Amnesia

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Aparqué en la gasolinera de Paradise Road y la calle Sycamore y entré para pedirle las llaves del baño al encargado, un joven somnoliento que se movía con una parsimonia exasperante.

Lo que empezó como una caminata acelerada hasta la parte de atrás se convirtió en una carrera. Debí valerme de varios intentos hasta introducir la llave en la cerradura, todo sin dejar de sacudirme frenéticamente. Cuando abrí la puerta me abalancé a un cubículo al tiempo que me desabrochaba el cinturón y bajaba la cremallera. Un rayo láser perforó los azulejos hasta que pude apuntar en la dirección correcta. La presión fue disminuyendo y con ello sobrevino una sensación de alivio descomunal.

Salí del baño como un hombre apaleado. Me tomé el tiempo para cerrar la puerta con llave y caminé hacia el frente. Antes de dar la última vuelta me detuve en seco. A unos cinco metros de donde me encontraba surgió la figura de una mujer; llevaba un pañuelo en la cabeza, anteojos de sol y hablaba por teléfono. Su voz era inconfundible. Darla lloraba, le decía a alguien que estaba muy cerca de su casa y que en unos minutos estaría allí.

En otra circunstancia hubiera asistido de inmediato a Darla. Hubo algo, no obstante, que hizo que me quedara con la llave en la mano, muy quieto, como un animal ante una amenaza. Ella dio media vuelta y regresó por donde había venido.

Caminé lentamente y vi como entraba en la gasolinera. Dudé un instante y me metí en el coche. Conduje a toda prisa y en cinco minutos estuve de regreso en la mansión de Ian, sólo que ahora pasé junto al portón —que seguía abierto— y aparqué a una manzana de distancia. Regresé caminando. Estaba seguro de que Darla utilizaría la entrada trasera. Me aposté a un lado, detrás del cerco vivo, desde donde podía ver perfectamente el portal.

El coche de Darla llegó apenas unos minutos después. Avanzó por el camino privado a una velocidad excesiva y se detuvo exactamente donde yo lo había hecho hacía un rato. La puerta se abrió y la figura de Ian se recortó en el umbral. Darla corrió a sus brazos, todavía presa del llanto y la desesperación.

No dijeron nada. Él simplemente la meció suavemente y le acarició el cabello. Ian escrutaba el jardín trasero como si se sintiera observado.

Darla se apartó ligeramente y estampó sus labios en los de Ian Martins.

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