Amira

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SÉPTIMA PARTE » Redención

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Esa noche, el hotel se convirtió en un castillo sitiado. Docenas de periodistas y cientos de ciudadanos ociosos o presas de una curiosidad morbosa se apiñaban en el exterior. En un momento dado, un helicóptero sobrevoló el hotel a pocos metros de la ventana de Jenna con un cámara inclinado sobre la puerta. La toma de Jabr cerrando las cortinas salió en directo en la CNN.

Completamente exhausta, Jenna apenas podía concentrarse en la pantalla del televisor mientras repetían la historia con todos los detalles. De vez en cuando, intentaba hablar con Karim, sin éxito. Brad se hizo cargo de la situación con un aire de discreta autoridad. Su primera tarea fue la de encontrar abogado para Jenna.

—¿Qué hay de Rosalie y de J. T.? —preguntó ella. Se sentía cómoda con ellos.

—Son los abogados de Malik. No creo que sea ético que también trabajen para nosotros, pero lo intentaré. ¿Tienes algún número de teléfono que no salga en la guía?

—Esa señora es una bomba —dijo J. T. entre risas cuando habló con Brad—. Dígale que estamos asediados como en El Álamo, gracias a ella. Dígale que la queremos de todas formas, dígale que la admiramos, pero, maldita sea, no podemos representarla. Ustedes son de Boston. ¿No han oído hablar de un tipo llamado Sam Adams Boyle? Es un magnífico abogado.

Media hora más tarde, habían contratado a Sam Adams Boyle.

—Estaba viendo tu entrevista con Barry cuando le he llamado —explicó Brad—. Era demasiado tarde para que saliera en las noticias en el Este, pero estaban pasando fragmentos en un boletín especial.

—Dios.

Delante de ella, en el televisor, Jordán Chiles afirmaba que todo aquello no era más que una maniobra desesperada y prometía seguir adelante con la acusación de asesinato contra Malik. El propio Chiles parecía un poco desesperado. Apenas faltaba una semana para las elecciones y el caso que debía servirle de trampolín le estallaba en las manos.

Instantes después llamó Malik desde la cárcel. Su nombre estaba en la brevísima lista de llamadas que podían aceptarse que Brad había entregado al hotel.

—Amira, ¿por qué lo has hecho? Un día o dos más y todo habría acabado. Estábamos ganando. Lo intuía.

—Lo siento, hermano. Sé que lo hacías por mí, pero no podía permitirlo, y algún día tenía que dejar de mentir. Por mí misma.

—¿Quién ha respondido al teléfono? —Siempre sería el hermano mayor, incluso entre rejas.

—Brad Pierce. Ya lo conocerás.

—Ah, hermanita. Me has ocultado cosas. Tráetelo contigo al tribunal mañana. —Jenna imaginó su sonrisa maliciosa. Su hermano era incorregible.

Después de la llamada de Malik, Brad habló con alguien de Washington, D.C.

—Es un amigo —explicó—. Nos conocemos desde niños. Ahora tiene un cargo bastante alto en el Departamento de Estado. Me preocupa tu situación como emigrante, y la de Karim, así que he pensado en adelantarme a los problemas antes de que surjan.

En medio de toda aquella locura, Jenna había olvidado completamente que había entrado en Estados Unidos por medios fraudulentos.

—¿Quieres decir que podrían deportarme?

—No lo harán. En el peor de los casos, conozco a un par de congresistas que estarían encantados de hacerme un favor.

Jenna no pensó más en ello. En cualquier caso, todo empezaba a parecer muy lejano. Estaba agotada. Cerró los ojos. Alguien tiraba de ella. —…a la cama —decía Brad.

—¿Y tú?

—Tengo que hacer unas cuantas llamadas más. Quiero tener aquí a unos cuantos guardias jurados de nuestra filial de California. Toni y Jabr también necesitan descanso.

Jenna le besó, se metió en la cama sin tan siquiera lavarse la cara y cayó en un profundo sueño sin sueños.

Un cordón policial impedía el acceso a la escalinata del tribunal de justicia. Cuando Brad la conducía apresuradamente en dirección al edificio, Jenna se asombró al oír gritos de aliento de la multitud. Un grupo de mujeres alzaron sus pancartas en la acera; algunas rezaban estamos con Jenna, el resto, estamos con

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