56

56


Una estrategia de la imposibilidad

Página 4 de 26

UNA ESTRATEGIA DE LA IMPOSIBILIDAD

Quizá Página/12 —en cuanto a la idea de editar un diario— haya nacido de aquel caos. Como jefe de redacción de la revista empecé una sección editada y diagramada como diario, con la lógica de la prensa tradicional pero con un contenido novedoso: se llamó The Posta Post y el acápite decía: “Todo lo que los demás diarios saben pero no se animan a publicar”. Allí editaba lo que escribían Gustavo Ferrari y Marcelo Helfgot, ambos periodistas de agencia, con información dura y propia. Aquel eco se sostuvo hasta el año siguiente, cuando presentaba el proyecto de Página como “un diario de contrainformación”. También el hecho de que Página tratara de encontrar un mérito en la brevedad; The Posta Post tenía cuatro páginas, el proyecto inicial dePágina tenía ocho.

—Un diario de ocho páginas de contrainformación —eso les decía a quienes citaba en La Ópera, el bar de Corrientes y Callao. Me miraban pensando que era una broma, en cualquier caso una situación molesta: les decía, serio y compuesto, a periodistas con años en La Nación o Clarín que renunciaran y vinieran a trabajar conmigo en un diario que aún ni había empezado. Tiffenberg y los pocos que se fueron de El Porteño a Página tardaron unos meses en llegar, poco antes de los ceros. Ernesto, que en esa época sobrevivía con un salario de la FLACSO más otro de la revista, temía no poder pagar sus expensas. Otros del ahora denominado “grupo fundador” eran despedidos seriales, activistas o desocupados, e incluso nos tocó un psicótico que —Argentina, Argentina— con los años se transformó en un escritor de culto.

El otro vínculo entre El Porteño y Página se dio por casualidad: durante casi un año entrevisté en mi oficina de El Porteño a varios ex presos políticos, quería contar en un libro sus historias de vida.

La mayoría de ellos habían sido del PRT-ERP. Con Hugo Soriani, Alberto Elizalde Leal y Eduardo Anguita nos encontramos una o dos veces por semana frente a un grabador, durante casi un año. En paralelo, muchos de sus viejos compañeros y otros nuevos —el sindicalista Alberto Piccinini, el abogado Jorge Baños, el sacerdote Puigjané, por ejemplo— armaban una organización política llamada Movimiento Todos por la Patria (MTP), con un discurso pluralista cercano al alfonsinismo. Tenían, también, vínculos con el gobierno nicaragüense de los sandinistas. Yo llevaba mi borrador de diario de contrainformación a quien quisiera leerlo. Un día uno de ellos me llamó y me preguntó cuáles eran mis límites para el financiamiento del diario:

—Mientras no sea Camps, no me importa nada —respondí.

Ahora, años después, me entero de que discutieron mi procedencia: yo no venía del setenta —en ese entonces, tenía diez años— y era demasiado “liberal” para algunas de sus posiciones, pero pensaron que era mejor así, querían que el movimiento que propiciaban fuera lo más abierto posible. Es en ese momento cuando aparece Fernando Sokolowicz, un joven empresario maderero de trayectoria en los derechos humanos a través del Movimiento Judío.

La mejor manera de armar un diario es no haberlo hecho antes; no sólo todo es nuevo sino que puede volver a ser definido: ingenuo y original a veces van de la mano. Yo tenía veintiséis años, esa edad en la que uno cree que sabe y se anima a patear las puertas. Una imagen interior me acompañó durante aquellos años… sentía que sacaba, literalmente, la cabeza del agua: gotas corriéndome por la frente, viento fresco en la boca. Alquilamos una vieja oficina de ochenta metros cuadrados en Lavalle y Montevideo. Sokolowicz, Soriani y Elizalde se ocupaban de la administración. Tiffenberg y yo recorríamos aquellos ambientes pensando que era posible poner sólo un escritorio por área.

—Acá va Internacional, allá Economía…

El “Sordo” Iglesias era el diagramador; estaba indignado: decía que yo lo obligaba a hacer “la escalerita”.

—Esto es la escalerita —se lamentaba—, se nos van a cagar de risa.

