apartó un poco para dejar paso a un J.J. con cara de preocupación—. Eh, sin empujar…

—¿Volveréis? —quiso saber el chico, esperanzado—. Me refiero a si no se bombardea, y nadie os detiene, ni os mata…

—No lo sé. —Hunter se encogió de hombros—. Pero te prometo que si vemos la posibilidad de reunirnos todos de nuevo, aunque sea en otro lugar, la aprovecharemos.

—¿Lo prometes? Mira que están creciendo cebolletas en el jardín —informó con orgullo—. Y tomates… era lo que querías, ¿no?

—Sí —dijo Hunter con una sonrisa afectuosa—, era lo que quería. —Y lo abrazó, por si acaso no volvía a verlo. Quizá lo había sacado de quicio más de una vez, pero había cambiado, y de cualquier forma, era una persona inofensiva y agradable—. Sigue así, J.J. Estoy orgulloso de ti.

—Gracias. —Tenía lágrimas en los ojos—. Has sido como un padre para mí, teniente. Te voy a echar de menos. Cada vez que vea una lata…

Hunter sonrió, estrechando el abrazo.

—Sabrás abrirla. Y pórtate bien, ¿de acuerdo?

—No veo cómo podría portarme mal aquí dentro —se quejó él, una vez libre del abrazo—. Seguro que Erik nos lleva como en una dictadura.

Erik le pegó en el brazo bromeando, pero J.J. se quejó igualmente, y se marchó frotándose la zona afectada tras despedirse de forma cariñosa de los demás, exceptuando a Faraday, que le daba miedo.

Llegó un momento en que tantos abrazos y despedidas se hicieron muy difíciles, y aquel fue el momento escogido para irse a dormir. Debían descansar, pues en pocos días se marcharían sin tener muy claro su destino.

 

7.     El demonio está aquí

Nueva York, 17 de abril.

 

Cuando llegaron a Jersey ya era de noche, así que buscaron un edificio vacío en el que poder refugiarse para descansar. Desde allí podían ver el skyline de Manhattan, pero ninguna luz se iluminó ni observaron movimiento, lo que les desanimó bastante.

Por la mañana siguieron el curso del río hacia el norte. A la altura del túnel Lincoln, descubrieron que este tenía la entrada totalmente bloqueado por rocas y bloques de cemento, como si el techo se hubiera desprendido. El río lo había inundado, y el agua llegaba hasta la carretera. Habían descartado cruzar por allí por peligroso, pero al ver aquello se preguntaron si no estarían bloqueadas todas las entradas y salidas de la isla. Si, como creían, había gente allí y ejército, sería lo más lógico para evitar ataques.

No tenían muchas más opciones, así que continuaron caminando hasta llegar al puente de George Washington. Respiraron aliviados al ver que no estaba derruido, aunque había alambre de espino y restos de cuerpos por todas partes. No eran recientes, lo que fuera que había ocurrido allí, era de semanas o meses atrás.

No podían atravesarlo con los caballos, así que les dejaron dentro de un pequeño parque que habían visto unos bloques atrás.

Pasaron el alambre llevándose unos cuantos cortes de recuerdo, ninguno grave, y a lo largo del kilómetro y medio que tenía de largo el puente, encontraron barricadas y más obstáculos, así como más cuerpos, algunos de ellos con uniforme militar.

Cuando llegaron al final, se encontraron con que estaba bloqueado por un muro construido con bloques de hormigón, y al mirar hacia arriba se encontraron con varios soldados apuntándoles con sus armas.

—¡Dejad vuestras armas en el suelo y levantad las manos! —ordenó uno de ellos.

—Será mejor que obedezcamos —dijo Hunter, quitándose su rifle y su ballesta—. ¡Tranquilos, no somos peligrosos!

—Eso lo decidiremos nosotros.

Los cinco dejaron todas sus armas en el suelo, y se quedaron con las manos levantadas mientras varios soldados bajaban por el muro y se acercaban a ellos. Les cachearon rápidamente, y recogieron sus armas.

—¡Limpios! —Gritó uno.

—¡Que suban!

Les llevaron hasta el muro, indicándoles las zonas donde apoyarse para poder subir. Una vez llegaron al otro lado, vieron que había varios hummers, coches de policía y un par de tanques, todos apuntando en dirección al muro.

Un hombre se acercó a ellos, saludándoles militarmente.

—Capitán Edward Garrows —dijo, mirando a Hunter de arriba abajo—. ¿Es usted teniente?

—Sí —confirmó él, llevándose la mano a la frente—, teniente coronel Hunter Cooper.

Se oyeron varias exclamaciones de sorpresa, y varios soldados murmuraron entre ellos. El capitán llevó la mano a su cartuchera.

—¿Ha dicho Hunter Cooper? —preguntó—. ¿De Camp Ripley, Little Falls?

—Sí, ¿qué…?

—Levante las manos. —Sacó su arma y lo apuntó—. ¡Ahora!

Hunter obedeció, poniéndolas detrás de la cabeza. Todos los soldados le apuntaban a él directamente.

—¿Pero se puede saber qué ocurre? —preguntó Rachel.

—Tranquila —dijo él—. Seguro que es algún malentendido.

—De eso nada, cabrón.

Con esas palabras, Edward se acercó para golpearle en la cara con la culata de su pistola. Hunter se tambaleó, pero antes de que pudiera recuperar el equilibrio el capitán le pegó un puñetazo en el estómago y lo empujó al suelo. Hunter no se defendió, con al menos quince armas apuntándolo no quería correr el riesgo, pero Emma le pegó un empujón a Edward.

