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8 » El Núcleo

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“ TIEMPO:…entonces tuvo la oportunidad de volver a vivir su propia vida. Cometió los mismos errores: no había aprendido nada”.

¿Quién no teme al tiempo? ¿Has mirado últimamente, querido lector, las fotos que atesoramos gracias a la tecnología actual? ¿Has visto cómo tu pelo mengua, tu piel se marchita, los amigos se van…? El tiempo es el enemigo por antonomasia de la vida, y ay de aquél que no tema al tiempo, porque su transcurso le cogerá de improviso. Hay que tenerle miedo al tiempo, pues va de la mano de la muerte. El tiempo oculta mucho más. Su transcurso es el paso de una habitación a otra más vieja y polvorienta, pero sin la posibilidad de volver atrás. El tiempo tiene el capricho de obligarnos a avanzar. Lo contrario sería una aberración, ¿no crees, querido lector? Ahora imagina un futuro apocalíptico en el que la sociedad está dividida en dos clases: una clase poderosa, que vive rodeada de lujos en el interior de unas ciudades cúpula que protege a sus ciudadanos de la gravísima contaminación ambiental, y otra, los desheredados, que malviven en puebluchos ruinosos sufriendo hambrunas y necesidades. Trillado, ¿verdad? No te presento el siguiente relato por su originalidad de base, no soy tan necio, pero te invito a que descubras por ti mismo, de manos de sus protagonistas, de los androides Quimera, capaces de reproducirse, y de los Omega, máquinas de combate, cuán peligroso puede ser el tiempo. Al final del relato reflexiona e intenta no caer en la desesperanza. ¿Quién puede asegurar que lo que ocurre en el relato no pasa en tu propia existencia?

 

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—¿Ves algo, Número Uno?

El Noble de tamaño descomunal rodeó el artilugio.

No caminaba. Hacía tiempo que había perdido la capacidad de trasladarse por sus propios medios. Un sillón adaptado a su volumen y provisto de propulsores posibilitaba su movilidad.

—Algo, aunque no claro —respondió sin disimular su preocupación.

—¿Preparo el dispositivo… por si acaso? preguntó Número Tres.

—Sí —respondió Número Dos ante el silencio de su colega.

—¿Asumiremos las consecuencias?

—Siempre lo hacemos. Tras la alteración, el beneficio es mayor que el perjuicio. Podemos permitirnos más bosques Msitu.

Los ojillos de Número Tres brillaron. Colocó las palmas de las manos sobre la materia inteligente. Un fulgor azulado anunció que la secuencia de inicio había comenzado.

Aquella tarde, la planta más alta de la Torre Gaia Zero se convirtió en un antro de perversión. Una legión de androides Quimera, los últimos existentes en Gaia One, satisficieron durante horas los instintos más bajos de los Tres Nobles, cuya lascivia era cada vez más difícil de aplacar. Habían sido previamente esterilizados para evitar su procreación, mediante la extracción de sus úteros. A pesar de que había machos y hembras entre ellos, nadie podría decir a qué género pertenecían, ni los androides, ni los Tres Nobles.

 

DOS: ÚRSUS PACE

Me llamo Úrsus. Soy comandante en jefe de las fuerzas de élite de Gaia One. En mi papel como principal protector de la ciudad, estoy autorizado por el Gobierno para tomar decisiones de vital importancia por mor de la supervivencia de nuestra sociedad. Es mi obligación, mi sino. Cuando fui nombrado comandante, prometí cumplir mi cometido hasta las últimas consecuencias.

Decisiones: conjunto de actos u omisiones ante un escenario que derivan en distintas consecuencias. Definición libre, por supuesto.

Debí tomar la decisión correcta cuando Ányel me instó a que disparase contra la turba desde el helicóptero.

—¡Matemos a esa chusma! —exclamó elevando la voz sobre el rumor de los motores del transporte y sobre la letanía cadenciosa de la lluvia. No fui capaz de hacerlo.

Aquella muchedumbre hambrienta se había unido para hacernos frente. Ni siquiera la línea de Omegas que se interponía entre ellos y la ciudad lograba hacer mella en el arrojo que demostraban.

—Estrangularé con mis propias manos a quien abra fuego —repliqué con calma. Ányel compuso una mueca de fastidio.

