Amnesia

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ESH

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ESH

No era la primera vez que John discutía con Lila. Sin embargo, a diferencia de las veces anteriores, ella parecía haber entendido que si seguían juntos aniquilarían lo único genuino que había entre ellos: un cariño profundo que se había disfrazado de amor.

Esto hizo que su sorpresa fuera mayor cuando escuchó el timbre. Estaba en el estudio y dejó caer la cabeza hacia atrás, la vista en el techo. Resopló. En las peleas que habían tenido en el pasado, Lila siempre se quedaba con algo y tenía que sacarlo a relucir unas horas después. Era como si se quedara con un resto del combustible que alimentaba las discusiones y tuviera que purgarlo. Llamaba por teléfono, enviaba un extenso mensaje o, como en este caso, se presentaba en casa. John sabía que lo mejor era escucharla y dejar que se sacara ese último peso de encima.

Cuando abrió la puerta, se sorprendió al ver a una muchacha unos años menor que él. Parecía salida de una de estas series de adolescentes, vestía unos shorts azules con corazones blancos y una camiseta blanca; una mochila colorida colgaba de su hombro izquierdo.

—Hola. Me llamo Paula Marrel.

La chica le tendió la mano. La correa de la mochila se deslizó unos centímetros y un mechón de cabello rubio le cayó en la cara. Acomodó ambos con movimientos rápidos y automáticos.

John le estrechó la mano, todavía aturdido.

—Perdón por presentarme así en tu casa. Soy una admiradora de tu trabajo, tengo todos los libros de Busy Lucy…, pero ésa no es la razón por la que he venido. Trabajo en Meditek.

La situación hubiese sido el comienzo perfecto de un sueño. Busy Lucy. Meditek. A continuación la chica se quitaría una máscara al estilo Ethan Hunt y allí estaría Lila. ¿De verdad pensaste que podrías librarte de mí?

—¿Cómo sabes…?

Todo era tan disparatado que John se detuvo a media frase. Escrutó el bosque en búsqueda de algo fuera de lugar. Es lo que haces cuando una chica bonita aparece de la nada en tu portal y dice que es una admiradora.

—En internet. He venido especialmente desde Lindon Hill.

—No sé si te sigo. ¿Es algo relacionado con Mark?

—Es una historia un poco larga, pero tiene que ver con Meditek e indirectamente contigo. Es importante que hablemos.

La expresión de Paula cambió drásticamente. John empezaba a sentir curiosidad.

La dejó pasar y ella fue directamente a los sillones. John se la quedó mirando, sin poderlo evitar. Paula se sentó en el centro del sofá, dejó la mochila a un lado y rebuscó algo en el interior.

John ocupó uno de los sillones.

—¿Cómo me has dicho que te llamas?

—Paula Marrel.

John asintió. El nombre no le decía nada.

—Es cierto lo que te acabo de decir, soy una admiradora y tengo todos los libros de Busy Lucy. Quiero decir…, no los busqué en internet para impresionarte o algo por el estilo. Mi sobrina tiene seis años y se los he leído todos; le fascinan.

—Me alegra.

—Compré el primero para regalárselo —dijo Paula, evidentemente sin intenciones de dejar el tema—, pero las ilustraciones me encantaron y decidí quedármelo. Ella era muy pequeña todavía. Además, tenía que tener algo para leerle cuando me visitara. Desde entonces los fui comprando y conservando en mi casa.

—No quiero ser grosero —dijo John—, pero me gustaría saber a qué has venido.

Paula no pareció ofenderse. Era una chica verborrágica, de esas que no paran un segundo y que necesitan estar todo el tiempo en movimiento. Sus manos seguían el mismo patrón, jugando con el móvil, inquietas.

—Trabajo para tu hermano desde hace unos años y nunca había hecho la conexión, hasta hace poco. Se lo comenté un día, pero no me siguió la conversación. Él es muy reservado en su trabajo.

—¿Eres doctora?

Paula rio.

—No. No soy doctora, ni química, ni nada de eso. De hecho, no fui a la universidad. Soy buena con los ordenadores, autodidacta. Hace un tiempo participaba en un foro de hackers; es un mundo muy particular, hay de todo, y un grupo puso como objetivo quebrar la seguridad de Meditek; como una especie de competición. Si lo logras, consigues prestigio. La cuestión es que lo conseguí con relativa facilidad. Soy honrada, así que me puse en contacto con Ian Martins y le dije lo que…

—Entiendo, entiendo…, quebraste la seguridad de Meditek y te contrataron.

Paula se ruborizó.

—Hablo mucho —dijo a la defensiva—, también estoy un poco nerviosa. ¿Estás esperando a alguien?

—No, no es eso.

