Amnesia

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Descubrir que Darla e Ian mantenían un romance me golpeó. La relación planteaba nuevos interrogantes, pero reaccionar ahora ante semejante revelación hubiera sido un error. Iba a seguir adelante con el plan: actuar tal y como Frost, o cualquier otra persona, esperaría que lo hiciera si no tuviera nada que ocultar. Iría a ver a Harrison y le hablaría del encuentro con el agente del FBI.

Lauren me recibió con un abrazo, sin mediar una sola palabra. A pesar de habernos visto dos días atrás en la recepción, hubo en ese abrazo una gran carga emocional. Hacía tiempo que no iba a su casa, algo que solía hacer con cierta frecuencia en el pasado.

—¡Qué gusto verte! ¿Cómo has estado?

Me apartó y me agarró el rostro con las dos manos, sin dejar de mirarme, como lo haría una madre en busca de esos pequeños gestos reveladores.

—Estoy bien.

Me siguió examinando. No sé si conseguí engañarla.

—Ven, vamos a comer unas galletas.

Fuimos a la cocina. Lauren había estado mirando algo en la televisión pero apagó el aparato en cuanto entramos. No le pregunté por Harrison porque podía escuchar el inconfundible golpeteo proveniente del jardín trasero. Tic tic tic… tic tic tic…

Lauren fue hasta una esquina de la encimera y agarró un bol cubierto con un trapo. Lo trajo a la mesa y lo destapó enfrente de mí como si se tratara de un número de magia. El aroma de las galletas recién horneadas me transportó a tiempos mejores.

—Tenía la corazonada de que vendrías —dijo Lauren—, ya sabes que soy medio bruja.

Se sentó con cierta dificultad; durante los últimos años había ganado algo de peso.

Hablamos un buen rato. Lauren disfrutaba de aquellas conversaciones en las que sólo participábamos ella y yo, y a mí me sucedía lo mismo. Teníamos nuestros códigos; Lauren era una mujer muy ocurrente y disparatada. Ese día estaba apagada y preocupada, y con justa razón, pues mis antecedentes en combatir las adversidades eran desastrosos. Le aseguré que me sentía fuerte, y que Maggie tenía mucho que ver con ello. Hablarle de ella y de mí la alegró. No me dijo nada de la relación en sí, pero pude ver en sus ojillos un elocuente brillo de picardía.

—Estoy tan feliz de que Maggie haya vuelto a Carnival Falls —dijo mientras me ofrecía una segunda galleta.

Un rato después me disculpé y le dije que iría a saludar a Harrison.

—No te costará encontrarlo. —Cada una de sus palabras fue subrayada por un golpecito.

Tic tic tic.

Salí de la casa por la puerta de atrás y desde allí divisé a Harrison sentado en uno de los troncos del fondo. Eran ocho rodajas en total, dispuestas en círculo, que servían como asientos. Harrison tenía la costumbre de sentarse allí y tallar en madera, una costumbre que había adquirido tras su alejamiento de la fuerza policial. Me quedé mirándolo un rato sin que él advirtiera mi presencia; lo vi un poco más encorvado que de costumbre, asiendo el formón con una mano y un martillo de madera con la otra.

Tic tic tic.

Con cada secuencia, una tira de madera se desprendía de la talla.

No quería que se rebanara un dedo a causa de mi presencia así que di un rodeo para que me viera llegar.

—¡Johnny!

Una sonrisa se dibujó en su rostro en cuanto me vio.

Me acerqué, como lo había hecho tantas otras veces, y me senté en el tronco a su lado. La talla que tenía en el soporte delante de él estaba en sus etapas iniciales, por lo que por el momento era algo amorfo del tamaño de un globo terráqueo. Harrison tallaba en su mayoría bustos, por lo que supuse que aquella obra no sería la excepción.

—Espero que quede más simétrica que la anterior —dijo con la vista puesta en el trozo de madera—. Ya sabes como es esto, si desgastas la madera más de la cuenta, no hay vuelta atrás.

Harrison dejó las herramientas a un costado. Nunca tallaba cuando yo lo visitaba, y hasta donde tengo entendido no lo hacía en presencia de nadie.

—Vamos adentro —dijo Harrison empujando sus rodillas para ponerse de pie—. Lauren estará feliz de verte.

—Ya he estado con ella —dije sin levantarme—. En realidad, he venido a hablar contigo. Es importante.

Se volvió a sentar. Advirtió la gravedad de la situación de inmediato.

—Dime qué te preocupa, Johnny.

—Ayer —empecé— un agente del FBI se me acercó en la recepción. Su nombre es Max Frost.

Harrison suspiró.

—Sé quién es Frost. También sé que ha estado hurgando en la vida de Mark.

Enarqué las cejas.

—No sé cómo se han involucrado los del FBI —dijo Harrison con cierto pesar—. Normalmente son invitados por la policía local, pero Timbert me ha dicho que él no ha tenido nada que ver. No digo que no hubiera motivos; la venta de Meditek y el suicidio de Mark podrían ser la punta de algo más grande, un caso de fraude o algo más complejo.

—¿Cuándo sucedió eso?

—La semana pasada. Timbert me ha mantenido al tanto todo este tiempo, y yo no te he dicho nada porque estaba esperando el momento adecuado. Nunca imaginé que sucedería algo así.

Harrison hablaba con la vista fija en el trozo de madera. Quizás imaginaba el rostro que se escondía allí adentro. Su actitud esquiva era tan impropia de él que me llamó poderosamente la atención.

—El agente Frost me preguntó por una muchacha —dije—. Trabaja en Meditek y está desaparecida.

Harrison levantó la mirada y me observó con expresión horrorizada. Una expresión que no recordaba haber visto nunca en su rostro.

—Hijo de puta… En la recepción de tu propio hermano.

Asentí.

—¿Qué le has dicho?

—La verdad: que no la conocía.

Harrison asentía.

—¿Qué más te dijo?

—Nada. Me dijo que para ellos no había dudas de que se había tratado de un suicidio y me mostró la fotografía de Paula Marrel.

—¿Te dijo su nombre o simplemente te mostró la fotografía?

Me recorrió un escalofrío. ¿Acababa de cometer el primer error?

—No, Frost no me dijo el nombre de la chica. Hoy he ido a ver a Ian Martins y él me reveló quién era ella.

Aquello era verdad, pero me había salvado por los pelos.

—Escúchame bien, Johnny. —Harrison se inclinó, acercándose lo máximo posible. Miró a uno y otro lado antes de continuar—. Si ese tipo vuelve a acercarse o si se presenta en tu casa, le dices que sólo hablarás en mi presencia y en la de Bob, ¿de acuerdo? Entonces me llamas de inmediato. No sé por qué tengo el pálpito de que Frost irá a verte uno de estos días.

—Lo hará. Él mismo me lo dijo en la recepción. Pero no tengo por qué hablar con él, ¿verdad?

—No, pero los federales no dan pasos en falso. Si se acercó a ti es porque tenía pensado hacerlo tarde o temprano, y mi sensación es que esa conversación ha quedado inconclusa.

—¿Pero puede obligarme a hablar?

—No pueden obligarte. —Harrison hizo una pausa—. Soy yo el que quiere hablar con él. Ese tipo se trae algo entre manos.

Harrison tenía un olfato infalible, casi paranormal. Si su instinto le decía que Frost estaba tramando algo, no tenía dudas de que yo estaba en serios problemas.

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