—¡Soy Úrsus Pace! —grité a través del megáfono—. ¡Sabéis que podéis confiar en mí! ¡Entregadme a Zeta Erión y nos marcharemos sin haceros daño! —Una sucesión de murmullos barrió la turba. Siempre había sido un hombre justo. En más de una ocasión había mediado entre las autoridades de Gaia One y los poblados marginales que la rodeaban.

—¡Yo soy Zeta Erión! ¡Si dejas ir en paz a los demás, me entregaré pacíficamente! —Un joven desgarbado se adelantó a la multitud. Muchos protestaron. No querían entregarnos a uno de los suyos, pero el chico les calmó con un ademán. Ignoro qué tenía ese joven para que el Gobierno enviara al ejército a darle caza…

***

Probabilidades… El Universo es como un océano infinito y eterno. El océano se derrama en una enorme regadera llena de agujeros. El agua se precipita sobre la tierra. La tierra la absorbe en decenas de pequeños hilillos que se secan. Uno logra llegar a la corriente del subsuelo. La corriente es la realidad que conocemos. Múltiples posibilidades que se filtran hasta quedar una, producto del azar… y de las decisiones. Interpretación libre de una conversación mantenida con los Tres Nobles.

Escolté al joven Zeta hasta la cúpula que corona Gaia One. Me encontraba nervioso, pues jamás había accedido a aquella parte de la torre. Debía de ser una circunstancia muy especial. El joven miró extasiado el exterior: acostumbrado a vivir a ras de suelo, las alturas debían de impresionarle sobremanera. Bajo él, las nubes formaban un manto que se extendía en todas direcciones. Más allá, se adivinaban las ciudades cúpula que rodeaban la torre conocida como Gaia Zero, el centro administrativo de Gaia One.

Los Tres Nobles esperaban al muchacho. Había oído hablar mil veces de los Tres Nobles. Eran los dueños de las corporaciones más importantes y, por tanto, los tres ciudadanos más poderosos de Gaia One. Conformaban el gobierno local. Había oído hablar mil veces de ellos, pero era la primera vez que los veía en persona. ¿Serían ciertos los rumores que aseguraban una longevidad, digamos, obscena para lo que no eran más que humanos? ¿Sería verdad que los Nobles eran tan antiguos como la propia Gaia One y que su poder tenía origen en el uso de medios poco ortodoxos, más cercanos a artes desconocidas que a la tecnología humana? Contaba con los dedos de la mano las ocasiones en que los Tres Nobles habían llamado a su presencia a un detenido, y esta era la primera vez, además, que habían requerido que permaneciera en la audiencia el propio comandante. Se presentaron como Número Uno, Número Dos y Número Tres.

—Muéstranos qué tienes, Zeta —dijo Número Tres. Sus ojos quedaban ocultos bajo un pliegue de carne que descansaba sobre su nariz desde una cabeza prominente, desproporcionada con respecto a su diminuto cuerpo.

El chico intentó hablar, pero el Noble Número Uno, grande como un elefante, le interrumpió desde su asiento volador.

—No perdamos el tiempo con discusiones banales. Saca la lista —ordenó al chico.

—No sé de qué me hablan…

Su chaqueta andrajosa se partió de súbito. De su interior cayó un trozo de papel doblado. ¡Papel! Quedé perplejo ante la visión de un material que había quedado en desuso hacía años. Zeta también estaba sorprendido. El tercer Noble, Número Dos, que alguna vez hubo de ser una mujer por sus facciones suaves y su pecho voluptuoso, movió de nuevo su mano y, el papel, voló hacia ella.

—¡Tienes los nombres! —afirmó con voz de rata—. ¿Cómo los conseguiste?

—Gracias a Asimov…

—¿Quién es Asimov? —preguntó Número Tres elevando el pliegue de carne y mostrando unos ojillos lechosos.

—Isaac Asimov. Es su IA, su Inteligencia Artificial. Divertido juego de palabras… —respondió el gigante volando con su asiento hasta nosotros. Percibí con desagrado el hedor que despedía su corpachón.

Por mi parte me sentía incómodo, aunque no podía abandonar la sala hasta que los Nobles me permitieran hacerlo. Debía proteger a los Nobles de cualquier intento de agresión por parte del detenido.

—Tiene algo más… —el gigantesco Noble observaba perplejo a Zeta, que le sostenía la mirada sin pizca de vacilación.