El esquema básico de las páginas era muy simple: una noticia grande, una mediana y una chica, y “pirulos” en el borde (los pirulos eran breves de esa misma sección). En nuestro argot las llamábamos notas A, B y C según su importancia. En ocho páginas no entraba nada, subimos la cantidad a dieciséis. El diario de Buenos Aires, Reporter, La Página… buscar la marca era imposible: casi todo estaba registrado, hasta una revista del mercado agrícola que se llamaba Girasol Reporter. Página/12surgió de esa confusión. Pero, claro, ya teníamos dieciséis páginas al salir. Decidimos entonces publicar, en la página 12 de cada día, una entrevista central. Doce de septiembre, creo, es el día de mi cumpleaños. Doce es un lindo número, el logo iría con letra de Lexicon 80 (mi letra) y agregamos por último una barra de separación: Página/12.

Cuando alguno planteaba que era muy largo, mi argumento fue: en las marcas prepondera la primera palabra. Van a llamarloPágina. Página. Coca. Ámbito. Cronista, y así. El layout tomó dos características de otros diarios: la apuesta a un solo título, deLibération, y las notas destacadas como números en la tapa, de Il Manifesto. Al título coloquial de Libé le dimos una vuelta más: sentido del humor. Y, por supuesto, salió de casualidad: en abril de 1987 Juan Pablo II visitaba por segunda vez la Argentina, la ciudad era un caos intransitable. En esos días, por donde uno pasaba, estaba por pasar el papa. Hacíamos un número cero el día que el papa volvió al Vaticano: Miguel Martelotti, el jefe de fotografía, dejó en mi escritorio una típica foto de agencia con Juan Pablo II saludando desde la escalerita del avión.

—El título es “Al fin solos” —dije. Fue el primer título de Página/12.

Aquellos caóticos días de los “ceros” ocultaron una maniobra: Elizalde registró la marca a nombre personal. Años más tarde lo haría valer cobrando un juicio de trescientos mil dólares a su favor. Éramos una estrategia de la imposibilidad: pocas páginas, el mismo precio que Clarín, saliendo sólo de martes a domingo. No salir los lunes nos evitaba “inventar” una tapa deportiva: a mi desinterés absoluto por el fútbol se sumaba el ahorro de salarios por los francos. Así salimos: de martes a domingo. Lo llamamos “el diario sin desperdicio” buscando que la oferta escasa fuera una virtud.

Página/12 salió a la calle el 26 de mayo de 1987, en el piso 12 de Perú 367, casi Belgrano: un piso de cien metros en el que nos apiñábamos ciento veinte personas. Siendo el director periodístico del diario tenía una oficina compartida. El baño de mujeres fue clausurado y funcionó durante el primer año como laboratorio de fotografía; el de hombres, claro, fue declarado mixto. El diario dependía entonces de un circuito de motociclistas que hacían equilibrio por toda la ciudad: la sección “Domingo” funcionaba a media cuadra, sobre la calle Perú; la fotocomposición, en la calle Venezuela, y el taller de impresión, en Pompeya. En el primer número informamos sobre la salida del diario en “Sociedad”, nuestra sección de información general. La nota decía:

“Yo sabía que algún día iban a volver periodistas al edificio”, lo comentó José Galeano, uno de los porteros de Perú 367, acuciado por esa nueva jugada del destino. En el mismo piso donde se encuentra la redacción del matutino Página/12, funcionó hace veinte años la revista Primera Plana, y desde esa época no se registraban entradas y salidas a la madrugada y actividades de fines de semana que despertaran al edificio de su letargo administrativo. Aunque se trabaja en el proyecto desde mediados de enero, la redacción —según comentaron periodistas vinculados al diario— comenzó a funcionar en la elaboración de números “cero” hace treinta días.

