Amnesia

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Se había hecho de noche. Las ventanas con vista al lago nos mostraban una diapositiva completamente diferente a la que habíamos visto al llegar. No había luna ni estrellas. El viento soplaba con fuerza, agitaba las copas de los árboles y se colaba de alguna forma por los resquicios de la construcción.

—¿Cuándo lo supo Mark? —pregunté.

—Tienes que entender que…

—¿Cuándo lo supo?

—Unos meses después, dos o tres.

Maggie se puso de pie.

—Voy a dar un paseo, creo que es mejor que esto lo habléis vosotros dos.

Negué con la cabeza.

—No es necesario, de verdad. Eres parte de todo esto, de alguna forma.

Maggie volvió a sentarse.

—Johnny —dijo mi padre—, si hay algo de lo que me siento orgulloso es de haber tomado la decisión de preservar la relación entre vosotros, que ha sido maravillosa durante todos estos años.

—Es difícil aceptar que has estado todo este tiempo aquí, tan cerca.

Mi padre empezó a hablar, presa de la emoción. Le temblaban los labios.

—Harrison me ha mantenido al tanto, y Mark también, por supuesto, aunque debo decir que con tu hermano hemos tenido nuestras diferencias. Se ha sentado muchas veces donde estás tú ahora.

Sentí un aguijonazo de ira al pensar en todos esos años de relación.

—¿Diferencias en cuanto a decirme la verdad?

—No creo que ahora sea el momento de hablar de ello, hijo. Lo importante es que tú y Mark os habéis tenido el uno al otro. Lo que ha sucedido con Mark ha sido terrible.

Por primera vez vi desolación en sus ojos. Mi padre era el único que podía entender el vacío que Mark había dejado.

—No lo entiendo, Johnny —continuó mi padre, una lágrima gruesa se deslizó por su mejilla arrugada—. No lo entiendo.

Maggie me lanzó una mirada inquisitiva. ¿De veras quieres que me quede? Apoyé una mano sobre la de ella y articulé un silencioso por favor.

—Mark me dejó una carta —dije—. Puedes leerla, si quieres.

Mi padre asintió.

—Discutimos muchas veces acerca de si esto era lo mejor para ti, ocultarte la verdad, quiero decir. Mark quería que lo supieras y que vinieras a verme. Yo me opuse, Johnny. Le prometí a mis amigos que lo que habían hecho por mí jamás saldría a la luz. Ellos han sido los primeros en decirme que debía romper esa promesa, pero eso no cambia las cosas, al menos no para mí.

—Hubo momentos duros allí afuera.

No quería hacerlo sentir una mierda, pero una parte de mí no podía evitarlo.

—Lo sé. Sólo hice lo que creí que era lo mejor. Tu hermano y tú os habéis tenido siempre el uno al otro; estoy orgulloso de ello.

—¿Has visto a Jennie?

Su rostro se iluminó. Fue como si un reflector de un millón de vatios le apuntaran a la cara de repente.

—He sido muy cuidadoso. Por supuesto que la he visto. Es una niña preciosa…, una Brenner. He esperado mucho tiempo para decir esto, hijo, pero te felicito.

A veces pensaba en mi hija y me sentía frente a un abismo insondable. Con ella todo se magnificaba, el amor, pero también los miedos, mis miserias, mis debilidades, su mundo era desproporcionado, bello y monstruoso a la vez. Así me sentía en este momento, aunque en el otro extremo del mismo universo.

—¿Y ahora? —dije—. Ahora que Mark se ha ido, ¿ibas a decirme la verdad?

Él asintió.

—Las cosas han cambiado. Lo hemos estado hablando con los muchachos, para hacerlo de la forma correcta. Sin Mark…

Me puse de pie. Recordé algo. Fui hacia la ventana; finas gotas alargadas se dibujaban en el cristal.

Mi padre y Maggie me observaban con curiosidad.

—¿Qué? —preguntó Maggie.

En mi cabeza repasaba la nota que Mark me había dejado tras el suicidio.

El hombre árbol, una criatura que vivía en el bosque y de vez en cuando merodeaba la casa.

Esa señal lo obligaría a permanecer en el bosque, recluido.

Algún día podrías ir a visitarlo, cuando llegue el momento.

Por primera vez empecé a vislumbrar las razones detrás de la decisión de Mark. Mi hermano y yo habíamos mantenido una relación maravillosa. Yo lo había respetado, admirado, amado profundamente.

Y ahora era el tiempo de mi padre.

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