—¿Lo has visto? —rió el muchacho.

—¡Detenlo!

El Noble con voz de rata parecía histérico, pero yo ignoraba el motivo. Cuando logré reaccionar y me giré hacia Zeta para reducirlo, el muchacho comenzó a sangrar por todos los poros de su piel. Reía mientras sangraba: algo microscópico surgía de su interior atravesando su piel y colmando su cuerpo de diminutos agujeros por donde se le escapaba la vida. En pocos segundos, Zeta quedó reducido a un montón de carne sanguinolenta.

—¡Nanobots! ¡Sellen Gaia Zero! —chilló colérico Número Tres.

Di la voz de alarma y corrí por el pasillo hacia el centro de seguridad de la torre…

***

¿Cuánto tiempo habrían estado recuperando viejos robots, pilas nucleares casi agotadas, munición supuestamente defectuosa y otros tantos componentes tecnológicos obsoletos para Gaia One? No se me ocurría otra manera de que hubieran conseguido ese arsenal.

Mientras descendía por los niveles de Gaia Zero, me comunicaba con el centro de control de la ciudad.

—¡Deben localizar una nube de nanobots! — pensé, y mis pensamientos se tradujeron en palabras gracias a mi intercomunicador implantado directamente en el tímpano y conectado al cerebro.

—Negativo —respondió el operador—. La nube se ha difuminado; pueden estar en cualquier parte. —¡Sellen todas las entradas, y preparen los equipos de defensa!

Inmediatamente, la ciudad fue un hervidero de soldados armados hasta los dientes, y de robots de combate que se dirigieron a los principales accesos de la torre. No obstante, fue demasiado tarde.

Una alarma silenciosa inundó Gaia One con su intermitente tonalidad carmesí. Las defensas habían caído.

—¿Qué demonios ocurre? —quise saber.

—¡Señor, el sistema central de energía ha sido destruido! ¡La maquinaria se ha fundido como si hubiera sido bañada con ácido!

Era evidente que los nanobots que Zeta portaba en su interior habían devorado la materia, actuado como un disolvente. No sólo los sistemas de blindaje quedaron inutilizados, sino que la energía que recibían los Omega había sido interrumpida. No teníamos robots de combate.

—¡Movilicen a todos los androides, da igual de qué clase sean! ¡Entregadles armas y apostadlos en las entradas...! —Una explosión interrumpió mis instrucciones. Llegué a los elevadores, pero no funcionaban. El sistema de energía alternativa también había sido destruido por la nube de nanobots.

—¡Pero señor, será inútil! ¡Las tres leyes…!

—¡Conozco de sobra las tres leyes! ¡Al menos servirán de parapeto ante el enemigo!

Furioso ante las objeciones de mis hombres, llegué a las escaleras y accedí a un mirador exterior. Un miedo inenarrable me recorrió el cuerpo de arriba abajo. Hasta donde alcanzaba la vista, un auténtico ejército de cientos de miles de personas rodeaba Gaia One. Amplié la imagen gracias a los implantes robóticos de mis ojos: la muchedumbre portaba armas de todo tipo, algunas toscas de fabricación casera, como tuberías preparadas a modo de lanzacohetes, o granadas a base de cajas metálicas de la que pendían mechas, de seguro rellenas de pólvora, tornillos y puntillas; otras armas habían sido recuperadas de los vertederos y reparadas, como lanzadores laser, e incluso alguna tecnoarmadura de combate. Sobre sus cabezas se elevaron algunos viejos helicópteros…

¿Cómo habían podido preparar todo aquello ante nuestras narices? Era tanto el menosprecio que sentíamos por aquellas pobres gentes que no nos importaba utilizar sus tierras como basureros de Gaia One. Además, nuestra petulancia había abonado durante siglos lo que ahora se revelaba como una falsa seguridad. La combinación de ambas nos había llevado hasta esta situación. Los teníamos encima, y un ejército de desarrapados hambrientos y desesperados podía ser muy peligroso…

Algunas ciudades cúpulas resistían a los invasores, aunque las cúpulas de otras se resquebrajaban, incapaces de soportar más impactos de las armas pesadas del enemigo. Las que más oposición presentaban, acababan siendo invadidas desde el subsuelo, pues los rebeldes aprovechaban la interconexión entre ellas e irrumpían en su interior a través de los túneles maglev. Desde aquella posición localicé Bioyvallie. Mi hogar. El hogar de mi esposa y de mis hijos. Apreté los puños. Lancé un alarido al aire. Las lágrimas escaparon de mis ojos. La ciudad Bioyvallie no era más que una gran pira humeante.

