Amnesia

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Cuando Harrison se marchó caminé por la casa como un maníaco, peinándome con la mano izquierda y marcando el número de Mark con la derecha. Su buzón de voz me respondió una y otra vez. Le dejé tres mensajes y en todos le dije que debía hablar con él, que era urgente. Necesitaba contarle lo que Harrison me había dicho respecto a ese extraño en Union Lake.

Cuando terminé de mandar el último mensaje me di cuenta de que me encontraba en el umbral del bosque. Miré a mi alrededor como si no fuese del todo consciente de cómo había llegado allí.

Y entonces el recuerdo me golpeó; fragmentos del sueño de la noche anterior se encendieron en mi mente como destellos macabros: el sendero angosto, una silueta oscura detrás de mí, ramas arañándome el rostro.

Me recorrió un escalofrío cuando tuve las mismas certezas que al despertar. El sueño estaba volviendo, lentamente.

Volví a llamar a Mark. Esta vez respondió.

—Espero que sea una emergencia, John.

John. No Johnny.

—Lo es. Gracias por responder.

—Estoy jugando al golf con un posible comprador —dijo Mark bajando el tono de voz—. Lo que tengas que decirme, dilo de una vez.

—Harrison ha venido a verme hace un rato —dije sin rodeos—. Me comentó que la policía recibió ayer por la noche un aviso de un sospechoso merodeando por Union Lake.

Una pausa.

—Tú estuviste en Union Lake, ¿verdad?

—No he sido yo, Mark…

—¿Cómo lo sabes?

No lo sabía, y mi silencio lo dejó perfectamente claro. Podía imaginar la decepción de Mark.

—Debo cortar, Johnny. Hablamos luego.

Iba a hablarle del sueño y de la revelación que éste había traído consigo, pero me contuve. ¿Cuál era el sentido?

La comunicación se interrumpió antes de que pudiera decir algo más.

Me senté en el columpio —uno de mis sitios preferidos de la casa—, meciéndome al ritmo de mis pensamientos. Debía de haber algo que pudiera hacer para probar los hechos de la noche anterior. Pensé en ir a la policía con cualquier excusa, simplemente para echar un vistazo a las personas desaparecidas, pero descarté la idea casi de inmediato. El comisario Timbert era listo, y el solo hecho de verme allí después de haber recibido la visita de Harrison podía levantar sospechas.

Tras media hora de cavilaciones empecé a pensar en la furgoneta que había visto en el camino abandonado y una idea tomó forma en mi mente. Cogí el móvil y busqué en la agenda el número de Fred Foster, con quien no hablaba desde hacía dos o tres años pero con el que tenía suma confianza. Fred era dos años mayor que yo y de chicos habíamos tenido una relación bastante cercana. Su padre era otro miembro del club Bilderberg.

Fred estaba a cargo de la concesionaria Brenner, que había pertenecido a mi padre en el pasado. Cuando mi madre enfermó, mi padre se vio obligado a deshacerse del negocio para hacer frente a los gastos médicos, y fue Bill, el padre de Fred, quien se lo compró y siguió adelante con él. Fue una forma de ayudar a un hombre orgulloso que no aceptaba ayuda con facilidad, ni siquiera de sus amigos íntimos.

La concesionaria Brenner estaba emplazada en Paradise Road, la única vía asfaltada para llegar a mi casa. Había otras rutas alternativas, pero si alguien venía a verme por primera vez, era altamente probable que escogiera Paradise Road. Sabía que Fred había instalado cámaras de vigilancia unos años atrás, de modo que le dije que necesitaba revisar las grabaciones del día anterior. Me inventé una excusa que involucraba a Lila, insinuando una posible infidelidad, pero Fred me interrumpió apenas empecé a decírselo. «Lo que necesites, Johnny.» Me dio las grabaciones completas del día anterior sin hacer ninguna pregunta más.

Cuando llegué a casa con la memoria USB me sentí más tranquilo. La perspectiva de pasarme el resto del día revisando las grabaciones me seducía sobremanera. Cualquier cosa que me mantuviera ocupado, sumido en un proceso hipnótico, sería mejor que seguir haciéndome preguntas que no tenían respuesta. Podría reproducir los vídeos a una velocidad mayor que la normal y así revisar un abanico de tiempo de unas cinco o seis horas…

Si la furgoneta Volkswagen había llegado desde Paradise Road, estaría registrada en alguno de los vídeos.

Me preparé un vaso de limonada y fui con el portátil al porche trasero. En la memoria USB había doce archivos de vídeo de una hora cada uno.

Rápidamente comprendí que el proceso podía ser más lento de lo que había previsto. La cámara mostraba el predio descubierto de la concesionaria y apenas una parte de Paradise Road. Si bien era posible identificar a los coches que viajaban en ambas direcciones, éstos no permanecían demasiado tiempo en la pantalla. Si aceleraba la reproducción a más del doble, los vehículos aparecían y desaparecían demasiado rápido.

Con un poco de práctica conseguí detener la imagen en el momento justo en que un nuevo vehículo aparecía en escena. El primer vídeo me llevó cincuenta minutos, pero a partir del segundo reduje el tiempo a cuarenta. Fue en el tercero donde un inesperado descubrimiento tuvo lugar. Detuve el vídeo y me quedé mirando el coche: el Chevrolet de Lila. La hora en la esquina de la pantalla indicaba que mi ahora exnovia había ido a mi casa poco después de las 18:30. Me quedé mirando la imagen congelada, la inconfundible cabellera rizada era perfectamente visible a través del cristal delantero. Podría haberla llamado en ese instante, pero seguí revisando el vídeo ahora a mayor velocidad. Buscaba la furgoneta, pero también el momento en que el Chevrolet regresara por el lado contrario de la carretera. Lo encontré poco tiempo después. Lila había ido a mi casa y había regresado media hora más tarde. Considerando el tiempo que le demandaría llegar desde Paradise Road, había estado en mi casa muy poco tiempo.

Suficiente para cometer un asesinato.

Miré hacia el techo y dejé escapar una sonora bocanada de aire. No existía la más mínima posibilidad de que Lila hubiese utilizado Paradise Road para ir a otra parte que no fuera a mi casa.

Seguí examinando las grabaciones con la esperanza de encontrar la furgoneta, cosa que desde luego no sucedió.

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