Amnesia

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Desperté en el columpio del porche, boca abajo. Cuando intenté abrir un ojo, una cinta brillante en el suelo me cegó, y aun en mi precario entendimiento de la realidad supe que era el sol que se colaba entre los árboles. No podía moverme. Cada pensamiento me dolía. No había vomitado, o por lo menos no allí, pero estaba empapado de sudor en mi ropa incómoda del día anterior. Se suponía que a las ocho de la mañana debía ir a buscar a Jennie para llevarla al jardín; había sido necesario persuadir a Tricia durante veinte minutos por teléfono para que accediera.

El sol está demasiado alto…

Sin embargo, seguía sin poder levantarme. Un sonido agudo me taladraba el cerebro. Cuando intenté inclinarme, algo en el estómago se movió y tuve que regresar a la posición fetal. Hubiese llorado de buena gana. No me atrevía a mirar la hora en mi móvil. Era una sensación conocida y tan aterradora que me paralizaba, porque en el fondo sabes que la has cagado, no necesitas que te lo diga un cacharro electrónico. Aunque llegues a tiempo al compromiso que has asumido con tu hija de cuatro años, estás haciendo un trabajo de mierda. Jennie tenía derecho a un padre digno como el que había conseguido ser durante el último año, y no un despojo retorciéndose al sol.

La noche anterior llegó en forma de fogonazos mentales. El recuerdo de haber estado en mi habitación sin poder conciliar el sueño fue bastante claro; daba vueltas en la cama pensando en las dos botellas que conservaba debajo del asiento del Honda, y en la idea más absurda del mundo: que si iba a beberlas mejor lo hiciera lo antes posible; porque si lo hacía rápido… podría descansar y llegar a la cita con Jennie al día siguiente sin que ella se diera cuenta. Para ese entonces ya no pensaba con claridad, porque si limitas una recaída a lo que tu hija pueda darse cuenta, entonces ya has cruzado la línea de la incoherencia. Durante aquellas horas de insomnio no se trataba de si lo haría o no, sino de cuándo lo haría.

Bajé en algún momento de la madrugada, eso lo recordaba perfectamente. Es una sensación muy particular, la de haberte entregado; nunca dejas de saber que lo que estás a punto de hacer está mal… has encontrado una justificación, y te aferras a ella todo lo que puedes, pero en esos momentos hay algo que prevalece sobre el resto, y es que has perdido completamente la voluntad. No es que estés a punto de saltar al vacío, sino que ya has saltado, y durante esos últimos minutos no puedes hacer más que dejarte arrastrar a toda velocidad por esa fuerza invisible y demoledora.

El resto eran retazos inconexos y luego un blanco absoluto.

Me senté en el columpio con suma lentitud. Sentía como si mi cerebro flotara en lava y se quemara un poco más a medida que me inclinaba. Me cubrí el rostro con el antebrazo; no podía abrir los ojos con el sol dándome de lleno. Vi una de las botellas vacías en el suelo y negué con la cabeza una y otra vez mientras buscaba el móvil en el bolsillo de mi pantalón, todo con la misma resignación. Activé el móvil y busqué el ángulo correcto para poder distinguir los números.

Eran las diez de la mañana pasadas.

El llanto surgió sin que pudiera, o quisiera, detenerlo. Enterré la cara en mis manos y me dejé abofetear por la vergüenza de haber fallado otra vez. No había solución. Jennie había esperado a su padre otra vez y yo no había llegado. Le asesté una violenta patada a la botella que tenía delante.

Había caído en mi propia trampa, no tenía a nadie a quien culpar. Había conducido hasta Lindon Hill, comprado esas putas botellas y esperado hasta el último momento para dejarme arrastrar hacia donde ahora me encontraba.

Tras meses de contactos esporádicos, había llegado el momento de volver a hablar con Donald Wellner, mi mentor en AA. Casi podía escucharlo en mi cabeza.

Habla con Tricia y dile toda la verdad.

—No todavía, Don —dije en voz alta.

Pensaría en algo creíble para decirle a Tricia; hacía un año que estaba sobrio y ella no podía juzgarme por los últimos días. No me lo merecía.

Le mandé un mensaje diciéndole que había tenido problemas, que se lo explicaría todo en persona y que estaba yendo a su casa. Iría y solucionaría las cosas. Más allá del intenso dolor de cabeza, empezaba a sentirme ágil mentalmente. Podía hacerlo. Me bañé, me vestí con ropa limpia y en quince minutos estaba listo para salir.

Mientras conducía pensé en dos cosas. La primera, qué le diría exactamente a mi exesposa. Mientras ideaba una excusa más o menos creíble, Don me dijo una y otra vez que nada bueno podía surgir de una mentira. Y Don tenía razón, pero el tónico de la verdad tendría que esperar al día siguiente. Una mentira piadosa podía solucionar las cosas.

