Amnesia

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Caminaba por el bosque. Era de noche.

Paula iba detrás de mí. El vestido azul, la piel blanca y resplandeciente, la gargantilla. Todo era igual que en los sueños anteriores, conocido y familiar.

Cuando llegamos al claro de los álamos ya no había una excavación como en el sueño anterior sino plantas rastreras y las agujas de los pinos. Iluminé a mi alrededor con el haz de mi linterna y las sombras se estiraron monstruosas hacia uno y otro lado.

Me giré. Paula estaba a unos cinco o seis metros, su cabello agitándose ligeramente, pero fuera de eso inmóvil como una aparición fantasmal. Su rostro, congelado en una expresión neutral, se activó de repente como el de un animatronic, cambió la expresión por una risueña y sus labios articularon una frase que yo presentía de todos modos.

—Has olvidado algo, John.

Sólo que ahora había en ella una inconfundible dosis de sarcasmo. Le lancé una mirada fulminante, y en ese momento la odié.

Un búho cantó y al instante siguiente mis rodillas estaban humedecidas por la tierra y mis manos arrancaban frenéticamente las plantas de tallos largos. Recordaba perfectamente lo que había sucedido la última vez, cuando mis esfuerzos por sacar la tierra con mis propias manos no habían conducido a nada. Coloqué mis dedos como garras y tracé surcos en la tierra. Agarré la linterna que había dejado a un lado e iluminé las líneas que acababa de dibujar. No se cerraron. Volví a rastrillar la tierra, dos, cinco, diez veces, hasta que conseguí apartar un buen puñado de tierra. El pequeño pozo no se desmoronó. Podía excavar.

Con la ingenuidad y el entusiasmo de un niño volví a mirarla. Paula me animó con un pulgar en alto.

Seguí excavando con frenesí, las yemas ardiendo, las uñas quebradas. Había regocijo en ese dolor. Sabía perfectamente quién estaba allí abajo, y si para llegar a él tenía que cavar con la carne al rojo vivo… lo haría.

Los motivos me los llevaré a la tumba.

La linterna estaba tumbada a un lado. El ángulo en que estaba colocada hacía imposible ver el fondo del pozo y yo debía inclinarme cada vez más para poder alcanzarlo. De pronto mis dedos se toparon con algo más duro, una superficie de madera. Busqué los contornos y conseguí demarcar algo cuadrado del tamaño de una baldosa. Podría haber cogido la linterna pero la ansiedad pudo más y cavé a los lados del objeto para poder sacarlo. Dos veces intenté levantarlo pero estaba incrustado en la tierra y el espesor era más ancho que el de una baldosa, por lo menos unos diez centímetros, a juzgar por lo que había conseguido descubrir hasta ese momento.

Probé una vez más y el objeto cedió un poco. Lo sacudí de un lado a otro hasta que lo pude levantar. Parecía ser una caja de madera, lo que comprobé cuando quedó expuesto al haz de la linterna. En la parte de arriba tenía tallada la palabra SECRETOS.

Agarré la linterna y me valí de ella para examinar la caja con un poco más de detenimiento. A pesar de haber estado enterrada, la madera lucía lustrosa y resplandeciente. Con los dedos seguí la forma de las letras en la parte superior. No advertí que Paula se me había acercado y que ahora estaba arrodillada a mi lado, observando la caja con la misma fascinación que yo. Me disponía a levantar la tapa cuando su mano se posó sobre la mía, lo que hizo que me detuviera de inmediato. Estaba fría como un trozo de pescado, pero no aparté mi mano. Hubo una lucha sutil por abrir la caja.

—Todavía no es el momento —dijo Paula con una voz que nunca podría identificar.

Cuando volví a intentarlo, la mano de Paula me lo impidió, pero además se puso dura a causa del rigor mortis. La miré, en parte para averiguar lo que estaba sucediendo y en parte para ordenarle que me liberara, pero antes de pronunciar una palabra me encontré con un rostro consumido y putrefacto, una calavera con colgajos de piel y la mandíbula abierta al máximo en un bostezo de horror.

Grité y todo a mi alrededor desapareció: Paula, la caja, el bosque. Caí en un abismo de oscuridad hasta ser atajado por miles de manos de tela que me tocaron todas al mismo tiempo con dedos suaves y larguísimos.

Maggie me observaba desde el umbral de la puerta.

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