Agnes

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Agnes

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—¿Qué guarda la caja para que sea tan peligrosa?. —No lo sé, nunca la he querido abrir. Lo único que sé que se han pasado toda su vida huyendo de personas que quieren apoderarse de ella. Ahora, debes decidir. Puedes alejarte de la caja viviendo feliz el resto de tu vida o bien puedes hacerte cargo de la caja lo que seguro que te trae problemas con personas que querrán hacerte daño.

—¿Qué me aconsejas?.

—Lo siento pequeña. Como dijo Oscar Wilde «A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto la vida se concentra en un solo instante». Debes tomar una decisión aquí y ahora pues tampoco me queda mucho tiempo a mí.

—Necesitaría consultarlo un instante con Jayden. —Has venido acompañada por tu marido —exclamó Fátima alarmada—. Eso lo cambia todo.

—No es mi marido. Es un buen amigo que me ha acompañado en este viaje para protegerme.

—No, no pequeña. ¡No te fíes de nadie, si quieres vivir no te fíes de nadie¡.

—¿Qué has dicho? —exclamó Carla sin poder olvidar esa famosa frase y sobre todo los ojos de aquel extraño vagabundo de Salamanca—.

—¿Estás segura de conocerle bien?. Como ya te he dicho, hay personas muy interesadas en el contenido de esa caja que no dudarían en hacerte daño. —Tengo plena confianza en él, Fátima. Es un buen amigo y me ha ayudado a llegar aquí.

—Respóndeme a un par de preguntas Carla. Antes de recibir la herencia, ¿conocías a ese hombre?. Y lo que es más importante, ¿fue idea suya o tuya la de buscar la caja?.

—Es verdad que no lo conocía de antes pero la idea de buscar la caja fue solo mía. Es más, el no quería que viniera a por ella. Créeme.

—Te creo pequeña pero mi obligación es cuidar de ti igual que Agnes cuidó de mí. ¿Estás segura de que te puedes fiar de él?.

—Me ha dado sobradas muestras de ello. —y Carla le contó todos los problemas a los que se habían enfrentado juntos y como había cuidado de ella—. —Está bien. Ve y consúltalo con él. Estaré esperándote.

—Ya no es necesario. Recordando todo lo que he pasado para llegar aquí, he pensado que debo hacerme cargo de la caja y, si era esa la misión que me encomendó ella, protegerla de que caiga en poder de tipos indeseables aún a riesgo de mi propia integridad física.

—Sea como quieres pequeña —añadió suspirando Fátima y con evidente gesto de resignación pulsó un pequeño botón de su cama—. Acompaña a mi hijo por favor, él os acompañará a vuestros dormitorios. —Muy amable pero tenemos que irnos, lo siento. —Nada de eso. Tras saber de vuestra visita, su mujer os ha preparado un «tajine» de cordero y pasas delicioso para cenar y unos pastelitos de miel con piñones de postre. Además, es muy tarde para ir a buscar la caja. Te prometo Carla que al alba uno de mis hijos irá personalmente a buscarla y te la entregará sin preguntas en tu habitación.

—De acuerdo, Fátima. —se levantó y abrazó a la anciana—. Te siento como parte de mi familia y lamento haberte conocido tan tarde.

—No pequeña. Has resultado una bendición para mí pues he podido cumplir con la que seguramente fue la última voluntad de Agnes. Ahora puedo partir de este mundo en paz.

Carla acompañó al hijo de Fátima al encuentro con sus amigos. Al reunirse les contó las magníficas noticias que la habían dado y como tenían que quedarse alojados en la casa pues al día siguiente la entregarían la ansiada caja.

33

Aceleró el paso para escapar de sus perseguidores pero todos sus esfuerzos eran en vano pues se le acercaban cada vez más y más rápido. Para intentar despistarlos giró bruscamente a mano derecha por un oscuro callejón lateral. Se lanzó en una carrera desesperada hasta alcanzar una enorme pared de piedra que escaló como un avezado montañero. Finalmente descendió con un ágil salto y a toda velocidad se internó entre un frondoso arbolado alejándose de la ciudad. Se detuvo detrás de uno de aquellos arboles y vio con entusiasmo que los había despistado. Estaba exhausto y se sentó en el suelo para tomar aliento. Recobrado el aliento se incorporó y notó el extraño olor que le rodeaba. Agudizando su experto olfato reconoció asustado un aroma que le era familiar mezcla de azufre, metano y amoniaco. Inesperadamente, un fornido brazo surgió del suelo y le agarró la pierna derecha y acto seguido otro brazo le agarró la otra pierna haciéndolo caer. Intentó zafarse y gritar, pero no pudo. Al tocar el suelo emergieron numerosos brazos putrefactos que le abrazaron con firmeza arrastrándole al interior de la tierra mientras repetían una y otra vez «JOU TYD HET GEKOM».

Erongo se despertó bruscamente gritando y moviendo los brazos de manera descontrolada. Los demás pasajeros del avión le miraron primero con incredulidad y posteriormente con ligera sorna al comprobar que había sufrido una pesadilla.

No, no había llegado mi hora —se dijo para sí—. Tras pedir disculpas a los compañeros de asiento solicitó a la azafata un vaso de agua y se tomó un tranquilizante.

El comandante del vuelo les avisó que tomarían tierra en unos quince minutos en Beirut y que no podían usar sus aparatos electrónicos. Decidió entonces extraer el dossier que había configurado la noche anterior para analizar cuál era la mejor estrategia a seguir a su llegada.

