Amnesia

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—Perdón por arrastrarte a esta locura, Maggs.

Estábamos a punto de aventurarnos por un sendero con una pendiente de más de cuarenta grados. El GPS nos indicaba que aquél era el camino más corto y habíamos llegado a un punto en que el tiempo era el factor decisivo. Ya eran las siete de la tarde y nuestros planes de regresar antes del anochecer se habían convertido en una utopía. Con suerte llegaríamos justo a tiempo para examinar la dichosa cabaña con luz natural.

Para subir nos valimos de los troncos delgados que crecían en la ladera y de las rocas que afloraban como dientes desgastados. El sol no se había ocultado todavía pero allí entre los árboles las sombras empezaban a multiplicarse.

—Frost ha estado jugando conmigo —dije con pesar, la vista clavada en el suelo—. A estas alturas debe de estar seguro de que Mark mató a Paula y su única intención es saber si yo he sido su cómplice. Tu padre y los demás también lo saben…

—No lo sabemos, Johnny.

Continuamos el ascenso en silencio. Al llegar a la cima nos detuvimos unos minutos en un acantilado a contemplar la inmensidad del bosque. Las copas de los pinos formaban una marea verde que se agitaba con el viento de la tarde. El GPS indicaba que estábamos a menos de un kilómetro de la cabaña. Maggie señaló hacia el noreste y divisamos una zona donde no había vegetación.

—Tiene que ser allí —dijo Maggie.

Bajamos en zigzag hasta la base del acantilado. Un curso de agua discurría en dirección este por un cauce rocoso.

Maggie empezó a descalzarse.

—No vamos a desviarnos —sentenció.

Una familia de ciervos surgió del otro lado del arroyo y nos observó: tres adultos y dos crías.

—Hola, muchachos, vamos a cruzar.

En cuanto pusimos un pie en el agua, los cinco animales se desplazaron coreográficamente hacia la izquierda. El agua estaba templada. Sin embargo, el curso era más profundo de lo que habíamos supuesto. Antes de llegar a la mitad, el nivel del agua nos llegaba a los muslos. Avanzamos despacio hasta llegar a la otra orilla, siempre bajo la atenta supervisión de los ciervos.

Una vez fuera del agua, Maggie comprobó el estado del móvil. A estas alturas dependíamos totalmente de ese cacharro.

—¿Tienes batería suficiente?

—Más del cincuenta por ciento. Todo en orden.

Estábamos en el corazón del triángulo de las bermudas.

Entre los árboles divisamos una construcción pequeña. Nos acercamos dando un rodeo y llegamos a un lago relativamente grande. Lo bordeamos hasta llegar a un pequeño muelle y desde allí a un camino de tierra que nos llevó directamente a la cabaña.

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