55

55


55 » Capítulo 17

Página 19 de 58

17

Chandler acompañó a Heath hasta su celda. Era como un borracho después de una noche dura: se dejaba conducir sin problemas, sin oponer resistencia. No se comportaba como Chandler habría esperado de un asesino peligroso. Pero ¿cuál es exactamente la conducta de un asesino peligroso?

Cuando entró en su «antiguo» despacho, Mitch estaba moviendo furiosamente el ratón del ordenador, con los ojos clavados en la pantalla.

—Entonces, ¿qué? ¿Te crees su historia? ¿O la de Gabriel?

Mitch apartó los ojos de la pantalla. Su voz sonó sin inflexión alguna: no había olvidado el incidente de la sala de interrogatorios.

—La historia del señor Barwell parece plausible, más aún teniendo en cuenta el tiempo que lleva ausente el segundo sospechoso. Tenemos que encontrarle y averiguar qué puede ser eso de «Seth» —dijo, y sus ojos volvieron a la pantalla.

Chandler se sentó a trabajar en el escritorio de Tanya. Era como un perro que, a pesar de los malos tratos constantes, sigue volviendo con su amo. Se esforzó por concentrarse en el trabajo que tenía delante. En la base de datos de «personas desaparecidas», buscó ese nombre: Seth. Esperaba encontrar algo que cuadrase. Pero nada. Cambió la búsqueda: incluyó la última década. Matar a cincuenta y cuatro personas sin atraer la atención de nadie era un trabajo arduo, incluso para la mente más brillante…, algo de lo que Heath parecía carecer. La nueva búsqueda tampoco dio resultado alguno. No había ningún Seth. Tal vez aquel nombre era solo el recuerdo confuso y erróneo de un hombre aterrorizado.

O puede que fuera una pista falsa, algo hecho a propósito para despistarlos.

Frustrado por ir de pista en pista que no llevaba a ningún lado, se reclinó en su silla. Miró por la ventana: en la distancia, Gardner’s Hill. Movió los pies con impaciencia. Y, de repente, una idea. No habían conseguido localizar a Gabriel, pero tal vez podrían encontrar el lugar que ambos sospechosos habían descrito con tanto detalle: la cabaña. Incluso era posible que Gabriel hubiese vuelto allí para buscar cobijo. Tal vez confiaba en que la policía no encontraría nunca aquel lugar.

—Tengo que salir de aquí, Nick —susurró, aunque Mitch estaba metido en su despacho, y Yohan y Suze enfrascados en sus propias tareas—. Voy a probar en la colina. Los dos han hablado de la misma cabaña: tiene que existir.

—Sí, pero los dos han dicho que no sabían dónde estaba —le recordó Nick.

—Tiene que ser algún sitio cerca de la casa de Turtle. Donde sorprendieron a Heath intentando robar el coche.

—Bueno, yo soy nuevo aquí, sargento, pero me parece que es una zona muy grande.

—Lo sé, pero a lo mejor encuentro algo. Al menos puedo intentarlo.

—¿Y qué le digo yo a él? —preguntó Nick, señalando con la cabeza hacia Mitch.

—Que estoy siguiendo una pista.

—Vale… —dijo Nick, no demasiado seguro.

Chandler cogió las llaves y la chaqueta. Ya estaba cerca de la puerta de la comisaría cuando Mitch salió de su despacho.

—¿Adónde vas, sargento?

Por un momento, Chandler pensó en inventarse alguna excusa.

—Voy comprobar la zona de los bosques, detrás del lugar donde cogieron a Heath.

Mitch lo observó con mirada pétrea. Sus ojos se movieron de un lado a otro, como calibrando la validez de aquella idea.

—Voy contigo.

Chandler trazó un plan de reserva.

—¿Recuerdas a Turtle, Mi…, quiero decir, inspector? —preguntó.

—¿Turtle Siefert? Sí, claro, sargento.

—Bien, pues Turtle no se acordará de ti. Ha perdido la memoria. Le pegó un tiro a la última persona que intentó decirle que el primer ministro no era John Howard. ¡Y era su propio hermano!

Chandler no mencionó que el tiro le dio en el brazo y que no se presentaron cargos contra él.

—Voy contigo, sargento —insistió Mitch.

Y eso era todo. Chandler tenía un compañero otra vez.