Esperaba que sus dos objetivos continuaran viajando juntos pues haría su labor más sencilla. Como conocía sus pautas de conducta y los nombres que usaban resultaría sencilla su localización y su posterior seguimiento. Repasó mentalmente las instrucciones del encargo: «Control y posterior neutralización del objetivo». Pensó, con cierta soberbia, como había conseguido en tiempo record encontrar a sus objetivos y estaba seguro que con esa misma eficacia cumpliría con éxito los encargos. La próxima vez pediré el doble de dinero por este tipo de trabajos. —pensó satisfecho—.

Al abandonar el aeropuerto cogió un minibús frente de la puerta de salidas con destino al Down Town y parada final en la place de Etoile. El recorrido por las atestadas calles de la ciudad se hizo interminable y más en aquel vehículo con capacidad para diez plazas pero que transportaba más de veinticinco personas. Al llegar preguntó donde podría encontrar un alojamiento limpio y barato para esa noche y le indicaron una pensión pequeña a un par de manzanas. Subió a la habitación, acomodó sus cosas y volvió a zambullirse en las atestadas calles pues debía averiguar lo antes posible donde se encontraban Jayden y Carla. En la entrada de la pensión encontró un folleto de turismo con un pequeño mapa poco detallado pero en el que se indicaban los hoteles más importantes de la zona. Erongo supuso que estarían alojados en uno de los más lujosos de la ciudad y seguramente próximo al centro histórico a semejanza de lo que hicieron en Milán. En este punto, su siguiente paso era acceder al listado de huéspedes de todos esos hoteles. Se acercó a un restaurante cercano donde podría picar algo y tener conexión WIFI libre para su tablet.

Lamentablemente descubrió que en aquel lugar del planeta las cosas no eran tan fáciles como estaba acostumbrado.

Todos los accesos a los principales hoteles estaban fuertemente encriptados con un nivel de seguridad máximo seguramente fruto de las continuas amenazas de muerte que sufrían los principales dirigentes de las diversas facciones de la ciudad. Aquello no suponía un enorme contratiempo, pero si le retrasaría un día o dos sus planes. Pagó la cuenta y se dirigió al primer hotel de su lista, el Four Seassons. Al acceder al hotel se acercó a la recepción.

— Buenos días caballero. En que puedo ayudarle. — saludó «Baker» en perfecto inglés—.

—Buenos días. Estoy buscando a unos parientes que han llegado hace tres días y que se alojan en este hotel —contestó—.

—¿Me puede decir sus nombres por favor?.

—Los señores Andrade.

—¿Y los nombres de pila? —respondió mecánicamente el recepcionista—.

—Pues no los sé. ¿Supone eso algún problema?. —Ya lo creo que sí. Siento comunicarle que debe abandonar inmediatamente el hotel por favor. —e hizo una seña a un vigilante de seguridad que en seguida se acercó—.

—¿Puede explicarme por qué?.

—Le ruego no provoque un altercado por favor. Sabe perfectamente que no tiene ningún familiar apellidado Andrade. Llevo bastantes años en esto y he aprendido a conocer a las personas con un simple vistazo. Usted habla con acento norteamericano aunque seguramente ha nacido en algún país africano, por tanto sé que no es pariente de los señores que busca. —Mire, está bien, lo siento. Tiene usted razón pero tengo que encontrar a ese matrimonio para cerrar un importante negocio. —lo intentó nuevamente—. —Aunque eso es muy común que ocurra, sigo sin poder creerle. No me cabe duda que si hubieran concertado una reunión de negocios, podría facilitarme más información de ellos y en su caso ni siquiera conoce sus nombres. Y si me disculpa debo continuar con mis tareas cotidianas. Hamid, acompaña a este caballero hasta la puerta.

—Permítame explicarme, y le juro que seré breve. Como puede observar soy pastor evangélico y he venido a buscar a esas personas porque nos robaron la recaudación mensual de la parroquia. Lo único que conozco es que se han alojado en este hotel con el nombre que le he dicho y le suplico que me confirme la habitación donde se alojan para llamar a las autoridades y que les detengan.

—Veo que por fin ha decidió decirme su verdad y eso me alegra pero todavía dudo de su historia. No obstante, podemos ponernos en contacto con la policía y que sean ellos los que nos lo aclaren todo, aunque estoy casi convencido de que tanto usted como nosotros no queremos realizar esa llamada.

—De acuerdo, pues. Queda en paz hijo.

Erongo, escoltado por Hamid, abandonó las instalaciones del hotel. Al final —pensó— había sido una suerte encontrar una persona tan profesional como el tal Baker, pues la intervención de la policía hubiera acabado con aquella misión y seguramente con él. No obstante, había sacado en claro que Jayden y Carla no estaban alojados en aquel hotel.

El siguiente de la lista era el Hotel Intercontinental Phoenicia en la Avenida London. Cambió de estrategia y decidió contar la historia del robo a la parroquia pero obtuvo idéntico resultado y además en este caso no pudo descartarlo de su lista. Se dio cuenta que de aquella manera no obtendría resultados.

Regresó a la pensión, subió a la habitación, sacó el edredón de la cama, lo metió en la bañera, cogió una almohada y entró en el cuarto de baño. Luego cerró la puerta dejando a oscuras la estancia y desnudándose se acostó en la bañera.

Había algo contradictorio en aquel método de concentración mental. Descubrió en aquellas oscuras y húmedas celdas de las prisiones sudafricanas la manera de concentrar toda su escasa energía en su actividad cerebral y de esa forma minimizar los daños físicos producto del dolor, el hambre o la sed que acababa con todos los demás compañeros de celda.

Poco a poco fue perfeccionando aquel método hasta dominarlo por completo aunque para lograrlo debía recrear aquel infierno.