—¿De qué vas? —gritó—. ¡Hemos tardado días en llegar! No sé quién creéis que es, pero…

—Sabemos perfectamente quién es. —Le puso unas bridas en las manos, apoyando una rodilla en su espalda para que no se moviera—. Señorita, aléjese si no quiere que la detengamos también.

—¿De qué se lo acusa? No pueden detenerlo así como así.

—Mire, puede que las circunstancias le hayan engañado, a usted y a sus amigos, pero este hombre es muy peligroso.

—¡Y una mierda! Yo era sheriff de Little Falls, sé muy bien quién…

El capitán hizo un gesto, y otro soldado se lanzó directo sobre ella, reteniéndola igual que habían hecho con Hunter.

Nathan y Rachel dieron un paso hacia ellos, pero Faraday se interpuso entre ellos. Si seguían así, acabarían todos detenidos. Desde el suelo, Hunter los miró negando con la cabeza.

Nathan cogió de la mano a Rachel, intentando tranquilizarse y a ella también. Varios soldados se acercaron, para coger a Hunter y Emma y levantarlos del suelo, sujetándolos por los brazos para que no se movieran.

Edward se dirigió a los otros tres, con el ceño fruncido.

—¿Y vosotros quiénes sois?

Nathan titubeó, ya no estaba seguro de si decir su nombre o mentir.

—Doctora Rachel Portman —contestó ella, intentando mantener la calma.

—Faraday —se limitó a decir el grandullón.

—Yo soy virólogo —se decidió por fin él—. Nathan Thomas.

—¿Nathan Thomas? ¿Es el hijo del coronel Thomas?

El pelirrojo frunció el ceño, de nuevo sin saber qué respuesta era la buena. Afirmó lentamente con la cabeza, preguntándose si era lo correcto. Pero Edward sonrió, guardando su arma, así que había acertado.

—Su padre estará encantado de saber que está vivo. Pensaba que había muerto en Little Falls.

Él palideció.

—¿Mi padre? —repitió—. ¿Está aquí?

—Claro. Es el jefe del Estado Mayor, cuando todo esto pasó… Bueno, él consiguió llegar hasta aquí, y el anterior jefe estaba en el Air Force One con el presidente cuando se estrelló.

Los cinco se miraron. Hunter apretó los dientes para no decir nada, imaginándose lo que habría ocurrido. Lo iban a tener más difícil de lo que había pensado.

Nathan se recompuso tras unos segundos de estupor.

—¿Entonces entiendo que hay un gobierno?

—Sí, están el vicepresidente, que ahora es el presidente, y unos cuantos senadores y congresistas. Además de delegados de otros países.

—¿Qué tal si nos lleva con ellos y me lo va contando por el camino?

—Por supuesto.

Hizo un gesto, y se llevaron a Emma y Hunter en un hummer. Faraday, Rachel y Nathan subieron a otro con Edward, que comenzó a conducir por las calles desiertas de Nueva York.

Por el camino les explicó que iban hacia la ONU. El pulso electromagnético no había llegado hasta la isla de Manhattan, pero sí a las centrales eléctricas que alimentaban los edificios. Así que tras unos días, el sistema había empezado a fallar. El caos no tardó en aparecer, sobre todo cuando la gente empezó a darse cuenta de que el resto del país no tenía electricidad. Una vez confirmado que el presidente había muerto, se había creado un gobierno de emergencia. Movilizaron todos los portaaviones y buques de guerra para llevarlos a las costas Este y Oeste del país, para evacuar a todos los supervivientes que pudieron. Pero cuando empezaron a llegar rabiosos, o «el enemigo no identificado, ENI» como lo llamó él, se cerraron todas las fronteras y el espacio aéreo. Se habían instalado puestos del ejército en diferentes islas, y durante esos meses los gobiernos extranjeros habían estado debatiendo qué hacer. En lo único en que se habían puesto de acuerdo por el momento había sido en enviar tropas a la frontera con México, desde donde estaban evitando que los rabiosos se propagaran hacia el sur. Pero cada vez eran más, y la mayoría de países quería una intervención militar a gran escala.

Habían descartado el uso de bombas atómicas, para no dejar el país inhabitable, pero aunque su gobierno quería esperar a encontrar una cura, el resto opinaba que ya había pasado demasiado tiempo. En la última reunión un par de semanas antes, EEUU había hecho valer su veto de nuevo. Debido a eso, estaban preparando una revocación de los estatutos de la ONU, de forma que ningún país tuviera derecho a veto. En cuanto modificaran los estatutos, se haría una nueva votación. Y claramente, ganarían los votos a favor del ataque.

Cuando llegaron al recinto de la ONU, vieron que el muro exterior estaba totalmente rodeado de coches de policía, con agentes y soldados por todas partes. Pasaron un par de barreras con vigilantes, y les llevaron hasta el edificio principal.

Al bajarse, vieron que el otro hummer se paraba a su lado. De él sacaron a Hunter y Emma, aún esposados, pero no se resistían. Durante el viaje habían podido hablar entre ellos, y habían decidido que por el momento era lo mejor.

Sus miradas se cruzaron, pero no les dio tiempo a decirse nada. Nathan atrajo a Rachel hacia sí.

—Ya veremos cómo lo arreglamos —susurró—, pero mejor que por ahora piensen que no tenemos mucho que ver con ellos.

—Tu padre sabe que estuviste con Emma.