—Tengo mucho que decirte, y no sé bien por dónde empezar…, sí, ya sé, mejor empezar por el principio, ¿verdad? —Paula hizo una pausa. Era la segunda vez que miraba hacia arriba en búsqueda de sus siguientes palabras—. Nunca supe demasiado de los proyectos del laboratorio; sabía que había algunos de más confidencialidad que otros, pero nada más. Un día salí del trabajo y se me acercó un chico llamado Stuart Nance; empezó a seguirme. No me asusté, porque no es la primera vez que un chico me persigue y sé darme cuenta de cuándo son peligrosos. Me dijo que él y un amigo habían soñado conmigo, que me había estado buscando desde hacía tiempo. Le dije que se largara, por supuesto, pero entonces dijo algo que me llamó la atención. Me dijo que en esos sueños yo llevaba un vestido azul y una gargantilla.

A estas alturas John estaba convencido de que había dejado entrar a su casa a una chica con problemas; no problemas del tipo que todo el mundo tiene, como pagar la tarjeta de crédito a fin de mes o limpiar la canaleta en otoño. Paula Marrel, si acaso ése era su nombre, estaba desequilibrada, y John la había dejado entrar sólo porque su belleza lo había deslumbrado. No pudo evitar negar con la cabeza. Apenas podía seguir el hilo de lo que le decía. Si consiguiera que se callara un puto minuto podría pensar cómo deshacerse de ella.

A continuación, Paula explicó que los sueños a los que ese desconocido hacía referencia estaban relacionados con un vídeo que ella había hecho para una de las pruebas de Meditek. De acuerdo con su acelerado relato, Paula se quitó de encima a Stuart diciéndole que lo llamaría al día siguiente, sin tener ninguna intención de hacerlo. Lo que sí hizo a primera hora del día siguiente fue revisar la lista de voluntarios de las pruebas de Meditek, y resultó que Stuart Nance y su amigo Alex Lange efectivamente figuraban en ella. Hasta allí no había nada de particular: los chicos habían visto el vídeo y ahora Stuart lo utilizaba como un argumento para ligar. La curiosidad de Paula, no obstante, hizo que revisara los archivos confidenciales del proyecto ESH, los cuales confirmaron que Stuart decía la verdad.

—La píldora del ESH —dijo Paula con admiración— hace que por una o dos horas tu cerebro no sea capaz de memorizar lo que sucede.

John asentía, entre maravillado y sorprendido.

—Pero Stuart sí se acordaba de ti.

—Espera, ya llegaremos a ello. Todavía no has escuchado nada de cómo funciona el ESH. Lo impresionante no es olvidar lo que sucede mientras estás bajo los efectos de la droga, sino que también olvidarás todo aquello que recuerdes durante ese período. ¿No es increíble?

—La verdad es que sí.

Mark nunca le había hablado a John de las investigaciones en Meditek. Sentía que en cierta forma estaba traicionando su confianza al hablar con Paula.

—Cada vez que evocamos un recuerdo es como si nuestra mente lo reafirmara. Es lo mismo un recuerdo nuevo que uno que intentas revalidar, ¿me entiendes? Durante las pruebas, los voluntarios hablaban de experiencias de su infancia, y cuando al terminar eran consultados por esas mismas cosas, no parecían recordar nada. El potencial de una droga así es tremendo. Se me pone la piel de gallina sólo de pensarlo. Lo que Mark e Ian han estado haciendo en Meditek es grande, muy grande.

—Mark siempre ha sido así. Escucha Paula, me alegra que sientas eso del lugar en el que trabajas… ¿Estás segura de que tienes que hablar todo esto conmigo?

El semblante de Paula cambió drásticamente.

—Sí. Pero primero necesito explicarte perfectamente cómo funciona el ESH. ¿Te imaginas lo que podría suceder con una droga tan poderosa? Si Mark e Ian vendieran Meditek y la droga cayera en manos equivocadas…

John no pudo evitar sonreír.

—Mark nunca vendería su empresa.

Paula miró otra vez al techo.

—Meditek está al borde de la quiebra, John. Mark y su socio están buscando desesperadamente un comprador.

—Estoy seguro de que Meditek no está en la ruina. ¿Por qué Mark y su socio querrían vender cuando están trabajando en esa droga milagrosa?

—Es que ése es el punto. Piensa, por ejemplo, en una experiencia traumática, algo que te ha sucedido de pequeño y que de otra manera te traumatizaría toda la vida. Piensa en una violación, un accidente grave, una relación conflictiva. ¿Te imaginas el potencial de algo así? ¿Dónde quedarían los antidepresivos? ¿Las píldoras para dormir?

John empezaba a entender el alcance de todo aquello. La chica hablaba con pasión.