Ahora, tenía que pensar en la manera de acceder a los datos y encontrar lo antes posible a la escurridiza pareja. La experiencia de ese día le reveló que en aquel país el hábito de un sacerdote no tenía influencia alguna sobre las personas.

Repasó mentalmente la conversación con Baker y se dio cuenta que una gran mayoría de los hombres de negocio cierran sus asuntos de manera discreta en las salas de reuniones de los hoteles y el personal del hotel no se inmiscuye. Usaría aquella tapadera para acceder a los restantes hoteles de la lista y una vez dentro podría aprovechar algún descuido para fisgonear sus bases de datos.

Satisfecho, se quitó el alzacuellos y la chaqueta y salió en busca de una sastrería. Tres manzanas al este encontró una donde compró tres trajes de corte americano con línea de hombros ligeramente suaves, resaltando naturalidad, y cuerpo recto con una única abertura y bolsillos con solapa, todos hechos a medida y todos sus complementos a juego incluyendo unos magníficos zapatos de piel italianos. El dueño de la tienda le explicó que todo estaría listo para el día siguiente y que podía recogerlo el mismo o podían dejarlo en la recepción de su hotel.

Regresó caminando al restaurante de la mañana, donde pidió algo de cena y conectó de nuevo su tablet a la red. Accedió a la página de reservas de hoteles que asigna puntuaciones en base a las opiniones de sus clientes, pues supuso que sus objetivos la usaban tanto como él y los ordenó por popularidad.

Aplicando unos cuantos filtros más redujo la lista inicial que tenía a tres posibilidades: uno estaba en un distrito residencial algo alejado del centro, otro era unos apartamentos-suite de una cadena de hoteles local y el último era el Hilton Beirut Metropolitan Palace. Se decidió por éste último y reservó una habitación para los próximos dos días.

Tras la frugal cena sintió que debía hacer algo de ejercicio para conservar su excelente forma física. En aquel punto siempre recordaba las antiguas películas americanas de mafiosos que veía a escondidas en la televisión de su vecino en las que los más peligrosos padrinos de las familias se volvían ociosos y descuidados y acababan acribillados a balazos por un rival más joven y atlético. En su mundo, estar bien preparado suponía la diferencia entre la vida y la muerte.

Se vistió con ropa de deporte y al preguntar le recomendaron correr por el paseo marítimo de «La Corniche» hasta un sitio llamado «La Roca de las Palomas». El ejercicio físico le sentó de maravilla. Al finalizar el recorrido decidió volver paseando y disfrutar de todo el alegre bullicio pues aquel país había sido para él todo un descubrimiento. Veía a grupos de jóvenes que vestían con ropa occidental, entraban en alguno de los numerosos bares y clubs que había para tomar copas y bailar hasta altas horas de la madrugada e incluso vio numerosas parejas que exponían abiertamente su amor en público. Nada que ver con la imagen que tenía de un país de oriente medio mayoritariamente musulmán y enemigo durante muchos años de un aliado como Israel. Lamentablemente el agradable paseo tenía que terminar pues debía descansar para continuar con sus pesquisas al día siguiente.

De vuelta a la pensión descubrió que le seguía un individuo. Por su manera de moverse supo que no se trataba de un profesional, lo que sin duda era una buena noticia, pero se encontraba en un entorno nuevo para él y diferente a lo que estaba acostumbrado por lo que no debía confiarse. Disimuladamente paraba a deleitarse con los coloridos escaparates de los comercios locales para descubrir si había más perseguidores. Solo era uno y debía averiguar cuáles eran sus intenciones.

Aceleró el paso hasta alcanzar una plazuela y giró bruscamente a la izquierda. A continuación volvió a girar a la izquierda y empezó a correr en dirección contraria a la que llevaba. Al llegar otra vez al paseo marítimo, se camufló entre un nutrido grupo de turistas franceses y se escabulló hacia una apartada y oscura zona en la que se sentó en un pequeño banco de madera para extrañeza de la pareja de hombres que discutían en él acaloradamente. «Ahí estás» —se dijo en voz baja—. El individuo se encontraba resoplando después de la carrera y miraba angustiado a un lado y a otro del paseo para volver a localizar a su presa. Erongo se abalanzó felinamente sobre él y agarrándole por el cuello lo inmovilizó y lo arrastró hacia el oscuro callejón que había a la derecha del paseo. Su oponente había perdido la consciencia y con cuidado le tendió sobre el suelo.

Se incorporó extrañado y pensativo. Tenía ante él una persona rechoncha, sedentaria, entrada en años, vestida con ropa sencilla y cotidiana y cuya única pertenencia era una vieja y ajada cartera de piel en la que guardaba el permiso de circulación, varias tarjetas de descuento en supermercados y un par de olvidados recibos de una lavandería. Ni armas, ni cámara de fotos, ni teléfono móvil, ni instrumentos de vigilancia, nada de nada.

34

Unos suaves golpes la despertaron. Carla se incorporó y cubriéndose con un batín de seda abrió la puerta de su habitación. Encontró al hijo pequeño de Fátima que portaba en su mano una caja metálica oxidada, signo evidente de que había estado enterrada, y se la entregó con un gesto reverencial antes de dar media vuelta y alejarse silenciosamente.

Nerviosa, se sentó en la cama con la preciada posesión. — Tanto esfuerzo habían dado su fruto —se dijo—. No lo pensó más y la abrió con cuidado. En su interior encontró unas cartas manuscritas, de Agnes, y una preciosa caja de madera multicolor tallada a mano. Decidió en primer lugar coger las cartas manuscritas y se puso a leer su contenido:

“Querida niña. En primer lugar debo pedirte perdón por no haberte podido conocer mejor y sobre todo perdón por haberte involucrado en esta pesadilla. Debo decirte que lo que has buscado y ahora encontrado es muy peligroso, aunque supongo que eso ya lo sabes pues si estás leyendo esta carta es porque finalmente me han dado caza como a todos los demás. De todas formas, todavía estás a tiempo de evitar tan pesada carga. Debes dejar de leer esto, destruir todos los documentos y deshacerte de la caja de madera. Estoy segura que mereces disfrutar de una vida feliz junto con tus seres queridos”.