—Solo que fuimos a cenar. Le diremos que tú y yo estamos juntos, así quizá consigamos que no nos separen.

—¿Y Faraday?

—Eso es más complicado, a ver cómo los convencemos de que es inofensivo.

—Está bien. —Le cogió la mano—. Con todo lo que he oído de tu padre, tengo hasta curiosidad por conocerlo.

—Pues yo solo espero no matarlo nada más verlo.

Edward les indicó que le siguieran, así que ellos obedecieron, Faraday detrás con cara de pocos amigos.

Por el camino habían escuchado que el capitán avisaba que iban con cinco supervivientes, dos de ellos detenidos, el «as de picas» y la «reina de corazones». Nathan recordó que durante la guerra de Irak habían asignado a cada terrorista a detener una carta de la baraja, siendo Sadam Hussein el más importante y al que se le había asignado el as de picas. Aquello lo inquietó aún más, seguro que su padre tenía que ver en eso… ¿Qué habría contado al mundo?

—¿Dónde nos lleváis? —preguntó Nathan.

—Su padre lo está esperando, dejaremos a sus acompañantes en…

—No —dijo Faraday —. Yo voy con él.

—Pero…

—Los dos vienen conmigo —dijo Nathan, en tono inflexible—. Ella es mi novia, y él un amigo, no vamos a separarnos.

Edward no parecía muy convencido, pero tampoco quería llevarle la contraria al hijo del Jefe del Estado Mayor, así que afirmó.

Subieron en ascensor hasta una de las últimas plantas, y los llevó hasta la puerta de un despacho. Cuando llamó, la voz de Ray Thomas contestó desde el interior.

Nathan apretó la mano de Rachel, más para darse ánimos a sí mismo que a ella. Edward abrió la puerta, y pasaron al interior.

Ver a su padre le causó más impresión de la que había esperado, sintió el odio recorrer su cuerpo como una corriente eléctrica. Aquel hombre era el causante de todo, y estaba vivo. Tanta gente había muerto por su culpa, todo el país destruido… Y él ahí, intacto. Ni siquiera tenía una cana más en su pelo o cara de culpabilidad. Tuvo la osadía de sonreír como si fuera el hombre más feliz del mundo, apresurándose a ir hacia él para abrazarlo.

—¡Hijo mío! —exclamó—. ¡No sabes lo contento que estoy, creí que habías muerto! —Miró a Rachel—. ¿Es tu chica?

—Sí.

La abrazó también. Nathan y ella se miraron, sin decir nada. Si aquello hubiera sido un concurso al Oscar al mejor actor, Ray habría ganado, pero a ellos no les quedaba otro remedio que fingir también. Nathan tenía claro que todo era una actuación delante del capitán Garrows. Señaló a Faraday.

—Él es Faraday —explicó—. Me salvó la vida.

—Muchísimas gracias, señor. —Le estrechó la mano, efusivo—. Le estaré eternamente agradecido.

Él apartó la mano, nada cómodo con aquel hombre. No se creía una palabra de lo que estaba diciendo. Ray fue hasta la puerta, indicándole a Edward con una sonrisa que se podía retirar. Cuando se hubo marchado, cerró y se giró hacia ellos. Su expresión había cambiado totalmente. Parecía furioso, pero intentaba no demostrarlo.

—Me han informado de que Hunter y Emma están con vosotros, ¿por qué?

«Directo al grano», pensó Nathan.

—Nos los encontramos por casualidad hace un par de meses —mintió, descaradamente—. Rachel y yo estábamos con otros supervivientes, Faraday incluido, en Atlanta. Y un día aparecieron ellos.

—¿Y qué te contó Hunter?

—¿Sobre qué?

—¿Te dijo que mató a Paris? ¡Se volvió loco en la base, quería evitar que salieran más soldados y explotó el complejo!

Nathan parpadeó, preguntándose si estaría alucinando. Pero tenía que seguirle la corriente.

—No, no me dijo nada. ¿Es por eso por lo que lo han detenido?

—Sí y no. —Nathan levantó una ceja, y su padre se paseó nervioso—. Verás, cuando llegué aquí… había que explicar algo, así que como pensaba que estabais todos muertos… Y tienes que entenderlo, yo no iba a cargar con la culpa. Así que todos creen que Paris creó el virus por orden de Hunter, y que Emma lo encubrió y no hizo nada para impedir que se propagara por el pueblo.

Rachel abrió la boca, pero Nathan la empujó ligeramente para que no hablara. A su lado, Faraday también se movió inquieto.

—Lo que has hecho… —empezó Nathan—. Entiendo que quisieras librarte de la culpa, pero ahora puedes explicar la verdad.

—¿Estás loco? ¡Ni hablar! Les van a hacer un consejo de guerra, los juzgarán en la Corte Internacional de Justicia de La Haya por crímenes contra la humanidad. ¡No puedo enfrentarme yo a eso!

—¡Pero vas a dejar que lo hagan dos personas que no tienen nada que ver! —gritó, a punto de perder los nervios—. Papá, por Dios, no puedes…

—Efectivamente. —Se acercó y lo cogió por los hombros, mirándolo a los ojos—. Soy tu padre. Hijo, ¿de verdad te gustaría verme condenado, por un pequeño error? Yo no pretendía que eso sucediera. Y ahora de todas formas es demasiado tarde, no puedo retractarme de lo que he dicho.

