Amnesia

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Harrison y Bob permanecieron unos segundos en la furgoneta antes de salir. Desde la ventana intuí que habían dedicado ese tiempo para calibrar la situación.

Al entrar en la cabaña nos saludaron como si aquella reunión fuera lo más normal del mundo.

—Imagino que ya habéis tenido tiempo de poneros al día —dijo Bob.

Ambos se sentaron a la mesa. Yo era el único que seguía de pie.

—Ven, Johnny —dijo Harrison—, tenemos que hablar algunas cosas. No tenemos tiempo que perder.

Conocía ese tono de voz. No era el del hombre que me visitaba en casa y con el que escuchábamos a The Who, comíamos las galletas de Lauren y conversábamos de cosas mundanas. Era el tono firme de sus épocas de comisario, el del hombre al mando.

Me senté. Los tres amigos estaban a un lado de la mesa, Maggie y yo en el otro.

—¿Qué sucedió en tu casa, Johnny? —preguntó Harrison sin rodeos.

—Llegamos a casa y vimos a un hombre…

—Marrel —disparó Harrison de inmediato—. No te guardes nada, Johnny.

Asentí.

—Decidimos que lo mejor sería largarnos. Llamamos a la policía y nos internamos en el bosque. Vinimos aquí.

—¿Cómo sabíais la ubicación de la cabaña? —preguntó Bob.

—Ayer os escuché hablando —dijo Maggie—, dejé el móvil en la furgoneta con el GPS activo.

Bob suspiró y esbozó una sonrisa.

—¿Lo veis, muchachos? —dijo mirando a sus amigos alternativamente, primero a mi padre, después a Harrison—. Un móvil con un GPS activo, tan simple como eso. Este mundo va demasiado rápido y nosotros estamos muy viejos para alcanzarlo.

—No sabíamos con qué nos encontraríamos —agregó Maggie.

—Timbert me llamó en cuanto recibieron la llamada —dijo Harrison volviendo al tema de Marrel—. Venimos de allí y no hay rastros del tipo.

Maggie y yo nos miramos.

—¿Qué sucede? —El excomisario nos lanzó una mirada de advertencia: se acabaron las mentiras.

—Nos siguió por el bosque —dije—, el tipo es un jodido boy scout. Estaba armado y nos alcanzó.

—No pasó a mayores —se apresuró a decir Maggie—. Marrel estaba un poco alterado porque pensaba que Mark y Johnny le habían hecho daño a su hija. Frost le metió esa idea en la cabeza.

Hubo un intercambio de miradas indescifrables entre los tres amigos.

—Debemos hablar de lo que sucedió esa noche —dijo mi padre con tranquilidad.

—Estoy de acuerdo —dijo Harrison—. Y también de cómo serán las cosas de aquí en adelante.

Maggie y yo asentimos.

—¿Mataste a esa chica, Johnny? —disparó Harrison a quemarropa.

Mi padre bajó la vista.

—¡No! —dije de inmediato— ¡Ni siquiera la conocía!

Harrison me calmó con un gesto.

Me costaba poner mis pensamientos en palabras. O más justo sería decir que no quería hacerlo. Maggie volvió a rescatarme.

—Creemos que la chica, o alguien, le dio una droga experimental desarrollada por Meditek. Una droga con la que olvidas todo durante un lapso de tiempo. Es un poco más complicado que eso, pero ése es el punto a fin de cuentas. Creemos que…

Le indiqué a Maggie que yo seguiría.

—Es posible que Mark la haya matado —dije a regañadientes—. Cuando desperté del efecto del ESH…, de la droga, Mark me llamó por teléfono. Le dije lo que había pasado y vino a casa a resolver la situación.

—¿Cuánto tiempo después?

—Llegó en menos de media hora.

—No. ¿Cuánto tiempo después de que despertaste te llamó por teléfono?

—No lo sé exactamente…

Miré a Maggie. Ella me hizo un gesto de asentimiento.

—Sucedió algo —expliqué—, cuando desperté, el cuerpo estaba allí, junto a la Ruger y una botella vacía. Todo parecía dispuesto de forma que yo pareciera el asesino.

Mi padre y Harrison intercambiaron miradas de entendimiento que no me pasaron inadvertidas.

—No pensaba con claridad —continué— y salí para deshacerme de la botella. Fui a Union Lake, y de regreso descubrí una furgoneta cerca del promontorio del reptil. Sus ocupantes no estaban en ese momento, pero estaba equipada con un equipo de vigilancia. Había una cámara puesta en el salón de casa.

—Dios mío —dijo mi padre.

—Continúa, por favor —me pidió Harrison.

—Cuando regresé a la casa no había rastro del cuerpo, se lo habían llevado.

—¿Y cuándo supisteis que la chica trabajaba en Meditek?

—Varios días después.

—¿Cómo?

—Es una historia un poco larga —dijo Maggie—, pero encontramos a Paula en internet. Mark nos lo reveló, finalmente, poco después de su cumpleaños.

Harrison asentía.

—Creo que es momento de que tú cuentes tu parte de la historia, Ed.

Mi padre asintió.

