Amnesia

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Detuve el vídeo, en parte para ver cuánto tiempo faltaba y en parte para reponerme. Acababa de escuchar de dónde había tomado Mark la idea para su plan.

—Fue después de la conversación con Ronald cuando finalmente lo entendí. Era de noche y estaba con mi madre. Ella me indicó la letra C, y yo adiviné la palabra al primer intento: cansada. Luego me indicó la letra A: almohada. En otro contexto hubiese hecho lo mismo de siempre, asumido que ella quería que le quitara una de las almohadas para descansar en una posición más confortable. Pero en ese momento me la quedé mirando…, y ella supo lo que yo estaba pensando, y entonces pestañeó una vez.

Detuve el vídeo. Tardé unos segundos en recomponerme mínimamente para poder seguir.

—Mamá estaba cansada de vivir de aquella forma, eso no era nuevo; lo nuevo era lo que me estaba pidiendo. Al principio no lo consideré seriamente. ¡No iba a matar a mi madre! Pero entonces algo sucedió, unos días después. Llegué a casa y me encontré a Johnny acomodando las almohadas en la silla que estaba en el rincón; me explicó que últimamente mamá se cansaba rápido y le pedía cosas sin sentido. Cuando le pregunté a qué se refería me dijo que le había dicho, siempre por intermedio de sus paneles, que le pusiera una almohada encima del rostro.

Había muchas cosas que no recordaba de aquellos días; mi memoria no era la de mi hermano, y además yo era bastante más pequeño. Aquel episodio había sido borrado de mi mente, y pensarlo en estos términos me dio un escalofrío. Claro que era perfectamente lógico, porque para mí aquellas palabras habrían sido un desvarío.

—¿Cuánto tardaría mi madre en pedírselo a Johnny con más claridad? ¿A qué grado de desesperación debía de haber llegado para pedirle a su hijo de once años que le quitase la vida? Sólo entonces me permití pensarlo seriamente. Era su vida; sufría día tras día y, sin embargo, eran los médicos, mi padre y nosotros los que decidíamos que debía seguir soportando ese calvario. Todos decidíamos…, menos ella. Pensé que, quizás, mi empleo en la gasolinera y la historia de Marcia aplastando a su hija Becky mientras dormía, tenían un propósito. Durante una semana lo analicé desde todos los ángulos. Y un día decidí hablar con mi madre. Fui a su habitación y le dije que creía entender la situación, que iba a respetar su voluntad. Ella me dijo que nada quería más que irse de este mundo, que no soportaba que la viéramos así, que sabía cuánto estaba afectando a papá. Me dijo que si pudiera hacerlo, lo haría ella misma. Le prometí que lo haría esa misma noche, con la almohada, como ella quería. Y eso hice.

Estaba horrorizado. En algún momento me había llevado la mano a la boca, apretándome lo labios con fuerza. No podía dejar de pensar en Mark, en la cruz con la que había tenido que cargar durante todos estos años.

—El día de la detención de papá, justo antes de que la policía se lo llevara, él habló conmigo en la cocina. Me dijo que íbamos a tener una conversación adulta, que confiaba en mí lo suficiente para saber que entendería lo que iba a decirme. Hasta ese momento yo no tenía idea de que había una investigación en torno a la muerte de mi madre, pensé que todo era parte del trabajo de rutina. De modo que fue una sorpresa absoluta saber que Harrison vendría a detenerlo por el asesinato de mi madre; cuando me lo dijo abrí la boca para decir algo pero me detuvo con un ademán. Hubo algo en su mirada, una especie de entendimiento mutuo. No se anduvo con rodeos. Me dijo que mamá le había pedido varias veces que hiciera lo que yo había hecho, que estaba orgulloso de mí porque él no había tenido las agallas para satisfacer su voluntad. Me aseguró que iba a hacerlo tarde o temprano, que sabía que mamá lo deseaba más que nada en el mundo y que su mayor anhelo era que la recordásemos como era antes, cuando regaba las plantas, cocinaba el pavo de Acción de Gracias o leía esos libros de historia que tanto le gustaban, y que cada minuto que pasaba postrada en esa cama no hacían más que reemplazar esos recuerdos. Mi padre me dijo algo ese día que nunca me ha abandonado, y creo que es la forma más clara de explicárselo a alguien que no ha visto de cerca los estragos de una enfermedad terminal. Es como ver la muerte a cámara lenta, me dijo. Y yo estaba absolutamente de acuerdo.

—Yo también, hermano —dije en voz alta.

Hacía años que no pensaba en la conversación que Mark y papá habían mantenido en la cocina. Siempre asumí que se trató de una versión más extensa y madura de la que yo había mantenido con él, siendo Mark el mayor y todo eso. Ahora comprendía que lo que había sucedido detrás de aquella puerta mientras yo escuchaba On and on de ABBA había sido una conversación mucho más delicada. Mi padre le había dicho que iba a afrontar las consecuencias de lo que no se había atrevido a hacer.

—Papá me dijo que él era el responsable de la muerte de mamá, que iba a entregarse a la policía y que yo debía ocuparme de Johnny. Me dijo además que él ya se estaba haciendo viejo, que todo lo que había querido en la vida ya lo había conseguido, que estaba orgulloso de su familia y que desde que mamá había enfermado le costaba encontrar una motivación para seguir adelante. En cambio Johnny y yo teníamos todo por delante, me dijo, todo por hacer, y que su deseo más profundo era que pudiéramos formar una familia como la de él. Me dijo que si bien la tía Audrey nos ayudaría, Johnny iba a ser mi responsabilidad a partir de ese momento. Me hizo prometerle dos cosas. La primera fue que nunca le diría a nadie lo que acabábamos de hablar…

Mark se detuvo. Era la primera vez que se quebraba. Había relatado todo con temple de acero y ahora agachaba ligeramente la cabeza y cerraba los ojos. Mantuvo silencio unos segundos. Quedaban menos de dos minutos de grabación.

—Cuando terminó de hablar me puse de pie y él hizo algo que nunca había hecho antes. Me extendió la mano y yo se la estreché. Fue su forma de decirme que me consideraba un hombre y que confiaba en mí. Cuida a Johnny, volvió a decirme, esta vez con una pizca de advertencia en su voz.

»Me hizo prometerle otra cosa: me dijo que él no iba a estar mucho tiempo más, y que yo nunca debía culparme por ello. Y entonces lo vi con claridad. Todo lo que acababa de decirme tenía mucho más sentido, no como las palabras de un hombre que está a punto de ir a prisión para ver a sus hijos esporádicamente, sino como las de alguien que se despide para siempre.

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