***

El combate fue cruel.

Se alargó tres días con sus tres noches, en las que la falta de energía condenó a Gaia One al abrazo de las sombras. Al cabo, decenas de miles de muertos alfombraban la ciudad.

Llamé al intercomunicador de mi esposa y de mis hijos decenas de veces. Todas fueron inútiles. Si no había nadie al otro lado, solo podía significar una cosa…

Repelí a los intrusos con las energías renovadas que me proporcionó la rabia instalada en mi corazón. Me hice cargo de la dirección de las defensas y luchamos con fiereza, pero dependíamos demasiado de nuestra tecnología. Nos ganaban en número de diez a uno. Intentamos por todos los medios reparar los sistemas de energía, pero carecíamos de algunas piezas indispensables. Cada vez que fletábamos un transporte aéreo para escapar de la ciudad, el enemigo lo derribaba con las mismas armas que robaban a los cadáveres. Muchos androides lucharon con denuedo por sus amos, pero otros se unieron al invasor bajo la promesa de libertad que les hicieron.

Me sentía culpable. Yo mismo había introducido en Gaia One al portador del apocalipsis. Yo mismo había llevado ante nuestros dioses al caballo de Troya. Yo había matado a mi familia.

Replegué los últimos efectivos hasta la Torre Gaia Zero y, acosados por el enemigo, ascendimos hasta los últimos niveles.

Atrás dejábamos un tsunami que había arrasado gran parte de las ciudades cúpula: saqueos, asesinatos, incendios… Gaia One estaba destruida.

Cuatro de mis soldados cayeron, alcanzados por sendos proyectiles. Uno de ellos, Ányel, murió en mis brazos, lanzándome una mirada acusadora que me revolvió el estómago. Las palabras que no había pronunciado eran ciertas…

Logré llegar al nivel donde se reunían los Nobles. Sabía que no podía protegerlos, pero moriría por cumplir con mi deber de comandante.

—Puedes hacerlo —dijo Número Tres. Me giré y los iluminé con mi linterna. Sentí una arcada. Muy poco quedaba de los Tres Nobles que conocí hacía algunos días. Habían quedado reducidos a trozos de carne macilenta con un par de ojillos y una boca deforme. Lograba distinguirlos entre sí por su tamaño. Eran incapaces de moverse.

—¿Qué se supone que puedo hacer? Os he fallado. He fallado a la ciudad y a mí mismo —repliqué, compungido. Caí de rodillas, aceptando la derrota, recordando a mi familia.

—Aún no está todo perdido —gorgoteó Número Dos—. La lista… —Una especie de tentáculo surgió de la masa de carne y señaló hacia el suelo: sobre él reposaba el trozo de papel que Zeta había traído consigo.

Me acerqué y lo cogí con cuidado. No me fiaba de lo que pudiera contener… ¿otra trampa?

Desplegué el papel: un listado de nombres. Sabía de quiénes se trataba: muchos de ellos eran importantes personalidades, no solo de Gaia One, sino también de otras grandes ciudades situadas a lo largo y ancho del planeta. Otros nombres no me sonaban de nada, pero algunos de sus apellidos estaban relacionados con esas personalidades importantes y con otras que no aparecían en el listado. Familiares, evidentemente.

—¿Qué significa esto?

—Regresados… —dijo Número Uno, convertido en una masa de carne gigantesca.

—¿Regresados? —no entendía.

—De la muerte. Y por sumas de dinero nada desdeñables, debo añadir.

Las tres aberraciones prorrumpieron en ahogadas risitas.

—¿Cómo es posible? No existe tecnología humana…

—Pero sí extraterrestre —atajó Número Tres—. En los albores de Gaia One, cuando aún no éramos capaces de imaginar la importancia que tendría esta ciudad en la historia de la humanidad, la primera compañía que fundé y que se encargó de establecer los cimientos de Gaia Zero encontró algo a muchos kilómetros en el subsuelo. Algo, una tecnología que nos permitiría desarrollar la actual Gaia One y que haría posible su permanencia en el tiempo.