“La idea central sobre la que funciona el proyecto —explicó su director, Jorge Lanata— es una obviedad; queremos hacer un diario que informe. Y que lo haga con independencia y sin responder a ningún aparato, ni político ni empresario.” “Desinformar es también una posición política —dijo Lanata— y es nuestra idea lograr un diario moderno, bien escrito pero fundamentalmente informado.” Se dejó trascender que Página/12 evitará el bombardeo informativo, tomando en cuenta siete u ocho hechos centrales a desarrollar y consignando el resto. En su primer número —y aseguran hacerlo a diario— se cuenta también con una noticia de cultura en tapa, lo que aparece como otra característica del matutino, junto al hecho de desplegar diariamente una página de cultura —“entendida desde el hecho social y no sólo desde las bibliotecas”, según explicaron— y no condenar a esa sección al área atemporal de los suplementos. “Algo similar ocurre con las noticias internacionales —dijo Ernesto Tiffenberg, jefe de redacción—, siempre se las toma como hechos aislados, que comienzan el día en que apareció el diario; nuestra idea es contextualizar esos hechos.” Tiffenberg agregó que el nuevo diario cuenta, en ese campo, con los servicios exclusivos de varios medios del exterior: El País de Madrid, La Jornada de México, The New York Times Magazine y la revista Interview, de Nueva York.

Hubo, durante los últimos dos meses, distintas versiones sobre el origen y del aporte financiero en Página/12. En este caso, los servicios de inteligencia, a través de Prensa Confidencial, no dudaron en calificar de “marxistas vernáculos” a los integrantes del staff del diario. El Informador Público definió semanas atrás al periódico como de “centroizquierda”, y versiones que circularon por toda la ciudad a medida que se acercaba la fecha de salida aseguraban que sería el diario del Partido Comunista, o el del empresario Jorge Sivak, o el de un grupo radical disidente, pero filoalfonsinista, y también el de un grupo empresario vinculado al cafierismo. Finalmente pudo saberse que el empresario Fernando Sokolowicz era quien respaldaba económicamente el proyecto. Sokolowicz es uno de los fundadores del Movimiento Judío por los Derechos Humanos y empresario maderero. Posee dos empresas de construcción de viviendas en la Capital, INDUVI y Macha S. A., y varios aserraderos y forestaciones en el interior del país.

“El diario no tendrá una tendencia político-partidaria —dijo Sokolowicz— sino que tratará de expresar el pluralismo y el debate, necesarios en una sociedad democrática de transición. De allí la idea de que la opinión de Página/12 no sea unilateral —agregó—, por eso el diario tendrá distintos columnistas, que expresen tendencias incluso opuestas, siempre dentro del marco democrático y de la defensa de los derechos humanos.” Pudo saberse, además, que los columnistas serán: el doctor Ricardo Molinas, James Neilson (ex director del Buenos Aires Herald), José Ricardo Eliaschev, Horacio Méndez Carreras y Eduardo Aliverti.

La edad promedio de los trabajadores del diario se ubica en los treinta años. Según explican sus periodistas, el proyecto es “lograr un diario que pueda integrar a la nueva generación del gremio con lo mejor de la generación anterior”. Bajo este concepto se integraron al staff Osvaldo Soriano (como asesor editorial), Horacio Verbitsky, Juan Gelman, Miguel Bonasso, José María Pasquini Durán, Enrique Medina, Osvaldo Bayer, Alberto Szpunberg, Miguel Briante, Antonio Dal Masetto, junto con Aliverti, Sergio Joselovsky, Martín Caparrós, Jorge Dorio, Rep, Daniel Paz, Rudy, Sendra y una treintena de periodistas.

La edición habitual del matutino, de dieciséis páginas, se verá aumentada los sábados con dos suplementos, uno de ellos de información general, llamado “Etc.”, y otro de cultura. El diario contará también con páginas de deportes, salud y ciencia, sociedad, educación y mujer, que rotarán durante la semana.

La distribución de Página/12 tendrá, a su vez, dos etapas: durante los primeros tres meses, en Capital Federal, Gran Buenos Aires y La Plata; y luego se iniciarán ediciones locales en Rosario y Córdoba, junto con distribución general en el interior del país. Sokolowicz aseguró además que, antes de completar la primera etapa, el diario irá aumentando sus páginas en función de la incorporación de avisos, a fin de que el espacio publicitario no perjudique la cantidad de información. Dato con el que evidentemente no contaban los eventuales lectores que hoy por la mañana se acercaron a los kioscos con una duda nada casual:

—Digamé: se llama Página/12, tiene dieciséis páginas y me dijeron que los sábados trae veinticuatro. ¿Usted sabe por qué?