Nathan quería golpearlo, gritar para hacerlo entrar en razón… pero en su mirada veía su determinación, sabía que era imposible. Tenía que fingir ponerse de su parte, y buscar la forma de hablar con el presidente y convencerlo de la verdad. Para eso necesitaba libertad de movimientos, y tiempo. Solo esperaba que no se llevaran a Hunter y Emma de allí.

—Está bien, tienes razón —dijo—. Lo hecho, hecho está. De todas formas, si Hunter mató a Paris se lo merece, y Emma… —Se encogió de hombros—. Tampoco es que me importara demasiado, en la cena quedó claro que ya no teníamos nada en común.

—¿En serio? —Frunció el ceño—. Pero me informaron que habías pasado la noche fuera.

—Me encontré con unos amigos del instituto, pasé la noche con ellos poniéndonos al día.

Ray aceptó la explicación y asintió, satisfecho.

—Me alegro de que lo entiendas —dijo.

—Sí. Escucha, he estado trabajando en una cura. ¿Estás aquí haciendo lo mismo?

—Sí, sí. En primera planta han instalado unos laboratorios. Seguro que están encantados de que los ayudes. He ordenado que os preparen unas habitaciones…

—Rachel y yo juntos, y Faraday al lado.

—Claro, claro. Diré que os lleven, para que descanséis un rato. Y ya informaré para que te vaya a buscar alguien del laboratorio.

Cogió el teléfono y avisó para que fueran a buscarlos. Un soldado los guio hasta otra planta, donde habían acondicionado habitaciones. Les habían llevado sus cosas, y los dejaron solos.

Nathan se dejó caer sobre una silla, cubriéndose la cara con las manos. Rachel se había estado conteniendo, pero ya no puedo resistir más y se echó a llorar. Aquello era una pesadilla, ¿qué iban a hacer?

—Esto es un puto desastre —dijo Nathan.

Se levantó para abrazarla, intentando darle un consuelo que él mismo no sentía. Faraday le apretó un hombro.

—Tu padre es el demonio —dictaminó.

—Sí, gracias por la aclaración, me ayuda mucho.

—Hay que acabar con él.

—Ahora mismo no tenemos otra opción que seguirle la corriente. Rachel, lo entiendes, ¿verdad?

—Sí. —Ella cogió aire, procurando calmarse—. Tal y como está todo… Será difícil que alguien crea nuestra versión.

—Tendremos que tener paciencia. Averiguar quiénes están en el gobierno, ver cómo llegar a ellos… No tenemos pruebas, pero… La historia de mi padre no se sostendrá si conseguimos que se contradiga. Encontraré la forma. Y Faraday, intenta no ir por ahí llamando la atención, ¿vale? Si mantenemos un perfil bajo, como diría Hunter, averiguaremos más cosas.

—Entendido. Seré como una sombra, invisible y silencioso.

Dado su tamaño y sus tendencias apocalípticas, Nathan no estaba seguro que lo lograra, pero no podía hacer más que darle un voto de confianza.

Un rato después un soldado fue a buscarlo para hacerles de guía. Les hizo un recorrido por todo el edificio, explicándoles los turnos de comida, dónde acudir cuando necesitaran algo, la hora del toque de queda… Y por último los bajó al laboratorio. Rachel y Nathan se quedaron allí, hablando con los científicos al cargo de la investigación, mientras Faraday se marchaba discretamente a hacer sus propias averiguaciones.

 

8.     No te necesitamos

Al principio los virólogos de la ONU se mostraron escépticos. Sin embargo, tras analizar muestras de sangre Rachel y hacer varias pruebas, se convencieron de que Nathan había encontrado la clave para acabar con el virus «Anxious». Le habían asignado ese nombre oficialmente cuando Ray Thomas les había entregado algunos papeles de su proyecto, por supuesto sin su nombre y poniendo a Hunter como la persona a cargo del mismo.

Unos días después, un hombre fue a buscar a Nathan a su habitación. Cuando este abrió la puerta, lo miró extrañado. Vestido de traje negro, expresión seria… ¿F.B.I?

—Me envía el presidente —informó el hombre—. Sígame, por favor.

—¿Y ella? —Señaló a Rachel, que se había acercado a la puerta.

—Puede venir.

Era la oportunidad que estaban esperando, así que esperaban poder aprovecharla.

Siguieron al agente hasta una zona de máxima seguridad donde no habían entrado nunca, hasta llegar a unas puertas dobles con banderas americanas a ambos lados.

«Se acabará el mundo, pero no el patriotismo», pensó Nathan.

Les abrieron la puerta, y reconocieron al que, meses antes, era el vicepresidente de los EEUU. El hombre sonrió amablemente, levantándose para estrecharles la mano.

—Nathan, Rachel —saludó—. Me han hablado mucho y muy bien de vosotros, siento no haber tenido tiempo de reunirme antes, pero podéis imaginar cómo estoy de ocupado. Sentaos, por favor.

Ocupó su sitio tras la mesa, y ellos las sillas frente a él, mirándose. Rachel afirmó con la cabeza le apretó una mano, dándole su apoyo.

—Me han dicho que has encontrado una cura —dijo el presidente.

—Un antiviral, aún habría que hacer muchas pruebas. Funcionó con ella, pero no sé si con gente infectada de más tiempo, o si funcionaría como vacuna.

—Y tampoco fue fácil —añadió Rachel—. La verdad es que casi muero cuando me la inyectaron.

—Sí, sí. —Hizo un gesto restándole importancia—. Pero lo importante es que mis chicos están avanzando mucho, y dentro de poco podremos utilizarla.