—Me queda claro que una droga así lo cambiaría todo.

—Cuando empecé a investigar —dijo Paula— cometí la torpeza de involucrar a Stuart. Antes de terminar de entender cómo funcionaba el ESH, encontré algunos documentos que hablaban de unos pequeños fallos que se estaban investigando. Stuart necesitaba dinero y tuvo la nefasta idea de chantajear a Ian Martins. Stuart no era una mala persona, y él pensaba que para Meditek doscientos o trescientos mil dólares no serían nada.

—Hablas de ese muchacho en pasado.

Paula asintió, sus ojos grandes y fijos en los de John.

—Stuart murió hace quince días en un accidente de motocicleta.

—Y tú no crees que haya sido un accidente.

—La policía ha dicho que sí. Nadie duda de ello, ni siquiera su familia. No sé qué pensar. Pero ése no es el punto. El punto es que a Meditek, todos en la industria le han dado la espalda. Los grandes laboratorios dejaron de solicitar sus servicios, y no sólo eso, nadie quiere prestarles dinero. Una fundación privada los ha mantenido a flote todo este tiempo…, pero yo creo que es peor el remedio que la enfermedad. Es gracioso, pero es como una droga… te metes y la única forma de seguir adelante es consumiendo cada vez más. Es muy injusto.

—No estaba al tanto de todo eso.

—Mark no es de mostrar sus debilidades, hasta yo me he dado cuenta de eso, así que no me sorprende. La situación de Meditek es crítica.

—¿Y dices que la droga tiene algún tipo de fallo?

—¡No! —Paula parecía indignada—, eso es lo que han querido hacer ver los otros laboratorios. Han intentado prohibir las pruebas, han denunciado a Meditek en cuanto organismo han podido y el gasto en abogados se ha disparado. He visto los números, y créeme, los costes legales son altísimos. Pero lo peor de todo es que los supuestos fallos son insignificantes. Algunos recuerdos no terminan de borrarse del todo, ¿y qué? Nada que no se solucione con otra dosis de ESH. Es como cuando pintas una pared y tienes que darle una segunda mano porque la primera no lo ha cubierto todo. Tan simple como eso.

—Y eso es lo que les sucedió a esos chicos, con tu vídeo.

—Sí, exactamente eso.

A John no le costó creer que alguien como Paula fuera difícil de olvidar.

—Supongo que ahora me explicarás qué papel tengo yo en todo esto, ¿verdad? ¿Quieres un vaso de té helado?

—Sí —aceptó Paula—. ¿Puedo pasar al baño?

—Por ese pasillo, la puerta de la derecha.

Paula miró la mochila durante un instante y finalmente se marchó. Cuando John regresó con el vaso de té ella ya había vuelto. Le tendió la bebida y Paula bebió la mitad y dejó el vaso sobre la mesita de café. Después ella buscó algo en la mochila, sacó lo que parecía ser un estuche de maquillaje, y revolvió el contenido hasta dar con un pastillero. Lo abrió y entre sus dedos sostuvo una píldora ovalada de color anaranjado. La depositó sobre la mesa de madera.

John no necesitó preguntar de qué se trataba.

—¿Cómo la obtuviste?

—Como todo lo que tengo aquí —dijo Paula exhibiendo su teléfono—, son pruebas de lo que están haciendo con el ESH que he reunido con mucho trabajo y cuidado. Y por eso quiero que tomes esa pastilla, John.

John no pudo evitar reír.

—No voy a tomar una pastilla que no sé qué hace.

—Acabo de explicártelo todo —dijo Paula.

—¿Y tengo que creerte?

—Entiendo que no me creas, es todo bastante difícil de digerir. Tengo vídeos de las pruebas en Meditek, he venido porque sé que puedo convencerte de que tomes esa píldora. La razón por la que quiero que lo hagas tiene que ver contigo, y porque no voy a cargar con la responsabilidad de dar un paso en falso. Serás tú quien lo decida.

—Ahora sí que no entiendo nada.

Paula bebió el resto del té. Buscó algo en su teléfono antes de volver a dirigirse a John.

—Mientras recababa información, encontré una grabación hecha por tu hermano. Yo creo que es algo que tú debes saber, que necesitas saber. Durante varios días he tenido este vídeo y no he dejado de pensar en él. Y entonces comprendí que mi verdadero problema era que no sabía cómo ibas a reaccionar, qué ibas a pensar de él. Y que si pudiera saberlo, entonces sabría si mostrártelo o no.

—¿Robaste un vídeo a mi hermano?

—No tengo que justificarme de nada. Déjame mostrártelo.

Paula exhibió el móvil.

En el vídeo John vio a Mark sentado en lo que parecía ser una sala de conferencias. Miraba directamente a la cámara.

