Amnesia

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Cuando llegaba a casa unos faros me cegaron. Bajé el arma al ver que se trataba del Mercedes de Mark. Mi hermano se apeó y nos quedamos mirando el uno al otro. De alguna forma misteriosa supe exactamente lo que él estaba pensando, y no lo pude culpar.

Se acercó, y sin mediar palabra me quitó la pistola de las manos con delicadeza.

—Entremos —dijo mientras me enlazaba el cuello con el brazo.

Mark era cinco años mayor que yo y siempre había asumido un rol protector hacia mí, especialmente tras la pérdida de nuestros padres. Lo amaba profundamente, y justo es decir que de no haber sido por él, por sus intervenciones y sus ayudas en todos los órdenes de la vida, no sé qué hubiera sido de mí. Mientras él había ido a la universidad, fundado Meditek —un reconocido laboratorio farmacéutico de investigación— y formado un hogar con Darla, yo había abandonado los estudios y empezado un peligroso romance con el alcohol que llevaba más de siete años, y que si bien ahora estaba en un impasse de once meses, yo más que nadie sabía que eso podía cambiar de un momento a otro. Mark siempre había estado allí para protegerme.

—¿Qué te ha sucedido en el labio?

Me toqué el labio con el dedo. Pude sentir la protuberancia cerca de la comisura derecha.

—Tropecé con una rama, sólo se ha hinchado un poco.

Mark asintió. En sus ojos estaba la mirada que yo tan bien conocía, esa pátina compasiva que me generaba sensaciones encontradas. Echó un vistazo a la tulipa rota pero no dijo nada. No hizo falta tampoco. Se acercó a la mesa y dejó la pistola, todo con movimientos pausados.

—Sentémonos un momento, Johnny. Tenemos que hablar.

Por primera vez me fijé en su ropa; vestía una sudadera y unos vaqueros desgastados. Lo imaginé frente al televisor de sesenta pulgadas con Darla, mirando alguna cosa en Netflix en una tranquila noche de sábado. Y ahora aquí estaba otra vez, ocupándose del bueno de Johnny.

—No puedo sentarme, Mark —dije con impaciencia, moviéndome de un lado para el otro—. ¡No sé qué mierda está sucediendo! ¡El cuerpo estaba allí! ¡Allí mismo!

Su rostro se transformó al escucharme.

—¡Necesito que me creas, Mark!

—Por supuesto que te creo, Johnny. Pero tienes que decirme, con calma, lo que ha sucedido aquí esta noche.

Cerré los ojos. Sinceramente, no sabía por dónde empezar. ¿Por qué no podía recordar ni siquiera la puta matrícula de la furgoneta?

Y entonces, todavía con los ojos cerrados, escuché la pregunta que había estado esperando.

—¿Has bebido, Johnny?

Me senté en el brazo de uno de los sillones, resignado.

—Lo último que recuerdo es haber estado en el estudio, trabajando en unas ilustraciones, más o menos a las cinco o seis de la tarde. Luego creo que me quedé dormido. Desperté en el suelo, justo allí, y había una botella de vodka en la mesilla.

—¿La botella…?

—La compré hace unas semanas —reconocí de inmediato—; las cosas con Lila no iban bien y la compré… no sé, creo que intentaba probarme algo.

—¿Qué sucedió después?

—Entonces vi el cuerpo de una mujer tendido en el suelo, la pistola, y entré en pánico. Pensé que me había emborrachado y la había cagado en grande. Pero no bebí esa botella, Mark, te lo aseguro. Sé cómo se siente una resaca, y esto era diferente… La colocaron allí para confundirme.

Mark apartó una de las sillas de la mesa principal y se sentó.

—¿Quién crees que la colocó allí?

—Salí para deshacerme de la botella —dije eludiendo momentáneamente la pregunta—, no podía pensar con claridad. Ahí fue cuando me golpeé el labio. Estaba cerca del promontorio del reptil y escuché ruidos. Descubrí una furgoneta muy vieja. No había nadie en ese momento, así que entré y en la parte de atrás encontré un equipo de vigilancia.

Mark suspiró, supongo que de alivio, porque semejante disparate no podía ser cierto.

Salté del sillón y señalé el mueble con vehemencia.

—Colocaron una cámara justo allí, pude ver la imagen en la furgoneta. Vine lo antes que pude, pero se habían llevado la cámara, y también el cuerpo.

Mark guardó silencio. Su expresión era indescifrable. Al cabo de un instante fue a la cocina y regresó con un vaso de agua. Lo dejó encima de la mesa y buscó algo en su billetera. Sacó una píldora.

—¿Qué es eso?

—Algo que te ayudará a relajarte —dijo mientras la dejaba junto al vaso.

—No voy a tomar una pastilla. ¡No te has creído una sola palabra de lo que te he contado!

—Johnny, estoy de tu lado.

Contuve la respiración un momento.

—Mark, sé lo descabellado que parece lo que acabo de decirte, lo sé. Volví al promontorio y la furgoneta ya no estaba, pero te digo que estuvo allí, y que había una cámara oculta en ese mueble. ¡Me han estado observando!

—Toma la píldora, bebe un poco de agua…

—¡No! Tenemos que llamar a la policía —lo interrumpí—, o a Harrison, él nos dirá qué hacer.

Harrison era un excomisario y un gran amigo de mi padre.

Mark seguía negando con la cabeza.

—¡¿Y decirles qué?! Lo que acabas de contarme no tiene sentido. —Mark rara vez perdía la paciencia. Su reacción me descolocó.

—¿Y crees que no lo sé?

—Está bien —dijo en tono conciliador, levantando las palmas en señal de paz—, perdóname por lo que he dicho. Johnny, piensa un segundo, no podemos decir que no recuerdas nada de lo que sucedió entre las seis y las nueve, y que al despertar había un cadáver que ahora ha desaparecido. ¿Estás seguro de que esa chica estaba muerta?

—¡Por supuesto que sí!

Y entonces sentí un shock de adrenalina. Salí corriendo hacia la cocina ante la atónita mirada de Mark.

En el extremo de la cocina estaba el canasto de la ropa sucia. Me acerqué con lentitud, porque sabía que si allí no estaba mi camiseta manchada de sangre…

Mark me observaba desde el umbral de la puerta. Lo miré justo antes de llegar al canasto y vi su expresión de desasosiego.

Me arrodillé, me abracé al estúpido canasto y rompí en llanto como no recordaba haberlo hecho en mucho tiempo.

Mark permitió que me desahogara. El llanto devino en un sentimiento de culpa y furia.

—También se la han llevado —dije con impotencia.

Me dejé caer contra la pared y le asesté una patada al canasto de la ropa.

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