Amnesia

Amnesia


48

Página 50 de 89

48

Ya todos se habían marchado cuando Maggie llegó. En cuanto abrí la puerta ella dejó caer el pequeño bolso que traía consigo y me abrazó. Me preguntó cómo me sentía y volví a responder que me sentía bien, una frase que había pronunciado tres veces en la última hora y que repetiría muchas otras en el curso de los próximos días.

Nos sentamos en los sillones del salón y le entregué la nota de Mark. La leyó en silencio y cuando me la devolvió, con los ojos húmedos, me dijo una y otra vez cuánto lo lamentaba.

Lo cierto es que yo me sentía entero. Estaba esa sensación de desasosiego y vacío que sospecho que nunca desaparecerá, pero también había algo más, un pensamiento que empezó a cobrar fuerza cuando me quedé solo, y que intenté poner en palabras lo mejor que pude:

—Confío en él. Si Mark hizo lo que hizo es porque lo deseaba, lo necesitaba o lo que sea. De cualquier otra persona pensaría otra cosa, que no pensaba con claridad, que la depresión lo empujó a tomar una decisión…, pero mi hermano no era así.

Maggie asintió con suavidad.

—Tú lo viste en Meditek, Maggs. Mark es la persona más fuerte que he conocido, y quizás también la más orgullosa. No ha sido un acto de desesperación. Es inconcebible. ¿Me entiendes?

Maggie no respondió.

—Probablemente papá actuó por desesperación; mató a mamá como un acto de piedad, y cuando lo encerraron se vio acorralado. Quizás la vida no tuvo más sentido para él o pensó que sería un mal ejemplo para nosotros, que nuestra vida sería mejor sin él, no lo sé. No puedo saber qué se le cruzó por la cabeza a papá. Pero a Mark sí. A Mark lo conozco como a nadie.

—A veces… —Maggie elegía cuidadosamente las palabras—, las personas más fuertes son las que cargan con la mochila más pesada.

Los motivos me los llevaré a la tumba.

—Siempre respeté y admiré profundamente a Mark —dije con seriedad—. No voy a dejar de hacerlo ahora.

—Lo sé.

—Voy a hacer lo que me pide en la carta, Maggs. No volveremos a hablar del laboratorio; no sé qué le sucedió a esa chica, si los coreanos tuvieron que ver o no…, quiero que nos olvidemos de todo eso. Aunque lo ha hecho de forma vedada, es lo que me pide en su carta.

—¿No quieres pensarlo un poco más? Es todo muy reciente, John.

—No. Lo que sucedió en esta casa esa noche, y lo que nos dijo Mark, muere aquí. Hablaré con Ross después. ¿Puedo confiar en ti?

Maggie asintió.

—Y créeme, no haré nada estúpido. —Miré por un segundo el bolso que ella había traído consigo—. Valoro mucho que quieras acompañarme; sé que tu padre te lo ha pedido, pero no tienes…

—Ellos me lo han pedido, sí. Pero yo quiero estar contigo.

—Gracias.

Todos creían que podía tener una recaída, y no los culpaba. Lo cierto es que no tenía deseos de beber. Me sentía fuerte. Si Mark no estaba en este mundo eso significaba que tenía que empezar a cuidarme solo. Ya no había red de contención. Si caía, no habría nadie para atajarme.

Me levanté.

—Ven, acompáñame.

Fuimos primero al estudio, donde saqué de uno de los cajones del escritorio todo lo relacionado con Paula Marrel. Salimos de la casa y Maggie me siguió sin objeciones. Una vez en el porche trasero lo dejé todo en la barbacoa: el retrato hecho a lápiz de Paula, la fotografía del coche de Lila, el dibujo de la gargantilla, fui dejándolo todo con ceremoniosidad.

Acerqué la llama del mechero a la punta del retrato. El fuego se apoderó rápidamente del papel y avanzó hacia el resto con avidez. Una danza naranja nos hipnotizó. Todo quedó reducido a cenizas.

Nos quedamos un rato junto a la barbacoa.

—Falta borrar los historiales del móvil y del ordenador —dije con la vista desencajada.

Maggie me enlazó la cintura.

—Vamos.

Antes de entrar fuimos sorprendidos por el bramido de un motor acercándose. He vivido en esa casa toda mi vida y sé identificar perfectamente qué tipo de vehículo se aproxima. Podía ser Morgan, y sólo pensar en tener que verlo en ese momento me revolvió el estómago. Pero no era Morgan, sino una furgoneta de FedEx. Ross era coordinador de logística en FedEx así que supuse que podría ser él, aunque mi amigo no se ocupaba de los repartos desde hacía mucho tiempo.

El repartidor se apeó, me preguntó mi nombre y me entregó un sobre. Al agarrarlo advertí una protuberancia, por lo que supe que contenía algo más que documentos. Me quedé de piedra al ver el nombre de Mark en el remitente. Firmé el recibo electrónico en estado de shock. Maggie a mi lado tampoco daba crédito. El hombre se marchó y nos quedamos unos minutos en el porche sin poder articular palabra.

En la mesa de la cocina abrí el paquete, que efectivamente contenía una caja de cartón pequeña. Al abrirla vi dos gemas naranjas que reconocí de inmediato.

En el sobre no había nada más.

Ir a la siguiente página

Report Page