—Pero pueden pasar meses antes de que…

—No, no, no tenemos tanto tiempo. No sé si lo sabéis, pero han conseguido quitarnos nuestro veto esta mañana, así que en la próxima votación no podremos evitar el ataque a nuestro país, a no ser que ofrezcamos una alternativa. No os preocupéis por eso, lo tengo todo calculado. En fin, contadme, ¿qué tal el regreso a la civilización? Debisteis pasarlo muy mal.

—No ha sido nada fácil, la verdad.

—Tu padre parece muy contento de tenerte de vuelta.

—Sí, ya, sobre eso… Me gustaría explicarle unas cuantas cosas, si tiene tiempo.

—Claro, claro. Dime.

—La versión que él ha contado sobre lo que ocurrió, bueno… digamos que no concuerda del todo con la mía.

El presidente frunció el ceño, poniéndose serio.

—¿A qué te refieres?

—¿Puedo ser totalmente sincero?

—Por supuesto. Es un tema muy grave, estamos hablando del fin de nuestro país y forma de vida como lo conocemos. Quiero tener toda la información posible, y hasta ahora, solo he oído su versión. Nadie más de Little Falls o de la base ha llegado aquí.

Le hizo un gesto para que hablara. Nathan carraspeó, y comenzó su relato desde el momento en que recibiera la primera llamada de su padre para que fuera allí. No sabía si el presidente le creería o no, pero contó todo lo que había ocurrido tal y como había sido. Rachel apenas pudo aportar nada, aparte de corroborar lo sucedido en el CDC y contar cómo se había unido Hunter a su grupo.

Cuando terminaron, el hombre se echó hacia atrás en su silla, tamborileando con los dedos en la mesa.

—Nada o casi nada concuerda con lo que nos ha contado el coronel Thomas —comentó.

—Lo sé. Igual que sé que no tengo pruebas, pero pregúntele una cosa a mi padre. Él sabía que yo estaba fuera de la base. Si me quiere tanto, ¿por qué no me llamó en cuanto se enteró de lo que ocurría, para llevarme con él en un hummer? Y lo más importante, ¿Qué hacía yo allí? Si todo lo organizó Hunter con Paris, ¿para qué llamarme?

—De acuerdo. Tengo que pensar en todo esto, pero volveré a llamaros con lo que haya decidido.

—Gracias por escucharnos.

Se despidieron de él, dejándolo pensativo. Una vez fuera, se miraron.

—Ya está hecho —dijo Nathan—. Tanto si nos cree como si no, no podemos hacer más.

—Lo sé.

Regresaron a su habitación, donde Faraday los estaba esperando fuera. Últimamente apenas lo veían, mientras ellos pasaban la mayoría del tiempo en el laboratorio, él seguía dando vueltas y hablando con quien podía.

Les indicó que entraran, y una vez dentro de la habitación, los miró triunfante.

—Los he encontrado —anunció.

—¿A Hunter y Emma? —preguntó Rachel.

—Claro. Están dos niveles bajo el suelo, en unas celdas que han hecho. Están bastante vigilados, pero si nos organizamos bien, podríamos sacarlos.

—¿Para ir a dónde? —preguntó Nathan, negando con la cabeza—. No, nos detendrían antes de llegar a la puerta, eso seguro. Y no me veo yo en plan salvador pegando tiros por ahí… no sé tú cómo lo ves, Rachel.

—Estoy de acuerdo contigo. Me muero por verlos, pero deberíamos dejar el rescate a lo Rambo como última opción.

Faraday pareció decepcionado, pero no les discutió. Ellos siempre parecían saber lo que hacían, así que no iba a empezar a llevarles la contraria en aquel momento.

—También he visto otra cosa. —Ellos lo miraron, expectantes—. Están planeando algo. Han llegado dos portaaviones nuevos anoche, y traen muchos drones. Por lo que he oído, llegarán más durante esta semana.

—El ataque —dijo Rachel—. Se están preparando.

—Eso supuse. Pero no llevan misiles ni ningún arma. O se las van a poner aquí, cosa que dudo, o están planeando otra cosa.

¿Sería esa la alternativa a la que se refería el presidente? Tenían que seguir averiguando, así que le dijeron a Faraday que siguiera como hasta entonces, mientras ellos regresaban al laboratorio.

 

Un par de días después, aún no tenían noticias del presidente. Nathan empezaba a pensar que no los había creído. Si hubiera hablado con su padre, Ray no habría perdido el tiempo en ir a echárselo en cara. Así que aunque no le gustara, parecía que al final la opción del rescate iba a ser la única válida. Pero no tenía ni idea de cómo hacerlo.

Suspiró fastidiado, yendo a una nevera a dejar unas muestras. Al abrirla, miró extrañado unos botes de spray. Cogió uno, etiquetado con una numeración, y se giró hacia un chico.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Nada, unas pruebas. —Se lo quitó—. Una variante nueva, tú sigue con lo tuyo.

Se lo llevó a otra nevera más alejada. Nathan fue a hablar con Rachel, pero ella tampoco sabía nada de ninguna nueva variante, lo que lo mosqueó aún más. Estaban haciendo algo sin informarle, lo que no le gustaba para nada.

Se fue directamente al despacho del jefe de laboratorio, entrando sin llamar.

—Baxter, ¿tienes un minuto? Tengo que hablar contigo.

—Claro, pasa. —Nathan cerró la puerta—. ¿Qué pasa?