—No sé a qué os referís…

Un fuerte estruendo me interrumpió. El ejército enemigo había entrado en la torre Gaia Zero y se aproximaba a nuestra posición.

—Úrsus, ¿sabes en cuántas ocasiones hemos estado a punto de desaparecer, cuántas veces la historia de Gaia One fue susceptible de finalizar? ¡Decenas de veces! Gracias a la tecnología hallada hace siglos, seguimos perdurando... Gracias a esa tecnología pudimos fabricar el Núcleo de Gaia Zero.

—El Universo no es más que una caja que contiene todas las posibilidades, todos los pasados, presentes y futuros posibles. El ser humano vive en una de esas posibilidades, fruto del azar y de las decisiones. Es como una corriente de agua que escapa de un océano infinito. Pero la tecnología que hallamos por casualidad nos permite navegar por cualquiera de esas corrientes a nuestra elección.

—Se ha utilizado pocas veces. Es peligroso, pero necesario. Lo natural es aceptar los cambios, adaptarnos a la corriente marcada por el destino. El instinto de supervivencia de nuestra civilización nos impone alterar ese curso natural.

—¿Por qué no lo hacéis vosotros mismos? — repliqué.

—Estamos condicionados por Gaia Zero. Gaia Zero y nosotros, nosotros y Gaia Zero, somos la misma esencia. Sin la energía de la torre no somos posibles. Nos morimos, Úrsus, y con nosotros toda nuestra civilización. Debes impedirlo para que no cunda la anarquía. Tu negligencia ha permitido que la ciudad caiga. ¿Cuántas muertes de inocentes podrían haberse evitado? ¿Dejarás el futuro de la humanidad en manos de la chusma que está ahí fuera?

Llevaban razón. Yo había traído a Zeta Erión hasta nosotros. No había sido capaz de evitar la invasión de Gaia One.

—¿Cómo puedo hacerlo?

—Algunos de esos magnates de la lista murieron en distintas circunstancias. Sus familias pagaron grandes fortunas a nuestra compañía para que los «regresáramos». Un familiar superviviente que acompañara en el vehículo al fallecido, la última persona que lo viera con vida… ese es el medio para traerlo de vuelta. Esa persona se conecta al Núcleo y modifica las posibilidades. Toma una decisión que cambia el futuro del difunto. No le permite tomar el vehículo. Le facilita otro medio de transporte, o no le deja ir a cenar esa noche… cualquier cambio sutil que evite el fatal desenlace de su historia vital.

—¿Qué hecho ha permitido que lleguemos a este punto histórico, Úrsus?

—Traje a Zeta Erión hasta vosotros.

—Correcto.

—No lo traeré.

—No es suficiente…

 

TRES: ZETA ERIÓN

Raro era el día en que no subía a la colina para contemplar en la lejanía el neblinoso perfil de Gaia Zero, sobresaliendo enhiesta muchos metros por encima de las ciudades que la rodeaban. Raro era el día en que mis ojos no anhelaban desentrañar sus misterios y comprender el motivo por el que las gentes que cobijaba engordaran día tras día mientras los niños de nuestros poblados morían con el pellejo pegado a sus huesos.

Asimov arrojó nuevos datos. Había logrado derribar las barreras virtuales de Gaia Zero y llegar a lo más profundo de su cerebro.

Los duendes de Sombra aparecieron en mi chabola, hará algunos años. Estaban interesados en la lista.

—Los Nobles juegan con la vida y la muerte — dijo uno de ellos.

—Los Nobles juegan con el tiempo, con la historia… los nobles juegan con ventaja.

—Debemos impedirlo.

Fue el principio de una revolución. Los desheredados, la población relegada a una vida de miseria, a soportar las enfermedades que provocaba la contaminación, a aguantar el hambre, la sed, el calor asfixiante… miles de personas que malvivíamos fuera de los muros de Gaia One mientras los gaianos disfrutaban de una vida colmada de placeres, habíamos llegado a tal punto de sufrimiento que no estábamos dispuestos a tolerar por más tiempo las desigualdades. Contacté con líderes de los poblados que compartían con nosotros la misma vida de suplicios a la que nos condenaba Gaia One, y les conté mi plan. Algunos escépticos se burlaron, pero otros creyeron la historia de los duendes. Al final todos, unos y otros, con mayor o menor fe, se unieron a la causa.

