Amnesia

Amnesia


52

Página 54 de 89

52

La recepción en casa de Mark fue un acontecimiento digno de un universo oscuro, la contracara del cumpleaños celebrado apenas un mes atrás. La chica con el intercomunicador se convirtió en otra con un trajecito negro, gafas de marco grueso y la expresión de un jugador de póquer (uno que llevaba perdiendo bastante dinero). Darla, que había conseguido mantenerse relativamente entera durante la ceremonia en la iglesia de Sant James y en el entierro, se quebró y casi no se dejó ver.

El club Bilderberg estaba al completo, por supuesto, y tanto Harrison como Bob seguían siendo los motores de toda la maquinaria de contingencia montada en torno a la muerte de mi hermano. Harrison se había encargado de agilizar la autopsia para que el entierro pudiera llevarse a cabo lo antes posible. Bob y Carla, por su parte, habían trabajado de manera incansable coordinando los preparativos a cargo de la funeraria. La casa funeraria Thompson era un establecimiento emblemático en Carnival Falls fundado más de cien años atrás por el bisabuelo de Maggie.

Opté por quedarme con Maggie en el jardín. Había dejado de llover pero una densa capa de nubes negras seguía amenazante sobre nuestras cabezas.

Cuando Chris Murphy salió de la casa y vino directo a nosotros, una parte de mí lo lamentó. Chris no estaba llevando bien la situación y francamente yo no tenía ganas de lidiar con ello. Cuando se encontraba a cuatro o cinco metros se detuvo, casi en el sitio exacto donde había dado su celebrado discurso durante el cumpleaños de Mark; otro sugestivo guiño para la teoría del universo oscuro. Chris era ahora la sombra de aquel hombre alegre que nos había deleitado con la anécdota que involucraba a mi madre. Quizás fue consciente de esto y por eso se detuvo. Tenía los ojos enrojecidos. Se quitó con el dedo algunas lágrimas secas.

—Lo siento tanto, John.

Maggie me dedicó una rápida mirada que comprendí de inmediato.

¿Quieres que me vaya?

Moví ligeramente la cabeza.

Quédate, por favor.

—Sé que éste no es el momento —dijo Chris en tono de disculpa—, pero tengo que decírtelo. Te conozco desde que eres un crío, tenemos confianza, ¿verdad?

—Claro que sí, Chris, por supuesto.

Buscó las palabras, pero de repente su boca se cerró, apretaba los labios. Era evidente que luchaba por no quebrarse.

—Éste no es Mark —dijo finalmente—. Tú lo conoces más que nadie. Éste no es Mark.

Negaba con la cabeza.

—A todos nos cuesta aceptarlo —dije de manera automática. Si hubiera buscado una frase más estúpida probablemente no la hubiese encontrado.

Chris guardó silencio, desvió la mirada y la clavó en un punto del cielo. Por un momento me pregunté si regresaría al planeta tierra.

—Hablé con él hace dos o tres semanas —dijo todavía con la vista perdida—, unos días después de su fiesta de cumpleaños. Me dijo que tenía problemas en Meditek, problemas con Darla, pero más allá de todo eso lo noté fuerte, como siempre. El Mark de siempre.

Y entonces formuló la pregunta que había venido a hacerme, que le quemaba en el alma.

—¿Tú no tienes dudas, John?

Y en el momento de terminar la frase una parte de él se arrepintió, porque su rostro se transformó. Maggie intervino de inmediato:

—Chris, creo que no es el momento de…

La detuve con una suave palmadita en el brazo.

—No tengo dudas, Chris —sentencié.

Él asintió.

—Sabes, con Mark no hablamos mucho del suicidio de tu padre —empezó a decir.

Maggie no hizo nada por ocultar su fastidio. Dio media vuelta y se marchó, farfullando cosas y negando con la cabeza; me lanzó una mirada furibunda antes de entrar en la casa. Yo estaba de acuerdo en que aquél no era el momento ni el lugar para hablar del suicidio de mi padre, pero también entendía a Chris.

—Una vez, Mark me dijo lo que pensaba —dijo Chris—; yo nunca me hubiese atrevido a preguntárselo. Y de hecho nunca más volvimos a hablar del tema.

El suicidio de papá también había sido un tema que Mark y yo rara vez habíamos tratado. Chris prosiguió:

—Me dijo que el suicidio no estaba en el ADN de los Brenner.

No dije nada. No me apetecía revivir aquello.

—Lo siento, John, no sé lo que digo…

—Mark te dejó una carta a ti y otra a mí porque imaginó que necesitaríamos certezas, no dudas. Fue su decisión.

Había desaparecido la comprensión en mi voz. Estaba cansado de consolar a los demás.

Chris asentía.

—Eso sí es digno de él. Ser fuerte en sus convicciones.

—Exacto. Y la razón por la que estamos aquí hoy y no hace diez días es porque ha habido una investigación. Y si la policía ha permitido disponer del cuerpo es porque no tiene ningún tipo de dudas de que ha sido un suicidio.

Chris iba a decir algo cuando la puerta de la casa se abrió de forma intempestiva y ambos nos volvimos en esa dirección. Donna, la esposa de Chris, salió hecha una furia y vino directo a nosotros. Al llegar a mi lado suavizó la expresión y me dijo cuánto lo sentía, que disculpara a Chris, que no tendría que haberme dicho nada. La mujer se llevó a Chris del brazo.

Maggie regresó un instante después.

—Me gustaría alejarme de aquí, aunque sea un rato.

Estuve completamente de acuerdo.

Ir a la siguiente página

Report Page