 

Hicieron el trayecto en silencio. Chandler no se atrevía a romperlo. Temía decir algo que se considerase poco prudente, en ese espacio tan pequeño y cerrado.

Afortunadamente, al cabo de veinte minutos, salieron del coche ante el jardín de Turtle. La primera imagen fue la del destartalado Chevy atado a un poste de cemento como si fuera un caballo; un chasis y poco más. La segunda fue que Turtle no estaba en el jardín apuntándolos con su escopeta. De ahí venía su sobrenombre, «tortuga»: siempre a la defensiva, metido dentro de su concha y con la escopeta en la mano.

—Recuerda que no es muy amigo de la policía… —dijo Chandler, al salir del coche.

—Ya lo sé —dijo Mitch, intentando dejar a un lado la preocupación mientras examinaban el jardín delantero.

—Pues deja que hable yo.

Mitch no replicó y avanzaron con cuidado por entre los graneros medio destrozados y la maquinaria abandonada. El porche se inclinaba hacia el exterior del edificio de madera, como si intentara salir volando. Era una granja que necesitaba muchos arreglos. Una granja con multitud de sitios donde esconderse.

Recorrieron la mitad del camino. Un hombre viejo y encorvado los saludo. Salió por la puerta con mosquitera. Llevaba la escopeta baja, pero lista para disparar a la más mínima ocasión.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó Turtle, con su típica forma de expresarse: lenta, moviendo la mandíbula como uno de los mecanismos trilladores de las máquinas cosechadoras que se oxidaban en su jardín.

Antes de que Chandler tuviera la ocasión de responder, Mitch habló:

—Somos de la policía, señor Seifert.

—Os he preguntado qué estáis haciendo aquí —dijo Turtle, sin moverse del porche.

—¿Le importaría que nos acercásemos un poco más, para así no tener que gritar?

—¿Me puedes decir cómo te llamas, chico?

—Turtle —dijo Chandler, interrumpiéndolos—. Soy yo, Chandler. El sargento Jenkins.

Turtle inclinó la cabeza, su ojo bueno examinó el horizonte y el otro miró hacia delante, pero más ciego que un topo. Estaban a menos de diez metros de distancia. Las cejas del hombre parecían pintadas con un rotulador grueso en mitad de la frente. De tal modo que parecía eternamente sorprendido. Lo había hecho otra vez: había encendido la cocina de gas a tope y una llamarada había ido contra su cara.

—¿Y qué quieres, Chandler?

Mitch se acercó un poco más.

—Queremos que esté tranquilo.

—Yo estaba tranquilo, chico. Estoy tranquilo. Pero ¿qué queréis?

—Queremos echar un vistazo por aquí, Turtle —dijo Chandler.

La cabeza de Turtle se volvió de manera que el ojo bueno pudiera mirarlo. Al hacerlo, la escopeta apuntó directamente hacia ellos.

—No he hecho nada malo. No podéis probar que haya pescado esos peces.

—Nosotros… —empezó Chandler. Echó una mirada a Mitch, que tenía la mano rodeando la culata de su arma, consciente de la escopeta y de la locura de aquel viejo—. No estamos aquí por eso. Solo queremos echar un vistazo.

Mitch le gruñó a Chandler en voz baja:

—¿Qué posibilidades hay de que sepa algo?

—Escasas… o ninguna —susurró Chandler, con los ojos clavados en Turtle, que seguía apuntándolos con la escopeta—. No es un cómplice adecuado. Lo más grave en su expediente es lo de la pesca furtiva.

—Aun así, me gustaría investigar —dijo Mitch, con los ojos clavados en Turtle.

—El sitio que buscamos está más allá.

—Quiero descartar este sitio.

—Te digo que…

—Has dicho que no tiene memoria. Nuestro sospechoso podría estar aquí ahora mismo… O a lo mejor ha estado…, fingiendo que es su hijo, el que traficaba con coches en Sídney, si no recuerdo mal.

Turtle quizás hubiese perdido la memoria, pero la de Mitch era impecable. El hijo más joven de Seifert todavía estaba en una prisión a las afueras de Sídney por regentar un desguace de coches robados en un almacén abandonado.

Chandler se volvió hacia Turtle.

—Iremos rápido, Turtle. No buscamos por nada que hayas hecho. Creemos que alguien puede haber entrado en sus tierras.

—¿Quién? —preguntó Turtle, arrugando el rostro. Sus cejas, sin embargo, permanecieron quietas.

