Amnesia

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Los días posteriores a la muerte de Mark fueron difíciles. La primera noche apenas pude dormir; Maggie se quedó en la habitación de huéspedes pero se apiadó de mí y bajó a la cocina cuando me escuchó preparando café. Hablamos mucho esa noche, de los viejos tiempos, de Mark, también de ella, de Ross y de mí. Al día siguiente el cansancio hizo mella pero me las arreglé para ir a ver a Darla, no tenía demasiados ánimos, pero era lo que correspondía. No estaba bien, como es lógico, de modo que mi rol fue consolarla, decirle que todo iba a estar bien y que Mark había tomado esta decisión por motivos muy íntimos que nada tenían que ver con nosotros. No sé hasta qué punto creía todo esto, pero lo mismo daba. Ella me mostró la nota que Mark le había dejado, más breve y concisa que la mía. Incluso más impersonal.

Ross vino a verme cuando Maggie fue a casa de sus padres a buscar algo de ropa. El operativo no dejar a Johnny solo estaba en marcha, y nunca me quejé.

Con Ross salimos a caminar por el bosque; nos perdimos por viejos senderos y llegamos hasta Union Lake. Estuvimos en silencio casi todo el tiempo, algo que entre nosotros no era para nada incómodo.

—¿Realmente no recuerdas la anécdota del hombre árbol? —preguntó Ross de forma abrupta—. La que Mark describe en la nota.

—Lo cierto es que no.

—Es curioso.

Habíamos llegado a la orilla del lago. Ross se sentó en uno de los bancos de madera, de cara a las tranquilas aguas de Union Lake, no muy lejos del sitio desde el cual yo había arrojado la botella vacía.

—Quiero decir —continuó Ross— que ese botón invisible para mantener alejado al hombre árbol sería algo digno de ti, de tu inventiva. A Mark lo imagino explicando algo relacionado con el sistema de alarmas, o que Tigran ladraría ante la presencia de un extraño, no sé, algo racional.

Entendía el punto.

—De todas formas, Ross, tú has visto la nota, la caligrafía de Mark es imposible de…

—No estoy dudando de que Mark la haya escrito, nada de eso. ¿Pero estás de acuerdo en que algo así resulta impropio de él, incluso a esa edad? O, mejor dicho, especialmente a esa edad. Mark tenía la mente de un científico a los diez años.

—Sí, supongo que tienes razón.

Yo seguía de pie a un costado del banco, examinando la orilla opuesta.

—Voy a hablarte con toda franqueza, Johnny. Estás afrontando esta situación con entereza; sabes que te admiro por eso y que puedes confiar en mí para lo que sea.

Me senté.

—Ve al grano, Ross.

—Qué tal si esa situación nunca existió. Es decir que no lo recuerdas porque nunca pasó.

Lo pensé un segundo. Era cierto que Mark nunca me había mencionado la historia durante todos estos años. Recordé entonces a Chris Murphy, en el cumpleaños de Mark, haciendo referencia precisamente a cómo llegaba un punto en que las historias relevantes se agotaban.

—Tampoco recuerdo que me lo haya mencionado más tarde —reconocí.

—¡Exacto! Ése iba a ser mi siguiente punto. Ponte en su lugar un momento, Johnny. Mark quiere escribirte algo sincero, que refleje la relación maravillosa que habéis tenido, y elige una situación que tú no recuerdas. Más aún, una situación de la que nunca habéis vuelto a hablar. ¿No es extraño?

—Sí.

Creía vislumbrar hacia dónde iba Ross.

—Quizás Mark inventó esa anécdota para que sólo tú te dieras cuenta. Cualquiera que leyera la carta, como ha hecho la policía, por ejemplo, no tendría forma de ver allí un mensaje oculto, porque asumiría que se trata de un código común contigo.

No respondí. Ross se levantó y se paró enfrente de mí.

—Me duele hablar de esto contigo, poner en duda esas palabras, o por lo menos su significado. Mark tiene el derecho a descansar en paz, a que lo recuerdes de la mejor forma.

Lo detuve con la mano.

—Ross, eres como un hermano para mí. Ahora más que nunca. No tienes que disculparte. Tiene perfecto sentido lo que dices. Si yo mismo no lo he pensado es…, no lo sé, porque no han sido días sencillos. Si esa situación no existió, quizás significa algo. Tienes razón.

Ross asintió en silencio.

También me levanté y caminé por la orilla. A mi derecha había unas plantas acuáticas y entre ellas un pato daba giros y agitaba las alas. Me lo quedé mirando. En el resto de la carta Mark me decía que el pasado reciente no tenía nada que ver con su decisión de quitarse la vida, que lo dejara estar. Eso podría convencer a cualquiera que leyera esas líneas.

Si el episodio de aquella noche cuando yo tenía seis años era falso, podía ser la forma de Mark de decirme que lo que venía a continuación también lo era.

Aun así parecía un poco retorcido.

Hasta ese momento había creído que las dos píldoras de ESH que Mark me había enviado al día siguiente de su muerte eran su forma de decirme a Maggie y mí que nos olvidáramos de todo. Que lo dejáramos estar.

Ahora no estaba tan seguro.

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