Amnesia

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Había llamado varias veces al móvil de Lila durante los últimos días. «Hola, soy Lila, déjame tu mensaje después de la señal, o no, como quieras.» Le dejé varios mensajes en los que le transmití mi preocupación y le pedí que, por favor, me llamara en cuanto pudiera, sin ningún resultado.

Lo primero que hice para intentar dar con ella fue ir a la cafetería donde había trabajado. Allí encontré a la señora Evans, sudando profusamente detrás de la caja y disparándole frases malhumoradas al pobre dependiente a cargo de la máquina de café. La mujer pasó de mí durante un rato y, cuando finalmente se dignó a prestarme atención, lo hizo con una mirada fulminante. Lila era una hija de puta malagradecida que la había abandonado en el momento menos oportuno —y más caluroso— sin siquiera darle la más mínima explicación. La señora Evans me dijo que si la veía, le recordara que nunca más volviera por allí. Me marché en cuanto pude.

La otra forma de contactarla era por medio de su madre, por supuesto. La idea no me entusiasmaba en lo más mínimo.

Regina Burton era una vigorosa mujer que no había superado los cincuenta. Había criado en soledad a su única hija y ayudaba económicamente a su propia madre, que con una pensión miserable apenas tenía para comer. Para hacer esto posible, Regina mantenía dos empleos simultáneos, uno de los cuales era como empleada del aseo en el motel Stallion, en la carretera 16.

Aparqué mi Honda en el Stallion a las tres de la tarde. Era un motel digno a un precio digno. En la recepción una muchacha me dijo que la señora Burton estaba ocupándose de las habitaciones de arriba, que podía avisarle por la radio si yo quería, a lo cual repliqué que no sería necesario y que prefería subir directamente a verla. A la muchacha no le importó demasiado.

Fue sencillo dar con ella porque el carro de servicio anunció su presencia en la habitación 27. La puerta estaba abierta y pude ver a Regina de espaldas a mí cambiando las sábanas de una cama de dos plazas. Di un suave golpecito en la puerta y la mujer se volvió. Durante un segundo vi la mirada casi amable dedicada a los huéspedes que necesitan más champú, una toalla nueva o un poco de hielo. La mirada cambió en cuanto me reconoció.

—Tú —dijo simplemente. A continuación, se volvió y siguió ocupándose de la cama.

—Señora Burton, ¿podemos hablar un momento?

—¿Acerca de qué?

Se movió con una velocidad asombrosa alrededor de la cama e introdujo la sábana debajo del colchón. Ahora estaba frente a mí.

—Lila —dije—. Necesito hablar con ella.

—No sé nada de ella.

Me sostuvo la mirada mientras agarraba una almohada y le quitaba la funda sucia de un tirón.

Lo que acababa de decirme era imposible de creer, por supuesto. Regina no podía aceptar con semejante naturalidad que su hija y su único nieto se hubiesen largado así sin más.

—¿Podemos hablar un momento? —insistí.

—Estamos hablando. Estas habitaciones no se limpian solas.

—Está bien. —Me senté en una silla que estaba junto a la puerta—. Entiendo que Lila pueda estar enfadada conmigo, pero necesito comunicarme con ella.

—Lo único que sé es que se ha ido, no sé ni la razón, ni a dónde. Habría apostado mi vida a que fue a causa de ese inútil de Kevin, y no la culpo. ¿Por qué habría de estar enfadada contigo?

—No lo sé. Cortamos la relación.

Regina me escrutó.

—¿Has hecho algo para que mi hija se marche?

—No, creo que no.

—Crees… —dijo la mujer acercándose hacia donde yo estaba y luego negando con la cabeza mientras buscaba toallas limpias en el carro de servicio—. «Creer» no suena muy convincente.

Regina se dirigió con las toallas al baño, por lo que momentáneamente quedó fuera de mi vista.

—No la molestaría, señora Burton, si no fuera necesario hablar con ella —dije a la habitación vacía—. La razón por la que necesito que hablemos no tiene que ver con… nuestra relación.

—¿Con qué tiene que ver entonces? —dijo ella saliendo del baño. Por primera vez me hablaba sin hacer nada más.

—Es un asunto sensible —dije con severidad. Era todo lo lejos que iba a llegar. Si Regina sabía algo, era el momento de decírmelo.

Contuve la respiración.

—No sé dónde está mi hija —dijo ella finalmente—. Ésa es la verdad.

La habitación estaba casi lista. Regina se sentó en una silla, justo debajo de un televisor antiguo colgado de la pared.

