Aftermath

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Parte Dos » Capítulo 19

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CAPÍTULO DIECINUEVE

Es de mañana y Adea espera a la almirante Sloane.

Adea está consciente de que en el gran orden de las cosas, ella es de poca importancia. Una agregada. Entrega documentos. Sirve las tazas de café. Recolecta firmas. Entrega comunicaciones.

Pero algún día, tal vez será algo más.

Estos son tiempos gloriosos para estar viva.

El Imperio se está tambaleando. Eso, en sí mismo, no es algo bueno. Pero en esas grietas y fracturas se esconden oportunidades. Cada grieta es un lugar donde Adea puede meter la punta del pie. Puede ampliar esos espacios y encontrar algo para ella. Por eso admira tanto a Sloane.

La almirante entiende. La almirante está haciendo lo mejor en esta situación. Pero ahora, Adea tiene malas noticias que entregar.

Eso le causa emoción, para ser honesta. No debería ser así, probablemente. Las malas noticias son, por definición, declarativa y objetivamente malas. Pero es la reacción la que importa. Las personas se hacen bajo coerción. Las crisis las forman. Adea creció en Coruscant. Pero sus padres no eran personas importantes. Su padre era un soldador. No era de una clase tan baja como para tener que trabajar en las entrañas del planeta-ciudad; hacía trabajos de primer nivel para el Imperio. Pero de todas maneras se ensuciaba las manos. Y se las quemaba, y cortaba, hasta que un día fueron unas artríticas garras de tejido cicatrizado y callosidades.

A ella siempre le maravillaba cómo los soldadores láser podían hacer o deshacer cosas, cómo podían unirlas o separarlas.

Esto era parecido.

La crisis los unirá a todos o los destruirá a todos. Pero ella cree que Sloane será forjada por esta crisis. No solo esta pequeña que está por entregar personalmente, sino por la crisis más grande.

Ella admira enormemente a Sloane.

Odiaría decepcionar a la almirante.

Rae está parada bajo el rocío de una regadera helada.

«Entubada directamente del cañón», dijo el sátrapa. «Es el agua más pura que encontrarás en Akiva. La antigua gente Ahia-Ko creía que el agua era tan pura que podía llevarse tus pecados y dejarte siendo una mejor persona».

Si tan solo eso fuera cierto…

Mantiene el agua fría, porque así es como estaban las regaderas en su primera misión hacía muchos años. Cuando era solo una cadete a bordo del Destructor Estelar imperial Defiance. Terminó por gustarle. El agua fría la fortalecía. La despertaba. Justo como ahora.

Además, es un contraste necesario con el calor de este lugar. En cuanto sale de la regadera, el calor la ataca; sí, el aire caliente y húmedo es invisible, pero no menos tangible. Se siente como si estuviera caminando a través de agua de pantano hirviendo. Ahogándose de pie.

Afuera, en el lujoso cuarto que el sátrapa le ha preparado a Rae, espera Adea. La luz matutina la ilumina mientras sigue allí parada, al pendiente de sus deberes: firme como un perchero, con la holopantalla en la mano.

—¿Durmió algo? —pregunta Rae, secándose la cabeza.

—Sí, almirante —dice Adea, apartando los ojos y sonrojándose mientras Rae se seca y viste. Adea no es realmente militar. Rae olvida a veces que aquellos fuera de la naval o el ejército no comparten las mismas experiencias. La desnudez de Sloane no tiene intención alguna más que ser un estado transitorio. Nada romántico, nada vergonzoso. Es un hecho práctico de la existencia.

—Qué bueno —dice Sloane—. El descanso será necesario para el día que empieza.

—Me pareció que la reunión estuvo bien.

—La reunión salió tan bien como un buen aterrizaje forzoso. Fue un primer paso inefectivo, intrascendente. —Rae se pone el uniforme, alisando las arrugas. Al menos eso es algo bueno que le proporciona la humedad. (Y, por primera vez en quién sabe cuantos años, su cabello en verdad luce increíble. La apariencia importa muy poco en la forma como se ve ella a sí misma, pero de vez en cuando es lindo recordar cómo luce uno en realidad)—. Intentaremos otra vez el día de hoy. Habiendo dicho eso, no espero mucho. Esta solo es la primera cumbre. Puede ser que necesitemos más… Traer más voces. Dígale a Morna que debe tener la nave lista justo después de la cena.

—Por supuesto, almirante. ¿Anticipa que llamaremos al Vigilance de regreso a órbita, o debe Morna hacer los cálculos del hiperespacio en la computadora de la nave? —La pantalla de Adea destella. Una vez, dos veces…, después se pone roja.

Rae frunce el ceño.

—¿Ahora qué sucede?

—Tenemos una situación. Una…, incursión.

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