—¿Qué estáis haciendo? He visto unas muestras de las que no he sido informado.

—Ah. —Pareció avergonzado, pero se puso serio rápidamente—. Verás, nos han pedido algo nuevo, y estamos trabajando en ello.

—¿Pero qué es?

—Alto secreto.

—¿Alto secreto? El antiviral es mío, lo que hagáis con él es mi responsabilidad, así que no entiendo…

—Lo siento. —Se levantó, acercándose a él—. Agradecemos mucho tu aportación, pero ya no nos eres necesario. Tú y tu novia podéis descansar, ya nos encargamos nosotros de todo.

—¿Y si no queremos «descansar»?

—Realmente no es una opción, si no… una orden. No te necesitamos más.

Nathan le sostuvo la mirada unos segundos, preguntándose qué estarían tramando, a qué venía aquello. Baxter abrió la puerta, invitándolo a salir, así que tras unos segundos Nathan se marchó. Fue hasta la mesa de Rachel, apretando los puños furioso.

—Vámonos —dijo.

—¿Qué? —Se fijó en su expresión—. ¿Qué ha pasado?

Se dio cuenta de que los miraban un par de personas, así que recogió sus cosas rápidamente y se marchó con Nathan, quien la puso al día cuando estuvieron fuera. Ella movió la cabeza, confusa.

—No entiendo nada —dijo.

—Yo tampoco. —Se pasó una mano por el pelo—. Tendremos que hablar con Faraday, que nos ayude a pensar cómo sacarlos.

—¿Y cómo saldremos de la isla, Nathan? Solo hay un puente, y está totalmente protegido. Aunque consigamos sacarlos, ¿qué haremos después? ¿Ir al Empire State y mirar el paisaje? Deberíamos volver a hablar con el presidente, o con alguien de otro país.

Nathan suspiró fastidiado. Ella tenía razón, por la vía de la fuerza bruta no conseguirían nada, tendrían que seguir probando con la diplomática. Que siempre había sido su favorita, desde luego, pero empezaba a estar harto de tanto esperar.

 

Al día siguiente, mientras estaban desayunando, el mismo agente de la vez anterior fue a buscarlos. Faraday estaba en uno de sus paseos habituales, así que Nathan y Rachel fueron con el hombre. Esperaban que el presidente les hiciera más preguntas o pidiera alguna prueba; lo que no se podían imaginar era que en el despacho estaba también Ray.

Al verlos, su expresión se volvió desconfiada, lo que les indicó que él tampoco los esperaba allí.

Ray miró al presidente, sonriendo falsamente.

—¿Qué ocurre, Tom? Pensaba que era una reunión privada.

—Y así es. —Les hizo señas a la pareja—. Pasad, sentaos. Vamos a hablar un rato los cuatro, ¿de acuerdo?

Ellos obedecieron, pero apartando un poco las sillas de Ray. Él ocupó la suya con gesto hosco, se notaba claramente que no se fiaba de lo que iba a ocurrir allí.

—Iré directo al grano —dijo el presidente—. Ray, he estado hablando con tu hijo y la doctora Portman, y me gustaría contrastar unas cosas contigo.

—No tengo nada que ocultar —respondió él, con voz firme.

—Entonces no habrá problema. Verás, me pregunto… Tú me contaste que el teniente coronel Cooper lo planeó todo con esa doctora… Hill, ¿verdad? —Ray afirmó con la cabeza—. ¿Y por qué llamaste a tu hijo, si no sabías lo que estaba pasando?

—Ah, eso, pues… Fue casualidad. Hacía mucho que no nos veíamos. Él tenía vacaciones, y… —Nathan negaba con la cabeza—. Hijo, ¿qué ocurre? ¿Por qué lo niegas?

—Asumamos que eso es cierto —siguió el presidente—. Cuando te enteraste de lo que estaba ocurriendo, porque se contagió esa chica y atacó a tus soldados… y la sheriff no logró pararlos, ¿por qué no llamaste inmediatamente a tu hijo para que volviera a la base? Hunter había enviado el dron, sabías que todo fallaría en minutos. ¿No deberías haberlo avisado para llevarlo contigo en los hummers protegidos?

Ray palideció, carraspeando varias veces.

—Bueno, yo… yo… —tartamudeó—. No ocurrió exactamente así.

—¿En qué momento exacto mató el teniente coronel Cooper a la doctora Hill? ¿Y por qué lo hizo? Podrían haber huido juntos.

Ray se incorporó, empezando varias frases sin terminar ninguna. Y entonces hizo lo que ninguno se habría imaginado jamás: salió corriendo del despacho.

El presidente reaccionó en unos segundos, pero ya era tarde y Ray no estaba a la vista. Llamó a gritos a sus guardaespaldas, levantándose furioso. Dos hombres entraron sacando sus armas, alarmados.

—¡Haced que detengan al coronel Thomas inmediatamente! Dad la alarma, que no salga de aquí.

Ellos se fueron veloces, sin preguntar las razones; para ellos, eso era lo de menos.

El presidente se dejó caer en la silla, aún aturdido.

—Eso lo ha delatado —dijo—. Todo este tiempo nos ha tenido engañados, no puedo creerlo. Lo siento mucho.

—Eso ya da igual —dijo Rachel—. Deje libres a Hunter y Emma, y puede disculparse con ellos si quiere.

—Sí, claro, tiene razón —cogió el teléfono y dio unas cuantas instrucciones—. Ya está—. Colgó—. Podéis ir a buscarlos, están en la planta menos dos. Bajando las escaleras a la derecha.

