Amnesia

Amnesia


Cuarta parte » Capítulo 34

Página 42 de 45

34 NIÑA

Victoria contempló cómo su hijo moría entre sus brazos, se quedó sentada en el suelo de madera y esperó a que el sheriff terminase con su vida. Ya no tenía fuerzas para seguir luchando.

—A veces el destino nos juega malas pasadas —dijo el sheriff fríamente.

Ella no le miró, tenía los ojos pegados al rostro ensangrentado del chico.

—Ya le advertí hace unos días, pero no quiso hacerme caso. Simplemente han tenido muy mala suerte, estaban en el lugar inadecuado en el momento más inoportuno.

—¿Qué hacemos con ella? —preguntó uno de los contrabandistas.

—Ya me ocupo yo —le contestó.

—Podríamos venderla como a la hija. Es muy guapa y podríamos sacar un buen precio.

—No, es demasiado astuta y buscaría la forma de escapar. ¿No has visto todo lo que ha sido capaz de hacer? Nunca subestimes a una mujer desesperada. Una madre es capaz de hacer cosas inimaginables por salvar la vida de su hijo.

—¿Entonces?

—He dicho que yo me ocupo. Dejadme a solas con ella —dijo el sheriff a los contrabandistas; acercó una silla y se sentó a su lado.

—Me quedan muy pocos meses para jubilarme, todo esto me pilla un poco mayor. En cuanto firme la jubilación sacaré todo el dinero y con lo que he ganado estos años me iré a las Bahamas. Necesito un clima cálido, el frío de aquí me destroza los huesos. Con mi jubilación no hubiera podido ni vivir en Miami, después de toda una vida de servicio a la comunidad y arriesgando mi vida en varias ocasiones. He ayudado a extinguir incendios, salvado a decenas de excursionistas, sacado del agua a muchas personas, rescatado a otras de una casa ardiendo o matado a algunos malhechores, pero eso no le importa a nadie.

La mujer continuaba en silencio, como si velara el cuerpo de su hijo muerto.

—Ahora todo esto lo complica. Sharon anda perdida por el bosque y tendré que dar muchas explicaciones al FBI y otras malditas agencias. Podría echarle la culpa a usted, con su historial médico no me será difícil, se volvió loca de celos, pensaba que su marido tenía amantes y decidió terminar con todos. El pobre casero escuchó los disparos, acudió y también se llevó uno. La niña sobrevivió, no crea que soy un desalmado, tengo mi corazón, una niña pequeña y confusa no creo que sea problema. ¿Verdad? A la inmigrante tendremos que eliminarla, antes de que hable, pero bueno, esas cosas pasan. Estará enferma, después de vivir en esa cueva mucho tiempo.

—Al final tendrá que pagar —dijo la mujer volviendo por unos momentos en sí.

—¿Por qué dice eso? ¿No me dirá ahora que es creyente? No parece de ese tipo de personas.

Victoria le miró desafiante, ya no tenía nada que perder. Ante la muerte solo caben dos reacciones: un extraordinario valor o una profunda cobardía.

—No volverá a dormir tranquilo. No importa dónde se esconda, de alguna forma haré que mi venganza llegue contra usted.

—No creo en fantasmas —le contestó el hombre.

—Yo tampoco.

—Bueno, creo que esta interesante conversación ha terminado. Si le preocupa su hija mayor estese tranquila. Está trabajando en uno de los mejores burdeles de Canadá. Una chica como esa puede generar mucho dinero, la cuidarán bien, para ellos es un pequeño tesoro. Qué pena que usted no pueda acompañarla.

—¡Maldito hijo de puta! —gritó la mujer dando un salto y lanzándose hacia su cuello. El hombre no se esperaba aquella reacción y se echó para atrás intentando sacar el arma. La silla se derrumbó y cayó al suelo de espaldas.

La mujer intentó robarle el arma, pero el sheriff fue más rápido y la apuntó.

—Ya le he dicho que no tiene mucha suerte —dijo mientras le hincaba el cañón en la tripa.

Victoria intentó fulminarle con la mirada, pero su instinto le hizo permanecer quieta.

—Señora Landers ha sido un placer conocerla, es una de las mujeres más valientes con las que me he cruzado en mi larga vida —dijo mientras apretaba el gatillo. Victoria sintió un fuerte dolor en el vientre y se echó hacia delante. El hombre disparó otras tres veces hasta que la mujer se desplomó en el suelo.

El sheriff la contempló indiferente, había comprendido mucho tiempo antes que las personas eran obstáculos en su camino, ya no sentía nada por ellas, ni siquiera odio o desprecio, eran meros comodines en una partida que estaba decidido a ganar a cualquier precio. Únicamente creía en la existencia de una vida, no había segundas oportunidades ni cielos ni infiernos a los que temer. Él se construiría su propio paraíso antes de morir y se rodearía de placeres sin límite. Estaba tan cerca que nadie que se interpusiera en su camino saldría ileso.

Salió del salón y llegó al porche, estiró los brazos y se dirigió al coche patrulla. Ahora tenía que hacerse cargo de su agente y la putilla; ya vería qué haría más adelante con esa maldita niña.

Ir a la siguiente página

Report Page