Aquellas palabras casuales, “una treintena de periodistas”, desataron un reclamo general, encabezado por Rubén Furman, un oscuro periodista de gremiales que venía de La Razón —y luego terminó como jefe de prensa de Felisa Miceli—. ¿Así que nosotros somos la treintena? El periodismo, siempre lo sostuve, tiene mayor grado de puterío por metro cuadrado que un teatro de revistas. Al día siguiente, a pedido de la treintena, se publicó en el diario el staff completo, incluyendo a los administrativos.

Habíamos hecho un diario que les gustaba a los periodistas y eso nos permitió insertarnos mucho antes en el circuito de opinión pública. A la semana Libération nos dedicaba su página de medios y antes de fin de año Time hizo lo propio. El “estilo Página” se fue construyendo sobre la marcha: hacíamos un puente mientras cruzábamos por él. La primera tesis universitaria sobre el diario fue impulsada por la cátedra de Bernardo Kucinsky en la Universidad de San Pablo, y pude escucharla como profesor invitado. Luego vinieron decenas y la impronta del diario aún hoy se ve en el periodismo argentino. El interés de la Academia sobre el diario hizo que tuviera que inventar definiciones de conceptos que ya llevábamos a cabo en la práctica: en lugar de acostarme con la chica, me pedían que leyera un tratado de Masters y Johnson.

Algunas de las propuestas de Página/12:

La apuesta de

Libé

de título y foto grandes y únicos podía mejorarse; al agregarle sentido del humor al tono coloquial, el título en

Página

“horizontalizó” la comunicación con el lector volviéndola más humana. No éramos una autoridad hablándoles desde arriba del ropero, los llamábamos, de igual a igual, a un juego. Por eso, frente a lo eventualmente críptico del título, la volanta o la bajada eran siempre explicativas. Titular con frases hechas, con discos o películas también planteó una idea de complicidad en el vínculo con el lector. Era muy común, en los primeros años, que los lectores —enterados de la noticia del día— llamaran personalmente a la redacción para sugerirnos el título del día siguiente.

El uso del fotomontaje, el cambio de marca, las bromas ostensibles fueron parte de un ejercicio constante que demostró que forma y contenido pueden potenciarse y diferenciarse sin que el producto pierda credibilidad. Podíamos, a la vez, tirar un ministro con una información propia e ilustrarlo con una broma.

La “nota ideal” de

Página

modificaba la estructura piramidal: debía tener, sí o sí, color o un diálogo en la cabeza, color a lo largo de la trama tal como se dosifica el suspenso en un cuento, y remate de nota de revista, entendiendo como remate no una conclusión sino un dato paradójico con la cabeza de la nota.

La idea era revalorizar un periodismo más “literario”, más cuidado, en la convicción de que una nota debe estar bien escrita para que se entienda. Cada noche durante diez años Ernesto Tiffenberg y yo —y esporádicamente Osvaldo Soriano— nos reuníamos a “hacer la tapa”. Se tiraban cuarenta o cincuenta títulos para elegir uno.

Respecto de la imagen, se impulsó en el diario que cada foto fuera una nota en sí misma y no una ilustración del texto. “No quiero una foto de Storani, quiero una foto de Storani con el dedo en la nariz”, era una de mis frases de la época. Queríamos usar las fotos que el resto de los diarios desechaba. Nunca creí en los “directores de arte”, creo que el arte no tiene directores, de modo que el jefe de fotografía dejaba diez o veinte fotos del tema cada noche. Quienes pretenden “dirigir” el arte me recuerdan a los que se autotitulan “creativo” en su tarjeta de visita. También los humoristas —Daniel Paz y Rudy, que nunca antes habían trabajado juntos— escribían tres o cuatro chistes hasta que elegíamos el mejor.

Incorporar a Horacio Verbitsky fue nuestra apuesta fuerte e inicial a la investigación. Verbitsky venía de hacer unas cien tapas del semanario El Periodista —con el riesgo de calidad que eso implica— y había adquirido cierto nombre en el microclima periodístico. Nunca tuvo un escritorio en la redacción, y venía al diario los viernes a la noche a “plantar” su extensa nota del domingo. Fue, durante esos años, uno de nuestros redactores estrella. Tomás Eloy Martínez, Juan Gelman, Miguel Bonasso, Susana Viau, Julio Nudler, Miguel Briante, Osvaldo Bayer y Osvaldo Soriano fueron algunas de las firmas que se incorporaron al diario desde el llamado “setentismo”.

Ir a la siguiente página

Report Page