Amnesia

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El día que Tricia me mostró la fotografía en la que había caído rendido en el porche de mi casa, volví a soñar. Al igual que la vez anterior, caminaba por el bosque siguiendo el haz de la linterna y experimentaba el mismo terror. Era inexorable seguir avanzando aunque sabía con certeza que algo malo me esperaba al final del sendero. La presencia me seguía; podía escuchar las hojas al ser pisadas y alguna rama al quebrarse. Enfrentarme a mi sigiloso perseguidor no era una opción.

Entonces llegamos al claro, donde estaban los dos álamos, y lo que tenía delante no era otra cosa que una fosa abierta, la pila de tierra a un costado, dos palas clavadas como antenas. Me asomé sólo para comprobar que la fosa estaba vacía. Entonces me volví y la vi, la chica tenía la piel blanca y resplandeciente. Le apunté con la linterna y ella se cubrió el rostro, pero lo que realmente captó mi atención de inmediato fue el vestido azul que llevaba puesto. Era de fiesta, idéntico al de la niña que yo había dibujado junto a Busy Lucy. El otro detalle que captó mi atención fue la gargantilla. Me acerqué y observé el dije central como si se tratara de un talismán. Eran tres rombos, uno encima del otro, y dos pequeños triángulos a los lados, como alas.

—Mira otra vez —dijo la chica.

Era la primera vez que escuchaba su voz, frágil, como su aspecto.

Le hice caso y seguí la dirección de su dedo. Mágicamente la fosa había sido rellenada. Las dos palas estaban tiradas a un costado.

—Has olvidado algo —dijo ella sin dejar de señalar la tumba.

Sin pensarlo me abalancé sobre la tierra y comencé a cavar con las manos. Las palas estaban a mi lado pero no podía dejar de rastrillar la tierra con los dedos, apartándola con frenesí. A intervalos regulares me volvía sólo para comprobar que la chica seguía allí de pie, consternada. Cavé sin detenerme, la tierra que apartaba volvía a caer en su sitio y el avance era nulo, pero aun así seguí y seguí, con las uñas rotas y los dedos sangrantes, preguntándome en voz baja una y otra vez qué era lo que había olvidado.

Desperté repitiendo la frase.

Has olvidado algo.

Nunca en mi vida había tenido un sueño tan real como aquél. Los ojos de la chica, de ese celeste tan peculiar, su voz, todo lo recordaba con perfecta claridad. También el terror que me provocaba aquel sendero y lo que me esperaba al final. Me senté en la cama, estremecido ante el miedo que no me soltaba.

Eran las once de la noche. Había dormido apenas una hora. Me vestí con rapidez y bajé al estudio. Cogí una hoja y un bolígrafo y dibujé la gargantilla de la chica de mis sueños.

Sobre el escritorio estaba la ilustración de la niña con Busy Lucy. Al verla me quedé helado. La niña del vestido azul también llevaba una gargantilla, una fina línea que no recordaba haber dibujado.

Salí de la casa y fui directo al cobertizo. Agarré una de las palas, la cargué en el coche y me adentré en el bosque. Era una noche calurosa y conduje con la ventanilla bajada. En ningún momento del trayecto me cuestioné lo que estaba a punto de hacer; no importaba que el motor de aquella locura fuese un sueño, incluso a esas alturas sabía que aquél no había sido un sueño convencional.

Quizás los sueños y las alucinaciones eran mensajes. ¿Y si la chica había sido enterrada en el bosque, en el claro de los dos álamos? ¿Qué otra cosa podía querer decirme, conduciéndome inexorable hacia ese lugar? Una vez que la encontrara, que diera aviso a las autoridades, la chica encontraría paz. Y yo también.

¿Ahora resulta que la chica se comunica contigo desde el más allá?

Hazle caso a Tricia. Consigue ayuda.

No tuve problemas en encontrar el sitio exacto y me puse manos a la obra.

Durante la excavación procuré poner la mente en blanco. Si pensaba demasiado en lo que estaba haciendo corría el riesgo de echarme atrás, o algo peor. Una parte de mí me decía que esto era lo más sensato que había hecho en los últimos días.

Poco más de una hora después la fosa tenía casi dos metros de profundidad y la tierra estaba tan apelmazada que era ridículo pensar que alguien había sido enterrado allí recientemente. Analicé la posibilidad de que aquél no fuese el sitio exacto, pero era el único en el claro donde no crecía vegetación. Estaba exhausto, tenía una sed espantosa y la perspectiva de tener que volver a rellenar el hoyo me resultaba un fracaso titánico.

Supongo que debía sentirme reconfortado de no encontrar un cadáver enterrado en las proximidades de mi casa, especialmente porque eso significaba que no había estado recibiendo señales de una chica muerta. Los sueños eran simplemente eso, creaciones de una mente atormentada que no tenían el más mínimo sentido. Y en cuanto a las alucinaciones, bueno…, más o menos lo mismo. Me quedé un rato sentado en el montón de tierra, soportando el peso de mis fracasos, buscando en alguna parte una luz de esperanza para salir de aquella locura.

No la encontré.

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