Amnesia

Amnesia


33

Página 35 de 89

33

Le pedí a Maggie que me acompañara al cumpleaños de Mark, algo que a ella en principio no la sedujo en absoluto. Me dijo que no se sentía preparada para enfrentar a todos al mismo tiempo, soportar miradas incómodas o responder preguntas. Sin embargo, le dije para convencerla, que también podía ser el sitio perfecto pues el foco de atención no estaría puesto en ella.

Finalmente aceptó. Llegamos alrededor de las siete y casi todos los invitados ya estaban allí. Un niño y una niña nos sobrepasaron a toda velocidad y eso me hizo pensar en Jennie, y en cuánto lamentaba que no hubiese podido acompañarnos.

Darla nos recibió en la puerta. Su cabello, el maquillaje, todo lucía como si se lo hubiese retocado apenas un instante atrás. Vestía un impactante vestido negro.

—Johnny, querido ¡Qué gusto me da verte! —Me estrechó entre sus brazos. Al ver a Maggie contuvo el aliento de forma exagerada—. Tú debes de ser Maggie Burke, claro que sí. ¡Si tienes los mismos ojos que tu padre! Estás espléndida, querida. Ésta es tu casa, por supuesto. ¡Bienvenidos!

Darla nos escoltó hasta el salón. Durante el trayecto, y sin que Maggie lo advirtiera, me guiñó un ojo y me preguntó si me sentía bien. Le respondí con un gesto de asentimiento y ella me dio unos golpecitos en el brazo y sonrió.

Saludé a decenas de personas; amigos de Mark de Carnival Falls, varios de los cuales también eran amigos míos, y otras personas a las que veía exclusivamente una vez al año. Tres mujeres me saludaron con sus bebés en brazos. Estimé que por primera vez el número de niños podría ser incluso mayor que el de adultos. Media docena de camareros pululaban entre la multitud ofreciendo bocadillos y bebidas. Cuando uno de ellos se acercó con un arsenal de copas de champán, le dije amablemente que sería mejor que me mantuviera alejado de ellas, mensaje que el joven captó de inmediato y se encargó de transmitir a sus compañeros. Animé a Maggie a que se sirviera una.

—No vas a creerlo —comenté—, pero nunca siento el deseo de beber en público.

Maggie se sirvió una copa y tácitamente decidimos ir al jardín y buscar un sitio apartado. La mala fortuna hizo que justo antes de salir fuésemos emboscados por Lenna, que me saludó con una efusividad desproporcionada e hizo lo mismo cuando le presenté a Maggie. Con su acostumbrada verborragia nos empezó a hablar del fantástico viaje a Nueva York que había hecho con Darla, atropellando las palabras sin darnos la más mínima oportunidad de meter bocado. Ella y yo habíamos salido una vez, varios años atrás, y la experiencia había sido nefasta de principio a fin. Maggie me lanzó una mirada desesperada.

—¿Has visto a Mark? —la interrumpí.

Lenna pensó la respuesta como si le hubiera planteado un complejo problema matemático. Después miró en todas direcciones.

—No lo he visto desde hace rato.

—Seguramente lo encontraremos afuera.

No dejé que respondiera. Apoyé la mano en la cintura de Maggie y la guie hacia fuera. Ella llevaba puesto un vestido que dejaba casi toda la espalda al descubierto e involuntariamente apoyé la palma de mi mano mitad en la tela y mitad en su piel. El contacto fue electrizante, de esos que no sabes bien cuándo interrumpir. Un camarero me salvó y aparté la mano para agarrar un bocadillo de atún.

Llegamos al inmenso jardín pero allí tampoco había rastros de Mark. Vimos a varios invitados diseminados en mesas, cada una decorada con esmero, con vistosos centros de mesa y velas. Todavía no había anochecido pero imaginé cómo luciría todo una vez que el sol se ocultara.

Junto a la piscina, un DJ desplegaba sus equipos. Muy cerca de nosotros, una muchacha con una tableta y un intercomunicador se ocupaba de la coordinación. Justo en ese momento Darla se acercó a ella y le dijo algo al oído.