Carla permaneció pensativa unos breves instantes y resuelta la duda continuó leyendo:

“Como seguro ya sabes, me casé con un apuesto norteamericano y tras unos años trabajando para una ONG nos fuimos a vivir a su tierra. Muchos años después recibimos la llamada de un Banco en el que se nos comunicaba que había fallecido un respetado hombre de negocios de la ciudad y que le había dejado en herencia un pequeño baúl a mi marido, en agradecimiento por un casual encuentro que tuvieron en una taberna del barrio. Jack intentó hacer lo correcto y devolverlo a sus legítimos herederos pero el representante del Banco se negó a encargarse de ello y ni siquiera le facilitó información alguna. Tras intentar localizarlos sin éxito, pasado un tiempo decidió abrir el baúl y lo que encontró nos cambió la vida para siempre.

Había un montón de documentación que resumían la búsqueda de un enorme tesoro por parte de varios miembros de dos familias enfrentadas. Todo lo había iniciado un tal Robert Morris que recibió un encargo de un extraño indicándole la manera de encontrarlo y repartirlo entre las familias de los hombres que figuraban en una lista. El problema era que toda la documentación que le entregó el desconocido estaba encriptada y el Sr. Morris no sabía la clave.

Dedicó 20 años de su vida a intentar descifrar aquellos documentos y cuando cumplió 84 años, temeroso de morir sin poder cumplir su promesa, confió su secreto a un amigo suyo que consiguió descifrar uno de los textos —el marcado con el número 2— usando para ello la Declaración de Independencia de los Estados Unidos:

He depositado en el condado de Bedford, a cuatro millas de Buford, en un sótano o una excavación, a 6 pies (1.80m) bajo tierra, los siguientes artículos que pertenecen a las partes cuyos nombres figuran en el número 3:

El primer depósito, en noviembre de 1819, está compuesto por 1.014 libras de oro y 3.812 de plata. El segundo, en diciembre de 1821, consistía en 1.907 libras de oro y 1288 de plata, además de joyas, obtenidas a cambio de plata para facilitar el transporte y valoradas en 13.000 dólares.

Todo lo antes mencionado está empaquetado de forma segura en recipientes de hierro, con tapas de hierro. La cámara está más o menos revestida de piedras, y los recipientes descansan y están cubiertos por piedras. El papel número uno describe la localización exacta de la bóveda, para que no haya dificultad alguna en encontrarla.

Sin embargo, la declaración de independencia no servía para descifrar los otros dos documentos. Robert Morris murió y su labor la continuaron anónimamente sus herederos hasta que publicaron un folleto con todo lo que habían averiguado hasta entonces con la esperanza de que alguien pudiera descifrar aquellos documentos y, de esa forma, librar a su familia de aquella pesada carga que arrastraban.

Lamentablemente aquella publicación atrajo a todo tipo de personas sin escrúpulos en busca de aquel montón de dinero y tuvieron que huir de su tierra y esconderse. Finalmente, el ultimo heredero de la familia Morris decidió entregar a mi marido el baúl a su muerte con la esperanza de recompensar un desafortunado incidente anterior. Jack se obsesionó con descifrar aquellos documentos pues era la única manera de que aquellas personas descansaran en paz.

Descubrió que el nombre del amigo de Robert, que descifró uno de los textos, era Evan Fox. Contactó con su familia y averiguó que ellos también deseaban encontrar

el tesoro pero por motivos nada altruistas.

Un día, mientras trabajaba, Jack descubrió por casualidad como descifrar el documento número 3 —en el que figuraban los nombres y las direcciones de los beneficiarios del tesoro—.

Exultante salió precipitadamente de la empresa en dirección a nuestra casa pero nunca llegó. Un vehículo negro le embistió y le mandaron al hospital en coma.

Tras una larga convalecencia no consiguió recordar nada de lo ocurrido ese día y quedó postrado para siempre en una silla de ruedas. Aquello colmó mi paciencia y decidimos escondernos en un lugar apartado y tranquilo en el que nadie nos encontrara y guardamos toda nuestra investigación en el baúl a excepción de lo que contiene la caja de madera.

Nunca volvimos a tocarla, y pasamos el resto de nuestra vida en paz y tranquilidad juntos. No obstante, una mañana recibimos una inquietante llamada en la que un desconocido —que decía que era el único heredero vivo de la familia Fox—, nos avisaba que los habían ido matando uno a uno a todos y que debíamos huir de «un demonio con sed de venganza» y que «no debíamos fiarnos de nadie si queríamos vivir».

Jack uso sus contactos para averiguar que todo lo que nos había dicho era cierto y tuvimos que huir apresuradamente del país. Finalmente, pensamos que estaríamos más a salvo si ocultábamos la caja de madera y se la entregué a Fátima para que la ocultara y te la entregara únicamente a ti si venías a reclamar su posesión.

Te deseo muy buena suerte, niña.”

Carla temblaba ilusionada mientras a duras penas intentaba no exteriorizar todas las emociones que sentía. Dejó la extensa carta sobre la cama y sacó el documento número 3 que Jack había conseguido descifrar.

Si no fuera por la explicación de Agnes y por el encabezado del texto, sería una amalgama de números sin ningún sentido. No obstante le dedicó unos minutos intentando descubrir algún significado oculto, como había hecho con el texto de la baldosa, aunque sin ningún éxito. Lo dejó sobre la cama y sacó el documento número 1 y lo escudriñó atentamente.