—Gracias —dijo Nathan.

—Volveremos a hablar de esto, ahora tengo una reunión, debo organizar el ataque.

—¿Ataque? —repitieron ellos.

—Bueno, no sé si ataque es la palabra exacta. Gracias a ti, Nathan, hemos creado un antiviral que se dispersa en el aire. Esta mañana me he reunido con mis homólogos del resto de países, y han aceptado que lo lancemos. Así que es lo que voy a ordenar ahora mismo, los drones ya están siendo cargados con el compuesto.

Nathan estaba boquiabierto. El hombre parecía satisfecho y convencido de su idea, pero él no lo veía tan claro.

—¿Pero han hecho pruebas? —preguntó—. ¿Saben cómo afectará a los animales, a la vegetación? Un virus en el aire es incontrolable, se dispersará con las nubes… Llegará a ríos, el mar…

—No te preocupes por nada de eso, está todo controlado.

Se levantó y se acercó a ellos, para palmearle un hombro. Nathan y Rachel se incorporaron, ambos pensando en las consecuencias que aquello podría traer.

—Id a por vuestros amigos —instó el presidente.

Nathan cogió a Rachel del brazo, sacándola del despacho y yendo hacia las escaleras.

—Tenemos que impedirlo —dijo ella.

—Vamos a por Hunter y Emma, ellos sabrán qué hacer —Nathan se quedó quieto unos segundos y miró alrededor—. Un momento. ¿Dónde está Faraday?

 

9.     El futuro que se avecina

Emma estaba sentada en su lado del banco, cruzada de brazos. Llevaban allí días sin que los dejaran salir, excepto para una ducha por la mañana y cuando tenían que ir al baño; también les dejaban comida de forma regular, aunque ninguno tenía demasiada hambre. Ambos se preguntaban qué harían con ellos, pero eso era solo un recurso evasivo… sabían que no les esperaba nada bueno.

Los primeros días se habían dedicado a discutir, pero desde la noche anterior apenas habían cruzado palabra. Hunter parecía derrotado, sin poder comprender ni asimilar que el coronel Thomas hubiera soltado aquellas mentiras sobre él. Sí, era consciente de que no le había obedecido ni seguido sus reglas, pero echarle la culpa de todo… ojalá pudiera salir de aquella jodida celda improvisada, pero no sabía cómo. Lo mismo le sucedía a Emma, que había pasado un rato considerable estudiando las posibilidades que había de poder escapar; pronto constató que ninguna. Conocía algunas formas de huir de habitaciones, pero ambas incluían ventanas o carceleros de fácil distracción, dos cosas que allí no tenían. Quienes los vigilaban no se quedaban con ellos, solo podían verlos cuando les traían la comida o los sacaban a los lavados. Y tampoco había ventanas, estaban a dos niveles menos de la planta principal.

—¿Crees que estarán bien? —preguntó Hunter, cuando el silencio se le hizo insoportable.

—Están bien —replicó ella, sin abandonar su lugar—. El coronel no le haría ningún daño a Nathan.

—¿Estás segura de eso?

—Sí. No le considera ninguna amenaza, e imagino que Rachel tampoco le produce temor alguno… además, ya viste como nos trataron  mientras que a ellos se los llevaron como invitados. Me encantaría escuchar la versión que ha dado ese cabrón… nunca me cayó bien.

—Y por lo visto es recíproco —Hunter se incorporó y empezó a pasear como un león enjaulado por la habitación—. Aquí se está cocinando algo y tenemos las manos atadas, joder. —Se giró para descubrir que ella lo observaba con escepticismo—. ¡Vale! Sé lo que estás pensando.

—¿A qué te refieres?

—Que tenías razón, que no teníamos que haber venido. Pensé que sería complicado lograr que no nos bombardearan, pero jamás imaginé que ni siquiera tendríamos oportunidad de intentarlo… sentados en una celda improvisada y esperando que nos maten.

—En realidad estaba pensando que tienes un buen culo —se burló Emma.

Hunter frunció el ceño, furioso. Tenía ganas de gritar y dar golpes, se había estado conteniendo desde que se lo habían llevado y no entendía por qué ella quería provocarlo.

—Me parece genial que tengas ganas de bromear, pero…

—… tenemos que salir de aquí, si, lo sé.

—El coronel no va a salirse con la suya, eso te lo prometo. No pienso permitir que me deje como responsable de lo sucedido, yo solo obedecía sus órdenes.

—Sí, por desgracia… —Al ver su cara se levantó—. Está bien, la única oportunidad que se me ocurre es cuando venga el idiota de turno a traernos la comida.

No había terminado de decir la frase cuando oyeron cómo la puerta se abría y un cuerpo caía pesadamente al suelo. Era uno de los soldados habituales que solían aparecer en horas puntuales y tenía la nariz rota, además de estar inconsciente. Los dos lo miraron, asombrados.

—¿Te referías a ese idiota? —preguntó Hunter.

Emma alzó sus ojos azules para encontrarse con la cara de Faraday.

—Hola, sheriff, ¿qué es este escándalo? —bromeó.

—Faraday… si no estuviera aquí metida te abrazaría.

Él se agachó, arrancó las llaves que el soldado llevaba sujetas del cinturón, y momentos después abrió la puerta. Los dos abandonaron la celda al momento y Hunter le dio una palmada de agradecimiento al gigante.

—¿Nathan y Rachel? —quiso saber.

