Amnesia

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Encontré el móvil en el resquicio entre los almohadones del sofá. No podía cometer más errores. Busqué la Ruger, comprobé el seguro y la guardé en el bolsillo.

Cerré la puerta de la calle y me dirigí al promontorio del reptil.

Recorrí el mismo camino e intenté recordar la matrícula. Lo único que acudió a mi mente fueron los tres primeros dígitos —305—; el resto se me escapaba por completo. Nunca he tenido buena memoria para los números; me fío mucho más de mi memoria visual, de modo que intenté recrear la imagen de la furgoneta aparcada en el camino abandonado. La imagen apareció en mi mente como si estuviera viéndola en la televisión, pero se desvaneció como una aparición fantasmal, como esos sueños que se esfuman al despertar. Fue una sensación horrible.

Cuando llegué al camino abandonado, la furgoneta ya no estaba.

Intenté aferrarme a los detalles, los vasos de café en la cabina —uno de ellos con restos de lápiz labial—, la puerta corrediza al deslizarse con excesiva facilidad… Me toqué el hombro. No había dolor.

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