Aftermath

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Parte Dos » Capítulo 20

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CAPÍTULO VEINTE

El transporte cede y rebota a lo largo de las cimas de las nubes de Akiva. El sol forma una línea caliente sobre el blanco de rizos arremolinados que parecen de acero fundido. Debajo, la ciudad de Myrra apenas logra verse. Escondida tras las nubes. Y cuando aparece a la vista, se mantiene ataviada con una diáfana neblina rosa.

El sargento mayor Jom Barell, de las Fuerzas Especiales de la Nueva República (Fuerzas-E), voltea a su derecha para ver a los cinco hombres y mujeres juntos ante la puerta abierta. Torsos cubiertos de armaduras de carbono; las hombreras marcadas con el emblema de la Nueva República: el ave estelar de la Alianza, ahora dentro de un halo solar. El símbolo de un nuevo día, un nuevo amanecer. El fénix, realmente renacido.

Los soldados parados aquí, junto a él, son los cabos Kason, Stromm, Gahee’abee, Polnichk y Durs. Jom Barell sabe quién es quién, aun cuando sus rostros están ocultos detrás de máscaras de salto orbital.

Él da la señal.

—¡Salten!

Uno por uno, se desabrochan y se lanzan hacia las nubes. Con lanzabalas en la espalda. Los brazos extendidos, como tratando de alcanzar el sol.

Él voltea.

Barell odia saltar. Denle cualquier otra cosa. «Cualquier cosa», piensa. Arrastrarse por algún pantano en Naboo. Congelarse el trasero en alguna base de nieve con muros de hielo. Una vez, tenían que volar una cañonera en medio de una supertormenta eléctrica sobre Geonosis, para erradicar a unos imperiales, a los que se les había ocurrido volver a poner a funcionar las vieja fábricas de droides del lugar; la tormenta era toda relámpagos y vientos fuertes, y el granizo golpeteaba el costado de la nave tan duro que dejó pequeñas abolladuras en el metal. Barell estaba bastante seguro de que estarían muertos antes de aterrizar. Y eso seguía siendo mejor que saltar de una nave. Especialmente en un salto suborbital.

Bueno, es lo que es.

Barell salta después de Durs, el último en la fila. Se siente como siempre, las tripas succionándose por su extremo trasero, su corazón abandonado en algún lugar detrás, allá en el cielo encima de él, el pánico, el terror. Y luego…

El aire lo sacude. Una onda de contusión lo golpea. Su cuerpo gira como una tapa, y lo ve arriba de él. El costado del transporte, abierto por una explosión; hay humo negro bramando mientras cae una lluvia de llamas y chispas. La nave se escora y comienza a inclinarse mientras cae…

Intenta comunicarse, pero no funciona, lo sabe. Se produjo un corte en las comunicaciones. Nada de lo que diga llegará a ninguna parte.

Lo mejor que puede hacer es descender y tratar de no morir.

Pero esa es una tarea mucho más complicada de lo que esperaba, porque debajo de él ve desaparecer en un flechazo al cabeza de la fila, el cabo Kason. Algo está subiendo desde la superficie: el rayo cegador de un turboláser. Un minuto, y ahí está Kason; al siguiente, es solo rocío de color rojo y harapos desgarrados de armadura bañada en carbono, haciendo espirales a través de las nubes.

«Estamos muertos», piensa Barell.

Otro estallido, y el siguiente es Stromm. Un destello y se ha ido. Barell baja en picada a través del espacio donde Stromm estaba apenas dos segundos antes.

Barell hace señas a los demás:

—Somos palomas de caza aquí arriba. Necesitamos ser halcones; activen las alas de descenso. —Es demasiado pronto, pues están muy arriba. Los vientos de ahí podrían matarlos. ¿Pero qué otra opción tienen? Debajo de él, los otros tres abren de golpe brazos y piernas, activando los trajes aéreos.

Para Gahee’abee ya es tarde. En el momento en que las alas de descenso del kupohan se extienden, se ha ido. Otro estallido mordaz en la superficie del plantea y él tan solo será un conjunto de harapientas tiras de alas, atrapadas en el viento.

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