Lo hicimos ante sus propias narices.

Los poblados marginales nos nutrimos de los desperdicios de Gaia One. Gigantescas naves transportan diariamente los desechos de la ciudad y los depositan en interminables vertederos que contaminan cientos de kilómetros a la redonda lejos de Gaia One, junto a nuestras ciudades. No les importan nuestras vidas. Las autoridades de la ciudad no ignoran que muchos de nosotros traficamos con material recuperado de los vertederos y que reparamos como podemos, objetos inofensivos que nos confiscan en redadas periódicas. Gracias a ese material pude desarrollar la IA que bauticé como Asimov. Esta vez, ante la posibilidad de nuevas redadas, y para evitar que la rebelión fracasase antes de empezar, escondimos el material de guerra en un complejo subterráneo que excavamos durante más de tres años.

Así fabricamos nuestras propias armas. Sabíamos que, por muy numerosos que fuéramos, nada podríamos hacer frente a la tecnología bélica de Gaia One. Lo más difícil de salvar eran sus defensas. Aunque estuviéramos preparados para hacer frente a un ejército al completo, chocaríamos una y otra vez contra el blindaje que rodea la ciudad. Seríamos una mosca intentando atravesar un cristal.

Cuando la desesperación era patente entre los mandos que dirigirían el ataque, cada vez menos confiados en el éxito del plan, la solución llegó en forma de dos androides: Ray B y John W, dos robots clase Delta que habían escapado del yugo de Gaia One. No solo nos ofrecieron su colaboración y nos mostraron planos de situación de accesos y detalles importantes de los sistemas de defensa, sino que encontraron la manera de entrar en la ciudad.

En el complejo subterráneo donde acumulábamos las armas había una zona en la que depositábamos todo el material sin utilidad alguna. Mientras paseaba con ambos androides y les enseñaba las instalaciones, uno de ellos se interesó por uno de esos objetos desechados.

—¿Es lo que creo que es, Ray? —preguntó, visiblemente emocionado.

—¡Lo es, lo es, John! —respondió el otro. Se dirigió a grandes zancadas hasta una de las numerosas estanterías que abarrotaban la sala y agarró un dispositivo oscuro del tamaño de un melón.

—¡Es el útero de un Épsilon!

Examiné aquella cosa, extasiado. Los Épsilon son los robots más difíciles de encontrar. Se dice que podían reproducirse cual humanos y, justo debido a esta capacidad, fueron extinguidos por las autoridades de Gaia One, para evitar el descontrol de la natalidad que podía suponer una procreación incontrolada.

Lo que supuse un objeto inútil era algo muy difícil de encontrar.

Aunque supuestamente hacían falta dos Épsilon para reproducirse, John y Ray aseguraron ser capaces de manipular el útero artificial para lograr la autrorreproducción.

—¿Pretendéis crear un ejército de Épsilons que colaboren en la invasión de la ciudad?

Los dos robots cruzaron una mirada de complicidad.

—Tardaríamos años en desarrollar esa idea —negó John—. Pero podríamos obtener miles de embriones, miles de robots en miniatura, nanobots muy útiles si logramos introducirlos en Gaia Zero…

Por tanto el plan inicial cambió drásticamente. Necesitábamos un voluntario. No podía ser otro que yo mismo. Debía dejarme atrapar. Haría saber al cerebro de Gaia One que poseía la lista con los nombres de los retornados, para atraer su atención sobre mí y forzar mi propia detención.

Cuando acudieron con intención de prenderme, la gente de mi poblado simuló querer impedirlo.

Llovía. Tenía miedo, pero estaba decidido a cumplir mi misión. Si lo que los duendes aseguraban era verdad, el Gobierno de Gaia One poseía una tecnología con la que aplastarían pueblos y civilizaciones en pos de su subsistencia. Quién sabe cuántas veces habían manipulado la realidad para llegar a aquel momento histórico.

El comandante Úrsus era conocido por ser un hombre justo, un hombre noble. Sabía que nada debía temer.

Me adelanté a la muchedumbre. Me ofrecí a mis captores voluntariamente.

 

CUATRO: ÁNYEL BOSS

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