Antonia

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2014, el guirigay

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El guirigay

—¡¿Dama enfermera?! ¡¿Mujer ejemplar?! ¡¿Patriota?! Pero de dónde se han sacado eso… Me mondo.

—Está publicado en un libro, mamá.

José Antonio, fascista, de José Luis Jerez Riesco. Y no te vayas a creer que es un libro antiguo, porque salió en 2003.

—Lo que yo te diga… para mondarse. Mi prima sigue engañando a todo el mundo en el siglo XXI. Ni era patriota ni era enfermera… y ejemplar, ni te cuento. Era de Lavapiés y punto. Y mala persona.

—¿Dónde enterraron a don Emilio?

—En la tumba que compró en la Almudena para sus tres hijos. Con su mujer.

—Podríamos ir a verle. De paso, digo… porque ya sé dónde enterraron a la abuela.

—¿Has encontrado a mi madre?

—Lo ha averiguado Jesús después de mucho preguntar, pero la que la ha localizado es Paloma, una empleada de las oficinas del cementerio. Y ha sacado el certificado de defunción del Registro Civil. Pero te puedes imaginar que ya no está. Podemos ir al sitio donde la llevaron. El papel del cementerio dice que «el cadáver de doña Juana Herrero Huertas fue inhumado el día 4 de noviembre de 1942 en sepultura 4ª temporal, cuartel 25, manzana 11, letra B, cuerpo 8, siendo trasladados sus restos al osario el día 10 de febrero de 1953».

—¿La enterraron de caridad?

—No lo dice.

—¿Y dice cuándo se murió? ¿Y dice de qué?

—«En Madrid, a las diez y diez del día 3 de noviembre de 1942, ante don Juan Alberti de la Torre se procede a inscribir la defunción de Juana Herrero Huertas, de cincuenta y dos años, natural de Madrid, hija de Francisco y de Petra, domiciliada en paseo de la Chopera-Parque de la Mendicidad, de profesión sus labores y de estado soltera, falleció en dicho parque el día primero del mes de noviembre a las catorce horas a consecuencia de colapso por enterocolitis según resulta de la certificación facultativa».

—¿No fue de infarto? Eso me dijeron… ¿Y qué es eso de enterocolitis?

—Dicho finamente, diarrea.

—Pobrecita… con razón la vi tan delgada la última vez, cuando corría calle abajo huyendo del cabrón de mi padre.

—¿Quieres que vayamos al sitio donde la enterraron?

—Para qué… si ya no está. Pero, si quieres, te enseño la tumba de don Emilio.

—Pero si tú no fuiste al entierro…

—Pero sé dónde está. Enterré allí a mi prima… y antes, mi prima enterró allí a Juanita.

—¿Cómo?

—Y a la Carmen, la mujer del Marquesito…

—¿Me estás diciendo que en la tumba del tipo que quiso matar a Franco están los tres hijos que le mataron los milicianos, su primera esposa, la mujer de un timador, tu prima Meli y su amante la Pelos?

—Todos juntos.

—¿Y cómo permitió el hijo de don Emilio semejante mezcla?

—Porque la que decidía era mi prima. Ella era la viuda y heredó la tumba, por eso metió a Juanita y a la Carmen. Meli fue la última en llegar.

—Me da miedo preguntar de quién es ahora esa sepultura…

—Pues de quién va a ser, mía. Mi prima me dejó cuatro perras y la tumba, porque el piso era del estado. Pero a mí no me metas con todos esos. Menudo cisco debe de haber ahí abajo. A mí me quemas.

—Estoy cuajada. Esto no va a haber quién se lo crea.

—Ojalá nada hubiera sido cierto… ojalá no me hubiera tocado la mierda de vida que me tocó. Yo apreciaba a don Emilio, la verdad, pero una guerra siempre la empieza alguien. Y la empezaron ellos.

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