Amnesia

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Nos sentamos, yo en el sofá y Mark en uno de los sillones. La mesilla se interponía entre nosotros. La botella había dejado en la madera un círculo húmedo.

—Johnny, intentémoslo de nuevo. Cuéntame todo lo que recuerdas, empezando por ayer noche, sin omitir nada.

—¿Desde ayer?

—No nos llevará mucho tiempo.

Me resigné.

—Ayer por la tarde fui a casa de Lila, estuvimos un rato allí y decidimos ir a cenar a Matzuki. Luego vinimos aquí y pasamos la noche juntos.

Lila era la mujer con la que estaba saliendo desde hacía unos meses. Estaba divorciada, como yo, y tenía un hijo pequeño, Donnie, de un año y medio. Yo tenía a Jennie, que era un poco mayor que Donnie, pero no lo suficiente como para no considerarme un padre en proceso de aprendizaje. Era básicamente lo único que teníamos en común.

—Iba a cortar con ella —sentencié.

—¿Qué sucedió?

—Lo de siempre, durante la cena empezó a hablarme de Donnie, de problemas con su ex, con su madre, y no quería ser el hijo de puta que corta con alguien cuando su vida es un caos, así que me dije…, lo haré mañana temprano. Al final resultó ser aún peor, porque se quedó a dormir aquí y no tenía forma de irse, así que la llevé a su trabajo en un silencio incómodo. ¿Qué sentido tiene hablar de esto ahora?

—Lo tiene —sentenció Mark—. Tú mente necesita centrarse.

—Lila se lo tomó con bastante calma; me preguntó si era algo que tenía completamente decidido y le dije que sí. Supongo que en el fondo lo imaginaba.

—¿Qué hiciste después de llevarla al trabajo?

—Estuve el resto de la mañana en el estudio, trabajando un poco en unas ilustraciones.

Lo anterior no era del todo cierto. Sí había estado en mi estudio, y sí había tenido la intención de trabajar en las ilustraciones de un proyecto que tenía entre manos, pero nada bueno salía últimamente. Hice algunos bocetos que terminaron en el cesto de la basura y finalmente desistí. Jugué un poco al póker online, navegué por internet y así transité el resto de una mañana improductiva. Lo cierto es que la mayor parte del tiempo había estado pensando en la botella que tenía escondida en el sótano, pero eso no se lo dije a Mark.

—Comí algo rápido y fui a la tienda de Donovan. Regresé a eso de las tres y fui al estudio un rato más, quizás una hora. Y a partir de aquí es que tengo la memoria como un papel en blanco. Me quedé dormido y cuando desperté encontré a la chica muerta. Me drogaron, estoy seguro, Mark.

Los ojos penetrantes de mi hermano me atravesaban.

—¡No me mires como si fuera un mentiroso!

Era curioso. Durante años había sido precisamente eso, un jodido mentiroso, y sin embargo seguía indignándome cada vez que me lo insinuaban.

—Oye, Johnny, sé que has cambiado. Sólo intento hacer las preguntas incómodas. ¿Qué hay de la pistola de papá?

—Estaba en el suelo cuando desperté. Al regresar… —No pude evitar ruborizarme—. Estaba guardada en el lugar de siempre.

Mark me miró con la compasión de un adulto que no quiere romperle la ilusión a un hijo pequeño.

Me agarré la cabeza, la vista puesta en el suelo.

—¿Qué pudo haber pasado?

—Te diré lo que no ha pasado: tú no le has hecho daño a nadie. Mírame.

Levanté la vista. Mark me miraba con ojos penetrantes.

—¿Está claro?

Asentí.

—Tuviste un mal día, a veces la mente nos juega malas pasadas.

Abrí la boca para decir algo pero me contuve.

—No soy un experto, pero podría tratarse de un episodio de alucinaciones oníricas.

Arrugué la frente.

—No ha sido un sueño.

—Lo sé. Las alucinaciones oníricas tienen lugar durante la vigilia, básicamente tu mente no distingue entre un estado y otro. El cadáver y la furgoneta pueden ser fruto de tu imaginación, pero en un contexto real. Conozco un par de especialistas en Lindon Hill que podrían…

Reí amargamente.

—Joder, Mark…, si eso no ha sido real…, méteme en Juniper Hill.

—No es grave…, y se trata de un hecho aislado. Si vuelve a repetirse, ya veremos qué hacer. Por el momento trata de no pensar en ello.

—Es más sencillo decirlo que hacerlo.

—Prométeme que me llamarás si sucede algo extraño, cualquier cosa.

—Lo haré.

Mark asintió, pero de repente su expresión cambió, como si se hubiera dado cuenta de algo. Transcurrieron unos segundos en los que parecía debatirse entre hablar o quedarse callado.

—¿Qué pasa?

—Cambiemos de tema. Tengo algo que contarte. Estaba esperando a que las cosas avanzaran un poco, pero…

Mark y Darla no tenían hijos, así que lo primero que pensé fue en algo relacionado con…

—No es eso —se adelantó Mark—. Es Meditek.

Mi hermano no hablaba mucho de su trabajo, al menos no conmigo, así que sin duda me lo estaba contando para distraerme.

—Vamos a vender el laboratorio.

Me quedé de piedra.

Que Mark vendiera Meditek era más inverosímil que encontrarse un cadáver en el salón de casa. Lo primero que se me ocurrió fue que mi hermano podía ser víctima de una enfermedad terminal, porque de otro modo no se explicaba que alguien como él se desprendiera de su empresa. Había fundado Meditek con su amigo Ian Martins; vendieron una patente y ¡bum!, no pararon de crecer desde entonces. Mark era un apasionado de su trabajo. Incluso demasiado apasionado.

—La realidad es que es algo que venimos analizando con Ian desde hace un tiempo.

Yo lo observaba con una ceja en alto. A Mark y a Darla les gustaba vivir bien, tener coches caros y una casa espaciosa, pero el dinero nunca había sido una prioridad para Mark.

—Me sorprende la decisión. Tienes mi apoyo, por supuesto.

—Gracias, Johnny.

—Con Ian tenemos algunas diferencias respecto a quién es el comprador ideal, pero llegaremos a buen puerto. Estoy seguro.

No imaginaba a Mark sin Meditek. Supongo que fundaría otra compañía y la haría crecer exponencialmente en pocos años.

Unos minutos después nos despedíamos en el portal. Mark me abrazó y me hizo prometerle nuevamente que lo llamaría si volvía a suceder otro episodio. Aunque le aseguré que lo haría, yo sabía que lo que había ocurrido en mi casa esa noche no había sido un episodio, y que había sido tan real como el coche de setenta y cinco mil dólares que ahora maniobraba sobre la gravilla del camino particular.

El cadáver, la botella vacía, el arma, todo había sido dispuesto para inculparme de la muerte de esa mujer. Una puesta en escena. Los de la furgoneta lo habían orquestado todo.

Mi hermano me saludó a través de la ventanilla y yo le devolví el saludo, forzando una sonrisa.

Algo había salido mal.

El Mercedes empezó a alejarse.

¿Quién buscaba inculparme por la muerte de esa chica? ¿Quién era ella?

Cuando los faros traseros ya se habían perdido entre el follaje yo todavía seguía de pie en el umbral. Una pregunta más me atormentaba.

¿Había sido casual la llamada de Mark?

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