Amnesia

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Pasamos una tarde magnífica. Jennie cogió confianza con Maggie durante el almuerzo, y cuando fuimos de excursión al pantano de las mariposas, ya eran inseparables. Jennie le habló de sus muñecas, de sus amigas del jardín y de sus programas de televisión favoritos. Como Maggie le dijo que hacía mucho tiempo que no estaba en la ciudad, Jennie asumió que tenía que explicarle las cosas como a un extraterrestre.

Cuando llegó la hora de irse, Jennie estaba tan cansada que apenas opuso resistencia. Ross, que se había quejado durante todo el día de apenas haber dormido a causa de unos vecinos ruidosos, dijo que también se iría y se ofreció a llevar a Jennie a su casa. Por supuesto, se encargó de hacer todas las insinuaciones posibles por el hecho de dejarnos solos a Maggie y a mí.

Con Maggie preparamos café y lo llevamos al salón. En la cadena sonaba Blur.

—Voy a mudarme a un apartamento aquí —anunció—. Esta semana he estado buscando algo adecuado.

La casa de los Burke era espaciosa, por lo que la revelación me sorprendió.

¿Tan pronto?

—No sabía que habías decidido quedarte en Carnival Falls.

—Aparentemente lo hice en algún momento. —Maggie rio de forma nerviosa.

—Bueno, pues déjame decirte que me alegra mucho. Aquí tienes gente que te quiere. Sea lo que sea que sucedió en Londres, estás en el lugar indicado para dejarlo atrás.

Su rostro se ensombreció.

—Respecto a eso…

—No tienes que contármelo si no quieres.

—Es que sí quiero, Johnny. Estos días me he sentido contenida. Como si no me hubiese ido y mi vida en Londres le perteneciera a otra persona. ¿Entiendes a lo que me refiero?

—Sí.

Durante los años en Inglaterra, Maggie no había regresado una sola vez. Incluso más llamativo era que sus padres tampoco habían ido a visitarla.

—Al principio fue una cuestión de dinero; Andrew y yo estábamos intentando abrirnos camino y no tenía sentido dilapidar el dinero en billetes de avión. Pero eso fue durante los primeros dos años, después empecé a sentir la necesidad de viajar. ¿Pero sabes qué? Fui yo la que preferí no hacerlo, la que decía que lo haríamos más adelante, que teníamos una hipoteca y que era un derroche de dinero innecesario. Con mis padres hablaba casi todo el tiempo por Skype, así que era como tenerlos cerca.

Maggie se dejó caer en el sillón. Tenía la vista clavada en el techo y los ojos enrojecidos.

—No te imaginas, Johnny, la cantidad de estupideces de las que me he convencido durante este tiempo. Creer que no viajar era una buena idea fue sólo una de ellas.

—Quizás en el fondo sabías que si venías te sería más difícil regresar.

Ella asintió.

—No más difícil —reconoció—, imposible.

Resopló.

—Dicen que las relaciones se ponen a prueba en el tercer año, ¿verdad? Eso fue exactamente lo que sucedió en nuestro caso. Con Andrew teníamos una relación muy particular, casi protocolaria diría yo.

—¿A qué te refieres?

El frenesí sonoro de Blur no acompañaba el tenor de nuestra conversación.

—Protocolaria es quizás un poco exagerado —dijo Maggie—. Andrew no es afectivo, y tú me conoces, necesito algo de drama. Con él me acostumbré a otro tipo de vida. De buenas a primeras me encontré planificando qué haríamos el fin de semana como si fuera la agenda de un político, no había lugar para la improvisación. Él lo orquestaba todo de forma tan cuidadosa, se preocupaba por mí de un modo tan calculado, que el efecto terminaba siendo el contrario.

—Te entiendo. Caísteis en la monotonía.

—Empecé a trabajar como secretaria en un bufete de abogados y eso le dio un poco más de oxígeno a mi vida. A su vez a Andrew las cosas empezaron a irle cada vez mejor en su trabajo. Fue entonces cuando podríamos habernos permitido venir aquí, y sin embargo busqué una y mil excusas para no hacerlo. Te hablo de hace más o menos dos años, quizás un poco más. Me sentía a punto de colapsar, y entonces cometí el peor error que puedes cometer cuando estás en pareja.

Sabía lo que iba a decirme. Porque yo también había cometido ese error, aunque por motivos bien diferentes.

—Creer que un hijo lo solucionará todo mágicamente —concluyó.

Maggie se puso de pie y caminó en dirección a la cadena.

—Voy a traicionarlos un momento —dijo mientras quitaba el disco de Blur.

Maggie buscó entre mi discografía y encontró un disco de Franz Ferdinand. Me lo exhibió con orgullo.

—Genial —dije desde el sillón.

Maggie no había tocado su café. Me ofrecí a calentarlo pero ella se negó. La batería cruda de Franz Ferdinand colmó el salón.

—Me convencí de que la monotonía y el cansancio de la pareja eran normales —dijo Maggie de regreso al sillón—. He escuchado tantas veces que un hijo lo cambia todo que pensé que ese cambio borraría todo lo malo que estaba sucediendo en mi vida.

Me miró.

En mi caso Jennie había transformado mi vida, claro que sí, pero no había hecho nada por el vínculo con Tricia. En todo caso lo había pulverizado.

—Andrew estuvo de acuerdo, y debo reconocer que al principio eso nos dio un breve período de felicidad. Los primeros meses. Cuando pasó un tiempo y no me quedaba embarazada, empecé a preocuparme. El médico nos dijo que sería cuestión de tiempo, y no se equivocó. Un año después lo habíamos conseguido.

