Amnesia

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Leí la carta de Mark dos veces, la doblé cuidadosamente y volví a guardarla en el sobre. Harrison, Bob Burke, Richard Sullivan y Bill Foster me estudiaban, ahora desde el otro extremo del salón, como una comisión médica de evaluación. En cierto sentido lo eran. ¿Cómo reaccionará el bueno de Johnny esta vez?

—Mark dejó tres cartas en la caja fuerte de su casa —dijo Bob Burke. El padre de Maggie era abogado, y si alguien iba a ocuparse de las cuestiones legales, él era el indicado—. Dejó una carta para Darla, otra para Chris Murphy y ésta para ti. Cambió el código de la caja de seguridad y se lo envió por mensaje de texto a Darla. Ella no entendió el motivo hasta que supo la noticia. Suponemos que cambió el código para que ella supiera que las cartas estaban allí dentro. Por alguna razón no quiso dejarlas a la vista.

—No sabía quién llegaría primero a la escena —agregó Harrison—. ¿Estás bien, hijo?

—Sí, sí, estoy bien.

—El detective a cargo ha tenido que abrirla —dijo Harrison señalando el sobre que seguía en mi mano—. Deben hacerlo.

—¿Detective?

—Son procedimientos rutinarios, Johnny, hasta eliminar todo tipo de dudas.

Los amigos de mi padre se miraban de una forma peculiar.

—¿Darla encontró el cuerpo?

—No —dijo Harrison—. Ven, vamos a beber algo fresco.

Los cinco fuimos a la cocina y ocupamos la mesa redonda. Richard fue a la nevera y me sirvió un vaso de agua.

—Los vecinos llamaron a la policía. Escucharon tres disparos; aparentemente dos los hizo sólo para llamar la atención. Dean y sus hombres los encontraron en el techo del despacho. Las ventanas estaban abiertas. Mark lo organizó de esa forma. Darla fue alertada por la policía, que llegó a la casa de inmediato.

—Quiso evitarle el mal momento —agregó Richard con voz suave.

—¿Tú lo has visto, Richard?

Todos ellos tenían más o menos la misma edad; sin embargo, el paso del tiempo no había sido benevolente con Richard Sullivan. El médico tenía el cabello completamente encanecido, la piel arrugada. Había conseguido dejar de fumar hacía un par de años pero el daño tras años de abuso con el tabaco ya estaba hecho.

—El médico me permitió ver el cuerpo antes de trasladarlo —dijo Richard—. No sufrió.

Algo totalmente esperable, pensé. Mark había cumplido con excelencia cada cosa que se había propuesto a lo largo de su vida; su propio suicidio no iba a ser una excepción. Entonces recordé la última vez que habíamos hablado, en Meditek. Yo no había sospechado nada en absoluto, y, sin embargo, el plan ya debía de estar completamente trazado en su cabeza. Su minuciosa explicación adquiría ahora mayor relevancia; Mark no había querido que yo viera fantasmas donde no los había.

Créeme que no hay nada allí que valga la pena.

Los motivos me los llevaré a la tumba.

—¿Cómo está Darla?

—Bien, dentro de lo que cabe. Tuvo una pequeña crisis de ansiedad, ahora está con una amiga.

Hubo un intercambio de miradas. Algo tenían para decirme.

Algo más.

—¿Qué?

Harrison tomó la palabra.

—Timbert y el detective a cargo van a abrir una investigación. Me lo han dicho hace un rato. Supieron lo de la venta de Meditek, creo que por Ian Martins, y creen que deben investigarlo.

—No entiendo, ¿dudan de que Mark se haya quitado la vida?

—No. Es simplemente que frente a una operación de tamaña importancia, resulta cuanto menos llamativo.

Bob intervino.

—Dean Timbert no tiene instinto, eso es lo que pasa. No está pensando en el dolor de la familia.

—Es suficiente, Bob —intervino Harrison.

—¿En qué nos perjudica? —pregunté.

—Ordenaron una autopsia —dijo Harrison—. Tendremos los resultados en una semana, y eso si las cosas van rápidas.

—¿Pueden hacer eso? Quiero decir, si está claro lo que ha sucedido.

—Pueden hacerlo si tienen una duda razonable. En este caso la duda es pequeña, pero la tienen. Sinceramente, en ésta estoy con Dean. Yo hubiera hecho lo mismo.

Eso zanjaba la cuestión para mí.

Mientras pensaba en cómo la autopsia retrasaría el funeral de Mark, otra vez surgía ese mecanismo de defensa, ese leño flotando en el océano de irrealidad que me decía que Mark no podía estar muerto, que debía de haber algún tipo de equivocación. Comprendería en los próximos días que la muerte de mis padres no me había preparado para la ausencia de mi hermano mayor. Nada lo haría. Mark no podía estar muerto. Era impensable.

—… lesta?

Bob me observaba. Al ver que yo no decía nada, repitió la frase.

—¿A ti no te molesta?

—¿La autopsia?

Bob se acomodó en su silla.

—No, no la autopsia. Te decía que Maggie quiere venir y estar contigo, si a ti no te molesta, por supuesto.

Maggie.

Pensar en ella me produjo una sensación extraña. Agradable, pero a la vez incómoda.

—No lo sé —respondí.

Los cuatro se pusieron de pie y salieron de la cocina. Bob empezó a hablar con alguien por teléfono. Yo me quedé allí un rato, hasta que Harrison se asomó por el marco de la puerta y me preguntó si me encontraba bien.

El vaso de agua que tenía delante estaba vacío. Le dije al excomisario que sí, que me sentía bien, y que en un momento estaría con ellos. Seguí observando el vaso como si pretendiera moverlo con la mente.

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