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8 » El Juego

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—No lo harán. Está todo preparado.

—Gracias… Siempre has sido muy bueno conmigo. No sé cómo pagártelo… —Gretchen le dio un fuerte abrazo.

Cuando estaba a punto de salir, para aprovechar el cobijo de la noche, se volvió.

—¿Quién eres en realidad?

—Algún día te lo contaré. Para entonces tú serás una anciana. Yo ya no seré Sigfried. Tampoco Vladimir. Habré tenido muchos nombres. Habré sido amigo de gente poderosa. El poder me atrae, ¿sabes? Entonces, cuando volvamos a encontrarnos y mi juventud te sorprenda, te pediré el pago por salvarte.

Un reavivado sentimiento de miedo se incrustó en el estómago de Gretchen. No sabía si se debía al reloj que había vomitado y tragado varias veces durante esos días o era un miedo real que le causaban las palabras de Sigfried, un miedo basado en algo intangible pero verdadero. ¿Había dicho que su juventud le sorprendería? Ese hombre tan singular… ¿De verdad era un hombre? Ya no sabía qué pensar. Su mente aún estaba nublada por el reciente sufrimiento. Aunque, en realidad, Gretchen nunca sabía cuándo Sigfried hablaba en serio y cuándo hablaba en broma…

***

Vladimir no volvió a saber nada de Manfred. Según dedujo, habría quedado satisfecho con el hecho de que ayudara a Maddie y a otras personas a salvar sus vidas, lo merecieran o no. Manfred era un sentimental, siempre tan protector con los humanos. Para Vladimir, durante años, fue un alivio. Sabía, no obstante, que algún día sus caminos volverían a cruzarse…

 

***

 

—Sí que te quedó una hermosa cicatriz —rió Maddie señalando el ojo derecho de Rick.

—La he llevado con orgullo durante todos estos años. Me costó mucho conseguirla, ¿sabes? —Puso las manos en las rodillas y se incorporó. Paseó por el salón estudiando los recuerdos de Maddie—. Así que, al final, acabaste en este pueblo de mierda.

—No digas eso. Maringouin es mi hogar. Mi último marido era de Luisiana. Nos mudamos aquí hace años. Conozco a todas y cada una de las buenas gentes que viven en el pueblo, y todos y cada uno de ellos me conocen a mí y me respetan.

—Ni todos son buenos, ni te conocen, querida Gretchen…

La mujer guardó silencio. Rick llevaba razón. Se sumió en sus pensamientos.

—La guerra es una locura —continuó la anciana— . Cuando pertenecí al partido, creí realmente en la superioridad de nuestra raza, pero luego maldije todas nuestras creencias. En la guerra no hay vencedores. Durante años he visto la guerra mediática intentando demonizar o justificar las acciones nazis, alabando sus virtudes, negando sus demonios. Nadie lleva razón. El ser humano es un animal terrible, maléfico por naturaleza.

—Sí, sí que está predispuesto al mal, no te lo voy a negar. Muchas veces solo les hace falta un empujoncito…

—Yo he cambiado. Necesitaba hacer las paces conmigo misma, pagar por mi colaboración en uno de los bandos durante la guerra. He intentado eliminar cualquier rastro de mal en mi interior. Todo el mundo en el pueblo me quiere, y yo quiero a todo el mundo.

—¿Incluso a esa panchita, Betty?

—¡Oh! ¡No la llames así! —Maddie estaba escandalizada.

—¿Recuerdas que te dije que, algún día, me cobraría el haberte salvado la vida?

La anciana tosió, incómoda.

—Tengo suficiente dinero para…

—¿Dinero? —Rick soltó una carcajada—. No quiero tu dinero. El dinero no me hace disfrutar. El mal… ¡Oh, sí, querida Gretchen, el mal es la melodía que me anima! El mal es el pan, y el dolor es la miel con la que me alimento.

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