Era una idéntica sucesión de números aleatorios sin explicación aparente. Carla se desesperó ante la cruel perspectiva de no poder descifrar aquellos documentos que tanto dolor habían causado. Depositó cuidadosamente todos aquellos manuscritos dentro del cofre metálico y agarró la labrada caja de madera. Agnes decía que allí se encontraba la parte más esencial de la investigación que había llevado a cabo Jack, lo que era bastante extraño dadas las pequeñas dimensiones del objeto que tenía entre las manos.

Pero ahora el problema más acuciante era saber cómo abrirla pues no tenía la llave y, lo que era aún más extraño, observó que tampoco tenía una cerradura. Tras unos cuantos intentos desesperados pensó en romperla contra el suelo para ver su contenido, pero antes decidió mostrársela a Jayden para ver si él sabía algo de aquella maldita caja.

Lo encontró desayunando acompañado de Wasin y dos de los hijos de Fátima. Guardó los documentos y la pequeña caja en su bolso de mano y se unió a ellos a la espera de que se quedaran a solas. Por fin, su paciencia se vio recompensada.

— Parece mentira pero solo nos queda esperar a que te traigan la caja de Agnes y habremos terminado con éxito nuestra aventura —dijo él con tono alegre—. —Ya la tengo en mi poder. Me la entregaron esta mañana temprano a la habitación.

— Excelente noticia —exclamó jovial—. Y ¿qué has encontrado dentro?.

—Una carta dirigida a mí en la que me explica el por qué nos persiguen. Mira. —y le pasó todos los documentos—.

—Esto es increíble, ahora todo tiene explicación — exclamó Jayden después de haberlos leído—. Ahora bien, estoy de acuerdo con Agnes. Hay que abandonar ahora mismo esta absurda y peligrosa búsqueda y regresar a España. Allí entregaremos toda esta documentación a las autoridades y llamaremos a los medios de comunicación para contar todo lo que ha ocurrido. Únicamente así estarás a salvo de esta locura.

—Espera, Jay. Eso no era todo lo que había. También encontré esto. —y le mostró la extraña caja de madera—.

—¿Qué contiene?.

—No tengo ni idea. He sido incapaz de abrirla. —Déjame probar. —y por más que lo intentó tampoco pudo—.

—Podemos romperla para ver su contenido —dijo Carla—.

—No es buena idea. No sabemos que hay dentro y puede contener algo valioso que destruirías. Entregaremos también a las autoridades la caja y ellos sabrán cómo actuar.

—Es preciosa esa caja. Hace mucho que no había visto una igual —les interrumpió Wasin que había llegado sin hacer ruido—.

—Sí, es maravillosa, y parece hecha a mano —añadió Carla y se la guardó nuevamente en el bolso—. —¿Dónde la has conseguido? —insistió Wasin—. —¿A qué vienen tantas preguntas? —terció Jayden—. —No se alarmen, por favor. Me gustaría comprar una para hacerle un regalo a mi esposa y así seguro que me perdona todos los días que llevo sin volver a casa —afirmó Wasin con una enorme sonrisa mientras les guiñaba cómplice uno de sus ojos—.

—Lo siento, tienes razón —dijo Carla obviando la mirada de reprobación que le lanzó él—. La caja de madera es parte de lo que me dejó mi tía-abuela. Lamento no poder ayudarte a comprar una nueva para tu esposa aunque creo que no le gustaría. Solo sirve de adorno pues no hay forma de abrirla.

—¿Está rota?. Déjeme verla por favor.

—Su estado es muy bueno, pero no tiene cerradura ni llave ni botón alguno —intervino Jayden—.

—¡¡Ahh¡¡, veo que no saben cómo funciona. No se preocupen que para eso está con ustedes Wasin. La llaman caja mágica o secreta y es muy típica de la zona de los Cárpatos rumanos.

Carla le entregó la caja. Con hábiles movimientos de ciertas partes del exterior de la caja accedió a la cerradura y de igual modo encontró en el interior de una de las esquinas traseras un escondite oculto donde estaba la llave para abrirla, ante la mirada de asombro e incredulidad de ambos. Le dio la llave a Carla y con un cortés ademán se levantó y salió de la estancia cerrando la puerta para dejarles solos.

Jayden la miró interrogante. Debía decidir si abrirla, con las consecuencias que ello implicaba, o dejarla cerrada y regresar a España olvidándose de todo aquello. Tras un breve momento de reflexión Carla introdujo la llave y destapó la misteriosa caja. Con avidez miraron en su interior y descubrieron con gran desilusión que únicamente contenía otro papel manuscrito y un extraño recuerdo de madera. Ella desenrollo el documento y leyó en voz alta su contenido:

No digas que he agotado el tesoro, No tengo falta de asuntos, Enmudeció la lira que tocaba el bardo, Podrá no haber poetas

Pero siempre nos quedará la poesía.

Aquello no tenía el menor sentido para ellos. Jayden cogió el otro objeto de la caja y lo estudió cuidadosamente. Parecía compuesto básicamente de dos partes unidas entre sí. Una especie de mural en la que habían tallado escenas cotidianas de la vida de unos campesinos —como labraban la tierra, como alimentaban al ganado o como fabricaban recipientes de paja o de cerámica— y alrededor de aquellas imágenes varias frases escritas en un idioma que desconocía.

Coronando aquel mural había una cruz enormemente ornamentada cubierta por un pequeño tejado. Todo el conjunto estaba pintado de fondo en un azul chillón con letras en negro y blanco y ornamentado por multitud de piedras de vivos colores. Entraron en la estancia Wasin y Fátima en una silla de ruedas empujada por su hijo mayor.

