Amnesia

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Ross vivía en un modesto apartamento en la calle Madison. Subí por las escaleras hasta el segundo piso y golpeé la puerta. Maggie salió a mi encuentro.

—Ya era hora de que llegaras.

—No ha sido una buena noche —me defendí.

Ross no estaba a la vista.

—¿Has vuelto a soñar? —preguntó Maggie con cierta preocupación. Y tras una pausa agregó—: Ya le he contado todo a Ross.

Se lo agradecí. Desde que había escuchado a Ian Martins hablar del accidente en motocicleta de Stuart Nance, supe que necesitaríamos de Ross para aportar algo de luz en todo el asunto. Por eso se lo conté a Maggie y le pedí que hablara primero con Ross.

—No he vuelto a soñar —dije.

Ross salió de la cocina.

—¿Lo habéis pasado bien en el cumpleaños de Mark, sin mí, Johnny?

Miré al techo, negando con la cabeza.

—Sabes que Darla se ocupa de las invitaciones. Cuando me llamó prácticamente me obligó a que asistiera con Maggie.

—¡Ey! —reaccionó ella—. Yo no tengo nada que ver. Si tú no puedes convencer a tu cuñada de que invite a tu mejor amigo, no es mi problema.

—¡Exacto!

—No voy a discutir con vosotros. —Me dejé caer en el sofá.

La sala era casi tan grande como la mía, pero Ross no había dejado pared sin cubrir con muebles o estanterías. Había muchísimos libros, y mi amigo tenía el don del orden, por lo que cada uno tenía su lugar establecido y el resultado general era el de un sitio acogedor. Ross había sopesado más de una vez la idea de mudarse, pero lo postergaba, como casi todo en su vida.

En la mesa baja había una bandeja con muffins y me incliné para coger uno.

—Gracias, Maggie. Hace cinco años que no como algo en esta casa.

Ella y Ross ocuparon los sillones. Era la primera vez en cinco años que estábamos los tres juntos.

Hablamos un rato de cosas banales, también del cumpleaños de Mark y de las sentidas palabras de Chris Murphy. Recordamos viejos tiempos y nos prometimos regresar al bosque uno de esos días, visitar el antiguo pantano de las mariposas donde, les aseguré, seguían nuestras iniciales talladas en piedra.

—¿Y bien, Ross? Dime qué opinas. Porque siento que voy a volverme loco.

Mi amigo me detuvo con un ademán.

—Lo de los sueños con esa chica es muy extraño, lo reconozco.

—¿Y el resto no? —Me volví en dirección a Maggie—: ¿Le has hablado de la furgoneta y el incidente en Lindon Hill? Estoy preocupado.

Ross se aclaró la voz.

—Evidentemente algo te perturba. Algo que tiene que ver con esa chica. ¿Has vuelto a imaginarla?

—No.

—Quizás ahora sólo se trate de los sueños —sugirió Ross.

—Lo otro fue… una forma de entrar —completó Maggie.

Los observé a los dos, primero a Ross, luego a Maggie.

—Vosotros dos creéis que estoy como una cabra, ¿verdad?

Los dos rieron, y yo me sumé.

—Vamos a ver si podemos llegar a algo en claro —dijo Ross—. He leído el blog de Stuart Nance justo antes de que llegaras. Y Maggie me ha hablado de lo que dijo Ian Martins cuando pasabas junto a la puerta. Primero de todo, ese tipo no me cae nada bien. Segundo…, muy conveniente, ¿no crees?

Arrugué la frente.

—¿Y si lo hizo a propósito para que tú lo escucharas? —agregó Ross.

Miré a Maggie, porque claramente no lo habíamos pensado.

—No en vano has leído todos estos libros policiales —dijo Maggie.

—¿Por qué haría semejante cosa? —indagué.

Mi amigo se encogió de hombros.

—Quizás hacernos pensar en la dirección incorrecta, no lo sé. Pero no pensemos en eso ahora; hemos preparado un listado de todo lo que tenemos. —Ross dio un salto y fue hacia la mesa principal. Regresó con un cuaderno de espiral—. En aquella biblioteca de allí están las historias de un policía con un instinto infalible: Harry Bosch. Bosch dice que la respuesta está siempre en el expediente, sólo hay que saber ver los detalles. Éste es nuestro expediente.

Ross exhibió el cuaderno.

A continuación repasamos los incidentes de manera cronológica. Maggie empezó.

—Stuart fue el primero en soñar con la chica. Estaba haciendo algún tipo de trabajo para la universidad y fue registrando sus sueños. En ellos tuvo una revelación de su madre. Lo escribe todo en un blog y así conoce a Alex, que también ha soñado con la chica.

Ross tomó la posta.

—En algún momento, Stuart tiene un accidente en su motocicleta. Alex se pone paranoico cuando intentáis hablar con él al respecto. Nuestro amigo Johnny, aquí presente, sueña con la misma chica, a más de cincuenta kilómetros de distancia, y tiene una serie de experiencias alucinatorias. A su vez, Mark te ha dicho que hay algo que ha averiguado y que no puede revelarte por el momento. ¿Cuál es el denominador común?

Ross y Maggie me miraban expectantes, esperando de mí una reacción o una respuesta obvia.

Me encogí de hombros.

—¡Meditek! —dijo Maggie—. Ahora lo veo claro. Stuart y Alex viven en Lindon Hill, y podría ser una simple casualidad que el laboratorio esté en la misma ciudad, pero si te agregamos a ti a la ecuación, Johnny, es un círculo perfecto. No hay otra forma de vincular los tres nombres.

—Exacto —Ross hablaba ahora con vehemencia—. Y eso por no mencionar el hecho de la venta inminente de Meditek. ¿No resulta extraño que tu hermano se desprenda del laboratorio? Se ha desvivido por Meditek. ¿Por qué deshacerse de él justo ahora? ¿Qué es eso que tiene que decirte?

Lo cierto es que no tenía una respuesta.

—Puedo hablar con Mark. Quizás él…

Me detuve al ver los rostros de mis amigos.

—No hables con Mark, Johnny —dijo Maggie—. Sabemos cuánto lo quieres y lo respetas, yo misma lo siento de igual forma, pero si hay algo detrás de la venta del laboratorio y Mark no te lo ha dicho, entonces tiene sus razones para hacerlo.

—No entiendo.

—Tenemos que averiguar qué pasó en tu casa esa noche —dijo Ross—. Es necesario que intentes localizar a Lila. Es posible que ella sepa algo.

Maggie se volvió hacia mí.

—Y creo que tú y yo deberíamos hacerle una segunda visita a Alex Lange.

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