«Cuando mamá enfermó de ELA siempre vi la enfermedad en términos de…»

Paula pausó el vídeo y guardó el móvil.

—Realmente creo que necesitas verlo —dijo ella con tranquilidad.

John se dejó caer contra el respaldo del sillón. Durante dos o tres minutos ninguno de los dos dijo nada. Finalmente, fue Paula la que rompió el silencio.

—Oye, podría no haber venido a verte. He tomado el autobús, he averiguado dónde vives y te lo he contado todo porque creo que eres una buena persona y mereces saberlo. Pero no me hagas cargar con eso. Esa píldora la han tomado cientos de voluntarios, es inofensiva. La tomas y te muestro el resto. Tú decides si el contenido de este vídeo te hará la vida más llevadera, o si la convertirá en un infierno. Yo me largo y más tarde te envío el vídeo por email o lo borro para siempre.

—¿Mark utilizó el ESH? ¿De eso se trata el vídeo?

—Necesito una respuesta, John.

—Sabes que aceptaré.

A Paula se le dibujó una tibia sonrisa en la comisura de los labios.

John fue a la cocina y regresó con un vaso de agua. Sin mayor preámbulo se metió la píldora en la boca y la apuró con un sorbo de agua.

—¿Cuánto tiempo hasta que haga efecto?

Paula se puso de pie abruptamente, recuperando en parte la aceleración del principio.

—Unos minutos. No te preocupes, tenemos tiempo. Pero debemos hacer las cosas bien.

—¿Qué?

El móvil de Johnny vibraba en su bolsillo. Al sacarlo vio el nombre de Morgan en la pantalla.

—Mierda, tengo que atenderlo… Es mi hija.

Paula asintió.

John escuchó al marido de Tricia mientras le explicaba que el viaje a Minnesota que tenía previsto para el día siguiente se había cancelado, por lo que John podía ir a recoger a Jennie como de costumbre. John le dijo que pasaría por ella a las diez.

—Listo —dijo cuando cortó.

Paula asintió.

—Antes de mostrarte el vídeo necesitamos repasar lo que acaba de suceder, desde mi llegada aquí y todo lo que te he contado, ¿entiendes?

—¿Es necesario?

—Claro. Si tu elección va a ser no saber el contenido de este vídeo, entonces necesitas olvidar también todo lo que te ha llevado a él, y eso me incluye a mí.

Unos minutos después, Paula empezó a relatar de forma detallada todo cuanto había acontecido desde su llegada a la casa. John pensó que la chica podría haber sido una actriz fenomenal, porque sólo alguien con condiciones para la actuación y para repetir la misma letra una y otra vez, podía demostrar semejante entusiasmo frente a algo de lo que habían hablado apenas unos minutos antes. Paula se las arregló para repetirlo todo en treinta minutos y John no la interrumpió en ningún momento.

—El vídeo de la prueba —dijo John—, el que Stuart y Alex pudieron recordar…, ¿lo tienes allí?

—Sí —dijo Paula, contrariada.

—¿Puedo verlo?

—No hace falt…

—Lo sé. Aun así quisiera verlo.

Paula operó el móvil. Sus dedos se movían en la pantalla de seis pulgadas con sorprendente agilidad. En unos segundos había encontrado el vídeo. Le entregó el móvil a John.

Un bosque. La imagen se movía con cadencia hipnótica. Paula observaba la cámara, se volvía, caminaba de espaldas, otra vez de frente, de costado, sobre un tronco, el viento hacía volar las faldas del vestido.

John se quedó hipnotizado mirando la pantalla que ya se había puesto negra.

—Ha terminado —dijo Paula.

John siguió mirando la pantalla hasta que consiguió romper el encantamiento. Se volvió hacia Paula, observándola como si no pudiera entender cómo la chica del vídeo se había vuelto realidad.

—¿Qué sucederá cuando el ESH deje de tener efecto?

—Experimentarás una especie de mareo; lo mejor es que estés sentado, o acostado. Después te dormirás. El cerebro necesita apagarse para que el mecanismo de consolidación vuelva a funcionar. Así lo explican los documentos. En las pruebas los voluntarios no dormían más de media hora.

—Tengo una idea. Espera un momento.

John regresó al cabo de tres minutos con una botella de vodka. Cuando Paula lo vio cruzar el salón lo siguió hasta la cocina. John abrió la botella y derramó el contenido en el fregadero.

—Trae aquellos vasos —dijo mientras el líquido se perdía por el desagüe.

Cuando Paula regresó, la botella ya estaba vacía.

—Esto es lo mejor que he hecho en el último tiempo, créeme —dijo John mientras miraba la botella con fijación.

Una vez en el salón John dejó la botella sobre la mesa.

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