La segunda cosa en la que pensé fue que no quería darle al estúpido de Morgan la satisfacción de verme caer. Porque eso es lo que él había estado esperando todo este tiempo. Cada vez que hablábamos de mis progresos podía ver la falsedad en sus ojos. Morgan era el tipo de persona que es invencible y seguro de sí mismo en la superficie, pero que en el fondo esconde una falta absoluta de confianza, de esos que necesitan desestimar y degradar a los demás para sentirse superiores. En síntesis, un mediocre.

Llegué a casa de Tricia y la encontré podando la enredadera. La puerta del garaje estaba abierta y dentro sólo vi su coche. Cuando me vio, sus hombros cayeron. Resopló. Se quedó quieta, con el delantal manchado de verde y la tijera en una mano, observándome de modo indescifrable. Paré el coche y me apeé. Durante un rato nos quedamos mirando el uno al otro. Nunca estuve seguro de haber amado a Tricia, pero ciertamente la quise mucho. Se acercó.

—Vamos adentro, John.

Pasó a mi lado y entró en el garaje. Se quitó el delantal y dejó la tijera sobre la mesa de madera. Fuimos a la cocina por la puerta interior.

—¿Quieres algo de beber?

—Agua estaría bien.

Me tendió un vaso y se sentó.

—Hoy Jennie no estuvo esperándote para ir al jardín, así que puedes quedarte tranquilo.

No comprendí.

—Fue idea de Morgan —continuó Tricia—, después de lo que pasó el domingo. No le dijimos que vendrías. Si lo hacías iba a estar encantada, por supuesto. Si no…, pues bueno, nada. Ha sido un buen año, John, pero no quiero volver a lo que era antes. Ahora Jennie ya entiende las cosas. Es muy lista.

—Lo sé. Y lo que quiero decirte es que las cosas no van a ser como antes. No he probado una gota de alcohol…, estoy teniendo otro tipo de problemas y lo de hoy ha sido un imprevisto que…

—No sigas, John.

—Lila ha desaparecido…, ella y su hijo no están por ninguna parte. No responde a mis llamadas desde hace tres días y he ido a su casa para verificar que todo esté bien y descubrí que se ha marchado.

Y aquí vino un pequeño agregado de mi parte:

—Alguien había llamado a la policía y me los encontré allí. Mi presencia les llamó la atención y me han estado interrogando.

Tricia me observaba con escepticismo.

—¿Lila está bien?

—No lo sé. Como te he dicho, se ha marchado y no responde a mis llamadas.

—John, espero que Lila esté bien, de verdad lo deseo. Desde el primer momento te he apoyado y he deseado que rehagas tu vida de la forma que más te convenga. Tenemos una hija en común y sabes que ella es el límite. ¿Lo entiendes?

—Por supuesto. Y creo que me he comportado como un padre digno durante el último año, y lo que necesito es que confíes en mí y que no te dejes llenar la cabeza de basura por tu actual marido.

—Deja a Morgan al margen de esto, por favor.

—Lo siento, pero él es parte del problema. No puedo estar todo el tiempo a la defensiva y justificando cada cosa que hago. Tú no eres así, Tricia. Te ha arrastrado a esta locura de que nosotros dos no podamos hablar y tengamos que hacerlo por medio de él.

—Los primeros años fueron un infierno, John. Necesitamos poner las cosas en un contexto legal. Jennie es…

—¿Contexto legal? ¿Acaso te escuchas? Jennie es mi hija y la amo más que a nada, y tú sabes que eso es así. He tenido problemas y me he hecho cargo de ellos. He sido un buen padre.

—No has venido las dos últimas veces que dijiste que verías a tu hija. ¿Eso es ser un buen padre? Puedes mentirte a ti mismo todo lo que quieras, pero no me mientas a mí. Busca ayuda, John.

Tricia se puso de pie.

Me sentía impotente. Lo que acababa de decirle respecto a Morgan era totalmente cierto. Tricia y yo podíamos no haber sido hechos el uno para el otro pero siempre habíamos podido hablar sensatamente. Ese tipo la estaba envenenando y mi hija era en parte destinataria de ese veneno.

—Todo lo que te he dicho es cierto —dije poniéndome de pie—. Morgan va a escucharme. Estoy francamente cansado de tener que rendir cuentas todo el tiempo por los caprichos del imbécil de tu marido.

Tricia me miró con calma. Sacó el móvil de su bolsillo y buscó algo durante unos segundos. Me mostró la pantalla.

Había una fotografía del frente de mi casa. Yo estaba tendido en el columpio; un brazo colgaba y llegaba hasta el suelo. Delante de mí había una botella vacía.

—Yo empecé a justificarte otra vez —dijo Tricia sin dejar de exhibir la fotografía—. Entonces el imbécil de mi marido fue a tu casa a verificarlo por sí mismo. ¿Y sabes qué me dijo que harías?

No respondí.

—Exactamente lo que acabas de hacer. Mentir. Vete a casa, John. Consigue ayuda.

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