— Buenos días, Carla. Tú debes de ser Jayden, encantada.

—Gracias por tan cálida acogida y por su hospitalidad con nosotros.

—Espero que no os importe que os haya interrumpido. La curiosidad me mataba y necesitaba saber lo que había dentro de la caja. Wasin me ha dicho que había una caja mágica y tenía que verla una vez más. —¿Por qué dices «una vez más», Fátima? —preguntó Carla—.

—Hace muchos años, Agnes me la enseñó y me habló de ella. La había adquirido en una remota zona de Rumanía en uno de sus viajes con la ONG. ¿Qué había dentro?.

—Una extraña misiva y lo que debe ser un recuerdo de aquel viaje.

—Creo que metió todo eso en la caja con un propósito. ¿Qué dice la carta de tu tía-abuela?.

—Habla de tiempos pasados, pero no hace ninguna referencia a la caja de madera —respondió escuetamente Carla recordando que Fátima no quería involucrarse en todo aquello—.

—Entiendo —dijo pensativa—. Es mejor así. Sabes que puedes quedarte en nuestra humilde casa todo el tiempo que quieras pero imagino que querrás partir lo antes posible. Hija, dale un fuerte abrazo a esta anciana.

—Gracias por todo. Estaré eternamente agradecida contigo y con tu familia. Cuando regrese a España os enviaré mis datos de contacto por si me necesitáis para algo.

Ambas se abrazaron efusivamente. Después Fátima hizo un gesto y su hijo la sacó de la estancia hacia sus aposentos. Todos entendieron que era el momento de regresar y Wasin se adelantó para ir poniendo en marcha el coche. Tras las emotivas despedidas con el resto de los miembros de la familia, Jayden y Carla subieron en él y pusieron rumbo a Beirut meditando sobre todo lo que habían descubierto y sobre lo que debían hacer a partir de aquel momento.

35

—¡¡¡¡Noooooooo¡¡¡¡.

Erongo despertó sudoroso en la lujosa habitación del hotel Hilton tras otra de sus horribles pesadillas. Miró el reloj y vio que eran las 04.53 horas de la mañana. Bueno — pensó—, aprovecharé para seguir con la investigación. Se aseó un poco y vestido únicamente con el albornoz bajo por las escaleras los cuatro pisos que le separaban de la recepción. Se acercó resuelto al mostrador, solicitó la carta de almohadas y pidió una más rígida. El empleado amablemente le sugirió subir a su habitación mientras esperaba pero él declinó esa idea y le indicó que esperaría pacientemente a que fuera a por ella. Cuando el empleado se alejó, accedió a los ordenadores con un ligero salto y buscó a sus objetivos. Para su disgusto, descubrió que en los últimos diez días no habían reservado ninguna habitación con el apellido Andrade.

Justo en el momento en el que había salido del mostrador apareció el empleado con la almohada y muy agradecido volvió a su habitación.

Al entrar, se sirvió un Brandy francés de 15 años y consultó sus anotaciones. Había apostado a que estarían alojados en ese hotel pero su intuición había fallado. Debía continuar con el plan y el siguiente hotel donde debía alojarse era uno llamado «Staybridge Suites & Apartments». Buscó su página web y reservó una habitación para el día siguiente.

Unas horas más tarde se encontraba en una preciosa Suite con vistas al mar. Aunque la habitación era inmejorable, no tenía tiempo que perder y bajó al hall de entrada para vigilar a los demás huéspedes que en esos momentos comenzaban a aparecer, bien para alguna excursión turística, bien para alguna reunión de negocios. El plan era buscarlos de día e intentar acceder a los registros del hotel por la noche. La mañana se hizo eterna y sin ningún rastro de ellos. Decidió cambiar de sitio de vigilancia y se acercó al bar del hotel sentándose en una de las mesas desde las que se divisaba el acceso a los ascensores. Dio cuenta de una hamburguesa con patatas y una cerveza mientras seguía con su tediosa tarea. Pasaron tres o cuatro horas más sin el menor resultado positivo. Erongo decidió terminar con la vigilancia. Subió a la habitación, se puso la ropa deportiva y bajó al gimnasio. Tras una sesión «especial» había descargado su frustración y se encontraba de mejor humor. Recordó una célebre frase del gran poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson que afirmaba que «Todo el poder del hombre se forma y descansa sobre dos únicos pilares, la paciencia y el tiempo».

De madrugada repitió la estrategia del albornoz y la almohada que tan buen resultado le había dado en el anterior hotel. Cuando introdujo los datos encontró que los señores Andrade estaban hospedados en el hotel en la última planta del edificio. Excitado tomó nota del número de habitación justo a tiempo para no ser descubierto por el empleado del hotel que traía, con signos evidentes de disgusto, su exigente petición. Volvió a la habitación y reprimió un grito de satisfacción. Los había localizado por fin y ahora debía planificar su siguiente movimiento con igual precisión.

Disfrutando de otra copa de excelente coñac francés se tomó un momento para ordenar sus ideas. Siempre recordaría las sabias enseñanzas de su mentor — Eugene— cuando siendo joven le preparó para lograr convertirse en lo que es hoy en día.

En estos momentos de euforia, él siempre parafraseaba un antiguo proverbio chino: «Erongo, conoce a tu enemigo, conócete a ti mismo, y librarás cien batallas sin correr el menor peligro». Tenía razón el pobre Eugene. Lamentablemente, se dio cuenta muy tarde que su nuevo enemigo se encontraba justo a su lado y lo pagó con su vida.

