Alex

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Tercera parte » Capítulo 51

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El juez Vidard está muy contento. Ese suicidio es el resultado lógico de su análisis, de su habilidad, de su tenacidad. Como siempre sucede con los hombres vanidosos, atribuye a su talento lo que debe a la suerte o a las circunstancias. Al contrario que Camille, está exultante. Pero sereno. Cuanto más reservado se muestra, más se acentúa su intensa sensación de victoria. Camille lo ve en sus labios, en sus hombros, en su concentración al ponerse las protecciones; el gorro de cirujano y las zapatillas azules confieren a Vidard un aspecto muy extraño.

Los técnicos ya han empezado a trabajar y podría haberse contentado contemplando la escena desde el pasillo. Sin embargo, la imagen de una asesina múltiple de treinta años, sobre todo muerta, es para Vidard como un bodegón de caza, tiene que observarlo de cerca. Está satisfecho. Entra en la habitación con las ínfulas de un emperador romano. Cuando se acerca a la cama se vislumbra un ligero movimiento de los labios, como si se dijera «bien, bien, bien», y al salir luce una expresión que significa «caso cerrado». Señala a los técnicos de identificación y dice a Camille:

—Como imaginará, necesito las conclusiones de inmediato…

Quiere informar de ello. Pronto. Camille está de acuerdo. Pronto.

—De todas formas, habrá que aclararlo todo, ¿verdad? —añade el juez.

—Por supuesto —dice Camille—, habrá que aclararlo todo.

El juez se dispone a irse. Camille oye cómo el cartucho se coloca en la recámara.

—Ya era hora de que esto acabara —dice el juez—, para todo el mundo.

—¿Se refiere a mí?

—Para serle sincero, sí.

Al decir eso, se saca las protecciones. El gorro y las pantuflas no son dignos de lo que se dispone a decir.

—En este caso —prosigue por fin—, le ha faltado lucidez, comandante Verhoeven. En varias ocasiones, ha corrido tras los acontecimientos. Si lo piensa, incluso la identidad de la víctima se la debemos a ella y no a usted. Lo ha salvado la campana, pero estaba realmente lejos, y sin este… feliz «incidente» —señala hacia la habitación—, no estoy seguro de que hubiera seguido usted al frente del caso. Creo que no está…

—¿A la altura? —sugiere Camille—. Sí, dígalo, señoría, dígalo, lo tiene en la punta de la lengua.

El juez, ofendido, da unos pasos por el pasillo.

—Eso es muy suyo —comenta Camille—. No tiene valor para decir lo que piensa ni es lo bastante sincero para pensar lo que dice.

—En ese caso, le voy a decir lo que pienso de verdad…

—Estoy temblando.

—Creo que ya no está capacitado para encargarse de los casos de consideración.

Se toma un tiempo para subrayar que reflexiona, que como hombre inteligente y consciente de su importancia no dice nada a la ligera.

—Su reincorporación a la actividad no ha resultado muy prometedora, comandante. Tal vez debería volver a tomar cierta distancia.

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