Me quedé helado. Una cosa eran los rumores que todos habíamos escuchado, y otra bien distinta, escucharlo de boca de Maggie. No sabía el final exacto de la historia pero desde luego no sería feliz. No pude más que reconfortar a mi amiga con una sonrisa triste.

—Mi vida se había convertido en un infierno, Johnny, sólo pensaba en eso. Cuando el médico o el propio Andrew me hablaban de otras posibilidades de concebir, incluso de adopción, me cerraba y no quería siquiera escucharlos. Tú me conoces, posiblemente más que nadie en la tierra, y sabes que yo no soy así. Ha sido la primera vez en mi vida en la que he mirado hacia atrás y he visto a una desconocida.

Maggie se puso de pie y vagó por el salón al ritmo hipnótico de Dream Again.

Si los océanos se han ido y las montañas suspiran, entonces seguiré soñando.

—Me sentí como si hubiese vivido otra vida, Johnny. Como si alguien más hubiese tomado el control.

Asentí. La entendía más de lo que ella podía imaginar.

—Andrew es un tipo muy analítico. Me decía: si no te sientes bien, debe verte un profesional. Así de lineal y simples eran las cosas para él. Ahora entiendo que no poder quedarme embarazada era apenas la punta del iceberg, nada estaba bien en mi vida y no podía salir de ese laberinto de trampas y mentiras en el que me había metido.

Maggie hablaba ahora mirando al suelo, los ojos desenfocados. Me hubiese gustado acercarme y abrazarla, pero no era el momento. Ella luchaba para sacarlo todo de una vez y necesitaba hacerlo sola.

—Cuando me quedé embarazada pensé que todo se arreglaría. Se supone que los milagros son una bendición, ¿no es así?

Su rostro se iluminó.

—Era un niño. Íbamos a llamarlo Christopher. Fue un embarazo problemático, así que casi no salía de casa. Dedicaba mi tiempo a decorar su habitación, a comprar ropa, el cochecito, esas cosas. Entonces un día, estando ya avanzado el cuarto mes, leía un libro en el balcón y una señal de alarma se encendió en mi cabeza. No sentí dolor ni un movimiento extraño, fue más bien todo lo contrario. Palpé mi abdomen y me eché a llorar.

No pudo seguir.

—Maggie…

—Necesito contártelo, Johnny.

No pude contenerme y la abracé. Ella lloró en mi hombro. Unos minutos después me apartó con suavidad y se secó las lágrimas con el dedo.

—Fuimos al médico y confirmó lo que yo sabía. Y a partir de allí fue una pesadilla. Tener que parir a tu hijo muerto es algo que no le deseo a nadie. Nada puede prepararte para algo así. Nada.

—Lo siento tanto, Maggie. No sabía que habías pasado por algo tan terrible.

—Mis padres saben que tuve un aborto, pero no cómo ni bajo qué circunstancias. No creo que se lo cuente alguna vez; no tiene ningún sentido. Ellos tampoco saben lo que vino después.

Me miró con seriedad. En sus ojos vi una mezcla de miedo, y algo más que no pude identificar.

—Seguí recibiendo tratamiento; lo necesitaba más que nunca. Más o menos hacia la fecha en que Christopher tendría que haber nacido, Andrew llegó un día a casa y encontró el suelo del salón destrozado y a mí sentada con un hacha. Había destruido todo el parquet. Cuando me vio abrió tanto los ojos como tú ahora.

Maggie sonrió.

—Es tan triste, Johnny. Recuerdo la lógica que todo tenía en mi cabeza en ese momento. Estaba convencida de que mi hijo no había nacido muerto, que estaba vivo, escondido en mi casa en alguna parte, y que Andrew era el responsable de no permitirme verlo. Esa tarde lo amenacé con el hacha y le dije que si no me decía dónde estaba escondido Christopher iba a descuartizarlo. Debieron internarme y no volví a casa en una semana.

Me costaba reconocer a Maggie en ese relato. Ella siempre había sido una mujer analítica pero a la vez simple y práctica; la voz de la cordura.

—Nunca volví a hacer algo como romper el suelo con un hacha; la medicación tuvo mucho que ver, supongo. Estaba controlada. Pero fueron meses en que la idea rumiaba en mi cabeza sin darme respiro. Me despertaba en medio de la noche y empezaba a buscar a Christopher por todas partes. Andrew me explicaba las cosas y me hacía entrar en razón, pero, cuando finalmente le creía, siempre lo hacía con un mínimo de desconfianza. En el último año las cosas mejoraron realmente y dejé atrás esos pensamientos.

—Lo siento mucho, Maggs.

—Andrew también sufrió, por supuesto, por la pérdida y también por lo que vino después. No debe de ser sencillo encontrarse a tu pareja con un hacha y con intenciones de matarte.

Maggie volvió a esbozar una sonrisa nerviosa. Me partía el alma imaginar su sufrimiento y no haber estado cerca para ayudarla.

—Gracias por escucharme, Johnny. —Esta vez fue ella la que se acercó y me abrazó—. Esto es lo que necesito ahora mismo, lo que ambos necesitamos, creo.

Me aparté. No sabía exactamente a qué se refería. Nuestros rostros estaban a pocos centímetros, como tantas otras veces en el pasado.

—Necesito a mis amigos —dijo Maggie—. A ti y a Ross. También a mi familia, por supuesto. Me siento un poco estúpida diciéndolo.

—Para nada. Lo que sea, dímelo con franqueza y sabes que puedes contar conmigo.

—Necesito poner mis prioridades en orden. Parte de haber regresado tiene que ver con eso.

—Lo entiendo perfectamente.

Por primera vez desde que nos sentamos en el salón apareció una sonrisa radiante en su rostro. La sonrisa de la que años atrás me había enamorado perdidamente.

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