—La noche del 2 de mayo estaba bastante cerca de tu casa, Johnny. No suelo entrometerme, quiero que lo sepas. De vez en cuando me gusta echar un vistazo, nada más. Y cuando escuché el disparo lógicamente me preocupé. Fui lo más rápido que pude, debí de tardar unos veinte minutos, quizás un poco más. Me acerqué por la parte de atrás y el sensor de movimiento captó mi presencia. Las luces se encendieron. Aguardé unos minutos, cinco o diez, hasta que creí escuchar ruidos extraños provenientes del salón, y entonces decidí entrar. El cuerpo de la chica estaba cubierto con una sábana; fui directo a ti, Johnny, y advertí que tenías pulso y no parecías estar herido. En cuanto a ella, incluso antes de tocarle el cuello supe que estaba muerta. También vi la botella sobre la mesa.

—El asesino debía de estar en la casa en ese momento —dijo Bob—, la sábana es un claro indicio de que el plan original era llevarse el cuerpo. Tú, Johnny, le arruinaste los planes.

—Claro —estuvo de acuerdo mi padre—, porque entonces empezaste a moverte y a pronunciar frases ininteligibles, y supo que podías despertar de un momento a otro. Fue un momento de mucha confusión; lo único que tenía en claro era que debía avisar a Harrison enseguida. Tengo un móvil para emergencias pero no lo llevaba conmigo esa noche. Una vez fuera me asomé por la ventana y vi cómo intentabas reanimar a la chica. Me quité un peso de encima, porque eso significaba que no habías querido hacerle daño.

Bajó la vista, como si el pensamiento lo avergonzara.

—No le hice daño —dije con seriedad.

Mi padre habló en un tono apenas audible:

—Eso es lo que pensé en ese momento —se disculpó—. Te seguí hasta Union Lake. Y luego, me pareció que lo mejor era regresar a la cabaña y llamar a Harrison.

Harrison asintió y continuó el relato.

—Lo primero que hice fue llamar a Mark y decirle que Ed había visto movimientos extraños en la casa. No fui más específico que eso. Él me dijo que ya estaba al tanto, que había hablado contigo, Johnny, y que de hecho estaba regresando de tu casa, que todo estaba bien.

—¿Qué dijo? —se interesó Maggie.

—Que Johnny había sufrido una especie de alucinación, que ya estaba bien y que él se ocuparía.

Todos guardamos silencio. Mark había mentido.

—Por eso fui al día siguiente a tu casa, Johnny —dijo Harrison.

—Lo sé.

—En definitiva —dijo Bob—, no sabemos qué hacía esa chica en tu casa, Johnny, y tampoco sabemos quién la mató.

—Y si decimos lo que sabemos —dijo Harrison con gravedad—, lo poco que sabemos, lo único que conseguiremos es que el FBI se centre en Johnny, y las cosas se van a poner muy feas.

Maggie los miró a todos alternativamente.

—Podemos hablarles de la droga que desarrolló Meditek —dijo Maggie en un intento de convencernos, y posiblemente de convencerse a ella misma—. Eso es demostrable y explica por qué Johnny no puede recordar esas horas.

Bob negaba con la cabeza.

—Hija, si lo piensas un segundo, eso lo complica aún más.

Y tenía razón. A los ojos del FBI, yo bien podía ser el asesino y no recordarlo.

—Es injusto para Paula —dijo Maggie.

Yo estaba de acuerdo.

—No sabemos a qué vino a Carnival Falls —dijo Harrison—. Mark nunca llegó a decírnoslo.

—Si es que acaso lo sabía —apunté.

Nadie respondió. Harrison y Bob intercambiaron miradas de entendimiento. Ellos creían que era muy posible que Mark fuera el responsable de la muerte de Paula. A mí me costaba aceptarlo, pero debía reconocer que era una posibilidad.

—Tenemos que decidir qué hacer —dijo Harrison—, le revelamos al FBI lo que sabemos, con los riesgos que eso conlleva, o no sale de aquí y nadie vuelve a mencionarlo jamás.

Así eran las cosas en el club B, pensé.

—Antes hay algo que debéis saber —prosiguió Harrison—. Hoy hablé con el agente Frost y me dijo que van a suspender la investigación.

—¿Qué? —Maggie habló por todos. El único que estaba al tanto de aquella noticia parecía ser Bob, que asentía con cada palabra del excomisario.

—Eso no significa que no la seguirán buscando, pero la investigación en torno a Meditek está cerrada —explicó Harrison—. A mí me llamó muchísimo la atención, tan intempestivo. Frost me dijo que está convencido de que Mark estaba involucrado, pero que sin él le fue imposible venderle la investigación a su superior.

—¿No puede ser un truco? —pregunté. Tanto Frost como Bell se habían mostrado muy incisivos. ¿Por qué lo dejarían tan pronto?

—No es un truco, Johnny —dijo Harrison—, conozco al FBI desde hace tiempo. Hay reglas que no se rompen. Si me han dicho que la investigación está cerrada, está cerrada.

—Eso nos pone en una situación todavía más compleja —dijo Bob—. Tenemos que votar. Richard y Bill tienen posturas encontradas, así que ellos dos no cuentan. La decisión final saldrá de esta mesa.

—Los que estén a favor de hablar con Frost y decirle todo lo que sabemos, levanten la mano.

Levanté la mano.

Harrison me siguió.

Mi padre se mantenía impertérrito, Bob negaba con la cabeza, claramente en desacuerdo.

Instintivamente nos volvimos a Maggie.

—Mi voto es negativo —dijo ella.

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