—Un tipo de fuera del pueblo.

Turtle se dio la vuelta como si, de repente, fuera a aparecer por allí el diablo. Con el cerebro y la vista defectuosos, era una posibilidad preocupante.

—¿Está todavía en mis tierras?

—No —le aseguró Chandler. Lo último que quería era que Turtle arremetiera y se interpusiera en su camino—. Queremos ver si podemos encontrar alguna pista, para ver adónde ha ido después de estar aquí.

El viejo se quedó callado, pensativo.

—No tocaremos nada si no es necesario —dijo Chandler, que sentía ya aquella victoria al alcance de la mano.

—No rompáis mis tractores —los advirtió Turtle.

Qué cosas. La mayoría ya estaban rotos, reliquias de un pasado de granjero, cuando aquel hombre trabajaba la tierra, en lugar de desguazar coches, pescar furtivamente y amenazar a la policía.

Mitch retrocedió con mucho cuidado hacia el coche, mientras Chandler se aseguraba de que Turtle estaba totalmente de acuerdo con lo que iba a ocurrir.

—Destruiréis mi maldita granja…

—Si alguien causa algún daño, podrás reclamar.

—¿De verdad?

Chandler señaló a Mitch.

—Directamente al inspector Andrews. Es el jefazo, ahora.

—¿Esa mierda de koala disfrazado de pingüino almidonado?

—Nació y se crio aquí, en Wilbrook. Podemos confiar en él.

—No parece que sea de aquí…

Chandler asintió como respuesta; luego se unió a Mitch junto al coche, que estudiaba un mapa de la zona circundante en una tableta.

—Primero comprobamos las edificaciones anexas —dijo Chandler—. Luego, la casa principal. Yo puedo ir…

—No será necesario que vayas, sargento.

Chandler hizo una pausa.

—¿Por qué no será necesario? No puedes registrar la zona tú solo.

—Ya lo sé. Por eso he llamado a mi equipo.

—Pero yo conozco la zona, yo puedo…

—Ya tenemos esto cubierto, sargento. Mi equipo estará aquí muy pronto. Saben cómo trabajo. Tienes que explicarle al viejo…

—Te olvidas de que yo también sé cómo trabajas.

—Como «trabajaba».

—¿Por qué no quieres que haga nada, Mitch?

Mitch apoyó la tableta en el capó del coche y miró a Chandler.

—Necesito gente en la que pueda confiar.

—¿Y qué he hecho yo para perder tu confianza?

—Nada, sargento Jenkins. Es que nunca la tuviste. Tendrás que aceptar que soy yo el que da las órdenes y quien elijo a mi equipo.

—Estás dejando que lo que hubo entre nosotros en el pasado interfiera en la investigación.

Mitch meneó la cabeza, lentamente.

—Por lo que a mí concierne, no tenemos ningún pasado, sargento. Esta es una decisión basada puramente en lo que creo que habría que hacer. Tú conoces estos parajes, eso es cierto, pero también estás demasiado apegado a ellos. Cuando uno está tan cerca, es fácil que se le pase algo por alto. O que mire a otro lado.

—¿De qué me estás acusando exactamente? ¿De falta de profesionalidad? ¿De corrupción?

—No te estoy acusando de nada, sargento. Hago lo que tiene que hacer un… —hizo una pausa antes de pronunciar la palabra— inspector. Tomar decisiones impopulares.

—¿Y si decido quedarme?

Mitch volvió a coger la tableta.

—Entonces no tendré otro remedio que sacarte del caso y suspenderte.

Sabía que lo decía en serio.

—De todos modos, no sé por qué te quejas —continuó Mitch—. Mientras yo dirijo el operativo por aquí, tú tendrás a tu cargo la base de operaciones. Con Suze y Yohan. Por si surge alguna pista nueva.

Se lo estaba quitando de encima. De todos modos, con el jaleo que habían montado con Turtle, si Gabriel hubiera estado allí, ya habría tenido margen suficiente para desaparecer. Además, la granja de Turtle no era el sitio donde habían tenido lugar los secuestros y los asesinatos. Aquel viejo loco quizás estuviera ciego, pero todavía tenía buen oído. Se habría enterado de cualquier grito de ayuda que hubiese resonado a kilómetros de allí. Y como era curioso, habría acudido a ver lo que ocurría.

Ir a la siguiente página

Report Page