Aftermath

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Parte Dos » Interludio: Ciudad Coronet, Corellia

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INTERLUDIO

CIUDAD CORONET, CORELLIA

Luces resplandecientes y la pelea continúa. En la azotea del viejo holoplex, dos hombres batallan; al fondo brillan las imágenes siempre cambiantes de la pantalla de un espectacular. Llevan aquí tanto que cualquier noción del tiempo los ha abandonado. Están cansados. Enlodados. Empapados por las lluvias que llegaron y se fueron de nuevo.

Pero ellos siguen dándole.

El viejo, grueso, desaliñado, con el cuerpo encorsetado en una armadura floja de color rojo óxido y con la cabeza envuelta en trapos empapadas por la lluvia, da vueltas. Levanta ambas manos con sus puños en forma de garrote. Una línea de sangre serpentea por su nariz; enseguida se la quita con la lengua. Luego sonríe como ebrio.

—Podemos detener esta farsa en cualquier momento, camarada —gruñe Dengar—. Podemos sentarnos, echarnos una cerveza decente en algún lugar, discutir el acuerdo.

—Ningún acuerdo —dice el otro hombre, aquel que se hace llamar Mercurial Swift. Es joven. Ágil. Sin nada de armadura. Ahora lleva el cabello oscuro embarrado en la pálida frente. En sus manos tiene un par de macanas. Les da un giro—. Tienes que darte por vencido, Dengar. Estás intentando llegar más allá de las estrellas en esta pelea. La cruzada de un tonto…

En ese momento, Dengar se acerca de nuevo. Balanceando los puños como martillos. Como si no solo quisiera golpear al hombre más joven, más rápido, sino que quisiera hacerlo puré para el almuerzo de la tarde. Mercurial recibe un puño en su clavícula; el dolor le sube por el cuello y baja por el brazo. Una de sus macanas retumba contra el techo, salpicando en un charco.

De pronto, Mercurial hace una pirueta hacia el otro lado. Cuando Dengar se mueve para seguirlo, el cazarrecompensas más joven se agacha y empuja el extremo de su macana en el espacio que queda entre las placas de la armadura, justo en las costillas de Dengar.

El rufián mayor aúlla y se tambalea hacia atrás, llevándose la mano a un costado.

De alguna forma, su sonrisa es, al mismo tiempo, un gesto fruncido.

—Únete a mí. Eres bueno. Eres rápido. Pero tonto. Muy tonto. Solo mírate. Verde como especie doaki fresca. Necesitas una…, mano que te guíe.

—¿La tuya? —pregunta Mercurial con una tos burlona—. No creo que eso ocurra, anciano. —Otro destello de luz. Y ningún trueno—. ¿No entiendes? Me metí en este trabajo porque me gusta estar solo. Me gusta la cosa solitaria. —Él se ríe: un sonido curiosamente melódico—. No me volví cazarrecompensas para hacerme socio de un club, ¿eh?

Dengar vuelve a dar vueltas.

Mercurial lo hace pero en sentido contrario. En dirección de su macana.

—¡Siempre hemos sido un club! —grita Dengar.

—Tal vez es eso lo que te ha estado frenando. Otros cazadores siempre obtienen las recompensas antes que tú. Ganándote la jugada. —Ahí. A los pies de Mercurial, la macana. La patea hacia arriba, para tomarla con la mano.

—¡Oh, oh, oh! Crees que se me fue un paso, ¿eh?

—¡No puedes perder lo que nunca tuviste!

Dengar se carcajea.

—Pequeño tragachatarra. Estaba cazando recompensas mientras tú todavía estabas en tus pañales espaciales.

—¿Y qué dice de ti que aún sigas en tus pañales espaciales?

—No te caigo nada bien, ¿verdad?

—¿Lo quieres sin rodeos? Eres un extraño anciano asqueroso. ¿Ahora te lo digo con el corazón en la luna y con la verdad en la mano? Nunca le has caído bien a nadie.

Ahí está. Eso le pegó. Dengar es como una bestia loca: solo tienes que zangolotear la carnada correcta en la nariz para que ataque. Y vaya que ataca, pues se lanza estruendosamente hacia delante, como un hambriento animal de carga.

Pero entonces, en el último momento, finta a la izquierda. El cazarrecompensas más viejo salta por el techo y da una maroma. Cuando se levanta del otro lado, da la vuelta con un giro, y con la pistola de partículas en serie de la mano. Lista para esparcir los átomos de Mercurial por toda la pantalla parpadeante.

Una vez más, la pelea se detiene. Mercurial queda con las manos arriba. Dengar sobre una rodilla, con la gran boca de su pistola de partículas apuntando.

Esta vez, guardan silencio. La tensión se siente como una cuerda asfixiante. Otro destello de luz. El dedo de Dengar flota cerca del gatillo. El arma zumba. Y las manos de Mercurial aprietan sus macanas.

Algo está por suceder.

Algo tiene que suceder. O Dengar le va a disparar.

Los ojos de Mercurial destellan hacia una azotea cercana, y se abren con sorpresa. Su mandíbula cae. Él evoca la imagen en su mente y dice:

—¿Boba Fett?

Dengar gira hacia la azotea; el cañón del arma voltea con él.

Esa es la oportunidad de Mercurial, quien arroja una de las macanas y golpea a Dengar en la parte superior de la frente, en cuanto este voltea la cabeza. Al tiempo que el cráneo chicotea hacia atrás, Mercurial ya está saltando hacia delante y empujando su rodilla en el rostro del cazarrecompensas mayor. Luego, un codo contra la clavícula. Una macana contra la muñeca. La pistola cae.

Mercurial la levanta y aprieta el cañón bajo el mentón de Dengar. Justo cuando la lluvia fresca comienza a caer. Una lluvia fuerte, que salpica.

Dengar hace un gesto de dolor.

—Eres bueno.

—Me lo han dicho.

—Ese truco que hiciste… Tal vez sí he perdido un maldito paso, camarada.

Mercurial encoge los hombros.

—Solía ser un actor y un bailarín.

—¿En serio? —Dengar croa—. ¿Qué te trajo a esta vida?

—Al Imperio no le interesan mucho las artes escénicas.

—Eso es cierto, es cierto. —Dengar sorbe una burbuja de sangre que regresa a su nariz, y hace una mueca—. Pero todo eso es justo el punto, ¿no es así? Las cosas están cambiando ahora. Nuestra profesión está a punto de ser marginada también. Esos rebeldes no van a aguantar con nuestra marca especial de salsa por mucho tiempo. ¿O sí? Por eso tenemos que juntarnos. Formar una unión apropiada. Seremos una fuerza que deban tener en cuenta. ¡Nos veremos todos muy oficiales!

—Correré el riesgo solo.

Dengar asiente con la cabeza.

—Está bien. Está bien. ¿Me…, va…? ¿Me vas a matar?

—Tu cabeza no tiene recompensa. ¿Para qué molestarme?

—Ya verás. El día llegará. ¡Recompensas por los cazarrecompensas! Lo veremos más temprano que tarde. Tan solo… ya verás.

Mercurial asiente con la cabeza, y retira la pistola.

—Cuídate, Dengar.

—No es probable, muchacho. No es probable para nada.

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