En una de las mesas estaban Harrison y Lauren. El excomisario y su esposa se pusieron de pie al vernos, nos saludaron efusivamente a los dos pero desde luego se esmeraron mucho más con Maggie.

—Le hemos insistido a tus padres para que nos acompañen —dijo Lauren—, pero ya sabes como es tu padre, querida…, cómo cuesta sacarlo de su casa y arrastrarlo a las multitudes.

Harrison y Lauren tampoco eran adeptos a las multitudes, lo cual me llevó a pensar que era altamente probable que estuvieran allí exclusivamente para ver a Maggie.

—Vamos a sentarnos aquí los cuatro —dijo Lauren sin darnos la más mínima oportunidad de negarnos, algo que de todos modos no teníamos intención de hacer.

El camarero con el que había hablado se acercó y me ofreció una bandeja con Coca-Cola, agua y jugo de naranja. Elegí el jugo de naranja. No resultó un momento incómodo para nadie.

—¿Cómo va ese tema? —dijo Lauren. Me quería como a un hijo y me trataba como tal, sin rodeos.

—Bastante bien —dije. A pesar de mi reciente desliz, realmente lo creía.

—¿Te han gustado mis galletas?

—Por supuesto. Las mejores del mundo, Lauren. Lo sabes.

—¡Me muero por volver a probarlas! —dijo Maggie.

—Claro, Maggie…, cuando vengas a visitarnos.

Lauren sonrió con picardía.

—Iré pronto. Lo prometo. Tenemos mucho de qué hablar.

—Ya lo creo, querida.

Yo estaba sentado de espaldas al jardín y en dos oportunidades me di la vuelta para ver si divisaba a Mark. No lo vi a él, pero sí a su socio, Ian Martins, que caminaba gallardo con el andar del soltero más codiciado del mundo. Con seguridad era el más deseado de la fiesta. Ian era guapo, un as para los negocios y millonario. Lenna lo seguía como un moscardón de verano.

—Nosotros vamos a irnos temprano —comentó Lauren—. Harrison ha estado toda la tarde con ese reportero y no ha podido dormir la siesta.

—¿Reportero?

—Sí, del Times —dijo Lauren con orgullo—. Ha venido especialmente a ver a Harrison.

Maggie y yo nos miramos sin comprender.

—Dawson ha muerto hace unos días —intervino Harrison para aclarar la situación—, y eso ha reflotado todo el tema.

Ambos sabíamos perfectamente quién era Dawson, un asesino que había alterado la paz de Carnival Falls años atrás y que Harrison finalmente capturó, no en las mejores circunstancias. Desgraciadamente el tipo no fue a prisión sino a un hospital psiquiátrico de máxima seguridad, donde finalmente murió. Yo ya conocía el desenlace de Dawson, pero Maggie evidentemente no.

—Murió de la forma más placentera posible —dijo Harrison con cierto pesar—. Dormido al aire libre, a la sombra de un árbol.

Dawson había sido objeto de cierta atención unos meses atrás cuando la doctora que lo trataba escribió un libro de otro asesino retorcido y alterado. Precisamente en referencia a esto Maggie comentó:

—Leí el libro de la doctora Hill. El caso es espeluznante.

Empecé a perder el interés.

—Yo también he leído ese libro —apuntó Lauren—; cada vez que veo un mapache en el porche recuerdo a la zarigüeya que aparece en el libro. Ese abogado que dijo en la televisión que el animal era real me daba escalofríos. ¿Lo has visto, querida?

—Sí, en Youtube.

No tenía idea de a qué se referían.

—¿Qué abogado? —pregunté.

—Uno que afirma haber visto a la zarigüeya —explicó Maggie—. Su teoría es que si él también pudo verla, entonces el animal realmente existe. Según el tipo, esos animales están en una especie de limbo, entre la imaginación y la realidad, y por lo tanto pueden cruzar de un lado para el otro. Dice que desde ese día sigue viendo a la zarigüeya de vez en cuando. La verdad es que me obsesioné un poco con el caso.

Lauren asentía. Yo no había entendido una sola palabra y estaba pendiente de Darla, que se acercaba a nosotros con cara de preocupación.

Se inclinó a mi lado y me susurró al oído.

—Necesito que me ayudes con Mark.

Ir a la siguiente página

Report Page