Por tanto, el siguiente paso resultó evidente «debía conocer más sobre sus objetivos».

A la mañana siguiente, entregó en recepción un sobre con una escueta nota para ser entregada a los señores Andrade y salió al exterior. Cogió un taxi y le indicó que quería ir al Zoco Antiguo de Beirut. Al llegar le pidió al guarda de seguridad un plano con la escusa de no perderse entre las numerosas calles que lo componen y el bullicio de la gente. Le entregaron una básica fotocopia en blanco y negro en la que le habían señalado con bolígrafo el camino para regresar al punto de partida. Erongo se adentró en aquel laberinto y una hora más tarde encontró la zona dedicada a la electrónica avanzada.

— Buenos días, caballero. Pase a mi humilde tienda y si necesita algo no tiene más que decirlo —dijo el dueño en un perfecto inglés—.

—Gracias. Estoy buscando unos artículos en concreto pero veo que no los tiene.

—Aquí solo hay expuesta una pequeña muestra. Dígame que busca, por favor, y veré si lo tengo en el almacén del fondo —insistió el vendedor—.

—Uhm…, pues .. verá …, necesito aparatos de escucha.

—¡¡Ahaa¡¡, ya veo. No tiene por qué avergonzarse caballero. Es una petición muy común por aquí. Seguro que encuentro algunos modelos en el almacén. Espere un momento. Sí —dijo al volver con tres o cuatro modelos usados— creo que encontrará que estos pueden ser de su agrado.

—No obstante, necesito asesoramiento pues son modelos que no he visto nunca.

—Entiendo. ¿Puedo saber el uso que le va a dar?. —No —dijo Erongo con firmeza—. Creo que me he equivocado de tienda. Gracias por su tiempo. —Espere, espere amigo. No me ha entendido bien. Solo necesito saber sus preferencias, de gran autonomía o no, largo o corto alcance, de un alto o bajo nivel de seguridad, etc..

—En principio solo algo normalito, con un alcance medio y sus respectivos receptores con eliminación de ruidos de fondo.

—Ya veo. Quiere oír conversaciones de otros despachos desde el suyo. Bien, como imagino que entre los despachos hay varias plantas de separación creo que tengo lo que necesita. Aquí tiene dos dispositivos de escucha profesional con micrófono sensible, batería integrada de litio-ion con una autonomía de 45 horas más o menos. El receptor opera en una frecuencia fija de la banda UHF y alimentado con pilas AAA que permiten un funcionamiento ininterrumpido de 24 horas. El alcance máximo es de 2000 metros en condiciones de visibilidad directa y unos 500 metros cuando hay obstáculos.

—Excelente elección. Veo que no es la primera vez que recibe este tipo de encargos.

—Permítame además enseñarle otros dispositivos en los que creo que estará interesado. Este es un dispositivo de escucha para teléfonos fijos B-34. Como ve, es muy fácil de instalar pues tiene conexiones estándar y su funcionamiento es básico. Introduce aquí una tarjeta Micro SD que grabará cualquier conversación y luego únicamente queda transferir el contenido a cualquier dispositivo reproductor. Además el propio dispositivo se recarga a través de la línea telefónica.

—Es verdad que se ve un modelo muy útil pero de momento no estoy interesado en él.

—Sin problema. Le enseño este otro entonces. Es una mini-cámara que graba archivos de audio y video en formato AVI en una tarjeta micro SD con una gran resolución de 720x480, batería de litio-ion con autonomía de cuatro horas de grabación ininterrumpida y se puede usar también como cámara web instalando los controladores que trae en el kit. —Muy interesante. Ahora necesito es un buen precio por todo ello.

—Eso, mi amigo, no nos supondrá ningún problema seguro. Déjeme que lo empaquete todo para que lo pueda transportar discretamente y luego acordamos un precio justo.

Al final el precio era más que justo. Todo le había costado 120 dólares y, además, obtuvo la promesa de recompra cuando no los necesitara. Regresó rápidamente al hotel y al pasar por recepción observó que la carta que había entregado en recepción para ellos todavía permanecía allí. En ese caso, o bien no habían salido de la habitación o bien salieron fuera de la ciudad y no habían regresado todavía.

Se acercó al restaurante y solicitó un tentempié para la habitación de ellos. Luego bajó a la lavandería, cogió un traje de camarero y se vistió con él. Esperó pacientemente oculto en el hueco de la escalera a que apareciera el camarero con las viandas y esperó a que llamara a la puerta. No obtuvo contestación alguna del interior y encogiéndose de hombros colocó a un lado del pasillo el camarín con las viandas y se marchó.

Erongo se acercó a la cerradura electrónica de la puerta y en un minuto la abrió con su sistema de descifrado de códigos. Cautelosamente accedió a la estancia con el carrito y comprobó que no había ni rastro de ellos. Sin tiempo que perder colocó todos los micrófonos de manera estratégica y realizó una rápida inspección de la habitación. Descubrió que no compartían dormitorio lo que le resultó contradictorio con la información que él tenía según la cual eran marido y mujer. Intrigado por ese hallazgo decidió seguir indagando entre sus objetos personales, aun a riesgo de ser descubierto pero no encontró nada de más utilidad para él. Inspeccionó el portátil que había en la habitación de Jayden pero estaba encriptado con una contraseña de alto nivel de seguridad y no tenía tiempo ni herramientas para acceder a él. Abandonó la habitación, acercó el carrito de la comida a otra habitación del pasillo, llamó levemente a la puerta y volvió a esconderse en el hueco de la escalera. Una esbelta y sorprendida mujer apareció en la entrada, y alegremente lo introdujo en su suite. Muy satisfecho, bajó a su habitación, instaló en ella los dispositivos de escucha y se sentó a esperar a que dieran señales de vida.