—Están en el despacho del presidente. La gente por aquí han estado intentando hallar una cura, pero claro, todo se ha orquestado bajo la mentira que ese demonio ha contado. Cuando llegó Nathan con su antiviral les vino de maravilla, así que han estado trabajando con ellos para perfeccionarlo. Rachel también.

—Pero, ¿y tú qué hacías mientras? —preguntó Emma.

—Oh, yo estar por aquí, por allá… —replicó Faraday con media sonrisa—. A pesar de mi tamaño, la gente siempre piensa que soy una especie de retrasado, no se preocupan por mí, y yo sé cómo perpetuar esa idea. En seguida supe dónde os tenían, pero Rachel opinó que no teníamos dónde ir. —Hunter afirmó—. Ayer pasó algo.

—¿Qué?

—Algo en el laboratorio. Nathan estaba cabreado, creo que han usado su antiviral para hacer otro y esparcirlo sin más, algo así. Perdonad que me salte los tecnicismos. —Los dos restaron importancia a aquello con un gesto—. No paraban de decir que había que sacaros de aquí, y ninguno sabía cómo. Pero yo sí, así que cuando se han ido al despacho, me he bajado y listo.

Vio cómo tanto Emma como Hunter asentían.

—Le he pegado un par de puñetazos —se excusó Faraday mirando al soldado—. Lo siento. La diplomacia no es lo mío.

Emma disimuló una sonrisa, y se agachó hacia el cuerpo sin sentido del soldado.

—Creo que el coronel también estaba en esa reunión —añadió Faraday, observando cómo la rubia registraba al inconsciente.

—Perfecto —dijo ella, quitándole las dos armas que llevaba. La entregó una a Hunter tras comprobar que estaban cargadas. Luego se levantó—. Vamos a buscar al coronel.

Hunter asintió, así que los tres abandonaron el pasillo después de meter al soldado en la habitación y cerrar la puerta. Aunque su instinto natural era echar a correr, todos sabían que debían extremar las precauciones: aquello no era pelear contra rabiosos, estaba lleno de militares y armados.

—¿Cómo lo hacemos? —preguntó Emma mirando a Hunter—. No llegaremos hasta el despacho del presidente, debe tener guardaespaldas.

—Yo… —se calló al escuchar una puerta que se abría.

Se quedaron quietos y apuntando con las armas, exceptuando a Faraday, que no tenía ninguna, y que al parecer tampoco la necesitaba. Sin embargo, al otro lado de la puerta los que aparecieron fueron Nathan y Rachel, un poco agitados, y se quedaron pálidos al ver aquel par de pistolas encañonándolos.

—¡Joder! —exclamó ella—. ¿Qué hacéis? ¿Estáis bien? ¿Cómo…?

Nathan se fijó en Faraday, que miraba de forma disimulada hacia otro lado; decidió dejarlo pasar porque al final era el único que había optado por hacer algo inteligente, y el hombre no podía saber que el pobre soldado que había dejado inconsciente ya tenía órdenes de dejarlos libres. Se aproximó corriendo hacia ellos.

—Esto se ha descontrolado —explicó rápidamente—. Mi padre anda por ahí suelto con un arma y un saco de resentimiento encima porque nos hemos cargado su tapadera, y tienen mi antiviral listo para soltarlo sin importar las consecuencias. Lo han mutado, de forma que se puede transmitir por el aire, y lo van a lanzar con unos drones.

—Joder —masculló Emma—. ¿Qué hacemos?

Hunter apretó los puños al recordar al coronel.

—Yo voy a buscar a tu padre —dijo, mirando a Nathan—. Esta vez no se va a librar de esta, te lo prometo. Lo traeré del cuello si es necesario.

—Hunter —dijo el pelirrojo con tono apremiante—. Sé que odias a mi padre, y que quieres pegarle, y pegarle, y pegarle. Pero escúchame… si lanzan ese antiviral…

—Yo me encargo de eso —dijo Emma—. ¿Sabes desde dónde controlan el lanzamiento?

—La sala de operaciones está en el primer piso —informó Faraday, solícito.

Hunter y Emma se miraron, asintiendo a la vez.

—Vosotros quedaos aquí —ordenó él, sobre todo dirigiéndose a Rachel.

—No, ni hablar, yo me voy contigo —protestó ella cabreada—. Y antes de que digas alguna tontería, te recuerdo que tú eres el lugar más seguro de todo el edificio.

Hunter se dio cuenta de que ella tenía razón; además, si estaba a su lado podría protegerla mejor de cualquier problema, aunque no pensaba permitir que el coronel fuese uno. Iba a encontrarlo, romperle la cara y después darse el gusto de detenerlo. La besó con fuerza, frustrado por todo el tiempo que había pasado encerrado y por no haber podido hacer nada.

—Yo iré con Emma —dijo Nathan.

—Y yo contigo —añadió Faraday, por si alguien tenía dudas de con quién estaba su lealtad.

—Suerte —dijo Emma, sin entretenerse en despedidas, antes de que se separaran.

Hunter salió corriendo escaleras arriba, seguido de Rachel. No sabía en qué lugar podría estar intentando ocultarse el coronel Thomas, pero pensaba registrar todas las plantas, cualquier rincón, hasta hacer que saliera de su escondrijo.

—¿Te has fijado que apenas se ve gente? —repuso Rachel, cuando resultó obvio que la presencia del personal se había reducido de manera considerable.

—Estarán en alguna sala de conferencias, mirando cómo salen los drones —murmuró él.

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