—¿Alguna forma de dar con ella? —pregunté.

—Me dijo que se marcharía por un tiempo, con Donnie, por supuesto, y que era mejor que yo no supiera cómo encontrarla, que ella contactaría conmigo más adelante. Aún no lo ha hecho. —Regina mantenía la vista clavada en la alfombra—. Kevin la ha estado hostigando; y ella le teme, aunque diga lo contrario. Yo creo que es un pobre diablo jugando al narco, el último eslabón de la cadena y un inútil que se cree poderoso. La peor clase de todas.

Ya no miraba la alfombra sino a mí. En sus ojos había una frialdad estremecedora.

—Me gustaría que Kevin viniera a visitarme —continuó—, cómo lo has hecho tú. Sólo que con él no sería tan amable.

No supe qué responder.

Regina se puso de pie.

—Tengo que seguir, John, si me disculpas.

Pasó a mi lado y esperó a que yo saliera de la habitación. Cerró la puerta con una llave maestra y se marchó, empujando el carro con pesadez.

Veinte minutos después yo llegaba a casa y antes de entrar el móvil vibró. Era un número desconocido, y al atender escuché la voz de Lila.

—Hola, John.

—Hola, Lila. Cuánto me alegra que hayas llamado.

—Mi madre me ha dicho que has ido a verla.

—Así es. Me dijo que no sabía…

—Mi madre es más fuerte que una roca. Si le pido que no diga nada de mí, no lo hará.

Abrí la puerta de la calle con el móvil calzado entre la cabeza y el hombro. Una vez en el salón fui directo a la cocina; tenía una sed horrible.

—Necesito saber por qué te has marchado —dije sin preámbulos.

—No ha sido por nosotros. O mejor dicho, no ha sido sólo por nosotros. Lo cierto es que nunca me he sentido tranquila con Kevin en la ciudad, ya lo conoces, no se da por vencido. El hijo de puta no quiere que vuelva con él, de hecho estoy bastante segura de que me odia, y sin embargo no me deja vivir en paz.

—Pensé que había dejado de molestarte.

—Un poco. Algunas cosas no te las he contado. Desde que tú apareciste se volvió más cuidadoso, pero de alguna forma ha sido peor, porque cuando yo empezaba a creer que finalmente se había dado por vencido, ahí estaba él otra vez para arruinarlo todo. Kevin nunca se dará por vencido.

Lila hablaba con vehemencia; necesitaba desahogarse.

—¿Cómo estás? ¿Necesitas algo?

—Estoy muy bien, John. Lo que necesitaba era alejarme, eso es todo. Es la mejor decisión que he tomado en mucho tiempo.

Aquello dolía un poco, por supuesto.

—Si necesitas algo, sabes dónde encontrarme.

—Gracias.

Lila actuaba como si no supiera nada de lo ocurrido con la chica. Estaba seguro de que si la tuviera enfrente sabría darme cuenta de si me estaba diciendo toda la verdad; por teléfono no era tan sencillo.

—¿Lila? El día que cortamos…

Hice una pausa.

—¿Sí?

—Esa noche, ¿volviste a mi casa?

Silencio.

—¿Lila?

—No entiendo a qué te refieres.

—Ese sábado, cuando cortamos, te llevé a la cafetería por la mañana. Más tarde, regresaste a mi casa.

No era una pregunta.

—No fui a tu casa —articuló.

Sentí una ligera decepción. Las cámaras de la concesionaria probaban que aquello no era cierto.

—Iba a ir a verte —dijo Lila entonces—, pero cambié de opinión.

—¿Por qué?

—Estaba furiosa, John. Pasamos la noche juntos, como cualquier día, y esperaste al día siguiente para decírmelo. Fui a enfrentarme contigo, a pedirte explicaciones. Pero por una vez en la vida pensé; me detuve en la gasolinera de Paradise Road y Sycamore y me quedé en el coche. Tus formas habían sido una mierda, era cierto. ¿Pero importaba? Sabía que lo nuestro no estaba bien, en el fondo siempre lo supe, y tú también, lo que lo hace todo más triste. Tomé la decisión en ese momento, John. Un destello de lucidez. Así que no fui a verte…, no sé quién te lo ha dicho, pero es una mentira. Di media vuelta y regresé. Y no me arrepiento.

Me di cuenta de que estaba asintiendo con la cabeza.

—Lamento que las cosas no funcionaran, Lila, y también la forma en que me comporté. Sé que no es suficiente, pero hice lo mejor que pude.

—Lo sé.

Nos despedimos con la sensación de que no volveríamos a hablar nunca más.

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