Aprovechó la espera para asimilar el importante descubrimiento que había realizado unos minutos antes. Con la información de que disponía había supuesto que sus dos objetivos eran pareja pero por fortuna para él había descubierto a tiempo que no era así y, por consiguiente, a partir de este instante debía tratar ambos encargos por separado. Pensó detenidamente cual era la mejor manera de afrontar aquel nuevo dilema que se le presentaba y decidió que primero resolvería el asunto más complicado y luego el más sencillo. Primero mataría a Jayden y luego se encargaría de Carla.

36

No habían articulado palabra durante el viaje de regreso y Carla irritada increpó a Jayden

—¿Qué te pasa?. Dime por qué no me hablas Jay. Creo que tenemos suficiente confianza para que seas sincero conmigo y me digas lo que piensas de todo esto.

—No estoy enfadado contigo Carla, tranquila. No he hablado porque estoy hecho un lío y no sé qué debo aconsejarte. Nada más.

—Ya soy mayorcita. No puedes protegerme más de lo que has hecho. Como ya te dije en Milán decida lo que decida hacer tu debes marcharte a tu tierra y seguir con tu vida.

—Eso no es tan fácil preciosa. Ya sabes te eres una persona muy especial para mí y no podría soportar que te sucediera algo malo en mi ausencia. — Y para mí también tú eres algo más que un amigo y tampoco podría verte sufrir por mi culpa. Por eso debes marcharte cuanto antes.

—Creo que ahora tenemos que ver lo que hemos descubierto y las pistas que tenemos. Luego tendremos tiempo de pensar que vamos a hacer y hasta donde queremos llegar. En principio, sabemos lo del tesoro oculto y la única pista que tenemos es una frase poética y un extraño souvenir de Rumanía. —Oh no, es más que eso, Jay. Sabemos que son indicaciones que me dejó a propósito Agnes para que descubriera algo, igual que ocurrió con la baldosa que tu encontraste en su casa.

—Tienes razón. Debemos analizarlo minuciosamente. Intentaremos obtener más información vía internet.

Una primera búsqueda les aclaró que el objeto azul era en realidad una réplica de una lápida de un curioso cementerio localizado en el pueblo de Sapanta, llamado popularmente «el cementerio alegre». Así, en 1909 un aldeano llamado Ion Patras decidió tallar sus lápidas con un extraño arte naif expresando en el centro de ellas los empleos o actividades principales por las que era conocido el difunto en el pueblo junto con sus cualidades y defectos. A su muerte en 1977 su labor la continuaron sus discípulos y hoy en día es uno de los sitios turísticos más visitados de Rumanía.

Aquello aclaraba bastante las cosas. Por alguna razón Agnes —o Jack— habían visitado aquel cementerio y tuvieron claro que, de continuar con la búsqueda, debían ir también ellos a aquel pueblo de la región de Maramures. A continuación se centraron en averiguar el significado del enigmático texto. Jayden sugirió que podría ser una parte de un poema famoso pero por más que lo buscaron no encontraron algo ni remotamente parecido. Un par de horas más tarde su frustración se hizo evidente.

— Jay, no puedo más. Necesito salir de la habitación. Podemos ir a cenar algo, desconectar un rato de todo esto disfrutando de la ciudad e intentarlo más tarde. —Sí, va a ser lo mejor. Creo que podemos ir al paseo marítimo y cenar en un restaurante con vistas al mediterráneo.

—Excelente idea. ¿Meto la caja de madera en la caja fuerte?.

—No es necesario. Ya sabemos qué es lo que es eso — señalando la lápida— y el manuscrito puedes guardarlo en tu bolso.

—Vale, dame un par de minutos y estaré lista.

Veinte minutos más tarde se sentaron en una acogedora terraza al aire libre con vistas al puerto deportivo en el restaurante «Mosaic» que les recomendaron en el hotel. Era un establecimiento que unía varios tipos de cocina, desde japonesa o india hasta la mediterránea y la libanesa con especial mención a los productos frescos del mar, todo ello servido en forma de un extenso buffet. En definitiva un hermoso restaurante de calidad para todos los gustos. Cuando se deleitaban con los postres apareció un cantante provisto de un pequeño acordeón y obsequió a los comensales con unos románticos acordes a cambio de unas monedas. Al acercarse a su mesa, Jayden le entregó solícito unos cuantos dólares lo que fue correspondido con una leve inclinación de agradecimiento.

Terminada la velada, decidieron recorrer el paseo marítimo juntos contemplando como las olas rompían contra las rocas, luego se acercaron a varios puestos de feria ambulantes donde se divirtieron tirando dardos a cartas, aros a estacas y balines a globos y sonrieron alborotados al conseguir un par de infames muñecos de peluche. Por un rato consiguieron olvidarse de todos sus problemas y disfrutaron como niños de la ciudad como si fueran una pareja de turistas.

Nuevamente en la habitación reanudaron la investigación.

— A ver, sabemos que las únicas pistas que te dejó Agnes son una especie de poema y una lápida de un cementerio rumano. Estoy convencido que ambas cosas tienen que estar conectadas —dijo él—. —Sí, seguro. Pero hemos buscado palabra a palabra en internet para averiguar cuál es el poema y su autor sin ningún resultado.

—Eso es verdad. Pero se me ha ocurrido otra idea. Podemos buscar poetas famosos que estén enterrados en ese cementerio.

—Estupenda idea —añadió entusiasmada Carla—.

Un exhaustivo vistazo a través de la red y nuevamente se encontraron en un punto muerto. No había nada sobre ningún poeta enterrado allí.

— ¿Qué hacemos ahora, Jay?.

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